24 emociones

Efectivamente, la exposición “Génesis, tierra y piel”, que se puede disfrutar en el Cuarto Real de Santo Domingo, nos regala 24 emociones: una por cada fotografía. Una… al menos. Porque a mí, algunas de las instantáneas de Charo Guijarro y Jorge Pastor me han provocado más de una y más de dos emociones…

La exposición, a su paso por Úbeda

El concepto del que parten Charo y Jorge sitúa el cuerpo desnudo o semidesnudo de una persona en mitad de un paisaje, para mostrar la vulnerabilidad y la finitud del ser humano frente a los elementos primigenios de la naturaleza. Un ser finito y minúsculo dotado de una enorme voracidad. Un ser anecdótico en el devenir del tiempo, empeñado en dejar su huella, a toda costa, con todo lo que ello significa.

Hacer historia y dejar huella es una tentación que puede elevar a la humanidad hasta sus más altas cotas, a conseguir logros de importancia sin igual; que precipitarla hasta lo más profundo del infierno, a provocar desastres sin límites. Nuestra historia es fértil y nos proporciona mil y un ejemplos en ambos sentidos.

Por eso, la fotografía de una mujer frente a un árbol con quinientos años de vida resulta tan elocuente. O la imagen de un hombre que mira a la cámara con el rictus amenazante de un Monstruo de Gila, apasionante reptil que puede pasar años sin beber agua.

Un cuerpo que surge de los surcos de una tierra profundamente marrón o que yace tumbado, en posición fetal, entre la hierba y bajo los árboles. Cuerpos, en fin, que se convierten en estalactitas o en las ramas desnudas de un árbol, cimbreándose al viento.

“Génesis, tierra y piel” invita al espectador a sumergirse, también, en un universo natural violentado por lo artificial, a través de hermosas imágenes con enorme capacidad de evocación. Una carretera interminable que parte de los ojos de una mujer o la estela de un tren que, a toda velocidad, interfiere en el horizonte.

El trabajo de Charo Guijarro y Jorge Pastor es bello por sí mismo, pero también es reflexivo y provocador, como siempre debe ser el arte. Es una invitación a ver y a mirar, a descubrir y conocer a través de la lente de los artistas, pero también lleva a pensar qué y cómo es esa Tierra de la que todos venimos y a la que todos volveremos.

Jesús Lens

Eminencias

Si hablar sobre un vídeo que te han mandado por güasap, describiéndolo con palabras, es signo inequívoco de rampante viejunismo; no les digo ya escribir sobre él. Y, sin embargo, allá voy.

Todo comienza con un acertijo que la narradora plantea al espectador: “Un padre y un hijo viajan en coche. Tienen un accidente grave, el padre muere y al hijo se lo llevan al hospital porque necesita una compleja operación de emergencia.

Llaman a una eminencia médica, pero cuando llega y ve al paciente dice: “no puedo operarlo, es mi hijo”. ¿Cómo se explica esto?”.

A partir de ahí, diferentes personas tratan de encontrarle la lógica a una situación que, aparentemente, no la tiene. Uno de los participantes plantea, por ejemplo, que el personaje del padre se podría desdoblar entre médico y sacerdote…

¿Y usted? ¿Ha dado con la clave de un enigma que, en realidad, no es tal? Efectivamente: la eminencia médica que decide no operar al paciente es una mujer. La madre. Y así, todo encaja. ¿A que no era tan complicado?

La narradora del vídeo explica los mecanismos mentales que nos llevan a identificar “eminencia médica” con “hombre” y a descartar inconscientemente la posibilidad de que el cirujano fuera una mujer y, por tanto, la madre del paciente.

Parcialidad implícita, se llama el proceso. Está basado en todos los impactos, estímulos y aprendizaje cultural que recibimos desde niños y que nos llevan a realizar conexiones neuronales que integramos en nuestro pensamiento automático. De ahí que, más allá de nuestros hipotéticos principios feministas y en pro de la igualdad, lleguemos a identificar el rol de eminencia con el hombre, masculino y singular.

Siento haberles reventado la sorpresa de un vídeo que se ha hecho viral y lo está petando, en las redes. Pero resulta muy interesante y es un ejemplo más del mucho trabajo que tenemos por delante a la hora de desmontar tópicos y tratar de propiciar una igualdad real entre mujeres y hombres, igualdad que estamos lejos siquiera de atisbar.

A mucha gente le ha provocado perplejidad el éxito de la huelga del pasado jueves, con cientos de miles de personas desafiando las inclemencias meteorológicas para gritar que el momento es aquí y el lugar es ahora.

No cabe complacencia. No cabe el acomodamiento. La cuestión de la igualdad nos compete por igual. A todas y a todos.

Jesús Lens

Epístolas ardientes

“No solo soy incapaz de entender lo que está sucediendo, sino que se me está obligando a situarme en una posición que pone a prueba la paciencia más férrea. Son muchos meses de incumplimientos, de parálisis, de silencios…”.

Así se expresa nuestro alcalde, Francisco Cuenca, en una tensa y vibrante misiva remitida al ministro de Fomento. Se aprecia pasión y tensión en su escritura. Angustia y desazón. Soledad, abandono e incomprensión. Hay, también, mucho de reproche, de crítica velada… y sin velar.

Dado lo prosaico y, a la vez, lo poético de su nombre compuesto; Íñigo de la Serna no se arruga y contribuye a la necesaria revitalización del género epistolar a través de una carta en la que, después de mostrar su pasmo y sorpresa, renueva sus votos y su “compromiso con la alta velocidad a Granada, (que) ha sido firme”.

Porque el intercambio epistolar entre ambos mandatarios tiene como objeto de disputa la cuestión de la desconexión ferroviaria, no vayan a pensar ustedes otra cosa. Y al ministro, ahí, le sale el genio, preguntándole -imaginamos que de forma retórica- al alcalde “si ha abandonado la prudencia y responsabilidad o está haciendo un uso político, o las dos cosas”.

Reconozco que estoy impresionado por el derroche de pasión literaria y este eléctrico cruce de cartas. En Correos deberían pensarse la emisión de un sello conmemorativo de este duelo epistolar: desde que Trump amenaza con desatar el Apocalipsis nuclear a través de Twitter -ahí hay tema para el #TAT Granada de este año-, las cartas ya no son lo que eran.

No consta si Paco le ha respondido a Íñigo… pero debería. Y, por supuesto, queremos leer la carta. Completa. Y la respuesta del ministro. Y así sucesivamente. Además, no sé a ustedes, pero a mí me encantaría que las misivas fueran manuscritas, dada la fuerza que exudan.

Termino recordando que Julio Llamazares, uno de mis autores de cabecera, tiene un magistral libro de relatos cuyo título es ya un cuento en sí mismo: “Tanta pasión para nada”. Queridos Íñigo y Paco, haced todo lo posible por mantener la llama prendida. No permitáis que la cruda y tozuda realidad interfiera en vuestra relación. Seguid alimentándola. Continuad escribiéndoos  con regularidad y concertad nuevas citas furtivas a mitad de camino entre Granada y Madrid; en Antequera o dónde quiera que sea. ¡Os seguimos de cerca!

Jesús Lens

El Acelerador se juega en casa

Hace unos días se publicaba en IDEAL un artículo capital titulado “Acelerador: Granada no compite con Japón”, de Juan José Nievas Aranda, presidente de la Asociación de Ingenieros Industriales de Andalucía Oriental, en el que se explica el momento actual del proyecto IFMIF-Dones sobre el que tanto he escrito. Aquí , aquí y aquí, por ejemplo.

El artículo resulta imprescindible ya desde su preclaro e ilustrativo titular. De hecho, cuando en la ecuación apareció por primera vez el país del Sol Naciente, le preguntaba a Eduardo Ros, uno de los fundadores de la empresa Seven Solutions: “¿Y esto de Japón? No lo entiendo. En la carrera por el Acelerador estábamos Granada, Polonia y Croacia. Pero de Japón no habíamos oído una palabra… hasta ahora. ¿Qué pintan los japoneses en esto?”. (Sobre Seven Solutions y Eduardo Ros escribí aquí)

Y, claro, los japoneses pintan mucho. De hecho, lo mío no era tanto una pregunta cuanto un grito, una exclamación de terror: si de tecnología se trata, Polonia y Croacia podrían parecer rivales asequibles en cuartos y en semifinales, pero una final contra Japón se me antojaba tan complicado como un Alcoyano – Real Madrid, por mucha moral que le quisiéramos echar al partido.

Fue la ingeniera Pilar Gil, otra de las integrantes de esa Seven Solutions que tanto está haciendo por traer el IFMIF-Dones, quien me explicó el estado de la cuestión aceleradora durante la pausa para el café en el Workshop organizado por SHAPE Energy y Acento Comunicación del que les hablé AQUÍ. Por un lado tenemos a Japón, efectivamente, donde ya hay un acelerador-laboratorio en construcción, con independencia de la candidatura granadina.

Después está Grenoble, en Francia, con su Sincrotrón, una fuente de luz de tercera generación situada en centro de investigación multinacional que ya alberga un espectacular anillo de 844 metros de longitud donde se están realizando diferentes experimentos científicos. De hecho, sería en Grenoble donde se radicaría el gran acelerador de partículas.

¿Y Granada? ¿Qué papel desempeñaría en este tinglado? ¿En qué consiste el proyecto que deseamos que se implante en Escúzar? Aquí se construiría otro acelerador-laboratorio para probar los materiales que serán utilizados el gran acelerador. Y ahí es donde nos la jugamos: si no hay financiación europea, esta parte del proyecto será absorbida por Japón. Y aquí ya escribí lo que podíamos perder en el camino.

Jesús Lens

Orejas cortadas

¡Qué rabia, que la más reciente película de Ridley Scott -sí, ese Ridley Scott, de los Scott de toda la vida- esté pasando sin pena ni gloria por nuestras pantallas! Porque “Todo el dinero del mundo” es una película enorme.

Pero antes de hablar de ella, una confesión: aunque mi favorito para el Óscar al Mejor Actor de Reparto era Willem Dafoe, que en “The Florida Project” está descomunal y su papel como teniente Elías en “Platoon” es de los que más han marcado mi vida cinéfila; tenía la secreta esperanza de que fuera Christopher Plummer quien se alzara con la estatuilla, por su papelón en la película de Scott. Papelón, en todos los sentidos de la expresión.

Y es que, a sus 88 años de edad, Plummer se encontró con la papeleta de tener que sustituir a Kevin Spacey una vez terminada de filmar la película, por culpa del escándalo sexual que afectó al actor. Una sustitución que implicó volver a filmar todas las escenas protagonizadas por Spacey. Y hacerlo en tiempo récord, lo que obligó a Plummer a hacer un ingente esfuerzo memorístico. Y todo ello, insistimos, a sus 88 años de edad.

Al margen de la opinión que nos suscite lo de eliminar a un actor de una película por cuestiones (no solo) morales, el hecho es que la interpretación del anciano Plummer como John Paul Getty, resulta memorable, componiendo a uno de los personajes más turbios y siniestros del cine de los últimos años.

El concepto de millonario, aplicado a John Paul Getty, nos conduce a una dimensión que va mucho más allá de lo puramente dinerario o económico. La riqueza de John Paul Getty era realmente obscena, con él mismo declarando a la prensa que solo es realmente rico, rico de verdad, quien no puede contar todo su dinero.

Entonces llegó el secuestro. Años 70. Roma. Un joven y despreocupado jovenzuelo camina por el lado oscuro de la vida, tratando de experimentar emociones fuertes en los barrios más sórdidos y peligrosos de la capital italiana. Hasta que unos tipos enmascarados terminan abruptamente con sus devaneos. Se trataba del nieto de Getty.

Hasta ahí, todo normal. Un joven rico, un secuestro, la petición de un rescate a la familia… Las cosas comenzarán a complicarse, sin embargo, cuando el excéntrico millonario, famoso por ser más avaro que el mismísimo Mr. Scrooge, se niega a pagar el dinero exigido por los secuestradores, comenzando un interminable juego del gato y el ratón con numerosos actores protagonistas y secundarios: una madre angustiada, un padre incapacitado, analistas de la CIA, carabinieri, grupos de extrema izquierda, paparazzi y, por supuesto, la Mafia…

El momento álgido de las tensas negociaciones entre los secuestradores y la familia llegó cuando le cortaron una oreja al pobre nieto rico de Getty, enviándola por correo y dándose la desgraciada circunstancia de que una huelga en el servicio postal italiano la dejó varada en un almacén durante tres semanas. ¡Podrán imaginar el aspecto que presentaba el apéndice cuando finalmente llegó a la redacción del periódico a la que había sido remitida, para que todo el mundo conociera las intenciones de los secuestradores!

La amputación de apéndices no vitales del cuerpo humano es habitual en el mundo de la delincuencia y el crimen organizado, cuando de presionar a una contraparte se trata.

Tenemos que recordar, por ejemplo, la durísima secuencia de la tortura en “Reservoir Dogs”, en la que el personaje interpretado por Michael Madsen baila al son de la música mientras se acerca al policía infiltrado al que retiene atado en una silla y le rebana la oreja. Un momento terrible que, sin embargo, consagró a Quentin Tarantino como el go to guy del cine contemporáneo, al ganar su pulso a la productora Miramax, que se estaba pensando si cortar la secuencia para no irritar al público.

 

Era un momento realmente estremecedor que, en cada pase de la película, echaba a un buen número de espectadores de las salas de cine. Algo que, para Tarantino, era un triunfo personal. Y, finalmente, para la Miramax también, como su máximo responsable, el hoy defenestrado Harvey Weinstein, se encargó de remarcar al debutante director: “Que no se te olvide que ha sido Miramax quien ha permitido que tu película salga exactamente como tú querías”.

Es obligatorio dedicar un minuto a la otra gran oreja amputada de la historia del cine: la que Jeffrey Beaumont encuentra al comienzo de esa joya que es “Terciopelo azul”, de David Lynch.

¿A quién pertenecería dicha oreja y por qué se la habrán cortado? Esas dos preguntas llevan a Jeffrey a sumergirse en un mundo extraño, tal y como lo define Sandy, la inocente hija del jefe de policía; y a conocer a la misteriosa Dorothy Valens y al psicópata de Frank. Desde entonces, nada volverá a ser igual en la vida de Jeffrey. Ni en la nuestra, por supuesto.

Jesús Lens