Todos lo saben

Es una de las películas del año. “Todos lo saben”, dirigida por Asghar Farhadi, portentoso cineasta iraní cuya “Nader y Simin, una separación” es una de las obras cumbres de la historia del cine contemporáneo.

Después de haber filmado en Irán y en Francia, lo hace en España. Una historia dura, que se le ocurrió cuando viajaba con su familia por nuestro país, hace años, y se topó con los carteles con el rostro de un niño desaparecido. Su hija sintió pavor ante aquella situación y él se planteó cómo se viviría en el seno de una familia algo parecido. Sobre todo si la investigación apunta a que se trata de un secuestro cometido por alguien del entorno más cercano.

Pueblo pequeño del centro de España. Reencuentro de familiares con motivo de una boda. Alegría y felicidad desbordante, que parte de la familia viene de Argentina. La cámara se desliza con nervio y virtuosismo, presentando a un personaje detrás de otro a una velocidad meteórica. Por la pantalla van desfilando Penélope Cruz, Javier Bardem, Bárbara Lennie, Eduard Fernández, Inma Cuesta, Ramón Barea, Elvira Mínguez… ¡Se me descolgó la mandíbula frente a semejante reparto! Que luego están los jóvenes, igualmente impecables: Carla Campra, Sara Sálamo, Sergio Castellanos…

Todo el primer tercio de la película resulta deslumbrante, entre las brutales elipsis y desbordamiento pasional. Tengo la sensación de estar ante algo histórico, uno de esos instantes que se quedan grabados en el ADN cinéfilo por siempre jamás. Entonces se produce la situación, llamémosla así. Y todo cambia. El tono de la película, por supuesto. Y el ritmo. Lo que hasta ese momento avanzaba a pasos agigantados, empieza a retorcerse sobre sí mismo. Por lógica narrativa y con razón. Y llega él. Darín. A partir de ahí, me cuesta seguir creyéndome lo que pasa.

Trato de hacer abstracción de detalles inverosímiles para centrarme en lo importante, pero me voy distanciando progresivamente de la historia, con demasiadas vueltas y revueltas para llegar a un semifinal tan burdamente subrayado que me irrita sobremanera. Menos mal que el final, el verdadero final, sí funciona.

Jesús Lens

El agua presa de Rules

¿Situaron ustedes a la presa de Rules en su lista de infraestructuras pendientes en Granada, ayer, si participaron en esta propuesta? Bueno, a la presa como tal, no. A las conducciones, quiero decir. ¿Se acordaron de ellas? Porque el tema del agua, por mucho que este año haya llovido con abundancia y ahora estemos bajo la Gota Fría, es capital.

No acordarse de la presa de Rules y sus conducciones pendientes es no acordarnos de los agricultores de la Costa Tropical, de sus necesidades y demandas. Es echar los mangos, aguacates, chirimoyos y demás productos hortofrutícolas al saco del olvido. Pero, sobre todo, la presa de Rules sin conducciones es un monumento al despilfarro, una inversión elefantiásica cuyos máximos beneficiarios son… los windsurfistas. Que ole por ellos, pero que manda huevos.

Si les gusta la geoestrategia y son de leer informes de análisis y perspectivas globales, sabrán que el acceso al agua es uno de los desafíos más importantes a los que se enfrenta la humanidad. De hecho, la propiedad del agua es fuente de conflicto en todo el mundo, incluida la España de los trasvases. Frente a este panorama, en la Granada que viaja en el furgón de cola de una de las regiones más pobres de Europa… tiramos el agua al mar.

Lo denunciaban los miembros de la asociación Agua para el Campo, tal y como contó Rebeca Alcántara en las páginas de Ideal, a comienzos de septiembre: “Los pantanos están hasta la boca y el agua se sigue tirando al mar, mientras que los agricultores de la margen derecha del Guadalfeo seguimos pagando la electricidad a precios desorbitados”. (Leer AQUÍ)

Los agricultores de la Costa Tropical insisten en sus críticas a PP y PSOE por igual: “Este embalse se hizo precisamente para llevar agua a esos puntos y quince años después sigue sin haber tuberías que la conduzcan. A cualquiera de fuera que se lo cuentes, no se lo cree”.

Efectivamente, resulta increíble. Como inaudito es escuchar que los agricultores están dispuestos a poner dinero de su bolsillo para que se afronte, cuanto antes, el proyecto conocido como Tubería Negra. Es una parte de la obra total que permitiría llevar el agua a la margen derecha del Guadalfeo y que en nada entorpecería o condicionaría las futuras obras de canalización. Un tema, el del agua y Rules, a seguir muy de cerca.

Jesús Lens

La que más nos falta

¿Se anima usted a hacer un pequeño ejercicio práctico? Si está en el bar o en la cafetería, coja una servilleta y pida un boli en la barra. Salvo que sea usted de la maravillosa vieja escuela que aún va por el mundo con su propio bolígrafo. Si está en casa o en la oficina, un folio valdrá.

Ahora, y sin seguir leyendo esta columna, anote las tres infraestructuras más importantes que, a su juicio, no se han realizado en la provincia de Granada en los últimos años. Unos dirán que la culpa es de la crisis. Otros, que estamos olvidados por Sevilla y por Madrid. Los habrá, incluso, que responsabilicen al propio ser granaíno, más proclive a la queja y al lamento que a la acción directa.

Da lo mismo. Eso nos da igual de cara al ejercicio planteado. ¿Han elegido ya cuál es su podio de infraestructuras pendientes? ¿Las han situado en orden creciente?

Cuando me puse a hacer esta folletaíca, ni que decir tiene que en lo más alto situé al AVE. Y a la estación, soterrada o sin soterrar. De Moneo o sin monear. El tren como anhelo. El tren como metáfora. El tren. Cada vez que veo una película con tren me descubro suspirando con melancolía. Me da lo mismo que sea un film de época o un western; uno contemporáneo o futurista y de ciencia ficción. Es ver unos raíles y una locomotora en pantalla y me quedo como tonto, con la mirada perdida.

También me acordé de proyectos fantasma como el Atrio de la Alhambra o el Gran Espacio Escénico, cuyas maquetas, planos y proyecciones virtuales ya forman parte de la memoria de una Granada Imposible, la Granada que Nunca Fue.

Luego pasé por segundas circunvalaciones, el Museo de la ciudad, puertos deportivos y nuevas dársenas… ¡Hasta al funicular a Sierra Nevada y a las escaleras mecánicas a la Albaicín-Alhambra llegué! Y es que, armados con un boli, una servilleta y una Milnoh bien fría sobre la barra; todos somos los mejores arquitectos de nuestra tierra.

Cuando pagué la dolorosa y ya salía por la puerta, caí en la cuenta de la gran infraestructura pendiente en Granada. Una de las que más falta nos hacen y que tan olvidada tenemos. Ojalá hayan estado ustedes más avispados con su lista que yo…

Jesús Lens

Un rival llamado algoritmo

Hace unos años tuve la fortuna de compartir un panel de análisis económico sobre la exclusión financiera con Joaquín Estefanía, que ayer se convirtió en tendencia en las redes sociales por una soberbia pieza en la que defiende la necesidad de un nuevo contrato social, dada la desigualdad rampante provocada por lo que él llama la Gran Recesión. (Leer AQUÍ)

Coincidió esa lectura con otra, bastante más simplista, sobre la incidencia que tendrá la inteligencia artificial en nuestra vida: dado que los robots harán buena parte de las labores que los humanos venimos desempeñando hasta ahora, nuestra jornada laboral se acortará exponencialmente. Pero no pasará nada porque habrá más riqueza para repartir entre todos…

El mantra de que los robots van a pagar nuestras nóminas, impuestos y cotizaciones a la seguridad social, disculpen mi pesimismo, es radicalmente falso. ¿En qué me baso? En lo ocurrido en las últimas décadas, desde la irrupción de Internet y los procesos de digitalización. Por supuesto que los ordenadores han facilitado la forma de trabajar en (casi) todos los sectores de la economía, pero ¿en qué se ha traducido dicho proceso, laboralmente hablando?

La última gran batalla sobre la jornada laboral, la de las 8 horas, data de la Revolución Industrial, a comienzos del siglo XIX, y costó sangre, sudor y lágrimas que los trabajadores se la impusieran a la patronal, peleándola en la calle, entre huelgas y barricadas. Hace unos años, cuando nos creíamos ricos, se implantaron las famosas 35 horas semanales. ¿Se acuerdan? Al margen de la función pública, ¿conocen ustedes a mucha gente que eche 35 horas a la semana en su puesto de trabajo? De las reales, quiero decir. No de las firmadas.

Lo siento, pero no creo en la panacea de la inteligencia artificial. Estoy convencido de que aumentará la productividad de las empresas, por supuesto. Pero los beneficios que genere en las cuentas de resultados se traducirán en una correlativa e inmediata pérdida de puestos de trabajo. La digitalización es lo que tiene.

Hoy, el gran rival del trabajador humano es un algoritmo. Y como el ludismo nunca ha sido una opción lógica o sensata, mientras llegan la Renta Básica Universal y el nuevo contrato social que palie la exclusión laboral, solo queda adaptarse y tratar de ganarse la vida en sectores en los los que los robots partan con desventaja.

Jesús Lens

La Universidad de la Vida

Confieso que tengo debilidad por Joaquín Reyes. No soy nada original, ya lo sé, pero me pirra el humor chanante. Me gusta Reyes, por ejemplo, cuando habla de la gente que merece morir. Esos que saludan con holi y se despiden con un “me piro, vampiro” o los que hacen fotis de sus pies -¡los pies!- a la orilla del mar y escriben “Aquí, sufriendo”.

 


Dentro de esa categoría, o al menos dentro del apartado de gente que se merece sufrir mucho, yo solía incluir a los que escribían “Licenciado en la Universidad de la Vida” en sus biografías de facebook. Me parecía algo pretencioso y con un tufillo a autoayuda barata más apestoso que un chorreón de Varón Dandy.

Hablo en pasado porque ahora, a la vista del despelote de tesis, másteres, plagios, doctorandos, negros y niveles académicos a la altura del bordillo de las aceras, me he convencido de las virtudes y bondades de haberse bregado en la Universidad de la Vida, bastante más dura y exigente que la Rey Juan Carlos.

Hace unos años, en los tiempos de Corcuera, nos echábamos las manos a la cabeza por la falta de currículo de un ministro electricista. Hoy, sería un aval. Con la cuestión del Mástergate empieza a aflorar un tipo de corrupción muy sibilina: dado que los partidos políticos se han convertido en empresas que mantienen a miles de trabajadores y como muchos de ellos -véanse los ejemplos de Susana Díaz y Juanma Moreno en Andalucía- están llamados a ocupar puestos de altísima responsabilidad en la administración; conviene estar a bien con ellos y facilitarles la vida en la medida de lo posible, sin que se note mucho.

Lo escribía el siempre lúcido y certero jurista Miguel Pasquau en un brillante tuit: “A ver si van a tener razón los franceses que consideran que el dato más importante del curriculum para acceder a un empleo (más allá de reunir los requisitos legales) es la nota media del bachillerato. Claro, que es un bachillerato francés, que no es poca cosa”.

El Bachillerato no miente…

¡Cuánto daño le está haciendo el Mástergate a la credibilidad de las Universidades españolas, transmitiéndose la sensación de que las licenciaturas, los doctorados, los cum laude y las maestrías se reparten como churros entre algunos privilegiados cuyo mayor mérito es militar y portar un carné en la cartera!

Jesús Lens