Contra mí mismo

Les cuento una cosa que me sucedió entre el jueves y el viernes. Es mi columna de IDEAL, pero hoy no encajan ni fotos ni ilustraciones. A ver qué les parece…

El pasado jueves acabé de hacer una serie de planchas y abdominales y, todavía con la música de Prophets of Rage a todo volumen, encendí la luz del salón, que apenas se veía ya nada. Terminé de ordenar unos papeles y me vestí tras una imprescindible ducha. Cuando salía, que había quedado con mi Cuate Pepe para ir a escuchar jazz, apagué todas las luces, pero dos foquitos se negaron a acatar la orden.

Me entretuve en pulsar todos los interruptores, encendiendo unas luces y apagando otras. Salón, pasillo, entradilla y terraza se iluminaban y se quedaban a oscuras, pero los LED sobre el sofá seguían impertérritos. Como se me había hecho tarde, los dejé encendidos, prometiéndoles que a la vuelta se las verían conmigo.

Y así fue. Vaya por delante que me había tomado alguna que otra cervecilla, celebrando el reencuentro con los amigos, pero el caso es que no hubo manera de apagar los malditos focos. Me cabreé tanto que desenchufé lámparas, tele y router, por si era cosa de un mal contacto. ¡Hasta desconecté la luz general, a ver si así! Pero no hubo manera: en cuanto la volví a dar, se encendieron las viles bombillas.

Me acosté dejando la puerta del cuarto cerrada a cal y canto, que era imposible pegar ojo con aquella maldita luz y no quería dejar el frigorífico sin corriente. Me desperté, asfixiado de calor, a eso de las 5 am. Abrí la puerta. Los focos seguían jodiéndome la vida. Me puse a leer. Me volví a dormir. Y a despertar. Cuando sonó el despertador, el tam-tam que sacudía mi cabeza se parecía bastante a una resaca, pero peor.

Bajé a tomar café y, al volver, decidí desconectar otra vez la luz general y, cuando los focos se hubieran enfriado, quitarlos y cambiarlos por otros, a ver si así… ¡O sacrificarlos definitivamente! Me senté y entonces y solo entonces caí en la cuenta: me volví hacia atrás y allí estaba el maldito interruptor que encendía y apagaba los LED, oculto por el respaldo del sofá.

Más allá de la sensación de agilipollamiento, fue la terrible impotencia, el no-me-lo-puedo-creer. Y el temor a que mi propia casa, mis espacios más íntimos, mi mismísima zona de confort; hayan empezado a conspirar contra mí. O es eso, o… prefiero no pensarlo.

Jesús Lens