100 + 1 ideas para mejorar Granada

El Hashtag, en Twitter, es #ideasparaGranada y, lo reconozco, me está salvando una tarde que se presumía horrorosa.

Estar malo es un coñazo. Estar agotado es peor: te quita las ganas de todo. Y solo dormir, no puede ser.

Pero cuando estás agotado, no puedes correr y pensar en algo tan sencillo como ir al cine se convierte en una empresa aventurada y terrorífica.

Así que vi “La mirada de Ulises”, una de esas películas reflexivas, lentas y pausadas, después de haber visto la procaz “El sargento de hierro”. Y me vine al despacho, al sillón, a darles un reposo a las lumbares.

Tenía unas ideas que quería convertir en artículos, posibles artículos para IDEAL o entradas para el blog… y me asomé al Twitter. Y me lo encontré ardiendo, con propuestas, ideas y diálogos sobre el futuro de Granada tan cortos como intensos.

¿Leyeron hoy, en nuestro periódico, las 100 + 1 propuestas para que Granada salga de la crisis? Se ha consultado a algunas de las (teóricas) mentes más preclaras de nuestra tierra, compilado sus respuestas y publicado en un espectacular especial de ocho páginas.

A partir de ahí, las redes sociales han empezado a echar humo y, en concreto, Twitter no para de recibir Tweets, Retweets, respuestas y contrarrespuestas. Al aparato, todo tipo de gente, más o menos conocida. A destacar, de entre la gente “pública”: Pepe Martínez Olmos @PmOlmos Juan Francisco Delgado @Juanfradelgado Pablo Suárez @Desde_Jocaya y Pepe Torrente @torrentepep , cuyas cuentas de Twitter es interesante seguir.

Entre el Twitter (reconozco que también jugué con el hashtag #PalabrasDespuesDeAsesinar  (“haber elegido susto” y “cariño, qué rica nos ha salido la sangría esta noche”) y la música de Joe Zawinul, me arranqué con un par de artículos: “Marcas de la casa” y “De empresas y aventuras”, relacionados con esta Tormenta de Ideas para Granada.

Justo ahora que termino estas líneas, leo una excelente propuesta de Alberto Bueno: no faltan buenas ideas. Faltan piernas para ejecutarlas.

Y me da qué pensar.

¿Estáis de acuerdo?

Todo esto me hace tirar de hemeroteca y recordad artículos como “El ser perruno”, “¿Quién tiene un sueño?”, “Recortar cultura = suicidarse”. O aquella «Granada I love you» ¿Os acordáis? La secundamos con un cuento «Al cabo, García» y Colin Bertholet se unió animoso, con su trabajo.

Estamos en un momento decisivo.

Animaos a participar en 100 + 1ideas para cambiar Granada.

Pero, inmediatamente después, tenemos que hacer un importante esfuerzo colectivo por creérnoslo. Y arremangarnos para trabajar duro. Y conseguirlo.

Can we?

Jesús top 100 think Lens

El profesor: un héroe cualquiera

Hace unos días publicábamos en IDEAL un artículo sobre el papel de los profesores, en las aulas. Hoy damos una vuelta de tuerca más y publicamos otro sobre el papel que muchos de ellos desempeñan fuera de las clases.

Uno de los profesores que más me ha condicionado a lo largo de mi vida es uno que nunca me dio clase.

Cuando estudiábamos EGB, Marfil era un mito. Seco como un espárrago triguero, en invierno llevaba a los chavales a practicar esquí de fondo a la Sierra y, cuando no había nieve, los grupos de atletas que seguían su estela por los senderos de la Fuente de la Bicha eran todo un espectáculo.

No recuerdo de qué daba clases en el colegio, pero como atleta, Marfil era querido, admirado y reverenciado. ¿Cuántas generaciones no deberán a Marfil el llevar una vida atlética, sana y deportiva? Un profesor como ése, sencillamente, es un lujo y cualquier colegio debería vanagloriarse por tenerle en su Claustro.

Como pasaba con Don Juan, otro de esos maestros que, sin tener necesidad ni obligación, reunía a un puñado de alumnos de octavo y, en horario extraescolar, nos hablaba del Hombre de Orce, espoleaba nuestra curiosidad y nuestra imaginación y nos empujaba a convertirnos en aprendices de Indiana Jones, los sábados y domingos, buscando fósiles por el Torcal de Antequera o en las serranías de Córdoba.

Un profesor puede limitarse a cumplir con su horario, dar sus clases, marcharse a su casa y, hasta la mañana siguiente; un día tras otro. También puede aspirar a convertirse en un héroe para los alumnos de su colegio o instituto. Un héroe puede ser lo mismo un atleta que el músico que toca en un grupo, el dibujante que hace historietas o el lector y cinéfilo que guía los gustos de sus alumnos, que los moldea y los pule, los ilustra y los conduce.

Todo este tipo de actividades, por lo general, se realizan de forma privada, fuera de la escuela y el instituto. Y nadie les paga por ello, a los profesores. El mismo sueldo cobra el desganado y poco implicado que el imaginativo, esforzado y comprometido maestro que, además de dar clases, se convierte en modelo y referente para los chavales.

Insistamos, ahora que comienza el curso, en reivindicar la figura de una de las personas más importantes en la vida de nuestras jóvenes generaciones: tanto o más aprenden de lo que ven y perciben en sus profesores, de su comportamiento y forma de vida en la calle, que de lo que se les enseña en las aulas.

Una tarde iba corriendo con mi hermano por la Fuente de la Bicha, cuando una voz nos animó desde la lejanía: – “¡Bien por esos hermanos que corren juntos!” Era Marfil.

Ganar una medalla de oro en una Olimpiada no me habría hecho tanta ilusión como ese grito de aliento de un extraordinario profesor que, sin haberme dado una sola lección en la pizarra, tanto ha contribuido en mi formación como persona, como individuo, como ser humano.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

La alegría de los profesores

Unas notas, para aportar al debate educativo, en un artículo que publicamos hoy en IDEAL, con un puntito sentimental y, como escribe Rosa Montero “Los articulistas llevan dos semanas escribiendo sobre los profesores: pocas veces he visto tanta redundancia. Mis disculpas al lector que ya esté harto”.

No me extraña la que le ha caído a Esperanza Aguirre por su famosa carta. Más allá de las supuestas faltas de ortografía, lo que me parece deleznable es que toda una ex Ministra de Educación firme y suscriba, como Presidenta de Madrid, la misma cantinela que venimos oyendo desde que el mundo es mundo: los profesores son unos privilegiados con trabajo fijo y garantizado que no sólo gozan de unos horarios envidiables sino que también disfrutan de unas interminables vacaciones, tan desproporcionadas como ¿inmerecidas?

Uno atesora la imagen imborrable de su madre, profesora, corrigiendo exámenes bajo un flexo, preparando clases, leyendo libros sobre filología, lengua y literatura, una tarde tras otra. O recuerda que, en su antigua casa, la banda sonora que nos despertaba los fines de semana era el continuo e interminable aporrear de los dedos de su padre, profesor, sobre las teclas de su máquina de escribir. Por eso, escuchar según qué cosas, me daría mucha risa si no fuera porque me da mucha pena. Y rabia.

Lo que pasa es que en este país, por mucho que estemos en el siglo XXI y nos creamos muy modernos y vanguardistas, seguimos teniendo la rancia mentalidad del presencialismo histórico y existencial: si no estás, es que no trabajas. Si no te ven, es como si no estuvieras. Dan igual Internet, el ADSL, la portabilidad, los iPad, la formación, el reciclaje, la calidad o la productividad. ¡Ahí te quiero ver, impasible el ademán, horas y horas encorvado sobre tu mesa! No importa tanto lo que hagas o cómo lo hagas, cuanto que te vean.

Y, sobre todo, los españoles seguimos siendo asquerosamente mezquinos y envidiosos. En realidad, pasamos de la calidad de la enseñanza, el Informe PISA y las aplicaciones informáticas en la educación. El hecho de que un profesor tenga dos meses seguidos sin clase (que no de vacaciones) nos jode. Y punto. ¿Por qué ellos sí y yo no? Esa es la cuestión.

Imaginemos que apareciera un nuevo sistema educativo por el que los maestros fueran capaces de conseguir que los alumnos aprendieran más y mejor… en la mitad de tiempo. ¿Nos pondríamos contentos y saltaríamos de alegría, pensando en el nuevo horizonte que se abriría frente a nosotros o empezaríamos a quejarnos, inmediatamente, de las muchas vacaciones que iban a tener los profesores?

Un reciente estudio de ESECA señala que quiénes más tiempo estudian y más esfuerzo invierten en su formación, tienen más probabilidades de encontrar trabajo. Y no es una perogrullada, que anda que no hemos escuchado veces, en los tiempos del ladrillazo, eso de que estudiar no sirve para nada. Así las cosas y en vez de quejarnos por sus vacaciones, ¿no deberíamos preocuparnos de que nuestros maestros y profesores estuvieran contentos, alegres y optimistas, fuertes y energéticos, motivados y satisfechos, para dar lo mejor de sí mismos en beneficio de nuestros niños y jóvenes?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

El poder del consumidor

Si veis la encuestas de la Margen Derecha, preguntábamos por nuestra identidad, de cara a posicionarnos para este artículo.

Que usted y yo, querido lector, no somos apenas nada, lo tenemos claro. O deberíamos. Nos pongamos como nos pongamos, no pintamos un pimiento ni en el concierto internacional, ni en el nacional, regional o local. Ojo, ni usted, ni yo… ni el alcalde, el presidente autonómico o el líder de la oposición. Aquí ya no pinta nada nadie.

No vamos a utilizar el recurso fácil de cargar contra ZP, cuya ceja enarcada es ejemplo en todas las escuelas de póker del mundo de cómo la suerte y las rachas siempre se terminan acabando. Pensemos en un tipo como Trichet. A Trichet, ese halo de Gandalf malévolo y gamberrote le viene dado, única y circunstancialmente, por ser presidente del Banco Europeo, que puede sonar a cargo muy importante, pero que, como el ejemplo de Strauss Kahn ha puesto de manifiesto, es tan voluble y sujeto a una caducidad tan fugaz que ni la mayonesa fuera del frigorífico. Y después, ¿qué? A dar conferencias y jugar al golf.

¡Si el mismísimo Obama lleva envainándosela una y otra vez desde que llegó a la Casa Blanca, hace ya tres años! Qué risa, cuando él y tantos otros pensábamos que, por fin, la política iba a embridar y meter en vereda a los mercados, los activos tóxicos, la prima de riesgo y las hipotecas basura.

Lo siento, pero he perdido cualquier esperanza en la persona, en el ser humano. A la contra, yo solo creo en el consumidor, en su tarjeta de crédito y en su capacidad de compra. De ahí que esta columna empezara diciendo que no somos “apenas nada”.

¿Quién manda en el mundo? ¿Quién gobierna, en realidad, nuestra vida? Las empresas. ¿De qué viven los mercados? Sean grandes, medianas o pequeñas, el mundo es de las empresas: todo gira en torno a ellas, siendo sus consejos de administración los que toman las decisiones que marcan el día a día de nuestra existencia, desde el precio del periódico a la calidad del café mañanero con que acompañamos su lectura.

Y ahí, como consumidores, sí tenemos mucho que decir. Y que exigir. Lo que habitualmente se nos hurta como ciudadanos, se nos concede como clientes. Desde el añorado “el cliente siempre tiene la razón” a las vetustas hojas de reclamación, en sus adaptaciones virtuales al siglo XXI. Si alguna utilidad pueden tener la implosión de las redes sociales y su imparable desarrollo es para, como consumidores y clientes, estar en condiciones de exigir comportamientos éticos, responsables y comprometidos a las empresas que dependen de nosotros para sobrevivir.

Esta campaña tuvo un éxito brutal

Desde que la irracionalidad abusiva del capitán Charles Boycott provocara la efectiva, lúcida y exitosa respuesta no violenta de sus vecinos irlandeses, dejando de mantener cualquier relación comercial o profesional con él, el boicot es una de las herramientas más demoledoras que, sensatamente usada, los consumidores tenemos a nuestro alcance. Y, jamás antes, las tecnologías de la comunicación han permitido que más personas en menos tiempo estemos en condiciones de articular exigencias y dar cumplida respuesta a esas empresas y mercados que, no lo olvidemos, sin nosotros, no son nadie.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.