La rebelión de los besos

El domingo, unas espectaculares y bellísimas nubes lenticulares se enseñorearon del cielo de Granada. Un cielo que se tiñó de rojo sangre para despedir una semana contradictoria y darle la bienvenida a otra que está resultando extraña, confusa y estupefaciente.

Me devano los sesos tratando de buscar tema para esta columna. Que haberlos, haylos. Porque la agenda de nuestros representantes institucionales sigue en pie. Podría escribir sobre la entrevista de Quico Chirino a Imbroda, el consejero de Educación al que hace unos días vimos balbucear en una rueda de prensa, incapaz de explicar a los medios de comunicación los baremos para acceder a una plaza en la enseñanza concertada. Tan incapaz que tuvo que recurrir a su director general para que le sacara del aprieto.

O sobre CEGSA y su superávit de directivos, cuyo presupuesto se asemeja a una versión actualizada del cuento de la lechera. La pregunta es: ¿se irán a casa esos nuevos fichajes si no consiguen incrementar las partidas de ingresos por nuevos patrocinios en los porcentajes comprometidos? Deseándoles suerte y buena fortuna en el empeño, permítanme que me muestre escéptico.

Empiezo a escribir sobre esos temas, o sobre la ruina de la Huerta de San Vicente, pero me desfondo a las pocas líneas y vuelvo a buscar las noticias más recientes. Sobre el coronavirus, claro. Y sobre Italia, cortante espejo en el que deberíamos mirarnos. En el país de la bota ya no se enfrentan a la epidemia sin miedo (sic), respondiendo con valientes besos y desafiantes abrazos a las prohibiciones de las autoridades sanitarias, como nos hemos hartado de leer desde que se canceló el carnaval de Venecia.

Ahora, la gente trata de escapar de la cuarentena impuesta en Lombardía por lo civil y hasta por lo criminal y los médicos “tienen que decidir a quién salvan y a quién no, como en la guerra”. ¿Dónde queda la rebelión del buen rollito? Por una vez, la gente del norte trata de encontrar refugio en el sur, más allá de las vacaciones, el sol y la playa. Una triste y cruel paradoja.

Jesús Lens

Juntarse o no juntarse

Esa es la cuestión. Y mi duda existencial estos días. ¿Cuándo podemos juntarnos y cuándo está recomendado que nos quedemos cada uno nuestra casa y Dios en la de todos? Porque no lo tengo claro.

Las manifestaciones de ayer por ejemplo. Mientras que juntarse para celebrar un reivindicativo 8M entraba dentro de la agenda de lo admisible, que los de Vox se reunieran en Vistalegre fue saludado como una temeridad y una provocación al coronavirus.

¿Será que no es lo mismo juntarse a puerta cerrada —de ahí que se haya aplazado el congreso de Inteligencia Artificial que iba a celebrarse en Granada— que hacerlo al aire libre? No sé yo, entonces, porque está en jaque la celebración de las Fallas de Valencia o se ha aplazado la Maratón de Barcelona. O las amenazas a la Semana Santa, con bromas incluidas sobre la capacidad anticontagio de las vírgenes con más fama de milagreras.

Las grandes empresas de nuestro país se están olvidando de las convenciones de directivos, evitan los cursos de formación presenciales y cancelan cualquier macro reunión que suponga meter a más de quince o veinte personas en una misma sala.

Besarse o no besarse

El mayor foco de coronavirus detectado en nuestro país se produjo por culpa de un funeral celebrado en un tanatorio de Vitoria. Gente juntándose para despedir a un fallecido. Sin embargo, cines, teatros, autobuses y salas de conciertos funcionan con naturalidad. Y las barras de los bares a tope, todo el fin de semana.

Aún así, se ha pospuesto el estreno de varias películas, incluyendo la española ‘Operación Camarón’, joya de la corona de Telecinco y destinada al mercado doméstico. ¿En qué quedamos?

Del coronavirus apenas se sabe nada. Al menos, con rigor científico. Sí está demostrado, sin embargo, que su capacidad de contagio es brutal y su tasa de mortalidad en personas de 60 años o más es terrible. A pesar de ello, personas sin cualificación alguna en la materia no tienen empacho en sostener y escribir que no es más que una gripe. Que en realidad sólo mata a los viejos. ¡Y se quedan tan anchos!

Jesús Lens

 

Mujeres en un autobús

Cogían el 4 a la misma hora, en dirección al trabajo. Eran viejas amigas, aunque ambas se sentían feliz y desprejuiciadamente jóvenes. Sobre todo, los viernes.

—Vaya leche—, dijo Angustias—. Este fin de semana va a hacer malo. ¡Con lo organizadito que lo tenía todo!

—¡Pero qué dices!— le respondió Esperanza—. Según mi móvil, van a subir las temperaturas.

—¡Anda ya! En el mío, bajan. Además, hay riesgo de lluvia.

Se enseñaron los móviles respectivos y, cuando comprobaron que ambas tenían razón, se echaron a reír. Al cesar las risas, en vez del socorrido “estos del tiempo no dan una”, Esperanza le propuso un trato a Angustias.

—No tengo nada importante previsto para estos días. Sólo quiero acabar la novela que tengo entre manos y ver Netflix. ¿Por qué no te llevas tú mi teléfono, donde dice que va a hacer bueno, y me quedo yo con el tuyo? ¡Con lo que me gusta leer tumbada en el sofá con una mantita mientras llueve afuera!

Esta vez fueron carcajadas. Sin embargo y sin pensarlo mucho, se animaron a intercambiar sus teléfonos. “Puede resultar divertido”, se dijeron tras darse los pines respectivos y quedar en avisarse si ocurría algo grave.

El lunes por la mañana, de nuevo en el autobús, al devolverse los móviles, Esperanza y Angustias se sentían confusas y extrañas. Cortadas.

—Que calladito te lo tenías.

—Pues anda que tú… ¡quién lo habría dicho! Con esa carita de no haber roto un plato en tu vida.

El martes no coincidieron. Una de ellas cogió el Metropolitano. La otra se fue andando con la excusa de que le vendría bien hacer algo de ejercicio. El miércoles, sólo una se decidió a retomar el bus. El jueves, ambas; aunque no se sentaron juntas. Llegado el viernes, aunque incómodas y recelosas, volvieron a compartir asiento.

A punto de llegar a su destino, al unísono y sonriendo, ambas preguntaron en alta voz: ¿Qué tiempo dice tu móvil que hará mañana?

Jesús Lens

Lorca en viñetas

El jueves, al salir de ver la exposición ‘Suites. El viaje de la percepción’ del Centro Lorca, (leer AQUÍ las impresiones) me fui de librerías. Llevaba un par de meses sin pasear entre anaqueles, con tiempo y delectación. Encontré una nueva edición de ‘Lorca. Un poeta en Nueva York’, de Carles Esquembre, que incluye cinco poemas ilustrados por el artista especialmente para la ocasión.

Nada más llegar a casa, le metí mano a ese cómic tan especial, entre lo narrativo y lo onírico, centrado en la larga estancia neoyorquina del poeta. Las secuencias transcurren entre los bares clandestinos y clubes de jazz, visitas a Coney Island y a los espectáculos de freaks, los recuerdos mezclados de ensueños protagonizados por Buñuel y Dalí, las echadoras de cartas para adivinar la buena (o la mala) fortuna, el crack del 29 y los suicidas cayendo de lo alto de los rascacielos…

Me fascina la luz con la que Esquembre dibuja a Federico García Lorca, iluminando a todos quienes le acompañan en las viñetas. Me maravilla asomarme al cuarto en que residía en la Universidad de Columbia, con el póster de una película de Harold Lloyd en la pared. Un cómic fascinante, rico y abigarrado que nos recuerda la intención de Lorca de publicar ‘Poeta en Nueva York’ en una edición que combinara sus poemas con dibujos, fotografías, fotomontajes e ilustraciones cinematográficas. ¡Un auténtico libro de artista!

Y cómo duele esa nota final dejada a su editor en Madrid, en julio del 36: “Querido Pepe: he estado a verte y creo que volveré mañana. Abrazos de Federico”…

Al terminar el tebeo, sin solución de continuidad, releo otro cómic: ’La huella de Lorca’, de Carlos Hernández, nuestro compañero de IDEAL, padre de Orceman; y El Torres.

Como señala el propio autor, autorretratado en una de las últimas viñetas, no se trata de una biografía al uso. “La obra trata sobre las personas que conocieron a Federico… hacerlo vivir a través de las impresiones de quienes tuvieron la suerte de estar junto a él. Momentos buenos y malos”.

Y es que, efectivamente, Lorca vive. Y palpita. Y duele.

Jesús Lens

El grito de Lorca

Estuve viendo ayer ‘Suites. El viaje de la percepción’, la tercera exposición que acoge el Centro Lorca desde la llegada del legado del poeta. Otra maravilla, como las dos anteriores.

Estamos ante una exposición poco vistosa, en el sentido espectacular del término. Una exposición que invita al descubrimiento sosegado, que estimula la curiosidad y que abre puertas inéditas, al menos para mí, al universo creativo de Lorca.

Lo que más me fascina de estas muestras es disfrutar de los originales de los manuscritos del poeta, con sus tachaduras, palabras cambiadas y nuevos versos incrustados de forma abigarrada en el papel. Acostumbrados a leer las versiones definitivas de los poemas, resulta muy emocionante asomarse al proceso creativo del escritor, a sus dudas, cuitas y zozobras.

Busquen en su biblioteca —o en Google Books— el poema ‘Armonía’, de la llamada Suite Newton. En un momento, reza así: “Las olas / vienen con el suspiro / y la estrella / con el grillo”.

Si se pasan por la exposición del Centro Lorca, acérquense a la vitrina que contiene el manuscrito de ese poema y verán que, originalmente, el autor no escribió ‘suspiro’, sino ‘grito’. ¡Cómo varía el sentido del poema, cambiando ese grito por un suspiro!

Lo más curioso de ‘Suites. El viaje de la percepción’ es que se trata de una exposición sobre un libro que jamás existió. Al menos, en vida del poeta. La muestra también desgrana los infructuosos esfuerzos de Lorca por publicar una colección de poemas cuyos originales están actualmente dispersos por medio mundo. De hecho, ‘Suites’ como libro sigue siendo un ‘work in progress’, un trabajo en ejecución en el que se haya inmersa Melissa Dinverno, la comisaria de esta exposición.

Igualmente destacable es el trabajo de producción de la muestra, con las paredes de las salas expositivas llenas de reproducciones de poemas, breves ‘suites’ que estimulan nuestros sentidos, y de cartelas explicativas del titánico trabajo lorquiano por provocar la emoción del lector de forma pura y directa, trascendiendo el sentido interpretativo de las palabras y del lenguaje. Por ejemplo, esa composiciones cortas, flashes luminosos a modo de haikus.

Jesús Lens