Confianza y apoyo mutuo

Les contaba hace un par de días que tenía previsto viajar a Uzbekistán en Semana Santa. El país asiático ya ha confirmado que nones: los españoles que quieran entrar deben pasar una cuarentena de 14 días en las instalaciones habilitadas para ello.

La agencia con la que estaba tramitando el viaje me plantea la devolución de la cantidad entregada a cuenta o aplazar el periplo a otro momento del 2020. En la fecha que mejor me encaje. A la propia Uzbekistán o a cualquier otro país, con un descuento de 100 euros.

Mi primer impulso fue pedir la devolución de la pasta y asunto resuelto. Ave que vuela, a la cazuela. Más vale pájaro en mano que ciento volando. En este sentido, el refranero español es muy versado y versátil. Después, me lo pensé.

Si puedo, haré un viaje este año. A Samarkanda o a donde sea. Llevo dos años sin vacaciones como tales y cerca de tres sin viajar lejos. Entonces, ¿por qué no darle un voto de confianza a la agencia, que estará pasando un momento complicado con las cancelaciones de Semana Santa?

Igual que estoy convencido de que España cerrará, de facto, y nos encontraremos con un confinamiento obligatorio de un par de semanas al menos; también lo estoy de que esto pasará. Cuando termine, saldremos a las calles a celebrar de forma desaforada el reencuentro con nuestra anterior existencia. Tendremos hambre y sed de comérnoslo todo. De bebernos la vida.

A los autónomos nos va a resultar jodido este tirón. En el sector del turismo y la hostelería ya están sufriendo lo indecible. De cara a aliviar estas semanas, se me ocurre que podíamos hacer reservas para cuando todo esto pase. Reservas pagadas que den oxígeno financiero a los establecimientos del sector que se van a ver obligados a cerrar sus puertas y a mandar a los trabajadores a casa.

Vales o cupones para futuros almuerzos y cenas canjeables a lo largo de todo 2020. Menús especiales por el reencuentro. Lo que a cada uno se le ocurra. ¡Confianza y apoyo mutuo!

Jesús Lens

La otra epidemia

Ayer por la mañana, antes de la Bolsa abriera su catastrófica sesión y las noticias sobre el coronavirus nos obligaran a hacer scroll en la pantalla del móvil cada pocos minutos, la Guardia Civil ponía en marcha la operación Mocy en Pinos Puente.

Armas de fuego y 2000 plantas incautadas y cinco detenidos en la enésima batida contra el cultivo ilegal de marihuana. Escribo ‘enésima’ sin sentido peyorativo, entiéndaseme bien. Es sólo que tengo la sensación de estar viviendo en el Chicago de los años 20 del siglo pasado, cambiando el alcohol de contrabando por la ‘marijuana’.

La lista de tiroteos que viene sacudiendo a la capital y al área metropolitana por asuntos relacionados con este tráfico es inaudita. Hace unos días, a las cuatro de la tarde, más de 70 balas despertaron de la siesta a los vecinos de Alhendín. ¡70 balas! Como si de ‘El precio del poder’ de tratara, con un Tony Montana de andar por casa al mando de las operaciones.

Lo venimos denunciando desde hace mucho tiempo. La buena prensa de la marihuana, su fama de inofensiva, enrollada, contracultural, alternativa y molona total le granjea unas simpatías que maldita la gracia tienen.

Los cultivos de marihuana en Granada están en manos de bandas organizadas de delincuentes, una mafia cada vez más salvaje y violenta que no duda en tirotearse a plena luz del día para ajustarse las cuentas o en los ‘vuelcos’ que tratan de robarle la mercancía a la competencia.

Enhorabuena y gracias a esa Guardia Civil que, sin pausa, responde a cada tiroteo con nuevas detenciones y operaciones de desmantelamiento de los cultivos ilegales. Eso sí, habría que echarle una pensada a la cuestión de las penas que conlleva la comisión de estos delitos. Porque la legislación también es laxa con todo lo relativo a la marihuana.

No quiero abrir el debate de la legalización o no de las drogas. El marco jurídico es el que es. Pero una serena reflexión sobre las consecuencias penales de este tráfico no estaría de más, máxime ahora que vamos a tener mucho tiempo.

Jesús Lens

Aplazar, cancelar, suspender

Estos días estoy en comunicación directa con la embajada de Uzbekistán en Madrid. En Semana Santa tenía previsto visitar su país para cumplir uno de mis sueños viajeros: conocer Samarkanda. Un plan que, me temo, va a resultar fallido.

En Uzbekistán no hay coronavirus, por lo que la embajada me advierte que a los viajeros con síntomas de la enfermedad que llegaran a su país, se les dejaría durante 14 días en cuarentena. Y espérate tu, que la república asiática no permite la entrada a su territorio de vuelos procedentes de Afganistán, China, Corea, Irán o Italia.

Los ciudadanos de los muy desarrollados países de la Unión Europa ya no somos bienvenidos en todos sitios, como hasta ahora. Por una vez estamos bajo la escrutadora mirada de unos funcionarios a quienes no les temblará el pulso a la hora de impedirnos la entrada en su país si consideran que somos un riesgo para la salud de sus ciudadanos. Esta vez, nosotros somos los Otros.

Estos días miro con respeto, admiración y cariño a todas las personas, colectivos, entidades e instituciones que, en aras de la máxima responsabilidad con respecto al coronavirus, están aplazando, suspendiendo o cancelando sus viajes, citas, convocatorias y programas de actividades, más o menos populosos.

Todos y cada uno de nosotros, como ciudadanos, tenemos una enorme responsabilidad a la hora de minimizar los riesgos de contagio. Por mi parte, ya he cancelado un viaje por Huelva y Cádiz que tenía previsto para la semana que viene. Ya habrá ocasión de visitar las bodegas de Jerez o los jamones de Jabugo.

Ayer tampoco fui a jugar al baloncesto con mi peña. Me parece contradictorio estar a favor de que se cierren los recintos deportivos al público y, a la vez, practicar deporte de contacto en un pabellón. En las próximas semanas, excepto por razones laborales o personales urgentes y perentorias, trataré de estar lo más recogido posible. Más por responsabilidad que por miedo. Aunque canguelo también tengo, no voy a mentirles. Echaré de menos ir al cine, los conciertos y el deporte. Pero debemos ser conscientes y consecuentes.

Jesús Lens

Oriente me mata

Hace un tiempo, antes de que la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía decidiera dejar morir al festival Cines del Sur, le comentaba a su director, José Sánchez Montes, la posibilidad de organizar un ciclo sobre el fascinante cine negro oriental que se estaba haciendo en China, Japón y, sobre todo, en Corea.

A raíz de la ensalada de Óscar que le han dado a Bong Joon-ho y su prodigiosa ‘Parásitos’, en Filmin han estrenado un puñado de películas coreanas, a las que me he enganchado furibundamente y con pasión. A las negras y criminales, me refiero, que a las más poéticas y reflexivas todavía no me he entregado.

En un fin de semana vi ‘The yellow sea’, ‘Niebla’ y ‘Mother’. Tres películas fuertes e impactantes. Duras. Sucias. Crueles en muchos momentos. Así las cosas, no es de extrañar que el domingo me despertara antes del amanecer sudando, agobiado por las pesadillas. Había matado a alguien y trataba de mantenerlo oculto. Al cadáver y al hecho en sí. Las cámaras de vigilancia no dejaban de escrutar cada paso que daba mientras trataba de huir de no un espacio lacustre. Terminaba emprendiéndola a golpes con un coche, sin poder escapar.

De todo ello hay en las películas citadas. Cine negro de muchos quilates en el que la emigración y la violencia contra los inmigrantes están muy presentes, convertidos en temas de la máxima actualidad. Y es que la frontera entre Corea y China es compleja. Muy compleja. Como la mayoría de fronteras, por otra parte. Son temas universales. Como universal es un deseo compartido por la mayoría de seres humanos: buscarse la vida donde hay oportunidades.

En ‘Mother’, un sentimiento que mezcla justicia y venganza impulsa a una madre a hacer todo lo posible (y lo imposible) por demostrar que su hijo, aquejado de una discapacidad intelectual, es inocente del crimen que le imputan las autoridades y, por extensión, el pueblo entero donde residen. ¿De qué no sería capaz una madre con tal de salvar a su hijo?

Les aconsejo fervorosamente que vean la selección de películas coreanas que ha hecho Filmin. Es extraordinaria. Pero, ojo. Su cine negro no se anda con chiquitas ni contemplaciones. Su violencia, además de abundante y generosa, es seca, dura y brutal. No está teatralizada ni mediatizada, como es habitual en el mainstream hollywoodiense.

Vi otra película coreana, ‘The Berlin File’, en clave de espías y cine de acción. Muy movida. ¡La que se lía en la capital alemana entre los agentes secretos de las dos Coreas! En esta sí hay trepidantes persecuciones de coches y tiros a gogó. Pistolas, metralletas y explosivos. Aun así, también hay esos estallidos de violencia salvaje, esa violencia física que trata de herir al espectador.

La violencia del cine coreano impacta porque, por lo general, utiliza elementos cotidianos y del día a día como instrumentos del mal. Si ustedes vieron la mítica ‘Old Boy’ sabrán de lo que hablo, con el martillo convertido en arma letal, elemento protagonista de la trama, visible en el propio póster del film. Lo del martillo, de hecho, ha creado escuela en el cine independiente norteamericano, tal y como pudimos ver en películas como ‘Drive’ o, más recientemente, ‘En realidad, nunca estuviste aquí’. (De hecho, les dedicamos una entrega especial de El Rincón Oscuro a los martillos matones… Leer AQUÍ)

En ‘Mother’, por ejemplo, hay un momento en que la protagonista, una señora mayor, tan respetable como enclenque, administra justicia con una gruesa llave de cocodrilo. ¿Reconocen esa herramienta? Es como una llave inglesa, pero más grande y pesada. ¡Tremendo! Y cuidadito cuando se desencadena la furia de las cadenas voladoras.

Está el tema de las sartenes y cacerolas. Porque en las casas coreanas, están muy a mano. O en los barcos. Y se convierten en objetos contundentes con los que defenderse de un agresor o con los que atacar a un inesperado e indeseable visitante. Desde que veo cine coreano, le tengo mucho más respeto al menaje de las cocinas.

Las palas son objetos homicidas más clásicos. Sobre todo, en el cine británico. Y es que se trata de una herramienta muy versátil: permite romperle la crisma a un enemigo y, acto seguido, cavar el agujero en el que enterrar su cuerpo. Toda una metáfora. Azadas y azadones, hachas y hachuelas, sierras y serruchos; tan rurales, son herramientas universales con las que zanjar discusiones de lindes, tierras, herencias y cosechas.

Y nos queda, por supuesto, la cuestión de los cuchillos. La capacidad de pegarse cuchilladas que muestra el cine coreano resulta estremecedora. Sobre todo cuando los protagonistas pinchan una y otra los cuerpos de sus enemigos, que se resisten a caer.

¿Es una violencia gratuita? Sinceramente, creo que no. Es una violencia a la que no estamos acostumbrados, de la que salpica la pantalla. Pero no es banal. Ni espectacular. Es sucia, insistimos. Devastadora. Avisados quedan.

Jesús Lens

De pre supuestos

Un supuesto: ¿qué habría ocurrido si Ciudadanos y PP hubieran apoyado alguno de los presupuestos presentados por el PSOE en los años de gobierno de Paco Cuenca? Nunca lo sabremos. Lo que sí hemos sabido es que Luis Salvador admite la “grave disfunción” provocada por la prórroga de los presupuestos aprobados en 2015 en la planificación municipal.

Pre presentación de los presupuestos, hace unas semanas

El bipartito está a punto de parir una propuesta de presupuesto municipal para el 2020. Será poco ilusionante, según avanzan los ediles del ramo. Un presupuesto de batalla que responde a la “difícil situación económica” en que se encuentra el Ayuntamiento, tan pocho de deudas que cada granadino debemos 1.266 euracos del ala, entre facturas impagadas e intereses financieros. Que ya es deber.

Presumiblemente y en cuanto se presente el presupuesto, PSOE y Unidas Podemos pondrán el grito en el cielo, denunciarán los recortes en prestaciones de servicios imprescindibles y en programas sociales básicos y anunciarán su voto en contra. Como les hicieron a ellos. Los ediles de Vox, más pragmáticos, condicionarán su voto favorable a que se cambien un par de partidas contables.

Nuestra política municipal se ha convertido en una lamentable escenificación del yo contra ti, demostrando la obtusa incapacidad negociadora de nuestros representantes políticos. Todos y cada uno de ellos representan un papel que, desde la detención de Torres Hurtado, ha ido en perjuicio de Granada y de su ciudadanía.

Encastillados en su visión cortoplacista y con el único objetivo de perjudicar al rival, los ediles granadinos no han trabajado por el bien común, sino por el mal ajeno. Entendiendo por ajeno a todo el que está fuera de sus intereses, siglas y colores.

Presentación de los presupuestos, ayer

La sistemática prórroga de los presupuestos del 2015 es la prueba más vergonzante de la supina incapacidad de nuestros munícipes para cumplir con el mandato encomendado por las urnas.

En 2020, Granada necesita un nuevo presupuesto adaptado a la realidad de los tiempos. El que presenten PP y Cs no será el mejor posible. Démoslo por hecho. Tampoco será el peor. Ni tan malo y nocivo como volver a prorrogar las cuentas del 2015.

Jesús Lens