Cortar mamones

Mi hermano y yo hemos pasado el Día de Andalucía practicando una de nuestras actividades agrícolas favoritas: cortar mamones. O chupones, como ustedes prefieran. La mañana de ayer viernes, nuevamente soleada, templada y primaveral, nos permitió entregarnos a tan podadora y purificadora tarea.

De nuestros padres recibimos, además de una gran biblioteca y la mejor educación, un puñado de olivos a los que, la verdad sea dicha, no les prestamos la atención que requieren y demandan. De ahí que, cuando fuimos a recoger sus aceitunas hace unas semanas, nos los encontramos vacíos y despojados de su fruto.

Nuestra primera reacción fue quejarnos de que nos habían robado la cosecha. “Esto nos pasa por haber tardado tanto en venir. Fijo que nos la ha escamoteado algún listillo”. Lo cierto es que no había signo alguno de latrocinio. Aunque nos doliera reconocerlo, nuestros olivos no han dado aceitunas este año. Y punto. ¿Caería alguna helada a destiempo que arruinara la flor, la pasada primavera? O, más probablemente, la culpa haya sido de nuestra desidia y abandono.

De ahí que, sin darle muchas más vueltas a la cuestión, nos hayamos propuesto poner los olivos nuevamente en producción. Para ello, lo primero era cortarles los mamones. O los chupones, vuelvo a insistir. Los mamones son unos brotes verdes que le salen al tronco del árbol que, sin aportarle nada, le restan fuerza y energía. La que después necesitarán para dar fruto. Cuando los olivos tienen muchos mamones, sobre todo si son gordos; es complicado que puedan dar una buena cosecha.

Tijeras de podar en mano, nos hemos empleado a fondo con los mamones, dejando los olivos limpios y ‘espercojaos’. El siguiente paso será el de abonado, sulfatado y riego. Quitar las malas hierbas del pie de los árboles y preparar unas pozas para que les aproveche el agua. Y estar atentos al calendario: el cobre, el repilo y demás.

Pero lo primero y más urgente, como les decía, era arrancar los mamones que, como los parásitos, le chupan la fuerza vital a los árboles, dejándolos arruinados e inservibles. Fue un productivo Día de Andalucía, por tanto.

Jesús Lens

Las más caras

Cómo estará la cosa para que Amazon trate de frenar la especulación con el precio de las mascarillas. Los paquetes de 100 unidades han pasado de costar 3,95€ en su portal a cerca de 150€. El libre mercado, la oferta y la demanda, funcionando a tope.

Ayer por la mañana me crucé con un grupo de turistas de procedencia oriental. Sólo una de ellas llevaba máscara. Les confieso que, en un acto absurdo e irracional, contuve el aliento, tratando de no respirar hasta alejarme lo más posible de ella. Como cuando pasas junto a un vetusto autobús cuyo tubo de escape echa un humo más negro que Darth Vader.

Las mascarillas se han convertido en un producto de lujo. Da lo mismo que las autoridades sanitarias aseguren que no sirven para nada. Ante la posibilidad de la pandemia de coronavirus, qué menos que disponer de una gasa con elástico que llevarnos a la boca.

Imagino que, dados los precios que se pagan por las mascarillas, habrá quién haya hecho acopio de varios paquetes de 100 unidades. ¿Serán para consumo propio, como el hachís y la marihuana, o pretenderá lucrarse con ellas más adelante, en el mercado negro? ¿Serán las máscaras la moneda de cambio del futuro inmediato, equivalente a los cigarrillos en las películas de cárceles del pasado siglo?

Un amigo ha mandado una oferta casi irrechazable en uno de nuestros grupos de WhatsApp: 50 mascarillas, 39,99€. ¡Que me las quitan de las manos, oigan! Recibió varios memes humorísticos como respuesta, pero no se arredra: “ya veréis la semana que viene, cuando estén al doble de precio”, ironiza.

Y luego está el personaje más deleznable de la semana, ese médico sorprendido cuando se llevaba 300 mascarillas de alta filtración —las máscaras más caras del mercado— del Hospital Clínico Universitario de Málaga, cuyos servicios jurídicos estudian si sancionarle o no. En su defensa, el fulano ha dicho que eran para su pueblo.

Lo que nos queda por ver si se declara la pandemia de coronavirus. Lo más mezquino del ser humano, reventando la fina pátina de civilización que nos rodea.

Jesús Lens

Muerte en el hammam

Hace unos días, visitando la exposición que El Legado Andalusí ha dedicado a los baños en al-Ándalus, las comisarias de la muestra me contaban que el hammam era mucho más que un mero espacio higiénico donde bañarse. Que formaba parte activa de la vida de la gente y era lugar de encuentro, charla y conversación donde, por ejemplo, se cerraban importantes negocios y se ultimaban pactos y alianzas. (Lean AQUÍ)

Inmaculada Cortés y Carmen Pozuelo, buenas conocedoras de mi vena negra y criminal, además de contarme mil y una apasionantes cosas sobre el exotismo y la mixtificación romántica del hammam, me desvelaron la historia criminal del rey taifa al-Mutadid. Porque, efectivamente, “muchos baños fueron escenario de conjuras y asesinatos en diferentes momentos de la historia”, tal y como señala Inmaculada. Y me acordé del recorrido por baños históricos de hace dos veranos, con Blanca Espigares. (Leer AQUÍ)

Sevilla. Año 1053. Al-Mutadid cita a los reyes de las taifas de Ronda, Morón y Arcos para tratar de negociar una paz que diera tranquilidad al territorio. Cuando los tres reyes llegan a la ciudad, a pesar de ir acompañados de algunos de sus mejores caballeros, son arrestados. Un tiempo después, al-Mutadid libera al rey de Ronda y le deja marchar en paz. Entonces les llega el turno a los monarcas de Morón y Arcos. El soberano de Sevilla les dice que también quedarán libres, por lo que organiza un banquete en su honor y les invita a disfrutar de un buen baño perfumado que les quite el olor del cautiverio.

Los esclavos conducen a los dos reyezuelos al conocido como Baño de los Pergamineros y, una vez dentro, tapian la puerta con cal y ladrillo. Entonces, al-Mutadit ordena al calderero que avive el fuego. El baño se puso tan ardiente que los presos no tardaron en morir, entre asfixiados y escaldados.

Mientras me iba enterando de estos pormenores, impresionado por las historias criminales que se pueden esconder en escenarios tan insospechados como los hammam, recordé la película ‘Promesas del Este’, de David Cronenberg. En 2007, el perturbador cineasta se marcó un noir de muchos quilates, protagonizado por un inquietante Viggo Mortensen. Una de sus secuencias más impactantes transcurría, precisamente, en un baño. Turco, en este caso.

Que los mafiosos, gángsteres y delincuentes se reúnan en saunas y baños de vapor para hablar de sus cosillas tiene todo el sentido del mundo, a nada que lo pensemos. En esos espacios se entra a cuerpo gentil, por lo que nadie puede llevar un micro camuflado entre la ropa. De ahí que, sin necesidad de esos incómodos cacheos que siempre despiertan suspicacias, los baños se conviertan en lugares que permiten conversar abierta y libremente.

La desnudez de Kirill, el personaje interpretado por Mortensen, le confiere a la secuencia del baño de ‘Promesas del Este’ una dureza especial. El cuerpo está completamente expuesto al dolor. Los tajos que le infligen los sicarios enviados para matarle penetran en la carne con una fisicidad extraordinaria. Pocas veces, una lucha cuerpo a cuerpo ha sido mejor descrita en la pantalla, hasta el punto de que, por momentos, el espectador tiene la tentación de apartar la mirada de la pantalla.

Así las cosas, le sigo preguntando a Inmaculada y a Carmen por la historia negra de los hammam, recordando vagamente el asesinato de Yusuf II en la Alhambra, envenenado a través de una prenda que vestiría al salir del baño. Y pensando si este ritual anual de despedir el año en un hammam no puede ser peligroso. Leer AQUÍ.

Y me hablan de lo acaecido Córdoba al califa Ibn Hammud, muerto el 22 de marzo de 1018. En plena pugna contra el omeya de Jaén y mientras contrataba a un ejército de mercenarios beréberes para guerrear, fue asesinado por sus esclavos en los Baños del Alcázar califal. Y también se trató de una muerte extremadamente violenta: le arrojaron un cubo de cobre a la cabeza y, a continuación, fue pasado a cuchillo y rematado a puñaladas.

Pocos años después e igualmente en Córdoba, en el año 1024, Abderramán V, conocido como el Breve, murió a los dos meses y medio de mandato, asesinado por su primo, que había alentado una revuelta popular en su contra. La plebe enfurecida asaltó el palacio califal y el monarca trató de escapar a su furia escondiéndose en el depósito de leña de los baños reales, de donde ya salió con los pies por delante.

Excitado y nervioso por todo este aluvión de información, recuerdo que aún tengo pendiente de leer ‘El perfume de bergamota’, de Gastón Morata, sobre la enigmática muerte el citado Yusuf II. Imperdonable.

Y no me quiero olvidar de cierto proyecto, igualmente pendiente, sobre la historia noir de la Alhambra, a cuatro manos con mi querida Blanca Espigares Rooney, que dejará reducido a un juego de niños la famosa Boda Roja de ‘Juego de tronos’. Me relajo, eso sí, pensando en lo mucho que da de sí una visita a una buena exposición, cuando tienes la suerte de contar con las mejores guías posibles. ¡Gracias!

Jesús Lens

Identidad culinaria andaluza

Qué complicado, definir qué es la identidad andaluza. Llega el 28 de febrero justo cuando en Granada se termina de articular un movimiento reivindicativo que, para algunos, reniega de Andalucía.

Lo escribíamos hace unos días: Andalucía no es sólo una y, por acción u omisión de los diferentes gobiernos autonómicos que se han sucedido en estas décadas, en nuestra provincia hay una creciente sensación de hartazgo y desafección.

Mañana es el Día de Andalucía y me sorprende dándole vueltas al tema identitario. Porque para un no nacionalista irredento como yo, para un internacionalista y europeísta convencido; banderas, himnos, límites y fronteras son una entelequia.

Me sorprende el 28F, también, cerrando una nueva entrega de nuestro suplemento Gourmet, en el que la celebración andaluza ocupa mucho espacio. ¿Ven? En ese nacionalismo, el gastronómico, sí me encontrarán. En la pasión por el aceite de oliva y las aceitunas, un mundo en el que mi querido y admirado José Caracuel, de Casa Piolas, me ha ido introduciendo poco a poco.

Esta primavera, espérenme en los ronqueos de los atunes de Cádiz y en las bodegas de Jerez. Entre los cerdos de Jabugo y los jamones de Trevélez. Búsquenme, en verano, entre espetos de sardinas y tercios de Alhambra Especial. Entre los mejores tomates y los batidos de frutas de la Costa Tropical. Me encontrarán entre migas, gazpachos y salmorejos, compartiendo papas a lo pobre, pulpo a la salobreñera y frituras de pescado.

Andalucía, tierra milenaria en la que todas las civilizaciones han dejado su huella. También la gastronómica. Y la culinaria. De aquí salieron las vides que arraigaron en América. De allí vinieron los tomates y el chocolate que tanto nos engolosina. En nuestros fogones se mezclaron las herencias cristiana, islámica y sefardí, esas tres culturas del Mediterráneo que han propiciado la mejor dieta del mundo.

Lo que más me gusta del suplemento Gourmet de IDEAL es lo mucho que aprendo sobre nuestra identidad y nuestras raíces. Porque somos lo que comemos, lo que bebemos y lo que cocinamos. De ahí que los andaluces seamos más ricos que ningún otro pueblo.

Jesús Lens

Eres lo que haces

Domingo. Cae la noche en el Albaicín. Bajamos por una de sus callejuelas y nos detenemos a ver las pintadas y carteles sobre la cuestión de las aguas fétidas que corren sin control por el empedrado del barrio. De repente, un runrún lejano que, poco a poco, se nos va acercando. Truena una voz.

¡EL PROBLEMA ES QUE LOS EXCESOS DEL TURISMO TERMINAN POR VACIAR LAS CIUDADES Y CONVERTIRLAS EN PARQUES TEMÁTICOS!

Tipo recio, alto y fornido. Barba guay, de las que requieren tiempo y trabajo. Ropa molona e informal, pero de nivel. Mochila chula al hombro. El sujeto de la voz poderosa va a la cabeza de un grupo conformado por otras cinco o seis personas del mismo jaez: modernas, tatuadas y con aire de sabidas.

No recuerdo cómo siguió la conversación sobre los peligros del turismo, que tenía pinta de ser sesuda y venir de la largo. Lo que no consigo olvidar es el timbre empleado por los sujetos: más que hablar entre ellos, estaban dando un mitin, un discurso, una conferencia marco, una alocución.

Ralentizamos nuestro paso, les dejamos pasar y, como no callaban, optamos por detenernos y esperar a que se desvaneciera el incesante eco de la improvisada ponencia sobre turismofobia protagonizada por aquella concienciada chavalada.

La paradoja es que todo el camino que veníamos haciendo, ellos y nosotros, estaba jalonada de folios pegados en las paredes de las casas solicitando respeto y silencio, dado que el Albaicín es un barrio vivo en el que vive gente, vecinos, personas… con cosas más interesantes que hacer que escuchar las conversaciones de los miles de turistas que pasean por sus calles, un día sí y otro también.

Está bien leer, estudiar, reflexionar, hablar y debatir para tomar conciencia sobre los problemas que nos aquejan, pero es necesario darle sentido a toda esa palabrería. Convertirla en algo realmente útil. En este sentido, conviene recordar que no somos lo que decimos. Somos lo que hacemos. Y lo que dejamos de hacer. Callarnos de vez en cuando, por ejemplo.

Jesús Lens