El chico de las bobinas

La nueva novela de Pere Cervantes, ‘El chico de las bobinas’, publicada por la editorial Destino esta misma semana, es un encendido canto de amor al cine. Al cine como experiencia compartida. Al cine como lugar de ‘aprojimamiento’, que diría nuestro querido Val del Omar.

“El cine, hijo, el cine es la más grande y bella mentira. Todos aceptamos que nos engañen con una historia bien contada. Que nos lleven a lugares inexistentes, que nos hagan soñar con besos irreales…, depositamos nuestra fe en las palabras de un vaquero, un detective o una mujer fatal que desaparece de nuestras vidas en cuanto regresa la luz en la sala. Es sin duda la mentira más aceptada, ¿no crees?”

Este párrafo de ‘El chico de las bobinas’ es un perfecto reflejo de esa declaración de amor que Pere Cervantes, uno de los grandes escritores contemporáneos, hace al séptimo arte en una novela cuya acción transcurre en Barcelona, en los años inmediatamente posteriores al final de la II Guerra Mundial.

Pere Cervantes, a la derecha, con Toni Hill. en Granada Noir

Los protagonistas principales son Nil y su madre, Soledad, nombre nada casual para una mujer cuyo marido está ausente, luchando con los maquis contra el régimen franquista. Los secundarios son los vecinos del Poble Sec, de Delfina a Leo; Lolita, Bernardo, Margarita, Jacinto o el doctor Fuster. Y el villano de la función, un siniestro y cruel inspector Víctor Valiente, de la temida Brigada Político-Social. Un reparto coral para una trama de espionaje que nos conducirá por los meandros de una Barcelona oscura y triste cuyos habitantes sólo sonríen en la oscuridad de las salas de cine.

Le preguntamos a Pere Cervantes por este homenaje al séptimo arte, de dónde surge. “De la tristeza que siento cada vez que cierra una sala de cine y me pregunto cuántas emociones vividas se marchitarán para siempre. También tengo la sensación de que el cine ha dedicado muchos metros de celuloide a la literatura, no son pocas las películas en las que el protagonista es un escritor o el mundo editorial. Por el contrario creo que la literatura le debe alguna que otra novela al cine”.

La trama de ‘El chico de las bobinas’ tiene mucho de espionaje y de investigación. Un misterio por resolver, una venganza que ejecutar y varias subtramas protagonizadas por nazis escondidos y traficantes de obras de arte. Pero, sobre todo, es una novela histórica en la que las calles de la Barcelona de mitad del siglo pasado tienen gran protagonismo. Así las cosas, Pere Cervantes vuelve a sorprendernos con un cambio de registro espectacular en su trayectoria literaria.

Así nos lo cuenta: “Cambiar de registro en cada proyecto es algo muy propio de cineastas, de guionistas. Fíjate en Clint Eastwood. Tal vez se deba a mi formación como guionista. Sé que es algo extraño en el mundo editorial donde si una novela funciona porqué no seguir su rastro. Mi axioma a la hora de crear es no mirar hacia atrás. En esta ocasión la idea inicial para escribir ‘El chico de las bobinas’ fue el querer agradecer al cine lo que había hecho por nuestra sociedad. ¿Y qué mejor momento que la posguerra española? No hallé un contexto mejor para explicar lo que el cine hizo por quienes inmersos en la miseria y en el miedo necesitaban de un refugio para soñar”.

La siguiente pregunta parece obligada: ¿Son necesarias la fantasía y la imaginación para sobrevivir a la cruda realidad? “La evasión es el mejor medicamento ante la barbarie vivida. Durante mis años en los Balcanes, en plena posguerra, constaté que muchas víctimas kosovares y serbias habían sido capaces de mantener una digna salud mental gracias a la evasión. Llámese esta ver una película o imaginar un futuro cercano donde el mal que han conocido se evapore sin más”, señala Cervantes.

En la novela, por cierto, hay muchos guiños a cómo será la sociedad del futuro. O sea, la hoy de día. ¿Qué pensarían los protagonistas de ‘El chico de las bobinas’ sobre la España del 2020?

“En el caso de Soledad, la madre del protagonista Nil Roig, supongo que estaría algo decepcionada”, nos dice Pere Cervantes. “Ella es una superviviente, una de esas mujeres que ayudó a reconstruir una sociedad maltrecha a pesar del alto coste que ello acarreaba. Y sin embargo, 80 años después, lamentablemente todavía tenemos que reivindicar el papel de la mujer en la sociedad con manifestaciones y tuits diarios. ‘El chico de las bobinas’ también es un grito de reconocimiento a la mujer, la eterna víctima de las guerras y la única capaz de llevar a cabo la reconstrucción de aquello que el hombre ha destruido”.

Estamos ante una de las novelas que más y mejor van a dar que hablar este año. No se la pierdan. Y prepárense para descubrir un lugar llamado ‘La Gran Mentira’. Ya verán como les gustaría que existiera en la realidad…

Jesús Lens

Incendiar tu casa

El titular, no me digan que no, despierta la curiosidad e invita a seguir leyendo: “Trata de encender una chimenea con gasolina en Dúrcal y provoca un incendio en casa”. Ocurrió hace unos días y la narración del suceso que hizo José Ramón Villalba me pareció extraordinaria. (Leer AQUÍ)

Esta chimenea no tiene nada que ver con la que ardió

Comencemos por decir que no es fácil encender un fuego. Cualquiera que haya intentado prender una barbacoa lo sabe bien. De ahí que se inventaran esas infaustas pastillas de gasolina que inevitablemente impregnan con su repugnante olor esas brasas donde, acto seguido, se van a asar las morcillas y los chorizos.

O las chimeneas. ¡Que se lo digan a los practicantes ocasionales del turismo rural! Más complicado encender un buen fuego en una casa de La Alpujarra para un turista accidental que para los tramperos de Jack London en mitad de una tempestad de nieve en el corazón de Alaska.

Así las cosas, no nos queda más remedio que simpatizar con esa señora que, ante la cacareada llegada del temporal Jorge, optó por encender la chimenea de su casa de Dúrcal con la ayuda de un chorrito de gasolina… y terminó pegándole fuego a su hogar.

Es lo que tiene el uso de material inflamable incluso con las mejores intenciones: nunca se sabe qué terminará prendiendo y a qué parte del mobiliario se le pegarán las llamas.

La reacción de nuestra protagonista, sin embargo, resultó modélica: sacó a patadas la garrafa de gasolina de su casa para evitar que se extendieran las llamas y rompió el cristal de una ventana para que entrara el aire y pudieran escapar sus dos perros. Entonces salió ella de la vivienda, que ya estaba anegada de humo, y dejó paso a los agentes de la policía local, cuya rápida intervención evitó que el fuego se extendiera por todo el inmueble.

Cuando éramos niños, nos aconsejaban no jugar con fuego si no queríamos terminar meándonos en la cama, por la noche. Una lección que, a la vista de tanto incendio, real y metafórico, no fue bien aprendida por más de uno. Y de dos.

Jesús Lens