Lorca en viñetas

El jueves, al salir de ver la exposición ‘Suites. El viaje de la percepción’ del Centro Lorca, (leer AQUÍ las impresiones) me fui de librerías. Llevaba un par de meses sin pasear entre anaqueles, con tiempo y delectación. Encontré una nueva edición de ‘Lorca. Un poeta en Nueva York’, de Carles Esquembre, que incluye cinco poemas ilustrados por el artista especialmente para la ocasión.

Nada más llegar a casa, le metí mano a ese cómic tan especial, entre lo narrativo y lo onírico, centrado en la larga estancia neoyorquina del poeta. Las secuencias transcurren entre los bares clandestinos y clubes de jazz, visitas a Coney Island y a los espectáculos de freaks, los recuerdos mezclados de ensueños protagonizados por Buñuel y Dalí, las echadoras de cartas para adivinar la buena (o la mala) fortuna, el crack del 29 y los suicidas cayendo de lo alto de los rascacielos…

Me fascina la luz con la que Esquembre dibuja a Federico García Lorca, iluminando a todos quienes le acompañan en las viñetas. Me maravilla asomarme al cuarto en que residía en la Universidad de Columbia, con el póster de una película de Harold Lloyd en la pared. Un cómic fascinante, rico y abigarrado que nos recuerda la intención de Lorca de publicar ‘Poeta en Nueva York’ en una edición que combinara sus poemas con dibujos, fotografías, fotomontajes e ilustraciones cinematográficas. ¡Un auténtico libro de artista!

Y cómo duele esa nota final dejada a su editor en Madrid, en julio del 36: “Querido Pepe: he estado a verte y creo que volveré mañana. Abrazos de Federico”…

Al terminar el tebeo, sin solución de continuidad, releo otro cómic: ’La huella de Lorca’, de Carlos Hernández, nuestro compañero de IDEAL, padre de Orceman; y El Torres.

Como señala el propio autor, autorretratado en una de las últimas viñetas, no se trata de una biografía al uso. “La obra trata sobre las personas que conocieron a Federico… hacerlo vivir a través de las impresiones de quienes tuvieron la suerte de estar junto a él. Momentos buenos y malos”.

Y es que, efectivamente, Lorca vive. Y palpita. Y duele.

Jesús Lens