¡Por fin es lunes!

Lo sé, lo sé. Un titular así puede sonar a provocación. Hoy es el día más odioso de la semana para millones de personas. En verano, más aún. Hoy habrá retenciones en la autovía de la Costa a primera hora de la mañana y, en la oficina, más de uno mostrará siniestras y preocupantes ojeras.

Sin embargo, un lunes como el de hoy resulta imprescindible para la gente a la que ayer domingo se le hizo insoportable, insufrible e interminable. Ayer, las calles de Granada ardían desde muy temprano y poner un pie en la acera era un acto suicida, además de inútil: la ciudad entera estaba chapada, con la honrosa excepción de esas cafeterías y bares de barrio que tanto hacen por la cohesión social y la supervivencia de la especie.

Ayer, tumbado en el sofá y sin mover un músculo, en plena celebración práctica del Día Mundial del Perro, vi una película llamada ‘El perdido’ que me hizo recordar una explosiva obra de teatro de Jesús Cracio, ‘Los domingos matan más hombres que las bombas’, con textos de Max Aub, Bukowski, Monzó, Cioran y otros autores.

Un hombre sube a la montaña conduciendo una moto. No lleva nada consigo, excepto una escopeta de caza. Si la película fuera de la plataforma de Movistar, aquello habría desembocado en la persecución de un asesino en serie, con la pantalla repleta de explosiones, ruido y pirotecnia. Si hubiese sido de Netflix, el menda habría llegado a la cumbre de la montaña para entablar contacto con una lejana civilización extraterrestre. Sin embargo, como la veía en Filmin, al dejar la moto, el sujeto se sentaba bajo un árbol y coqueteaba con la idea de pegarse un tiro.

En domingos como el de ayer hay que tener mucho cuidado con qué películas se ven y qué discos se escuchan. Con quién y dónde quedas para tomar una caña y qué libro o tebeo decides leer. Los tórridos domingos de verano exigen una meticulosa preparación para que no se conviertan en peligrosas y potenciales armas letales.

Jesús Lens

Entre la Luna y Marte

Hace unas semanas, viendo la incomprensiblemente insulsa ‘First man’ que contaba la llegada del hombre a la luna, lo que más me sorprendió fue la cantidad de antiguallas con las que contaba la NASA en la misión del Apolo 11. Es un tópico, pero hay más tecnología en cualquiera de los teléfonos móviles que llevamos en nuestros bolsillos que en la mitad de Cabo Cañaveral. Los ordenadores, por ejemplo, parecían funcionar a pedales, los teléfonos tenían cables y las televisiones… ¡ay, las televisiones!

Hoy me acuerdo de mis padres. Era uno de sus recuerdos recurrentes, cuando los vecinos de la Chucha vieron juntos la llegada del hombre a la luna en la única tele que había disponible. Una tele culona, en blanco y negro y con interferencias, cuyas antenas en forma de cuernos había que orientar hacia el espacio exterior en busca de señal. En los días del Apollo 11, no existían Netflix ni la HBO, por supuesto, pero es que ¡ni siquiera existía Tele5!

Cuando el hombre llegó a la luna, para que nos hagamos una idea, ni siquiera habíamos inventado la maleta con ruedas y había que llevar los petates a pulso o cargados sobre los hombros.

Cuando ves películas y documentales sobre la gesta del Apolo 11, lo fácil es recurrir al tópico de que fue un milagro que, con aquella tecnología tan aparentemente arcaica, pobre y vetusta, el hombre llegara a la luna. Y no, oigan, no. Más allá de la suficiencia despreciativa de la frase de marras y al margen del valor incontestable de aquellos osados astronautas, lo que hubo detrás de la misión espacial más emblemática de la historia fueron cientos de científicos dando lo mejor de sí mismos; miles y miles de horas de investigación invertidas en la consecución de un éxito sin precedentes.

Estos días, además de mirar hacia atrás para recordar la gesta, oteamos el horizonte en busca de nuevos desafíos, de la cara oculta de la luna al sueño de Marte. ¿Qué sería de la vida sin ellos, sin los sueños?

Jesús Lens

La despensa de la Tierra

Estos días, aprovechando la celebración del inmejorable Jazz en la Costa de Almuñécar, estamos aprovechando para comer pescado, mucho pescado y —casi— nada más que pescado. También cae algún tomate con aguacate y ensaladas con productos tropicales, pero la base es el pescado.

Yo soy carnívoro convicto y confeso, pero pocos placeres como el de disfrutar de unos espetos junto al mar. Y, sin embargo, como recordaba Benjamín Lana hace un par de semanas en el suplemento Gourmet de este periódico, están bajando los ratios de consumo de pescado en España. Un 2,8% menos en 2018 cuando, en 2017, ya había bajado otro 3,3%.

El Mesón de la Villa de Salobreña

Nuestro país ha sido, históricamente, uno de los grandes ‘pescaderos’ del mundo, junto a Japón. Por flota, por capturas y por consumo. Y, sin embargo, cada vez estamos más despegados de los peces. Contrasta esta información con los análisis científicos y económicos según los cuales, en el futuro, la gran fuente de proteínas para la población mundial ha de venir de los océanos; del pescado y el marisco.

Los mares son la gran despensa de la Tierra y los humanos estamos arrasando con ellos, para variar. Entre los vertidos incontrolados, determinadas modalidades de pesca y la plastificación marina, hemos tensionado en demasía uno de nuestros grandes recursos alimentarios.

Y sin embargo, como recordaba Lana, hay buenas noticias: la capacidad de regeneración de los mares es prodigiosa y, de tomarse medidas serias para recuperar su salud, hacia el 2050 podrían estar tan sanos y boyantes como hace cincuenta años, cuando empezó la auténtica depredación. Además, teniendo en cuenta que la agricultura ya ocupa la mitad de la tierra fértil del planeta y consume nada menos que el 90% de su agua dulce, el futuro de la humanidad no puede pasar por el incremento en el consumo de vegetales: la universalización del veganismo sería una bomba de relojería para la supervivencia de la Tierra.

Así las cosas, es necesario volver la mirada al mar: más que polvo, agua somos y del agua dependemos. Cada vez más.

Jesús Lens

Marihuana en El Valle

Ha sido un detalle que el teniente de alcalde de El Valle investigado por cultivo de marihuana haya dimitido “para salvaguardar su imagen, la de su partido y la del gobierno de la localidad”. Su partido, el PP, ya se encontró hace unas semanas con la desagradable sorpresa de que una de las personas más activas en las reivindicaciones vecinales de la Zona Norte, azote de Paco Cuenca y asesor aúlico de Sebastián Pérez en la cuestión de los apagones eléctricos, acabara en comisaría… por tráfico de marihuana.

Pero esto del cultivo de ‘maría’ es como lo de la auto-subida de sueldos de alcaldes y concejales nada más ocupar el puesto: no sabe de colores políticos. Así, el año pasado dimitía un concejal de Pampaneira, del PSOE, al que le descubrieron 355 plantas de marihuana en su finca alpujarreña.

Sobre el tema de la marihuana he escrito en otras ocasiones. Se trata de una droga con muy buena prensa, muy cool, bien acogida y tolerada en distintos ambientes. Su reverso oscuro, sin embargo, habla de mafias, blanqueo de dinero, vuelcos, atracos, asesinatos…

Granada ocupa un lugar preeminente en el mapa del tráfico internacional de ‘maría’. Un día sí y otro también nos desayunamos con información al respecto. Pero resulta especialmente preocupante que representantes públicos de los grandes partidos, concejales electos en sus localidades, estén en el meollo de estas investigaciones.

¿Ese es el conocimiento de sus candidatos que tienen las formaciones políticas? El tráfico de marihuana es un delito que deja pingües beneficios. ¿Tan bien disimulan su fortuna los concejales-narcotraficantes? Lo mismo son tan cuidadosos y enigmáticos como el Walter White de ‘Breaking Bad’. O, quizá, resulta más fácil mirar para otro lado y no querer saber.

Esa actitud ha sido muy propia de los grandes corruptos de este país, a quienes lo mismo les brotaba un Jaguar en el garaje que les aparecía una ‘piporrá ‘de dinero negro en un altillo de casa. O será el milagro de los panes y los peces en su versión más estupefaciente.

Jesús Lens

El mundo cabe en Sicilia

Ha muerto Andrea Camilleri, una de las grandes leyendas de la novela policíaca, maestro de maestros y escritor admirado, querido y reverenciado por lectores de todo el mundo. Pocas figuras de la literatura contemporánea habían concitado tanto respeto como Camilleri, una de las voces más lúcidas de nuestro entorno.

Permítanme que destaque algunos aspectos que me parecen especialmente apasionantes acerca de un autor que no empezó a escribir hasta tener los 53 años cumplidos. A pesar de que en sus inicios literarios no tuvo excesivo éxito, lejos de abandonar, siguió perseverando en su afán por contar las historias que quería contar.

Y lo que quería contar era lo que pasaba en su tierra, Sicilia, una isla en la que cabe el universo entero. Sicilia. Pocos nombres tan evocadores y cargados de reminiscencias históricas, políticas y culturales. De ‘El gatopardo’ de Lampedusa —‘si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie’— a el mismísimo ‘El Padrino’. Escribiendo sobre Sicilia, Camilleri escribía el mundo entero y jamás tuvo empacho en enfangarse en los temas de mayor actualidad, como el auge de la xenofobia y de la ultraderecha. Comunista convencido, jamás dejó de expresar sus opiniones políticas, por incómodas que fueran.

Camilleri empezó su carrera a la edad en que las grandes empresas jubilan a sus empleados por ser demasiado mayores, dándolos por amortizados. Quizá por eso, su carrera ha sido tan larga y fecunda. A los 93 años, seguía escribiendo con tanta pasión que, en una entrevista reciente decía, entre risas, que sus herederos se van a hartar de encontrar inéditos entre sus pertenencias.

Siguió fumando, sin hacer caso a quienes le recomendaban empezar a cuidarse y, admirador de Manuel Vázquez Montalbán —el comisario Montalbano no se llama así por casualidad— defendió a ultranza la importancia de la gastronomía en la literatura policíaca, una seña de identidad que diferencia a los personajes mediterráneos de los centroeuropeos, nórdicos y norteamericanos.

Lean, lean a Camilleri. Es uno de esos placeres sencillos que te reconcilian con la vida. ¡Buen viaje, maestro!

Jesús Lens