Recaída en la crisis

Cuando todavía no ha terminado la salvaje crisis desencadenada en 2008, puede haber una nueva en perspectiva, lo que resulta aterrador dado que los efectos de la tormenta perfecta que nos ha estado barriendo en los últimos diez años siguen golpeándonos de forma inmisericorde: precariedad laboral, desigualdad rampante, inasumibles cifras de paro que, en el caso del desempleo juvenil, clama al cielo…

Para determinados analistas y estudiosos, una vez que el PIB volvió a la senda de crecimiento y las grandes cifras macroeconómicas empezaron a apuntar al alza, la crisis había terminado. La gente a pie sabemos que ni de coña, pero ¿a quién le importa la opinión de los que pagamos el café o la cerveza contando monedas sobre la barra?

El caso es que, con macrocifras en la mano, vuelven a pintar bastos para la economía mundial. Ya no es una percepción de tiesos y quejicas. Lo dice el Banco Central Europeo, que ha rebajado sustancialmente las previsiones de crecimiento en la Eurozona, ha congelado la prevista subida de tipos de interés y vuelve a inundar el mercado con liquidez, a ver si fluye el crédito para empresas y familias.

¿Saben ustedes cuándo empieza a ser realmente grave la situación? Cuando la información económica salta de las páginas salmón de los periódicos a las de blanco y negro. Cuando se empiezan a publicar editoriales y columnas sobre el tema. Cuando los contertulios habituales vuelven a aparentar que saben algo de economía. Y todo eso está pasando.

Lo peor de esta amenaza es que estamos inermes frente a ella. Ni usted ni yo podemos hacer nada. No es como cuando cae una nevada, prevista y anunciada, que podemos encerrarnos en casa después de hacer acopio de galletitas y pasarla viendo Netflix. Las crisis económicas son como los tsunamis: llegan de golpe y arramblan con todo.

La mera posibilidad de una recaída en la crisis, tal y como describe la situación el economista Santiago Carbó, da pánico. No pretendo ser alarmista, pero tampoco podemos hacer como en 2008, cuando tantos prebostes que sabían lo que se cocía -o debían saberlo- escogieron como gurú al avestruz que les recomendó meter la cabeza en un agujero y no complicarse la vida.

Jesús Lens