Testamento fílmico de Clint Eastwood

Como jóvenes Millenials. Así nos descubrimos Fernando Marías, Cristina Higueras, Félix J. Palma y yo en la sobremesa de una de las comidas del pasado festival Gravite: buscando fotos en Google y compartiéndolas con frenesí. Paradójicamente -es lo que tienen los viajes en el tiempo- las imágenes correspondían a un sujeto casi centenario: Clint Eastwood.

Queríamos creer. Queríamos creer que ‘Mula’, la última película de Eastwood, iba a ser buena. Queríamos creer porque el cartel de la película y algunos de sus fotogramas nos hacían concebir las mejores esperanzas.

El pasado viernes se estrenó ‘Mula’ y el sábado por la noche fui a verla a Kinépolis, que la proyecta en VOS. ¿Las sensaciones? Buenas. Muy buenas. No es ninguna obra maestra, no está a la altura de las mejores cintas del maestro y muestra algunos momentos excesivamente sensibleros. Pero es una película más que interesante, sobre todo, por lo que tiene de fusión entre la vida y la obra del cineasta.

A partir de aquí voy a destripar las dos últimas secuencias de ‘Mula’. En realidad, creo que la película se disfruta igual conociendo el desenlace, pero avisados quedan: si siguen leyendo, lo hacen bajo su propia responsabilidad.

Eastwood ha tenido una vida personal complicada. Con una de sus hijas, Alison, mantuvo una relación tan conflictiva y durante tanto tiempo, que la ha incluido como actriz en ‘Mula’… para pedirle perdón. En público. A la vista de millones de espectadores. Porque eso es en realidad la última película de Clint: una confesión de culpabilidad, sin atenuantes, y un personalísimo acto de contrición.

Padre e hija en la ficción… y en la realidad.

En el plano final de ‘Mula’, el personaje interpretado por Eastwood aparece cultivando flores, la pasión-profesión por la que dejó de lado a su familia. Pero lo hace encerrado en una cárcel, cercado por concertinas y alambre de espino. Levanta la vista, sonríe y, mientras la cámara se aleja, él camina despacio, como el achacoso anciano que en realidad es. Desaparece de la pantalla por el ángulo inferior izquierdo. Despacio. Con discreción. Sin ruido ni aspavientos. Mientras, la vida continúa.

Es posible -y ojalá me equivoque- que hayamos sido privilegiados testigos de la despedida de un coloso del cine. Solo por eso, no deberían perderse ‘Mula’.

Jesús Lens