Ruta de la Seda

Tiene evocaciones legendarias, históricas y geográficas. La milenaria Ruta de la Seda es un monumento viajero en sí misma, una antigua ruta caravanera que partía de China y, tras atravesar el Karakorum y las estepas mongolas, llegaba a Samarcanda. Continuaba atravesando Persia y Anatolia antes de desembocar en Egipto y Constantinopla. Desde ahí, se extendía por toda Europa.

Aunque fue la seda la que le dio nombre, se trataba de una ruta comercial por la que viajaron todo tipo de productos y mercancías a lo largo de cientos y cientos de años. Pero junto al vil metal, también viajaban las ideas. Y las costumbres, culturas, idiomas, mapas, manuscritos, religiones…

La mística en torno a la Ruta de la Seda es tan inabarcable que la Unesco tuvo que elegir un pequeño tramo -5.000 kilómetros de nada- para convertirlo en Patrimonio de la Humanidad.

En los últimos meses se vuelve a hablar de la Ruta de la Seda, pero en su sentido primigenio y comercial. Utilitarista. Práctico y económico. Se habla… y preocupa. Sobre todo desde que la Italia de Salvini ha firmado un acuerdo con China. Preocupa a los demás países de la Unión Europea, a la Gran Brexitaña y, sobre todo, a los Estados Unidos de Trump.

La Nueva Ruta de la Seda, que arrancó en 2013 y solo comprendía a países vecinos de China, ya se extiende por los cinco continentes. Para muchos analistas, más que una ruta comercial, es una estrategia global que aúna lo económico con lo social, lo político y lo cultural.

¿Llevarán los programas electorales de nuestros partidos algo sobre sumarnos u oponernos a este tinglado? Tengo curiosidad por comprobarlo. Sobre todo porque, en realidad y de facto, ya formamos parte de él. Hagan la prueba. Dense un paseo por el antiguo mercado de la seda granadino. Paseen por esa Alcaicería nuestra y échenle un vistazo a los productos que mayoritariamente se venden en sus comercios.

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Más o menos sedosa, la globalización también era esto: repetitivas franquicias por doquier, horrorosas tiendas de souvenirs comiéndose las fachadas de los centros históricos y hurtando las vistas a los paseantes, comercios que abusan de agresivos colores chillones para ofrecer bocadillos y refrescos, horterismo rampante, mal gusto generalizado…

Jesús Lens