Esteban Navarro, policía y escritor

Hace unos días tuve la ocasión de conversar con una agente de la Guardia Civil que trabaja en la UCO, nada menos. Entre otros temas, charlamos de literatura. Y me confirmó lo que todo el mundo sabe: que el Cuerpo adora a Lorenzo Silva, creador de los personajes Bevilacqua y Chamorro y autor de un puñado de excelentes novelas que han contribuido a desmontar tópicos sobre la Guardia Civil, acercando su labor a miles y miles de lectores.

El impacto de las novelas de Lorenzo Silva ha sido tal que el 15 de noviembre de 2010 fue distinguido como Guardia Civil Honorario por su contribución a la imagen del Cuerpo. ¡Para que luego digan que la literatura policíaca es un mero entretenimiento sin trascendencia alguna!

 

Coincidió dicha conversación con una noticia que nos ha dejado estupefactos a los lectores españoles aficionados al Noir: el expediente abierto a Esteban Navarro, agente de la Policía Nacional, por su labor como escritor de novelas policíacas.

Escándalo internacional

Navarro, que fue finalista del mismísimo Premio Nadal en 2013 son su novela “La noche de los peones”, nunca ha cobrado por participar en presentaciones de libros o en festivales literarios dedicados al género negro y, en sus novelas, la imagen de la Policía Nacional es positiva y sale reforzada.

 

Destinado en Huesca desde hace muchos años, Esteban Navarro ha colaborado en la organización de un festival como es Aragón Negro y siempre ha sido un activista de la cultura, lo que contribuye a dar una visión moderna y comprometida de la Policía.

 

Paradójicamente -¿o no tanto?- la denuncia que ha motivado la apertura del expediente disciplinario ha partido de la propia comisaría en la que trabaja Navarro. Una denuncia que cuestiona si el autor se aprovecha de su condición de policía para promocionar sus obras y si su actividad literaria perjudica al cuerpo para el que trabaja.

En los tiempos de las redes sociales, internet, transparencia, big data, modernidad líquida, etcétera, etcétera, la primer parte de la denuncia me parece absolutamente gratuita. Ese “aprovecharse” carece de cualquier sentido. Somos lo que hacemos, para bien o para mal. Y la doble condición de policía y escritor, en alguien como Esteban Navarro, se refuerzan y se retroalimentan.

 

Además, insisto, Esteban Navarro nunca ha cobrado por dar charlas, participar en mesas redondas o presentar sus libros. Y, créanme, de la venta de libros, en este país, viven cuatro o cinco escritores, no más. Eso, tirando por lo alto.

 

Y lo que resulta inadmisible es lo de que su actividad literaria perjudica al cuerpo para el que trabaja. Eso solo lo puede sostener quien no haya leído su obra.

 

No sé en qué quedará esta acusación contra Esteban Navarro, pero me parece intolerable. Máxime cuando la Policía Nacional tiene programas de acercamiento a la sociedad para hacerse querer, además de respetar. Por ejemplo, esos carnés de Policía Infantil tan simpáticos y coquetos que regalan a los pequeñuelos que visitan las instalaciones de la Policía o cuándo ésta va a los colegios, a hablar de protección y seguridad.

En España, afortunadamente, cada vez hay más policías que escriben. Escriben ensayos y novelas. Libros que pueden o no estar basados en casos en los que los autores han participado o de los que tienen conocimiento directo. Libros que, por lo general, exudan realismo y conocimiento. Y lo que cuentan estos policías escritores, siempre respetando la confidencialidad y el deber de secreto a que están obligados, resulta especialmente creíble y atractivo a los lectores.

 

Una de las quejas más habituales que les escucho a mis amigos policías es que el cine y la televisión mienten como bellacos, lo que provoca que la gente tenga una idea falsa y distorsionada sobre cómo se conduce una investigación policial. ¿No resulta paradójico que, a la vez, se denuncie a un policía que escribe novelas, de forma seria, documentada y rigurosa, por perjudicar al Cuerpo en que trabaja? ¿En que quedamos?

 

El caso de Esteban Navarro ha calado en el mundo del noir hasta el punto de que los Comisarios de los distintos Festivales dedicados el género negro en España hemos suscrito este comunicado de apoyo al autor. Dice así:

A lo largo de las ediciones de los distintos festivales representados por este colectivo, hemos tenido la posibilidad de conocer al autor Esteban Navarro, quien ha asistido a las jornadas de muchos de ellos siempre con una excelente disposición tanto para la difusión de la literatura en general como del género negro en particular, llegando incluso a organizar algunas ediciones de Aragón Negro.

 

De igual modo, el citado autor, a lo largo de sus intervenciones, charlas y presentaciones, no ha hecho más que ofrecer una imagen respetuosa de las fuerzas del orden, sin menoscabar nunca la imagen de la Policía Nacional, y sin aprovecharse en ningún momento de su condición de miembro de la misma. Más bien ha contribuido, al igual que otros compañeros de otros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que también escriben novela negra, a normalizar y dignificar el desempeño de su labor profesional entre el público lector.

 

Por ello manifestamos nuestra más enérgica repulsa hacia la denuncia formulada contra dicho autor, en la que se alega que se ha beneficiado de su puesto, por ser miembro del Cuerpo Nacional de Policía, para promocionar sus libros y aumentar las ventas de los mismos. Al mismo tiempo, queremos alertar sobre actitudes como ésta, que suponen un ataque muy peligroso a la libertad de expresión y de creación de todos cuantos nos dedicamos, de una manera o de otra, a la difusión de la literatura en nuestra sociedad.

 

Jesús Lens

La NADA como símbolo

¿Cómo dicen que, al final, el 5 a las 5 no acogió ningún acto simbólico en relación a la llegada del Legado de Lorca al Centro que lleva su nombre? ¡Por supuesto que lo hubo! Y bien claro, expresivo y rotundo: la nada. Esa nada tan elocuente. Esa nada tan ilustrativa. Esa nada que tanto, tantísimo quiere decir y de la que hablo hoy en IDEAL.

Llegó el 5. Y llegaron las 5. Y dieron las 6 y las 7. Y las 8 y las 9 y las 10. Pasaron las horas y pasó el día. Y nada. Cierto es que Facebook se llenó de maravillosos poemas de Lorca, con los muros de nuestros representantes públicos exudando poesía. Pero de lo otro, del Legado de Lorca, nada.

 

Bueno sí. Una carta. De Laura. García Lorca. Que no pudo bajar dado que cuestiones de trabajo la retenían en Madrid. Se entiende que ese trabajo estará relacionado con el Legado. Y con su custodia y defensa. ¿O tendrá más que ver con facturas, cuentas y auditorías?

Esto…
Foto: Alfredo Aguilar

Una de las primeras actuaciones de Francisco Cuenca cuando accedió a la alcaldía fue ir a Madrid y fotografiarse con Laura García Lorca, haciendo suyo el reto que traer a Granada el famoso Legado depositado en la Residencia de Estudiantes. Más de un año después, nada. Lo que no tendría importancia, esperar unos meses más, si no fuera porque todo lo que envuelve a este tinglado sigue siendo oscuro, opaco y en absoluto transparente. De ello he hablado en otros artículos de IDEAL, como éste.

 

Que, en el mes de abril, la Fundación Lorca entregara 20 cajas con cientos de facturas desordenadas a la Junta de Andalucía para justificar 27,8 millones de euros y que, unas semanas después, ya se hayan dado por buenas unas cuentas más enrevesadas que el pelo de un rastafari, solo puede obedecer a dos razones: o esas facturas han caído en las manos más diligentes y en las cabezas numéricamente más preclaras de la historia de la función pública andaluza o esto, nuevamente, no hay quien se lo trague.

Está muy bien que ardamos por tener, de una vez, el Legado de Lorca en Granada. Pero para ello no valen atajos ni componendas. Ni deberían valer chantajes o presiones basados en las urgencias. Ya ha pasado otro 5 a las 5. Ya no hay prisas simbólicas. De momento, lo que hay es una mezcla de dudas, sospechas… y la nada.

 

Jesús Lens

Desconfiado y descreído

Cada vez soy más desconfiado. Y descreído. Porque me hago mayor, sin duda. Pero también es el signo de los tiempos. Descreído y desconfiado en los grandes temas, pero también en los pequeños.

Por ejemplo, leyendo las reseñas de los críticos cinematográficos que han estado en el Festival de Cannes y que, otro año más, han despotricado contra “el peor Cannes que recuerdan”. Un déjà vu como otro cualquiera, leer lo mucho que sufren y lo mal que lo pasan por tener que pasarse diez días viendo películas y entrevistando a directores y actores.

 

Desconfío de esa gente que se pasa todo el tiempo mostrándose como un sufrido y abnegado héroe en el ejercicio de su trabajo y quejándose de lo ingrata que es su profesión. Al igual que desconfío del irredento vitalista que, los lunes a las 7 de la mañana, proclama que la vida es bella y se exhibe exultante, camino del tajo. ¡Que sí! ¡Que es cierto que tenemos que estar contentos por tener un trabajo al que ir! Pero que un lunes por la mañana, cuando suena el despertador, es una jodienda.

Desconfío de la persona con expresión avinagrada y permanente rictus de estar oliendo a caca. De la misma forma que desconfío de quien no para de reír, por cualquier razón y en todo momento y ocasión.

 

Desconfío de los políticos que gobiernan, para los que todo va bien, en la misma proporción que desconfío de los que no gobiernan y para los que todo va mal, por supuesto. Nunca debemos olvidar que hasta un reloj parado acaba marcando bien la hora dos veces al día. Así, es imposible que los unos den siempre en la diana y los otros no acierten ni por casualidad. Desconfío, pues, tanto de los corifeos como de los profetas del Apocalipsis.

Desconfío del pesimista que se ahoga en el vaso medio vacío y del optimista que hace surf en el vaso medio lleno. Desconfío de los que todo lo valoran a partir del dogmatismo ideológico, igual que desconfío de quienes defienden el fin de las ideologías o que ya no existen izquierdas y derechas.

 

Desconfío, en fin, de los extremistas, al mismo tiempo que no creo en quienes sostienen que la virtud está en el punto medio. Desconfío de todo y de todos porque, en primer lugar, desconfío de mí mismo.

 

Jesús Lens

Antifútbol frentista

Uno de los efectos colaterales de partidos de fútbol como el del sábado es que, durante su disputa y en las horas siguientes, las redes sociales se convierten en monotemáticas. Que si gol por aquí, que si fuera de juego por allá, que si a las 11 será la 12, que si enhorabuena, que si campeones…

El impacto global de partidos como el de Cardiff es tan brutal que apenas queda espacio para nada más. Y es ahí, por las rendijas, por donde tratan de colarse los antifutboleros, a través de concienciados mensajes del tipo: “si le prestáramos tanta atención a las injusticias como al fútbol…” o “más libros y menos goles”.

 

Siendo como soy un madridista irredento que huyó del fútbol hace mucho tiempo, no me gustan ese tipo de mensajes. Me irritan. No porque les falte razón sobre lo avasallador del deporte rey, sino porque provocan el efecto exactamente contrario al que pretenden.

 

La supuesta superioridad moral del que, en pleno éxtasis colectivo, nos recuerda que el mundo es una puta mierda o aprovecha para afearnos lo incultos que somos por no estar leyendo, convierte su causa en algo antipático, incómodo y molesto. Salvo que lo haga con humor, gracia o ingenio, por supuesto. Pero no suele ser el caso.

El Pepito Grillo que, mientras Ronaldo marca goles o Sergio Ramos alza la Copa de Campeones, aprovecha para criticar a la gente por estar perdiendo el tiempo con semejantes pamplinas mientras hay niños muriendo de hambre en el mundo, además de resultar impertinente, insulta su inteligencia.

 

¡Como si no se pudiera ser una persona socialmente consciente y políticamente comprometida y, a la vez, disfrutar de un partido de fútbol! Como si fuese incompatible ver baloncesto, una etapa del Tour de Francia o a Rafa Nadal en Roland Garros y, después, leer un libro, ir a un concierto o ver una película. De Kurosawa, incluso.

Santiago Bernabeu stadium. Madrid

Señores aguafiestas: el día tiene 24 horas. Y el ser humano es capaz de hacer cosas diferentes y variadas en tan largo lapso de tiempo. No es necesario ser héroe a tiempo completo. De hecho, no es ni recomendable.

 

Cada vez que un amante de los libros critica al fútbol, contraponiendo el placer de la lectura al de los goles, provoca un contagioso efecto rechazo hacia el mundo de la literatura que flaco favor le hace.

 

Jesús Lens

Ekonomía kolaborativa

¿Quién podría estar en contra de compartir un coche entre varios compañeros que trabajan en el mismo lugar? Nadie en su sano juicio. Economía colaborativa, efectivamente. Se comparten gastos, se cuida el medio ambiente y se hace comunidad. SOY, mi Robot, es un gran fan de esta modalidad económica… por lo que he tenido que escribir este artículo para IDEAL a sus espaldas. 😉

 

Día de Festival. Llenazo en la ciudad. Imposible encontrar habitación de hotel a precio razonable. ¿Te quedas en mi casa, aunque sea durmiendo en el sofá? De paso, aprovecho para hacer ese guacamole tan bueno, con los fantásticos aguacates de la Costa Tropical, y un revuelto con espárragos de Huétor. ¿Y de tapa? De tapa, morcilla picante de Güéjar, por supuesto…

¿Es lo mismo eso que Uber o Airbnb? Creo que no. De hecho, creo que ni se le parece. Como tantas veces ha ocurrido, una excelente idea que nace de abajo hacia arriba y crece de forma horizontal, termina siendo fagocitada por el hipercapitalismo extremo, experto en explotar hasta el último reducto de intimidad del ser humano.

 

Lo que más me llama la atención es cómo la izquierda ha hecho suyos los postulados de la llamada economía colaborativa, basada en la desregulación y en la supuesta libertad de contratación entre las partes, aprovechando las teóricas ventajas de las plataformas de Internet para conectar a los usuarios y obviar controles e intermediarios.

¿Se acuerdan ustedes de una antigualla, cosa viejuna donde las haya, llamada “negociación colectiva”? Está vinculada a ese otro concepto, en grave peligro de extinción: sindicalismo. Se trataba, si no recuerdo mal, de conseguir las mejores condiciones laborales y salariales para los distintos colectivos de trabajadores. Era algo por lo que la izquierda luchó, durante cientos de años, a brazo partido. Ahora, sin embargo, lo que mola es todo lo contrario. Y a mí, eso, me preocupa. Mucho.

 

Hace un par de años acompañé a un amigo a ver estudios y apartamentos. Encontramos uno al que su dueño sacaba un pastizal en Airbnb. Era un bajo comercial reconvertido, muy bien decorado y mejor vestido, pijísimo de la muerte… que robaba el agua y la luz a la comunidad de propietarios, contaba con sospechosas campanas extractoras de aire e incumplía cualquier norma básica de seguridad. Salimos de allí por piernas. Sin embargo, decenas de personas lo usarán como “alojamiento turístico”, con absoluta normalidad.

¿No habría que echarle una pensada a todo esto de la economía colaborativa, para que no acabe siendo una KK?

 

Jesús Lens