Desconfiado y descreído

Cada vez soy más desconfiado. Y descreído. Porque me hago mayor, sin duda. Pero también es el signo de los tiempos. Descreído y desconfiado en los grandes temas, pero también en los pequeños.

Por ejemplo, leyendo las reseñas de los críticos cinematográficos que han estado en el Festival de Cannes y que, otro año más, han despotricado contra “el peor Cannes que recuerdan”. Un déjà vu como otro cualquiera, leer lo mucho que sufren y lo mal que lo pasan por tener que pasarse diez días viendo películas y entrevistando a directores y actores.

 

Desconfío de esa gente que se pasa todo el tiempo mostrándose como un sufrido y abnegado héroe en el ejercicio de su trabajo y quejándose de lo ingrata que es su profesión. Al igual que desconfío del irredento vitalista que, los lunes a las 7 de la mañana, proclama que la vida es bella y se exhibe exultante, camino del tajo. ¡Que sí! ¡Que es cierto que tenemos que estar contentos por tener un trabajo al que ir! Pero que un lunes por la mañana, cuando suena el despertador, es una jodienda.

Desconfío de la persona con expresión avinagrada y permanente rictus de estar oliendo a caca. De la misma forma que desconfío de quien no para de reír, por cualquier razón y en todo momento y ocasión.

 

Desconfío de los políticos que gobiernan, para los que todo va bien, en la misma proporción que desconfío de los que no gobiernan y para los que todo va mal, por supuesto. Nunca debemos olvidar que hasta un reloj parado acaba marcando bien la hora dos veces al día. Así, es imposible que los unos den siempre en la diana y los otros no acierten ni por casualidad. Desconfío, pues, tanto de los corifeos como de los profetas del Apocalipsis.

Desconfío del pesimista que se ahoga en el vaso medio vacío y del optimista que hace surf en el vaso medio lleno. Desconfío de los que todo lo valoran a partir del dogmatismo ideológico, igual que desconfío de quienes defienden el fin de las ideologías o que ya no existen izquierdas y derechas.

 

Desconfío, en fin, de los extremistas, al mismo tiempo que no creo en quienes sostienen que la virtud está en el punto medio. Desconfío de todo y de todos porque, en primer lugar, desconfío de mí mismo.

 

Jesús Lens