EL TÍO SAM ANTE LA CÁMARA

Dejamos la primera parte del reportaje que hoy publicamos en IDEAL sobre Presidentes yanquis y su reflejo en cine y televisión.

Aunque Bush Jr. podría parecer la excepción que confirma la regla, ser Presidente de los EE.UU. ha de resultar tremendamente complicado, estresante y, cómo no, adictivo. Así lo sostiene John Adams en la biografía que le ha dedicado la cadena de televisión HBO y que se ha hecho acreedora un buen puñado de Emmys hace unas semanas: “Cuando se disfruta del poder es muy difícil dejarlo.”

A lo largo de su historia, el cine y la televisión se han ocupado de presentarnos a la figura del Presidente de los Estados Unidos desde muchas y muy variadas perspectivas. Del biopic supuestamente serio, documentado y riguroso, cuyo más reciente ejemplo sería la sensacional “John Adams” interpretada por un ajustado Paul Giamatti en estado de gracia, a las historias de política ficción en que la figura del Presidente adopta una filiación totalmente inventada, aunque alguno de sus rasgos estén más o menos basados en personajes conocidos y reconocibles.

Así Harrison Ford, el rudo presidente que derrota a los terroristas que secuestran su avión en ‘Air Force One’ (1997), ha salido elegido como el presidente cinematográfico que a la gente le gustaría que liderara EE.UU. En segundo lugar aparece otro mandatario de armas tomar: Morgan Freeman en ‘Impacto Profundo’ (1998). La tendencia, en general, es preferir a los presidentes que se enfrentan a duros conflictos en la pantalla. Otros que figuraron en la lista fueron Bill Pullman en ‘Día de la Independencia’ (1996), James Cromwell en ‘La Suma de Todos los Miedos’ (2002), Jack Nicholson en ‘Mars Attacks’ (1996) y ‘Jeff Bridges en La Conspiración’ (2000).

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Realidad y ficción se retroalimentan de tal forma que, sin ir más lejos, parte del éxito de Obama se atribuyó al éxito televisivo de la serie “24” en la que el célebre agente Jack Bauer salva al mundo de diversas hecatombes y atentados terroristas, estando a las órdenes de dos presidentes diferentes, ambos de color, hermanos en la ficción: David y Wayne Palmer.

Hablando sobre el ya conocido como “Efecto Palmer”, el actor Dennis Haysbert sostenía que el hecho de que en una serie del prime time se mostrara a un presidente negro, bueno y honesto, allanó la nominación de Obama, no en vano, el personaje al que interpretaba enseñó “cómo sería América si su presidente fuese un hombre negro, y lo que vieron los espectadores, les gustó.”


Sin embargo, George Bush Jr., el presidente saliente, no ha tenido tanta suerte en su “carrera” cinematográfica. Después hablaremos de “W”, la película que sobre él acaba de filmar Oliver Stone, pero no tenemos más que recordar las célebres y celebradas bufonadas de Michael Moore para sentir una cierta vergüenza ajena de Bush hijo. ¿Le recuerdan en aquella demoledora secuencia, leyendo un cuento en una escuela, cuando le comunican el atentado del 11-S, y su incapacidad de reaccionar hasta que sus asesores lo sacan a escape del aula? Tremendo.


Pero es que, además, al pobre hombre lo han “asesinado” en una controvertida película presentada en el pasado Festival de Toronto. Producido por el Canal 4 británico, “La muerte de un presidente” es un falso documental de noventa minutos en que se cuenta el teórico asesinato de Bush mientras da un discurso en una Chicago convulsa por las protestas contra la guerra de Irak, seguida de la posterior investigación del atentado, relacionada con la llamada Guerra del Terror desatada por el presidente americano en Oriente Medio.

Y es que en Estados Unidos, el tema de sus magnicidios presidenciales ha hecho revelar kilómetros y kilómetros de celuloide, con el asesinato de John Fitzgerald Kennedy como estrella, por supuesto. Son numerosísimas las películas que han tocado dicho tema. Reseñaremos una de las más recientes, “Cita con la muerte”, muy polémica porque defiende la tesis de que el único culpable del atentado de Dallas fue el régimen cubano castrista.

Un asesinato, el de Kennedy, tristemente cinematográfico al haber quedado recogido en la célebre película que Abraham Zapruder filmó con su cámara casera y que ha sido analizada hasta la saciedad por todos los estamentos policiales, judiciales y gubernamentales de los Estados Unidos.

Emilio Estévez, por su parte, presentó su película “Bobby” hace unos meses. En ella se recrean los acontecimientos que desembocaron en el asesinato de otro Kennedy, Robert F., aspirante a conseguir la nominación presidencial. La película cuenta las vivencias de las veintidós personas que estaban en el Hotel Ambassador el día 6 de junio de 1968 en que el senador fue tiroteado. Protagonizada por un impresionante elenco de intérpretes, de Anthony Hopkins y Elijah Wood a Helen Hunt o Demi Moore, la película tuvo una excelente acogida por parte de la crítica, aunque el público no respondió con el mismo entusiasmo.


Quiere la casualidad que Emilio Estévez sea hijo de Martin Sheen (Ramón Estévez, en su galleguiña acepción original), quién, a su vez, ha interpretado a Josiah Bartlet en la conocida y reverenciada serie “El ala oeste de la Casa Blanca”, cuyas siete temporadas han sido acreedoras de tres Globos de Oro y veintiséis Premios Emmy, un récord compartido con la no menos famosa y añorada “Canción triste de Hill Street”.

Lo más destacable de esta serie de televisión es el acendrado realismo con que se cuenta el funcionamiento del gobierno norteamericano, a través de un amplísimo relato coral en que una supuesta administración demócrata queda retratada con pelos y señales siendo, además, extrañamente profética con muchas de las cosas que estarían por venir en el ámbito de la política yanqui de los últimos años.

Pero volvamos a los presidentes reales. En “Colores primarios”, John Travolta interpretó a un político llamado Jack Stanton que, más que parecerse a Bill Clinton, era Bill Clinton. Y Emma Thompson, una más que creíble Hillary. En la película, muy polémica y basada en un libro escrito por un enigmático Anónimo, se cuenta la carrera del gobernador de un estado sureño que lanza a la conquista de la Casa Blanca, para lo que se rodea de un inmejorable equipo de asistentes y ayudantes. Los problemas comienzan, realmente, cuando el candidato deja embarazada a la hija de un íntimo amigo suyo, afroamericano, y el equipo del gobernador ha de ingeniárselas para tapar la historia…

Casualmente y de forma premonitoria, en “Cortina de humo”, dirigida por Barry Levinson, un asesor de la Casa Blanca interpretado por Robert de Niro contrata a un estrafalario productor de Hollywood, al que da vida Dustin Hoffman, para que se invente una supuesta guerra en Albania y, de esa manera, se distraiga a la opinión pública de un escándalo sexual protagonizado por el presidente de la nación.

Y la esposa de Bill, candidata a la nominación demócrata hasta hace unos meses, tampoco sale muy bien parada en la polémica “Hillary. The movie”, en la que presentan de semejante guisa a la paciente esposa del ex presidente: “La senadora tiene una extraordinaria habilidad para ofuscarse, rehusar el responder preguntas, evitar confrontaciones y hasta ahora, ha conseguido pasar por encima de todo ello.” Ilustrativo, ¿verdad?

CONTINUARÁ

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CENTAUROS DEL DESIERTO

El pasado año se celebró el cincuenta aniversario de la que es, posiblemente, mi película favorita. Hoy quiero recordar este artículo, publicado en IDEAL. El jueves se entenderá el porqué, hoy recordamos este artículo.

(Si no han visto la película, en vez de perder el tiempo con esta entrada y con los vídeos que la acompañan, deberían busca una copia y disfrutar de lo mejor del séptimo arte…)

Este artículo está dedicado a mi padre,
que me enseñó a amar el cine.

En su “Recorrido personal por el cine norteamericano”, el conocido director Martin Scorsese, hablando de “Centauros del desierto”, señalaba que, tras años de búsqueda, cuando Ethan finalmente encuentra a su sobrina, secuestrada por los comanches siete años atrás, no se sabe si la va a matar o la va a salvar. Insiste en que no hay que esperar un final feliz, ya que Ethan no encontrará ningún hogar o familia al final del camino. Ethan está maldito, condenado a seguir siendo un ser errante, destinado a vagar eternamente por el mundo.

Y es que pocos finales de una película han hecho derramar tantos ríos de tinta a lo largo de la historia como esa memorable secuencia en que, después de que todos los protagonistas hayan entrado en casa, por parejas, muy despacio; Ethan, el personaje interpretado por John Wayne, que ha permanecido en el exterior, mirándoles, se da la vuelta y, con un andar entre pausado y desganado, dirige sus pasos de nuevo hacia el horizonte mientras la puerta de la casa se cierra para él y las palabras “the end” aparecen en pantalla, mientras las voces del grupo “The sons of pioneers” comienzan a desgranar la canción de Stan Jones, compuesta para la película:

¿Qué lleva a un hombre a vagar?
¿Qué lleva a un hombre a vagabundear?
¿Qué lleva a un hombre a dejar su cama, montar su caballo
y volverse a casa?
Cabalga lejos, cabalga lejos, cabalga lejos.

Se cumplen ahora cincuenta años del estreno de “Centauros del desierto” una de las grandes obras maestras imperecederas de ese genio del cine llamado John Ford. Cincuenta años que no han restado un ápice de fuerza y emoción a un western de una intensidad arrebatadora que, a través de unas imágenes de una belleza sin igual, nos cuenta la obsesiva búsqueda de una joven secuestrada por los indios, protagonizada por su tío, el enigmático y atormentado Ethan, y por su hermano de adopción, un mestizo llamado Martin.

En “Centauros del desierto”, la historia de un largo y complicado viaje por todo el Suroeste de los Estados Unidos recién salidos de la Guerra de Secesión, John Ford traslada al universo del western, al espectacular decorado natural del Monumental Valley, el mito del eterno retorno, subiendo a lomos de caballo el célebre aforismo de Pompeyo: “Vivir no es necesario; navegar sí.”

Y es que estamos ante una de las películas más importantes de la historia del cine, uno de esos títulos fundacionales que consolidaron toda la mitología del western y algunos de sus iconos esenciales, como el del viejo pistolero solitario y errabundo o el de esa camaradería que sólo puede surgir entre dos personas que cabalgan, una junto a la otra, durante semanas y meses, durmiendo al raso y teniendo que vencer todo tipo de peligros y dificultades.

El racismo y las siempre difíciles relaciones con los indios, el Séptimo de Caballería, las secuelas de la Guerra de Secesión, los amores frustrados e imposibles, la necesidad de venganza, la contradicción entre seguir el camino o volverse a casa, entre continuar la búsqueda o rendirse, entre seguir esperando el retorno del ser querido o renunciar a él y casarse con otro…

Son tantos los temas que John Ford aborda en “Centauros del desierto” que, cada vez que vuelves a ver la película, le encuentras detalles, giros y aspectos nuevos, distintos y, sobre todo, hermosos. Como el cariño con que Martha dobla y acaricia el capote de Ethan ante la comprensiva mirada del singular reverendo interpretado por Ward Bond.

La mirada de Ethan, perdida en el horizonte, impotente, mientras seca el sudor de su caballo, sabiendo que no va a poder ayudar a su familia en peligro. O diálogos tan sugestivos como éste:

– “Hemos fracasado. ¿Por qué no lo confiesa?
– No. El que nos hayamos vuelto no significa nada. Nada en absoluto. Si está viva, se salvará. Por unos años la cuidarán como si fuera uno de ellos…
– Pero ¿cree usted que hay posibilidad de encontrarla?
– El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas.”

“Centauros del desierto”, además, nos depara, posiblemente, la mejor interpretación de la larga carrera John Wayne. Su Ethan es tan duro e implacable como tierno y socarrón. Tan sólido y frío cuando dispara contra los indios como sensible y vulnerable cuando tiene que enterrar a una de sus sobrinas, con sus propias manos. Una personalidad compleja y contradictoria que llega al paroxismo cuando, por fin, encuentra a la pequeña Debbie, convertida en una hermosa comanche.

Y, como decía Scorsese, no se sabe si la va a salvar… o la va a matar, he ahí la gran tragedia de una excepcional película que, a sus cincuenta años de edad, sigue emocionando al espectador, sacudiéndole en su asiento, hablándole de algunos de los temas que preocupan al hombre desde el inicio de los tiempos, haciendo que se le salten las lágrimas cada vez que la ve.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

DIARIO DE UNA NINFÓMANA

Lo curioso es que, al final, “Diario de una ninfómana”, una película normalita y tirando a discreta, ha ocupado los titulares de los periódicos. ¿Será posible que todavía no hayan aprendido?

La exhibición del cartel de una chica en ropa interior cuya mano insinúa un decidido avance hacia sus zonas pudendas, fue prohibida en las marquesinas de Madrid, feudo de Doña Esperanza. La noticia saltó a la prensa, se abrió el debate y los foros de Internet, que habrían permanecido mudos ante el estreno de la película de marras, comenzaron a echar humo.

Así, y aunque en Granada haya sido estrenada en una salita muy pequeña, había un lleno total para ver la historia de esa chica que le confiesa a su abuela, una estupenda Geraldine Chaplin, que es presa de un furor uterino que empezó gustándole y ya no le genera sino problemas y sinsabores.


Basada en un best seller de Valérie Tasso, se supone que estamos ante la escandalosa historia de una niña bien, pijita, hija de buena familia, a la que el sexo y sus ganas de experimentar y disfrutar de todas y cada una de las sensaciones que éste le provoca, la conducen a una espiral descendente que la llevará a conocer la violencia, el miedo y la abyección más profundos.

El morbo surge cuando, por supuesto, queremos saber si la historia es real o se trata de pura ficción. Ahora mismo no sé si el texto original en que se basa la película pasa por ser autobiográfico, pero, desde luego, una vez vista la adaptación de Christian Molina, al espectador no le deberían caber dudas: ¡falsa! ¡Más falsa que la falsa moneda con que pagaron al falso de Judas su traición!


Porque la historia que nos cuentan es tan rocambolesca y forzada que resulta increíble. Que la chica aquejada de furor uterino lo pase mal y sufra algunas humillaciones, en mitad de su vorágine de sexo salvaje, pase. La aparición del Príncipe Azul ya empieza a ser menos creíble y su súbito desdoblamiento de personalidad en forma de un Jekyll y Hyde con acento porteño, ya no engaña a nadie. Y, después, la decisión de Val… bueno. Pues que no.


Y el caso es que la película se deja ver. Por separado, los segmentos están bien construidos, aunque tengan un cierto aroma al deja vú. Nada de lo que pasa en la película te sorprende, te extraña o te escandaliza. A fin de cuentas, lo hemos visto decenas de veces en películas y telefilmes de los pelajes más distintos.

Por todo ello, estimada Esperanza ¿qué sentido tenía montar una escandalera sin sentido acerca del cartel de una película bastante inane que no iba a durar ni diez días en cartelera?

En fin…

Valoración: 6.

Lo mejor: Es una historia desprejuiciada, bien interpretada y que toca temas de interesante actualidad.

Lo peor: Su radical falta de originalidad en todo lo que cuenta.

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QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Iba con resquemor, lo reconozco. Nuestro oráculo cinematográfico, Carlos Boyero, la puso bastante mal nada más verla, en su estreno en el Festival de Venecia, y ahora también, cuando ha llegado a las salas españolas. En palabras boyeras: “En “Quemar después de leer” (los Coen) utilizan a la CIA para montar una farsa con gente muy tonta, poblada de cuernos, venganzas, equívocos y gags con nula gracia. Creo haberme reído un par de veces en este disparate con patética vocación de ser divertido.”

Muy, muy duro, Boyero. O quizá es que yo estoy facilón en exceso, habiéndome dejado amedrentar más de la cuenta por “Los extraños” y riendo, varias veces y a mandíbula batiente, con la última película de los Coen.

Porque es cierto que la película es un disparate. Y que está llena de gente tonta. Pero todo eso, a mí, me encantó y me divirtió, a través de una historia perfectamente construida y que, además, destila mala leche a raudales.

Vaya por delante que, aunque sea un fan de los Coen y espere como agua de mayo cada uno de sus estrenos, hay películas suyas que me parecen una cretinada total, como “Crueldad intolerable”, de la que lo único bueno es el título, o la fallida “El gran salto”, por ejemplo. O sea que no soy un rendido incondicional dispuesto a aplaudir cualquier parida surgida de la feraz imaginación de los Coen Bros.

Y, aún así, “Quemar después de leer” me ha gustado. Mucho. Primero, por los personajes, esos atontados que tanto irritan a Boyero y que, en este caso, me parecen perfectamente conseguidos. Desde el desconcertante Clooney, un niño pequeño en el cuerpo de un hombre supuestamente maduro, al enfermizamente adicto a la vida sana interpretado por un Brad Pitt tan desmitificador de su propio mito como Tom Cruise en “Tropic thunder”.


Mención aparte merece la grandiosa Frances McDormand, una de las mejores actrices del momento, que sabe cómo sacar partido a la obsesión por la belleza que nos invade. Y, por supuesto, el ferozmente histriónico John Malkovich, rapado, burlesco y desaforado.

“Quemar después de leer” es un gran guiñol desmesurado y políticamente de lo más incorrecto. Hay asesinatos, a cada uno más sorprendente que el anterior, más imprevisto y sañudo. Y, lo que es peor, hilarante. No sé cómo lo ven ustedes, pero no es fácil hacer que el respetable se ría con la muerte de una persona. Y los Coen, lo consiguen.

Una película larga que se pasa en un suspiro, que se mofa de la obsesión por la seguridad, por la vida sana, por la belleza y por el ansia de mantener una eterna juventud. Una sátira que hace escarnio de los servicios secretos y otras agencias gubernamentales y que pone a grandes actores consagrados en la tesitura de hacer el tonto como nunca y salir airosos, como (casi) siempre.

Contarles el final de la película sería una canallada, así que sólo les diré que, hasta en eso, el guión de los Coen está maravillosamente resuelto, a través de una modélica conclusión de la historia, a tono con el resto de la trama.

Valoración: 8

Lo mejor: las conversaciones con el Jefe Supremo de la CIA. ¡Eso es un jefe! Y lo que le termina ocurriendo al enamoradizo responsable del gimnasio, claro. ¡Y encontrar una sala de cine, inmensa, a rebosar de gente!

Lo peor: Que no le haya gustado a Boyero. Francamente… no se me ocurre nada reprochable sobre la película. Muy, muy recomendable.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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LOS EXTRAÑOS

¿Han visto “Los extraños”? ¿No? ¿De verdad? ¿Por qué no? En serio… ¿se van ustedes a perder ese peliculón? No deberían, desde luego.

Rash y yo, guiados por el gran gurú en esto del cine fantástico y terrorífico, ese Frankie cuya bitácora nos aconseja Abandonar cualquier esperanza, nos plantamos en unos cines Neptuno casi abandonados para ver esta excelente película. De miedo. Mucho miedo.

“Digámoslo ya desde el principio: “Los extraños” es la película de terror del año” Así comienza la clarividente reseña de Frankie de una película casi, casi de tesis. Modélica. Excelente. Acojonante. Hay varios momentos en que sabes, a ciencia cierta, que te vas a asustar. Y el director -también guionista, debutante, joven y descarado- no hace nada por engañarte. Y te asusta. Vaya si te asusta. Sin necesidad de usar trucos barriobajeros para, cuando estás bajando la guardia, darte el hachazo. ¡Menudos brincos que pegas en el asiento!

Estamos ante una película claustrofóbica en la que, sin embargo, los espacios abiertos son tan amenazantes como los cerrados. En el cine de terror suele hay dos máximas. Una es escapar del encierro. Otra, que termine la noche y se haga de día.


“Los extraños” es tan dura y tan desesperanzada que todo ello da igual. Y no desvelo nada al decirlo ya que el director no quiere que el espectador esté distraído o entretenido, dudando de si se salvarán o no los protagonistas. Da lo mismo. Al comienzo de la película, una voz en off nos habla de los millones de delitos violentos que ocurren en EE.UU. cada año. Y unas inequívocas imágenes muestran el desolador paisaje después de la batalla, sangrienta y violenta.


No puedo sustraerme a comentar una frase del final de la película. Precisamente la que explica el porqué les pasa a los protagonistas todo lo que les pasa. Y que dota de sentido a este nihilista, duro y cruel ejercicio fílmico.

“Porque estabais en casa”. Nunca una frase tan sencilla me había provocado tanto desasosiego, inquietud y malestar. Porque nunca una explicación fue tan brutalmente caprichosa, aleatoria y clarividente. “Porque estabais en casa”.

Siempre he dicho que las películas de miedo dejan de darlo cuando el director/guionista explica el origen, la razón, la justificación del mal. Eso tranquiliza al espectador. Un asesino se convirtió en sádico homicida porque sus padres le torturaban cuando era niño. O porque está poseído por el diablo. O porque se quiere vengar de una afrenta del pasado. O porque una explosión nuclear le convirtió en un demente.

Ante la explicación del mal, parecemos respirar. Uf. Se trataba de una anormalidad justificada. Entonces llega la policía, mata al enfermo, extirpa el tumor de la sociedad y podemos seguir viviendo, tranquilos y en paz.


Pero cuando la justificación para un brutal ejercicio de sadismo frío y calculado es “porque estabais en casa”, ¿que consuelo nos queda? Es como un derechazo en el plexo solar. “Los extraños”, como pasara con “Funny games” de Michael Haneke, es demoledora porque no deja atisbo a la esperanza. Porque nos da una inapelable visión de una sociedad corrompida hasta el tuétano y de la que nada bueno podemos esperar.

Valoración: 9

Lo mejor: la cruel sencillez de una película demoledora.

Lo peor: Teniendo en cuenta que no llega a 90 minutos… nada. Ese grito, quizá.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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