007. QUANTUM OF SOLACE

Diez razones por las que me ha decepcionado la nueva entrega de la serie James Bond:

 

Primera.- Porque arranca con una persecución directamente copiada de «Casino Royale», pero sin llegarle a ésta ni a la altura de los zapatos.

 

Segunda.- Porque la huella, la mano y la sombra de Bourne son alargadas, quizá demasiado. Vale que en la pelea cuerpo a cuerpo de Daniel Craig, la inspiración con el olvidadizo héroe encarnado por Matt Damon está bien lograda, pero el tono general de una película Bond no puede remitir a otros héroes de acción, por contemporáneos y molones que éstos sean.

 

Tercera.- Porque, a decir de muchos, ésta es la peli de Bond que gustará a quiénes no les gusta Bond. Pero yo he ido a ver una película Bond y, claro, quiero una buena dosis de 007. Y en «Quantum os solace» no la encuentro (casi) por ningún lado.

 

Cuarta.- Porque las pelis de Bond, argumentalmente, empiezan y terminan en sí mismas, son autoconclusivas, sin dejar cabos sueltos que atar en la siguiente entrega. Así, no es de recibo que Bond busque venganza en Quantum por lo que le aconteció en «Casino Royale», máxime si ello afecta a sus relaciones con el género femenino.

 

Quinta.- Íntimamente ligada con la anterior y sin entrar en detalles, porque la chica Bond no ejerce de tal.

 

Sexta, Séptima, Octava, Novena y Décima.- Porque el malo de la película es pésimo. Patético. Lamentable. Risible. Sin el más mínimo carisma. Sin la más mínima conectividad con el espectador. Posiblemente, el peor malo de la historia de la saga de Bond.

 

Y así, ¿qué más da que Daniel Craig me siga gustando como 007? ¿Qué importa que la trama toque temas interesantes y globalizados? ¿Qué más da que haya momentos visualmente impactantes, como los del desierto de Bolivia? ¿Cómo voy a hablar bien de la secuencia de Tosca, bien resuelta e imaginativamente trabajada? ¿Y para qué reflexionar sobre el proceso de embrutecimiento sufrido por un James Bond que parece haber estado en un curso de reciclaje impartido por Jack Bauer & co?   

 

Un fiasco, este 007. Con lo felices que nos las prometíamos con la durísima «Casino Royale», esta segunda entrega de la dinastía Craig nos hace temernos lo peor con relación al futuro de los servicios de espionaje británicos.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EL TÍO SAM ANTE LAS CÁMARAS. PARTE II

Subimos a esta bitácora, el día de las elecciones americanas, la segunda parte del reportaje publicado en IDEAL sobre los presidentes americanos televisivos. Así arrancaba “El tío Sam ante la cámara” y, si recuerdan, terminábamos hablando de Bill y Hillary. Por ahí seguimos. ¿Qué les parece la conclusión del reportaje, a todo esto?.

En “Presidente por un día”, en fin, la pareja formada por Kevin Kline y Sigourney Weaver se reían a mandíbula batiente del affaire Lewinsky, la becaria más famosa de la historia, en una sátira que, siendo divertida, no buscaba hacer sangre.

Pero no todo son demócratas en la filmografía presidencial yanqui. En “Ciudadano Bob Roberts”, un impresionante Tim Roberts dirigió e interpretó la historia de un cantante folk que, ataviado con sombrero de ala ancha y armado con una guitarra, se lanzaba a una teóricamente imposible carrera como senador, detrás de la que se agazapaba una trama racista, militarista y económicamente elitista, tal y como descubrió un desconocido periodista. Filmada con la apariencia de documental, la película sirvió para descubrir a un comprometido Robins que, en su faceta como director, rayó a la altura de su ya apreciable carrera de actor.

Pero volvamos a los padres fundadores de la patria norteamericana. Comenzábamos esta semblanza cinéfilo-presidencial habando de una serie de televisión, “John Adams”. En ella, aprovechando que se repasa pormenorizadamente la biografía del segundo presidente de los EE.UU. asistimos a la independencia del país, a la redacción de la Constitución y a las tensiones entre los Estados y el poder central. Y, por supuesto, en todo ello participaron Washington y Jefferson, primer y tercer presidentes americanos, respectivamente.

En “Jefferson en París”, James Ivory ya trabajó sobre la figura de una persona a la que Adams definiera como “una contradicción andante”, posiblemente la figura más interesante, novelesca o cinematográfica de aquella transición económica y política en el Nuevo Mundo. Sobre Washington también hay algunas series y películas, como “George Washington: la leyenda”, en que Jeff Daniels interpretaba al famoso general.


Sin embargo, fue Abraham Lincoln el presidente americano que más proyección tuvo en las pantallas de cine, desde que el mismísimo y pionero D.W. Griffith filmara su apasionante historia. John Ford, por su parte, filmó “Prisionero del odio” y “El joven Lincoln”, basándose en una figura histórica que le apasionaba especialmente. Y, mirando adelante, Steven Spielberg ha anunciado varias veces su intención de revisitar el mito, con Liam Neeson como protagonista.


LA OBSESIÓN PRESIDENCIALISTA DE OLIVER STONE

Ya hablamos anteriormente sobre el asesinato de Kennedy y las repercusiones que tuvo en la sociedad americana. La película que con más lujos de medios intentó arrojar luz al magnicidio de Dallas fue “JFK”, dirigida por Oliver Stone, que se había hecho famoso al ganar el Óscar con su drama bélico “Platoon”.

A través de un ingente reparto coral y de un preciosista ejercicio de montaje, “JFK” es una extraordinaria película que pareció abrir una especie de obsesión presidencialista en su director ya que, después de trabajar sobre Kennedy, Stone ha filmado las biografías de Richard Nixon y del propio George Bush Jr.

Comenzando por esta última, diremos que ya antes de su estreno, “W” viene revestida de una agria polémica, no en vano, el estreno europeo iba a producirse en el Festival de Roma y el mismísimo Silvio Berlusconi ha censurado su proyección. Promete ser, por supuesto, una película que dará mucho que hablar y que nos permitirá a los periodistas derramar litros de tinta.

Tras el fulgurante éxito de “JFK”, Stone fichó a Anthony Hopkins para que le ayudara a componer a un Nixon amargado, alcoholizado y paranoico. Una película oscura, tibiamente acogida por la crítica y a la que el público dio la espalda, quizá porque sobre el famoso Watergate, el listón que pusieron Robert Redford y Dustin Hoffman en “Todos los hombres del presidente” ya estaba demasiado alto.

Y, sin embargo, estos retratos de los políticos en activo resultan de lo más estimulante. En Francia o en Inglaterra, diversos cineastas se han acercado a las figuras de Mitterrand o de Margareth Thatcher. Incluso al de la reina Isabel II. ¿Y en España?

En España nada de esto es posible. ¿Por la baja talla intelectual, moral o histórica de nuestros presidentes? ¿Por cobardía? O quizá pensamos que al público no le interesarían… El caso es que en nuestro país, a lo más que llegamos es a esos documentales hagiográficos y de medio pelo, de encargo, cuyo único fin es ensalzar al personaje de turno, pero nunca analizar las luces y las sombras de sus vidas, públicas y privadas. Lo que en el paraíso del Tomate y la telebasura debería darnos que pensar.

Y, desde luego, por si alguien lo dudaba, la fiebre presidencialista no remite en el país norteamericano: en la nueva película de Philip Noyce, Tom Cruise sería un joven presidente que, a su llegada a la Casa Blanca, se tiene que enfrentar a un singular complot, película que contaría también con la presencia de Denzel Washington.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Etiquetas: , , , , , , , , , , , , ,

EL TÍO SAM ANTE LA CÁMARA

Dejamos la primera parte del reportaje que hoy publicamos en IDEAL sobre Presidentes yanquis y su reflejo en cine y televisión.

Aunque Bush Jr. podría parecer la excepción que confirma la regla, ser Presidente de los EE.UU. ha de resultar tremendamente complicado, estresante y, cómo no, adictivo. Así lo sostiene John Adams en la biografía que le ha dedicado la cadena de televisión HBO y que se ha hecho acreedora un buen puñado de Emmys hace unas semanas: “Cuando se disfruta del poder es muy difícil dejarlo.”

A lo largo de su historia, el cine y la televisión se han ocupado de presentarnos a la figura del Presidente de los Estados Unidos desde muchas y muy variadas perspectivas. Del biopic supuestamente serio, documentado y riguroso, cuyo más reciente ejemplo sería la sensacional “John Adams” interpretada por un ajustado Paul Giamatti en estado de gracia, a las historias de política ficción en que la figura del Presidente adopta una filiación totalmente inventada, aunque alguno de sus rasgos estén más o menos basados en personajes conocidos y reconocibles.

Así Harrison Ford, el rudo presidente que derrota a los terroristas que secuestran su avión en ‘Air Force One’ (1997), ha salido elegido como el presidente cinematográfico que a la gente le gustaría que liderara EE.UU. En segundo lugar aparece otro mandatario de armas tomar: Morgan Freeman en ‘Impacto Profundo’ (1998). La tendencia, en general, es preferir a los presidentes que se enfrentan a duros conflictos en la pantalla. Otros que figuraron en la lista fueron Bill Pullman en ‘Día de la Independencia’ (1996), James Cromwell en ‘La Suma de Todos los Miedos’ (2002), Jack Nicholson en ‘Mars Attacks’ (1996) y ‘Jeff Bridges en La Conspiración’ (2000).

.

Realidad y ficción se retroalimentan de tal forma que, sin ir más lejos, parte del éxito de Obama se atribuyó al éxito televisivo de la serie “24” en la que el célebre agente Jack Bauer salva al mundo de diversas hecatombes y atentados terroristas, estando a las órdenes de dos presidentes diferentes, ambos de color, hermanos en la ficción: David y Wayne Palmer.

Hablando sobre el ya conocido como “Efecto Palmer”, el actor Dennis Haysbert sostenía que el hecho de que en una serie del prime time se mostrara a un presidente negro, bueno y honesto, allanó la nominación de Obama, no en vano, el personaje al que interpretaba enseñó “cómo sería América si su presidente fuese un hombre negro, y lo que vieron los espectadores, les gustó.”


Sin embargo, George Bush Jr., el presidente saliente, no ha tenido tanta suerte en su “carrera” cinematográfica. Después hablaremos de “W”, la película que sobre él acaba de filmar Oliver Stone, pero no tenemos más que recordar las célebres y celebradas bufonadas de Michael Moore para sentir una cierta vergüenza ajena de Bush hijo. ¿Le recuerdan en aquella demoledora secuencia, leyendo un cuento en una escuela, cuando le comunican el atentado del 11-S, y su incapacidad de reaccionar hasta que sus asesores lo sacan a escape del aula? Tremendo.


Pero es que, además, al pobre hombre lo han “asesinado” en una controvertida película presentada en el pasado Festival de Toronto. Producido por el Canal 4 británico, “La muerte de un presidente” es un falso documental de noventa minutos en que se cuenta el teórico asesinato de Bush mientras da un discurso en una Chicago convulsa por las protestas contra la guerra de Irak, seguida de la posterior investigación del atentado, relacionada con la llamada Guerra del Terror desatada por el presidente americano en Oriente Medio.

Y es que en Estados Unidos, el tema de sus magnicidios presidenciales ha hecho revelar kilómetros y kilómetros de celuloide, con el asesinato de John Fitzgerald Kennedy como estrella, por supuesto. Son numerosísimas las películas que han tocado dicho tema. Reseñaremos una de las más recientes, “Cita con la muerte”, muy polémica porque defiende la tesis de que el único culpable del atentado de Dallas fue el régimen cubano castrista.

Un asesinato, el de Kennedy, tristemente cinematográfico al haber quedado recogido en la célebre película que Abraham Zapruder filmó con su cámara casera y que ha sido analizada hasta la saciedad por todos los estamentos policiales, judiciales y gubernamentales de los Estados Unidos.

Emilio Estévez, por su parte, presentó su película “Bobby” hace unos meses. En ella se recrean los acontecimientos que desembocaron en el asesinato de otro Kennedy, Robert F., aspirante a conseguir la nominación presidencial. La película cuenta las vivencias de las veintidós personas que estaban en el Hotel Ambassador el día 6 de junio de 1968 en que el senador fue tiroteado. Protagonizada por un impresionante elenco de intérpretes, de Anthony Hopkins y Elijah Wood a Helen Hunt o Demi Moore, la película tuvo una excelente acogida por parte de la crítica, aunque el público no respondió con el mismo entusiasmo.


Quiere la casualidad que Emilio Estévez sea hijo de Martin Sheen (Ramón Estévez, en su galleguiña acepción original), quién, a su vez, ha interpretado a Josiah Bartlet en la conocida y reverenciada serie “El ala oeste de la Casa Blanca”, cuyas siete temporadas han sido acreedoras de tres Globos de Oro y veintiséis Premios Emmy, un récord compartido con la no menos famosa y añorada “Canción triste de Hill Street”.

Lo más destacable de esta serie de televisión es el acendrado realismo con que se cuenta el funcionamiento del gobierno norteamericano, a través de un amplísimo relato coral en que una supuesta administración demócrata queda retratada con pelos y señales siendo, además, extrañamente profética con muchas de las cosas que estarían por venir en el ámbito de la política yanqui de los últimos años.

Pero volvamos a los presidentes reales. En “Colores primarios”, John Travolta interpretó a un político llamado Jack Stanton que, más que parecerse a Bill Clinton, era Bill Clinton. Y Emma Thompson, una más que creíble Hillary. En la película, muy polémica y basada en un libro escrito por un enigmático Anónimo, se cuenta la carrera del gobernador de un estado sureño que lanza a la conquista de la Casa Blanca, para lo que se rodea de un inmejorable equipo de asistentes y ayudantes. Los problemas comienzan, realmente, cuando el candidato deja embarazada a la hija de un íntimo amigo suyo, afroamericano, y el equipo del gobernador ha de ingeniárselas para tapar la historia…

Casualmente y de forma premonitoria, en “Cortina de humo”, dirigida por Barry Levinson, un asesor de la Casa Blanca interpretado por Robert de Niro contrata a un estrafalario productor de Hollywood, al que da vida Dustin Hoffman, para que se invente una supuesta guerra en Albania y, de esa manera, se distraiga a la opinión pública de un escándalo sexual protagonizado por el presidente de la nación.

Y la esposa de Bill, candidata a la nominación demócrata hasta hace unos meses, tampoco sale muy bien parada en la polémica “Hillary. The movie”, en la que presentan de semejante guisa a la paciente esposa del ex presidente: “La senadora tiene una extraordinaria habilidad para ofuscarse, rehusar el responder preguntas, evitar confrontaciones y hasta ahora, ha conseguido pasar por encima de todo ello.” Ilustrativo, ¿verdad?

CONTINUARÁ

Etiquetas: , , , , , , , , , , , ,

CENTAUROS DEL DESIERTO

El pasado año se celebró el cincuenta aniversario de la que es, posiblemente, mi película favorita. Hoy quiero recordar este artículo, publicado en IDEAL. El jueves se entenderá el porqué, hoy recordamos este artículo.

(Si no han visto la película, en vez de perder el tiempo con esta entrada y con los vídeos que la acompañan, deberían busca una copia y disfrutar de lo mejor del séptimo arte…)

Este artículo está dedicado a mi padre,
que me enseñó a amar el cine.

En su “Recorrido personal por el cine norteamericano”, el conocido director Martin Scorsese, hablando de “Centauros del desierto”, señalaba que, tras años de búsqueda, cuando Ethan finalmente encuentra a su sobrina, secuestrada por los comanches siete años atrás, no se sabe si la va a matar o la va a salvar. Insiste en que no hay que esperar un final feliz, ya que Ethan no encontrará ningún hogar o familia al final del camino. Ethan está maldito, condenado a seguir siendo un ser errante, destinado a vagar eternamente por el mundo.

Y es que pocos finales de una película han hecho derramar tantos ríos de tinta a lo largo de la historia como esa memorable secuencia en que, después de que todos los protagonistas hayan entrado en casa, por parejas, muy despacio; Ethan, el personaje interpretado por John Wayne, que ha permanecido en el exterior, mirándoles, se da la vuelta y, con un andar entre pausado y desganado, dirige sus pasos de nuevo hacia el horizonte mientras la puerta de la casa se cierra para él y las palabras “the end” aparecen en pantalla, mientras las voces del grupo “The sons of pioneers” comienzan a desgranar la canción de Stan Jones, compuesta para la película:

¿Qué lleva a un hombre a vagar?
¿Qué lleva a un hombre a vagabundear?
¿Qué lleva a un hombre a dejar su cama, montar su caballo
y volverse a casa?
Cabalga lejos, cabalga lejos, cabalga lejos.

Se cumplen ahora cincuenta años del estreno de “Centauros del desierto” una de las grandes obras maestras imperecederas de ese genio del cine llamado John Ford. Cincuenta años que no han restado un ápice de fuerza y emoción a un western de una intensidad arrebatadora que, a través de unas imágenes de una belleza sin igual, nos cuenta la obsesiva búsqueda de una joven secuestrada por los indios, protagonizada por su tío, el enigmático y atormentado Ethan, y por su hermano de adopción, un mestizo llamado Martin.

En “Centauros del desierto”, la historia de un largo y complicado viaje por todo el Suroeste de los Estados Unidos recién salidos de la Guerra de Secesión, John Ford traslada al universo del western, al espectacular decorado natural del Monumental Valley, el mito del eterno retorno, subiendo a lomos de caballo el célebre aforismo de Pompeyo: “Vivir no es necesario; navegar sí.”

Y es que estamos ante una de las películas más importantes de la historia del cine, uno de esos títulos fundacionales que consolidaron toda la mitología del western y algunos de sus iconos esenciales, como el del viejo pistolero solitario y errabundo o el de esa camaradería que sólo puede surgir entre dos personas que cabalgan, una junto a la otra, durante semanas y meses, durmiendo al raso y teniendo que vencer todo tipo de peligros y dificultades.

El racismo y las siempre difíciles relaciones con los indios, el Séptimo de Caballería, las secuelas de la Guerra de Secesión, los amores frustrados e imposibles, la necesidad de venganza, la contradicción entre seguir el camino o volverse a casa, entre continuar la búsqueda o rendirse, entre seguir esperando el retorno del ser querido o renunciar a él y casarse con otro…

Son tantos los temas que John Ford aborda en “Centauros del desierto” que, cada vez que vuelves a ver la película, le encuentras detalles, giros y aspectos nuevos, distintos y, sobre todo, hermosos. Como el cariño con que Martha dobla y acaricia el capote de Ethan ante la comprensiva mirada del singular reverendo interpretado por Ward Bond.

La mirada de Ethan, perdida en el horizonte, impotente, mientras seca el sudor de su caballo, sabiendo que no va a poder ayudar a su familia en peligro. O diálogos tan sugestivos como éste:

– “Hemos fracasado. ¿Por qué no lo confiesa?
– No. El que nos hayamos vuelto no significa nada. Nada en absoluto. Si está viva, se salvará. Por unos años la cuidarán como si fuera uno de ellos…
– Pero ¿cree usted que hay posibilidad de encontrarla?
– El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas.”

“Centauros del desierto”, además, nos depara, posiblemente, la mejor interpretación de la larga carrera John Wayne. Su Ethan es tan duro e implacable como tierno y socarrón. Tan sólido y frío cuando dispara contra los indios como sensible y vulnerable cuando tiene que enterrar a una de sus sobrinas, con sus propias manos. Una personalidad compleja y contradictoria que llega al paroxismo cuando, por fin, encuentra a la pequeña Debbie, convertida en una hermosa comanche.

Y, como decía Scorsese, no se sabe si la va a salvar… o la va a matar, he ahí la gran tragedia de una excepcional película que, a sus cincuenta años de edad, sigue emocionando al espectador, sacudiéndole en su asiento, hablándole de algunos de los temas que preocupan al hombre desde el inicio de los tiempos, haciendo que se le salten las lágrimas cada vez que la ve.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.