BOGART: EL TIEMPO QUE NO PASA

Este reportaje lo publicamos el pasado sábado en IDEAL. Estuvo casi todo el día entre lo más leído de la edición digital del periódico. Y es Bogart sigue siendo Bogart. Todo lo que contamos en estas líneas (menos lo del alcalde) volverá a ocurrir miércoles y jueves, a las 23 horas, en el Aliatar. Y esta vez podrá entrar todo el que quiera, libremente. 

 

 

–         «Tócala Sam. Toca «El tiempo pasará».

 

Eso era exactamente lo que Ingrid Bergman le decía al pianista del Rick’s Café Americano en «Casablanca», antes de que Woody Allen popularizara el «Tócala otra vez, Sam» que anoche se podía escuchar, una y otra vez, en la sucursal granadina del café más famoso de la historia del cine.

 

Es difícil encontrar una mejor ubicación para el bar de Rick que el Aliatar, un antiguo cine cargado de historia que, convertido en uno de los locales de copas más reconocidos de Granada, ha sido transformado en trasunto del garito norteafricano gracias al buen hacer de Miguel Serrano, director de la compañía García Lorca. Para llegar al Rick’s Cafe, lo mejor es subir por la Carrera de la Virgen, engalanada con una glamourosa alfombra roja y festoneada con enormes carteles de las películas de Bogart. Además, en el Zaida hay una exposición en que se encuentra el verdadero piano que tocaba Sam y otros objetos auténticos de «Casablanca». De esta forma, uno sube las escaleras del Aliatar perfectamente metido en ambiente, dispuesto a disfrutar de un montaje que, a nada que uno le ponga un poquito de imaginación, le lleva a las ardientes noches de Casablanca.

 

En la velada inaugural, el alcalde de esta Granada/Casablanca fue recibido por el prefecto de policía, Renaud, en lo que parecía ser el principio de una hermosa amistad. Tras recorrer las mesas de juego y conversar con algunos de los jugadores que en ellas se apostaban toda su fortuna, el alcalde se acercó al piano de Sam, junto al que sentó cómodamente. Y con ello dio el pistoletazo de salida a una fiesta que comenzó con las inevitables palabras «you must remember this», entonadas con pasión por el solista de la banda Retroback, dando inicio a la canción «El tiempo pasará» y, con ella, a la segunda edición de un festival que, por unos días, nos invita a mirar al pasado con ilusión, nostalgia y cariño por un cine que ya no se hace.

 

En la enorme pantalla que el Aliatar ha mantenido intacta, en recuerdo de su pasado como una de las salas de cine más queridas de Granada, se proyectaba de forma ininterrumpida, obviamente, el clásico de Michael Curtiz, una «Casablanca» convertida en auténtico mito de la historia del cine. Una mitología que, más allá de la indudable calidad cinematográfica que atesora, tiene que ver con el carisma de sus protagonistas y, sobre todo, con las especiales circunstancias en que se filmó la película, en plena II Guerra Mundial, cuando los nazis eran una auténtica amenaza para la paz mundial y no sólo los malos de los guiones de las películas.

 

Los cientos de invitados en esta gala inaugural disfrutaron de una velada muy especial en que más de cuarenta figurantes ayudaron a hacernos soñar con Rick, Elsa, Renaud y los demás protagonistas de un filme inmemorial. Eso sí, una cierta confusión reinaba en la calle, en los aledaños de Puerta Real, dado que las informaciones publicadas estos días en los medios de comunicación daban a entender que el acceso a la fiesta era público y no estricta y escrupulosamente restringido.

 

Los camareros, tan serios como amables, servían las cervezas y los canapés ataviados con un turbante rojo y chaleco a juego. Además, por el bar circulaban figurantes que representaban a jugadores, croupiers, gángsteres, músicos, espías, policías… y oficiales de las SS. De hecho, cuando uno de éstos se te acercaba, su inequívoco parecido con el Coronel Strasser te provocaba ganas, si no de acribillarlo a balazos, sí al menos de cantarle la Marsellesa en plena cara, como de hecho terminó ocurriendo en uno de los momentos más emotivos de la noche. Y es que durante la hora y media que duró el espectáculo, lo mismo se sucedían persecuciones por parte de los gendarmes hacia sospechosos traficantes que una cantante se subía al escenario y deleitaba al respetable con una emotiva canción de época.

 

Además, la banda del local, rigurosamente vestida con un elegantísimo smoking blanco, amenizó la velada con su vivo jazz añejo, tocando antiguos estándares y animando la noche con la banda sonora de toda una vida cinéfila y nostálgica.

 

Con una inauguración tan especial como singular, Retroback nos conduce por el túnel del tiempo a un cine en blanco y negro, de buenos y malos, en que un tipo duro como Bogart siempre terminaba demostrando que tenía su corazoncito. Ojalá que en próximas ediciones del Festival haya iniciativas tan curiosas como ésta. Entre tanto, no duden en pasarse por el Aliatar y, con un poquito de imaginación, déjense envolver por esa atmósfera tan particular del cine clásico. Un cine que, como Bogart decía en «El halcón maltés», está hecho del material con que se fabrican los sueños.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

DE AMIGOS, GRUPOS Y FANS

En la última presentación que hicimos de «Hasta donde el cine nos lleve», en Salobreña, hace unas semanas, decía que una de las mejores cosas de haber publicado el libro era tener la ocasión de presentarlo por sitios distintos, aprovechando para rodearnos de amigos y para conocer a gente nueva, a cuenta de viajes, películas y palabras.

Un perro con buen gusto literario
Un perro con buen gusto literario

Toda esta actividad, de Canarias a Gijón, pasando por Villena (Alicante), Granada, Barcelona, Salobreña o la próxima de Madrid (día 13 de marzo, id apuntando) es muy reconfortante, aunque un pelín cara, eso sí. Porque todo ello, obviamente, corre de nuestra cuenta: viajes, desplazamientos, hoteles, las birras, las tapas, las raciones o las copas. En fin. Menos mal que los amigos nos ayudan con la organización y librerías y centros culturales nos ceden sus instalaciones…

Pero lo hacemos con sumo gusto, ni que decir tiene.

A lo que venía dándole vueltas, todo este tiempo, era a cómo alargar este contacto con amigos y lectores, para recibir comentarios, críticas, sugerencias, etcétera, más allá del tú a tú de esas presentaciones.

Y la respuesta está, posiblemente, en esos espacios virtuales que tanto nos gustan. Como por ejemplo, en Facebook.

Aprovechando el mogollón de Amigos que tenemos en el FB, creamos un grupo para «Hasta donde el cine nos lleve», que ya tiene casi doscientos amigos. A ver si entre todos preparamos un buen listado de películas imprescindibles que podrían, deberían haber estado en el libro y, por razones diversas, no están. El Grupo, para que os apuntéis, AQUÍ.

Pero es que unos días después me planteé que hablar de un trabajo hecho y publicado está muy bien, sobre todo de cara a una posible y deseable reedición futura, ampliada y corregida. Pero que lo realmente chulo sería poder ir hablando del trabajo nuevo, inédito y desconocido en que estoy embarcado desde hace unos meses.

Y así ha nacido la página de «Café-Bar Cinema», que tenéis AQUÍ y a la que os invito a uniros y en la que espero encontrar un montón de ayuda, diversión, colaboración y buen rollo. De momento, en apenas un día de vida, ya somos casi 100 fans.

A ver si mucha más gente se apunta y, entre todos, vemos cómo crece un proyecto que, ojalá, podamos ver publicado e impreso en una fecha no muy lejana…

Jesús Lens, de la letra impresa a la virtual.

LA CINTA BLANCA

Hace unos días creé uno de esos grupos tan de moda en Facebook, para hablar de nuestro libro, «Hasta donde el cine nos lleve», y poder recibir comentarios, sugerencias e impresiones. En una de las charlas que tenía con los Amigos del grupo comentaba que había ido, por fin, a ver «La cinta blanca», cuyo demorado estreno en Granada provocó que escribiera esta encendida declaración y esta otra no menos ardiente columna en el periódico IDEAL.

 

Curiosamente, dos buenos aficionados al cine me comentaron lo mismo: «La cinta blanca» es un películón, pero no precisamente para verla un viernes o un sábado, pensando en salir de fiesta con los amigos. Es una película para verla entre semana, a ser posible, en una sesión temprana que te permita disponer de un buen puñado de horas por delante para dejar que la misma te cale y te penetre bien, una vez finalizada la impactante proyección.

 

Porque, efectivamente, «La cinta blanca» impacta. Y lo hace como deben impactar las buenas películas: sin abusar de efectismos fáciles y gratuitos, sin apabullar al espectador con truculencias, gritos o estridencias. Porque Michael Haneke, el más interesante de los cineastas europeos contemporáneos, es un auténtico maestro de la sugerencia y de la insinuación.

 

Haber llegado a la maestría de Haneke para contar al espectador lo que pasa detrás de una puerta cerrada no es fácil, ni mucho menos. Un portento, el alemán, cuando gira la cámara y deja fuera de plano lo que el espectador supone, se imagina, piensa y sabe que está pasando. De esa forma, cada espectador se lo puede representar en su cabeza de forma que el horror es siempre extremo. Porque la imaginación, siempre, supera a la más cruel de las realidades.

 

En «La cinta blanca» nos encontramos en la Alemania previa a la Primera Guerra Mundial. En uno de esos pueblecitos de postal que, gracias a la impresionante fotografía en riguroso y majestuoso blanco y negro de la película, luce con todo su esplendor. Un pueblecito habitado por hermosos niños rubicundos y serios hombres temerosos de Dios en los que, de repente, empiezan a pasar pequeñas cosas que sacan de sus casillas a los residentes en el pueblo, como el profesor de la escuela nos contará en una inolvidable y descriptiva voz en off que acompaña al espectador muchas horas después de que la película haya terminado.

 

Un día, el médico tiene un accidente cuando montaba a caballo. Un accidente no fortuito, desde luego, ya que el équido tropezó con un cable metálico, estratégicamente situado en un lugar por el que el médico siempre cruzaba en sus paseos hípicos. A partir de ahí, la vida se enturbia en el pueblo. Hay accidentes, pequeñas venganzas, recelos, violencia soterrada y, por fin, violencia explícita.

 

No son grandes barbaridades, grandes dramas o grandes crueldades, los que se desarrollan frente al espectador. Pero, a medida que pasa el metraje, van subiendo de intensidad. Y, lo peor, es la reacción de los habitantes del pueblo, unos mirando a otro lado, otros quitándose de en medio, otros encubriendo los despropósitos de algunos infames descerebrados…

 

Y está el pastor. De almas. Rígido, duro y exigente. Y sus hijos. Y está el médico. Que vuelve a casa. Y su amante. Y los hijos de ésta. Y está el noble, casi seños feudal de la localidad. Y sus hijos. Y los trabajadores. Y sus hijos.

 

Y estamos en una Alemania que, tras perder la Primera Guerra Mundial, empezó inmediatamente a prepararse para la II. Y tenemos en pantalla a los niños que, de mayores, protagonizarían una de las mayores infamias de la historia de la humanidad. No por casualidad, como Haneke se encarga de demostrar con esta, otra más, brutal Obra Maestra.

 

Lo mejor: que todo lo que escribimos antes de «La cinta blanca» está más que justificado ante este pedazo de joya.

 

Lo peor: que el Oscar se lo dispute a otra joya como es «El secreto de sus ojos».

 

Valoración: 10.     

    

EN TERRITORIO HOSTIL

La primera tentación (*) que tuve a la hora de reseñar «En territorio hostil», la última película de la directora Kathryn Bigelow y ganadora de los Oscar del 2010, fue hacer referencia al absolutamente nulo protagonismo de cualquier personaje femenino en una historia dirigida y producida por una mujer dado que sólo la perdida Evangeline Lilly aparece en pantalla en algún momento. Y lo hace como la lejana esposa del protagonista, a cargo de su hija, esperando pacientemente en casa.

 

Pero, la verdad, al no saber la ratio de hombres y mujeres que hay en Irak y, desde luego, al desconocer si hay presencia femenina en el cuerpo de artificieros en que se centra «En territorio hostil», mejor obviar la cuestión de género, que la Bigelow es una mujer con personalidad, criterio y experiencia suficientes como para saber lo que se hace.

 

Y precisamente uno de los puntos fuertes de la película es haberla centrado en el drama de las bombas y los atentados suicidas que han convertido Bagdad en una pesadilla para el ejército invasor. Habrá quién critique que el punto de vista adoptado por los autores se centre en el drama que viven los artificieros norteamericanos y que el personaje de Beckham, el niño iraquí que vende DVDs esté metido con calzador, como para compensar un posible empacho de yanquilofilia rampante.

 

Pero ahí radica el quid de la cuestión. ¿Qué es «En territorio hostil»? ¿Una película sobre la guerra de Irak? Eso me recuerda a lo que decía Coppola sobre «Apocalypse Now», cuando decía que no era una película sobre Vietnam, sino que era Vietnam.

 

Y en eso estamos, con la película de Bigelow. Con un protagonista adicto a la adrenalina que, después de haber desactivado ochocientas y pico bombas, ya no encuentra otro sentido a su vida. Y, como bien señalaba José Enrique Cabrero en su imprescindible reseña de IDEAL, el artificiero interpretado por el actor Jeremy Renner sería como un pistolero del Far West que avanza por las calles ardientes y llenas de polvo de un pueblo semidesierto para enfrentarse, él solo, a los malos.

 

No. No estamos ante una película de guerra que denuncia la crueldad de la misma o que pone el acento en el miserable comportamiento de los soldados en liza. No se trata de cuestionar la pertinencia o no de los Estados Unidos en Oriente Medio. Es una película basada, exclusivamente, en un profesional que cumple con su trabajo, mucho más allá de hasta donde el deber le reclama.

 

Y, por eso, es una película inequívocamente hawksiana. 😉

 

Partiendo de un prólogo interpretado por Guy Pierce y que sirve para contextualizar el resto de la película, incidiendo en lo extremadamente peligroso que es el trabajo de los artificieros en Irak, la película se compone de segmentos concatenados que alternan la acción y los momentos de peligro con los supuestos momentos de paz de los protagonistas, refugiados en su cuartel y relacionándose entre ellos, aprendiendo a conocerse. Un poco como «Hatari!», pero cambiando África por Irak y a las fieras de la selva por las bombas de los iraquíes.

 

Una película técnicamente perfecta, en la línea de «Generation kill», en la que el protagonismo recae en la permanente tensión de unos soldados que, efectivamente y como acabamos de ver con los atentados talibanes en Afganistán, no están precisamente de colonias en sus misiones en el extranjero.

 

Lo mejor: la ausencia de moralina y el duelo en mitad del desierto, con un sorprendente Fiennes.

 

Lo peor: el único detalle sentimental, con el chavalito apodado Beckham. Si somos duros, somos duros.

 

Valoración: 7

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

(*) Y mi segunda tentación era empezar preguntándole qué le había parecido la peli a Abel, que nos puso sobre la pista, AQUÍ, con el trailer.