Escribo, luego hablo

Hace unos días decía que no iba a reseñar la última novela de Juan Madrid, “Los hombres mojados no temen la lluvia”, en buena parte, porque era una prolongación en papel del Juan Madrid persona, amigo, compañero, interlocutor.

Pero el no escribir una reseña de su novela no me impide que traslade a la pantalla algunas de las perlas de la rabiosa y, a la vez, reflexiva prosa de Juan.

Quiénes me conocen saben que hablo por los codos, que adolezco de una proverbial verborrea y, además, incansable.

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Lo sé, lo siento y, a veces, he tratado de corregirlo.

Pero aquí aplica la fábula del escorpión y la rana.

Y entonces me encuentro con este párrafo de Juan, con esta reflexión que hace su protagonista, el abogado:

“Conozco a los escritores. Su trabajo se realiza en solitario, sin contacto con la gente. Por eso no pueden dejar de hablar cuando tienen auditorio. La escritura jamás podrá competir con su predecesora, la oralidad”.

¡Ahí está! ¡Ahí lo tienes! Ahí está la cuadratura del círculo. Ahí está la explicación.

¡Qué peso me he quitado de encima!

¡Escribo, luego hablo!

¡Gracias, Juan!

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