CONEJITOS SUICIDAS Y CABRONES

Vamos con otra de tebeos. Pinché el disco de Salif Keita y, al ritmo del «Tekeré», canción que sí había oído, pero que me fascina, empecé a leer un álbum naranja que, se devora en diez atropellados minutos. No más. Aunque después se vuelve al mismo, para paladear cada viñeta. Despacio.

 

El libro de los conejitos suicidas
El libro de los conejitos suicidas

«El libro de los conejitos suicidas», de Andy Riley es una pasada auténtica. La verdad es que Talía y yo ya alucinamos cuando Lillian nos enseñó dos o tres de las subversivas viñetas que lo componen. Unas auténticas animaladas, en todos los sentidos de la expresión. Y mira que el dibujo es básico y simple…

 En serio: ¡leánlo!

Pero la pregunta es, por supuesto, ¿resulta legítimo descojonarse a lo bestia de un tema tan teóricamente serio como es el suicidio?

 ¿Les hace gracia?

Porque, créanme, Riley es un salvaje que se inventa las formas más sofisticadas, cafres, dolorosas, imaginativas y crueles que existen para propiciar el suicidio de sus conejitos. Y, como en las mejores películas de terror, no puedes evitar mirar unas imágenes que, por un lado, hieren tu sensibilidad, pero por otro, te obligan a no despegar la vista de la imagen.

 ¡Hay que ser retorcido!

Y, además, te llevan a prorrumpir en carcajadas salvajes, políticamente incorrectas como ninguna.

 

¡Quién dijo miedo!
¡Quién dijo miedo!

Y no sé si está bien reírse de algo tan serio como la muerte y el suicidio, la verdad.

 Suicidarse es un arte

¿Qué opinan?

 

¡Ahhhhhh!
¡Ahhhhhh!
¡Diga usted que sí! Eso es arte
¡Diga usted que sí! Eso es arte
La decapitación que a Talía y a mí nos dejó patidifusos
La decapitación que a Talía y a mí nos dejó patidifusos

Jesús Lens, auténticamente acojenado.

EL ROSTRO MÁS AMARGO DEL CÓMIC

Dedicado a Rash,

mi camello tebeístico.

Y a Frankie,

el también padre de nuestra (literaria) criatura en ciernes

 

 

Hoy publicamos esta doble página en IDEAL. Créanme, impreso, luce muuuucho mejor. Si pueden, no duden en comprar el periódico.

 

Desde que, en 1992, la novela gráfica «Maus» fuese galardonada con el Premio Pulizter, es un lugar común defender la seriedad de los tebeos, como si el galardón concedido a Art Spiegelmal por su recreación del Holocausto judío le hubiese terminado de conferir al llamado Noveno Arte su auténtica carta de naturaleza como disciplina artística adulta y apta para mayores.

 

Sin embargo, una visita a los templos egipcios de Luxor o a los museos en que se conservan los códices mayas acredita que el arte secuencial viene acompañando al ser humano desde que el hombre es hombre. Antes que la palabra fue la imagen y, por eso, históricamente ha sido habitual que las comunidades contaran sus avatares a través de historias secuenciadas en imágenes.

 

De ahí que, por ejemplo, la reciente publicación en España por parte de Panini de «11-M: la novela gráfica», con guión de Antoni Guiral y Pepe Gálvez y dibujo de Joan Mundet, no sea sino un hito más en la historia milenaria de la humanidad, narrada a través de imágenes. El álbum, que cuenta con un prólogo de Pilar Manjón, recrea los atentados de 2004 en Madrid a la vez que trata de rendir homenaje a las víctimas de la infame masacre. El punto de partida de esta novela gráfica es la sentencia dictada por el Tribunal, queriendo huir sus autores de cualquier polémica acerca de unos atentados que aún siguen ocupando las portadas de algún periódico. Pero, además, sus autores quisieron aportar algo más que la mera traslación de la sentencia a imágenes, por lo que crean a tres personajes ficticios que sirven para dramatizar la obra.

 

En el origen de este álbum se encuentra otro de similares características que, en EE.UU., fue un sorprendente best seller de muy largo recorrido: «El informe 11-S», una novela gráfica de Sid Jacobson y Ernie Colón, que en España también fue publicado por Panini y en cuya portada reza la siguiente leyenda: «El 11 de septiembre de 2001 fue un día de asombro y dolor sin precedentes en la historia. ¿Cómo ocurrió? ¿Cómo evitar que se repita semejante tragedia? Los diez miembros de la comisión recibieron el mandato de hallar las respuestas y efectuar las recomendaciones pertinentes. El 22 de julio de 2004 hicieron público su informe…»

 

Un cómic que contó con el aval tanto del presidente como del vicepresidente de la Comisión del 11-S, quienes escribieron un sentido prólogo para el mismo, en que señalaban: «nos complace… elogiar a los magníficos autores de esta novela gráfica por su fidelidad a las conclusiones, las recomendaciones, el espíritu y el tono general del informe propiamente dicho. Esta adaptación transmite buena parte de la información contenida en dicho informe.»

 

Paradójicamente, el 11-S devolvió al premiado Art Spiegelman al mundo de los cómics. En la presentación de su monumental «Sin la sombra de las torres», publicado por Norma Editorial, señala lo siguiente: «aquella mañana prometí volver a dedicarme a tiempo completo a los cómics, a pesar de que éstos pueden suponer un trabajo tan intenso que uno ha de asumir que vivirá eternamente para poder hacerlos… Había pasado gran parte de la década anterior al cambio de milenio intentando evitar hacer cómics, pero durante un tiempo desde 2002 hasta septiembre de 2003 me consagré a lo que se convirtió en una serie de diez páginas de gran tamaño sobre el 11 de septiembre y sus repercusiones».

 

El resultado, una abigarrada consecución de imágenes caóticas y sólo aparentemente sin sentido, repletas de mensajes, explosiones, dudas e interrogantes. Y una leyenda, tan enigmática como cierta: «Justo después del 11-S, mientras que esperaban a que algún otro terrorista dejara caer cualquier cosa, muchos encontraron consuelo en la poesía. Otros lo hicieron en los cómics de periódicos antiguos.»

 

Es muy llamativa esta alusión a los tebeos como vía para exorcizar demonios y vencer miedos. Exactamente lo que hace Ari Folman en la película de animación «Vals con Bashir», posteriormente convertida en un interesante y clarividente cómic, editado por Salamandra.

 

La historia parte de los sueños y la amnesia de los integrantes de un batallón de israelíes que participaron en la guerra del Líbano de 1982. El protagonista tiene sueños extraños y, por la noche, se le vienen imágenes sueltas a la cabeza. Sabe que estuvo en aquella guerra, pero no recuerda nada del frente ni de las batallas. Hasta que comienza a hablar con algunos de los compañeros de su pelotón. Y, como si de un puzzle se tratara, las piezas empiezan a encajar, hasta llegar al dramático desenlace en que se cuenta la brutal masacre de Sabra y Chatila, un genocidio ejecutado contra los palestinos refugiados en Beirut por parte de las Falanges libanesas cristianas, ante la pasividad de las tropas israelíes.

 

La aparición de «Vals con Bashir» provocó una enorme polvareda, al remover turbios asuntos de un pasado sangriento en que estuvo directamente implicado Ariel Sharon. Y es que, sea por acción o sea por omisión, la corresponsabilidad de los crímenes de guerra puede tener alcances inusitados.

 

Otro de los frentes bélicos que mantiene abierto Israel, el conflicto con Palestina, fue tratado a través de las viñetas por Joe Sacco, periodista, guionista y dibujante nacido en Malta, pero que actualmente reside en EE.UU. «Palestina: en la franja de Gaza» es un diario de viajes en que se cuenta la primera intifada de los seguidores de Arafat contra los israelíes, vivida en primera persona por un Sacco que se pasó dos meses de comienzos de los años noventa en la zona, hablando con distintas personas y dejando testimonio de los anhelos, las frustraciones y los sufrimientos del pueblo palestino.    

 

En otro de los conflictos de Oriente Medio están basados los cuatro álbumes de «Persépolis», de la artista iraní Marjane Satrapi. Dibujada con un trazo deliberadamente naif, lo que hace contrastar la inocencia de las imágenes con la dureza de los contenidos, la novela gráfica de Satrapi cuenta la llegada al poder de Persia de los fieles al Ayatolah Jomeini y las contradicciones que la imposición de una teocracia supuso en una sociedad que abjuraba de la tiranía impuesta por el Sha, pero que se encontró con el involucionismo integrista de los barbudos. Y, de inmediato, la guerra contra el Irak de Saddam Hussein.

 

Y todo ello contemplado desde la óptica de una niña que se convierte en adolescente y, después, se marcha a estudiar a Austria. Una niña que no entiende nada de lo que ocurre en su país. No entiende las contradicciones de sus padres, progresistas, que se alegran por la caída del Sha, pero detestan el rumbo que la Revolución impone a unos ciudadanos que cada vez tienen menos derechos y que terminan convertidos en esclavos de un sistema teocrático en el que, desde entonces, Estado y Religión han caminado de la mano, como las recientes elecciones iraníes han vuelto a demostrar.

 

El mismo Joe Sacco ha tratado en viñetas, de forma amplia y prolija, otro de los conflictos bélicos más recientes: la guerra de los Balcanes. Tanto en «Gorazde: zona protegida» como en «El mediador», Sacco utiliza las mejores técnicas periodísticas para hacer un acercamiento lo más objetivo y riguroso posible a una de las guerras más salvajes y crueles del siglo XX.

 

En «Gorazde: zona protegida», el autor cuenta su experiencia en un pequeño pueblo de Bosnia en que residió durante el conflicto, a través de las conversaciones que mantuvo con sus habitantes. «El mediador», por su parte, subtitulado como «Una historia de Sarajevo», narra la vida de un ex-soldado que se dedica a guiar a los periodistas por la ciudad sitiada. A través de numerosos saltos en el tiempo, Sacco aprovecha para desgranar la historia de algunos de los más conocidos líderes de las milicias bosnias, demostrando que la línea que separa a los héroes de los canallas es muy liviana.     

 

Además de estos dos trabajos de carácter eminentemente periodístico, Sacco ha trabajado en otras historias que, reunidas en un tomo titulado «El final de la guerra», son más narrativas, incorporando elementos de ficción, humor negro y una ácida y corrosiva visión del ser humano, siempre con el conflicto de los Balcanes en el horizonte.

 

Y, para terminar, nos tenemos que hacer eco del anuncio de un sorprendente lanzamiento en formato de cómic, previsto para otoño: la versión en viñetas del Génesis bíblico, interpretado por el gran Robert Crumb y al que ha dedicado cuatro largos años de intenso trabajo. El legendario dibujante underground promete no dejar indiferente a nadie en una obra que ya se publicita con esta sugerente leyenda: «El primer libro de la Biblia, explícitamente dibujado. ¡No se ha dejado nada fuera!».

 

Efectivamente. Manteniéndose radicalmente fiel al material original, Crumb publica una historia repleta de incestos, asesinatos, adulterios y todos esos escabrosos detalles que han colaborado a que el Génesis sea una lectura apasionante para todos los públicos, y no sólo para los creyentes.

 

Como hemos podido ver, el mundo de los tebeos tiene una amplísima y generosa oferta de títulos que, a través del arte secuencial, nos hablan de algunos de los asuntos más serios y actuales que afectan a nuestro mundo. La combinación de imágenes impactantes y textos precisos hace que las viñetas se conviertan en un medio idóneo para contarnos, de forma muy visual, esas historias que nos interesan, nos conmueven y, en ocasiones, nos conmocionan.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

CARLOS GIMÉNEZ

Fue en mi primera Semana Negra. Le conocí en la caseta de Negra y Criminal, de la mano de Paco Camarasa. Entonces no había leído nada de él y me intenté justificar diciendo algo así como que a mí me gustaban más los libros que los tebeos.

 

  • – Es que los tebeos son libros – me dijo Giménez, dejándome mudo de vergüenza.

 

Reparen es que he dicho que esta salida de pata de banco la perpetré en mi primera Semana Negra. Es decir, que todavía estaba por desbastar, pulir y educar. Entonces aún creía en categorías, etiquetas, géneros y diferentes gradaciones literarias.

 

Vamos, que era un idiota.

 

Gracias al magisterio del Jefe Taibo, Justo Vasco, Cristina Macía y el resto de la manada negra, vi la luz y, desde entonces, lo único que distingo es entre buena y mala literatura, teniendo en cuenta que la buena es la que a mí me gusta, me divierte y me apasiona mientras que la mala es la que me aburre, me hastía y me cansa.

 

Años después de aquel desdichado encuentro, me hice con una edición muy especial de la más conocida obra de Carlos Giménez: «Todo Paracuellos» que, con prólogo de Juan Marsé, fue editado por Random House Mondadori.

 

Paracuellos.

 

Un nombre con resonancias.

 

Recuerdo que Gonzalo, colega de mi amigo Briones y un adicto a los tebeos, hablaba maravillas del Paracuellos.

 

Y no es para menos.

 

Aunque debo confesar que, a mitad del tercer álbum, tuve que interrumpir su lectura. Porque, por las noches, los niños del Auxilio Social creados por Giménez se me aparecían en sueños. Y no es ninguna exageración o recurso literario. Lo juro. Me pasaba las noches viviendo las aventuras de esos chavalitos pelones, con orejas de soplillo, ojos soñadores, pecas en la cara, tirillas por piernas bajo sus pantalones cortos.

 

¡Qué duro, todo lo que cuenta Paracuellos! Los sueños rotos, las decepciones, las lágrimas, las frustraciones y la violencia de unas vidas muy difíciles, en la España de los años 50. Vidas cotidianas de unos niños para los que un tebeo del Cachorro o una pelota de fútbol hecha con trapos eran tesoros de valor incalculable.

 

Y, después, los mayores. Los adolescentes que, en los Hogares del Auxilio Social imponían una férrea dictadura y, por supuesto, los maestros tiránicos, que aplicaban algunos castigos a los niños que ni el más rebuscado de los torturadores…

 

Pero todo ello contado con una ternura y con una capacidad de empatía por parte de Carlos Giménez que, como antes dije, conseguía encastrar a sus diminutos personajes en mis sueños.

 

Hace unas semanas se ha constituido una Plataforma para que a Carlos Giménez le sea concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

 

Por supuesto, me sumo a dicha iniciativa.

 

Y os invito a todos a que, a través del mail encuentros@semananegra.org hagáis lo mismo. Los niños de Paracuellos bien que se lo merecen.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

WATCHMEN HD

Todos los que ya hemos proclamado nuestro amor “Watchmen” hemos tenido el corazón en un puño cada vez que se hablaba de la posibilidad de que el tebeo más aclamado, admirado y comentado de la historia fuera adaptado al cine.

El momento ha llegado.

¿Qué les parece el trailer en Alta Definición? ¿Y la música de los Smashing Pumpkies? ¿Y el diseño de producción? ¿Y ese Doctor Manhattan? ¿Y Rorschach?

El 03.06.09, si las disputas legales por los derechos no lo impiden, estaremos haciendo cola en el cine para ver la que será, sin duda, la gran película del 2009.

Ya lo saben.

Watchmen se acerca.

Who watches the Watchmen?

Jesús Lens.

PD.- Abel, ¿dónde se descargaba el original del tebeo?

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FELL

Hace unas cuantas noches me desperté mucho antes del amanecer, inquieto, desasosegado y con un poso de angustia en la garganta. Me desperté de golpe, de repente, sacudido por una mano onírica que me zarandeaba sin compasión. Y, sin abrir los ojos, en la oscuridad de mi habitación, sentí una ominosa presencia, mirándome.

Se trataba de una monja. O de alguien disfrazado de monja, aunque los hábitos más parecían un burka que otra cosa. Con el añadido de que las cuencas de sus ojos estaban vacías y, por tanto, su mirada resultaba gélida, inquietante, heladora.

Aún atrapado en la duermevela y en las tinieblas de la noche, en un inesperado acto reflejo, eché la mano al lateral del cuello, intentando encontrar la cicatriz de una herida que, por supuesto, no tenía.

Y es que, justo antes de apagar la luz esa noche, había estando leyendo las dos primeras historias de un tebeo: el “Fell. Ciudad salvaje” de Warren Ellis y Ben Templesmith. Y, por alguna extraña conexión neuronal, sus brutales argumentos y su expresivo dibujo debieron quedarse bien grabados, a sangre y fuego, en mi inconsciente, soñando toda la noche con sus personajes desmadrados y, sobre todo, con el tétrico y lúgubre ambiente de las calles de Snowtown, el reverso tenebroso de ciudades oscuras de por sí, como Gotham City o Sin City.


Mi nuevo hogar. Creo que es posible que un montón de gente se haya suicidado aquí.” Así comienza la primera historia de “Fell”. Y no son palabras gratuitas. A quiénes nos hemos educado sentimentalmente en el realismo sucio de Carver y en el realismo alcohólico de los Barflys de Bukowski, ese tipo de arranques nos ponen, increíblemente, de lo más cachondos.

Y a quiénes nos gusta el género negro y criminal de la escuela más Hard Boiled, el sadismo y la maldad que presiden esta narración, sólo pueden ser combatidos por un detective como Richard Fell. Duro, expeditivo y sin contemplaciones. Solitario. Tan salvaje como esa ciudad apocalíptica que agoniza sin que nadie haga algo por revitalizarla.

Muertos que a nadie importan, anónimos cadáveres flotantes, mujeres embarazadas a las que les arrancan el feto del vientre, visionarios sin escrúpulos, asesinos en serie, en masa y en grupo… lo peor de lo peor se concita en las calles de una Snowtown que ya es, para mí, uno de esos territorios míticos que los lectores incorporamos alborozadamente a una imaginaria guía de viajes por paisajes teóricamente imposibles e inexistentes.

Y luego está Maiko, la dueña de “Los idiotas”, el bar en que Fell encontrará refugio cuando se cansa de sus correrías nocturnas. Maiko es un achica de origen oriental cuya relación con el detective comienza de una forma tan agresiva como confusa: tatuando en su cuello, a través de un hierro al rojo vivo, el símbolo protector de los habitantes de la ciudad: Una S tachada por una X.

Pero, después, la imagen de Maiko llorosa y cariacontecida, que tiene el siguiente diálogo con Fell, es de las que no se olvidan, de las que hacen que te enamores de ella:

– ¿Rich? ¿Tienes un momento? Tan sólo quiero hablar ¿vale?
– Hola Maiko. ¿No llevarás encima más hierros de marcar caseros, verdad?
– Oh, joder. Lo siento mucho. ¿Cómo está tu cuello?
– Curándose.
– ¿Te ha quedado marca?
– Y tanto.
– Oh, mierda. Lo siento. Mezclar pastillas y alcohol, ya sabes. No tenía mala intención.
– Bueno… ya estoy protegido ¿verdad?
– Mierda. Lo siento. Yo sólo quería…
– ¿Salvarme?
– … Pedirte que no me evites.
– Me pasaré más tarde a tomar algo. ¿Vale?
– ¿Prometido?
– Puedes jurarlo.

Y Rich, efectivamente, se pasa. Y es el comienzo de una hermosa amistad entre personas que se necesitan, se buscan y se encuentran.

Me encanta el laconismo de un diálogo en que, sin apenas decirse nada, se dice todo. Como el origen del nombre del bar de Maiko. “Los idiotas”:

– Sabes, nunca me has dicho por que este sitio se llama así.
– Papá lo ganó en una apuesta en Camboya. Papá decía que el tipo fue un idiota por apostárselo y él por aceptar la apuesta. Idiotas.

Me he enamorado, pues, de Maiko. Y de Fell. Y de Snowtown. Y de las comadrejas que viven en ella. Y espero que Norma Editorial siga editando muchos volúmenes con las historias de Ellis y Templesmith. Un lujo. Un privilegio.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.