Soy su silencio: sangre, cava y psiquiatría

Permítanme que empiece pidiendo perdón. Confieso que no he leído ‘Carta blanca’, el cómic anterior de Jordi Lafebre, y me lo han afeado tantas personas y con tanto énfasis en las redes sociales que no me queda más remedio que comenzar así esta reseña. Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir. Máxime porque ya he encargado el multipremiado tebeo a Picasso Cómics. 

Dicho lo cual y a la espera de leer esa ya ansiada ‘Carta blanca’, hoy me quiero centrar en ‘Soy su silencio’, lo último de Lafebre en solitario, publicado por Norma Editorial hace unas semanas. Lleva como subtítulo ‘Un thriller en Barcelona’ y es un explosivo cóctel que mezcla psiquiatría, cava, violencia de género, procedural y humor, mucho humor. Un cóctel exquisito y chispeante, se lo aseguro. 

La protagonista absoluta de ‘Soy su silencio’ es Eva Rojas, una peculiar psiquiatra que se encuentra en evaluación psiquiátrica para determinar si puede seguir ejerciendo como psiquiatra. En dicho trance, además de pasear por las cornisas de Barcelona y poner de los nervios a su analista examinador, no está sola. La acompañan tres presencias que le hablan en su cabeza. Tres mujeres de armas tomar que le aconsejan qué debe hacer en cada momento. 

Por ejemplo, aceptar el peculiar encargo de una de sus pacientes: acompañarla a la finca vitivinícola de su familia, los Monturós, donde se va a proceder a la lectura de un testamento que debería zanjar la siempre espinosa cuestión de la sucesión del emporio bodeguero de la familia. La cosa se complicará cuando uno de los miembros de la familia aparezca muerto en extrañas circunstancias. 

Todo esto ocurre muy pronto en ‘Soy su silencio’. A partir de ahí, las andanzas de Eva, la investigación del crimen y las historias entrelazadas de los Monturós nos deparan una adictiva novela gráfica con hechuras del Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán y un toque de Philip Marlowe. 

Ojo a la expresividad en los rostros de los personajes. Sobre todo en Eva, de la que uno termina perdidamente enamorado. ¡Qué torbellino de mujer! ¡Qué ciclón! Atención también al tratamiento que Jordi Lafebre hace de temas como la salud mental, la globalización y el cambio climático. Que de todo eso hay en ‘Soy su silencio’, como decía antes, pero tratado de una forma en absoluto ampulosa. Con aparente ligereza. Hablando de cócteles, este cómic sería un estupendo Dry Martini, conocido como La bala de plata o, en brillante y afilada definición de Manuel Alcántara, un cuchillo disuelto.

Y como estamos en Semana Santa, el pronóstico meteorológico anticipa lluvia y frío y hay más tiempo para leer, les recomiendo otro cómic de Norma: ‘El misterio del paso Diátlov’, del guionista Cédric Mayen y el dibujante Jandro González. 

En este caso, basado en hechos reales y bien documentados, nos trasladamos a la noche del 1 de febrero de 1959, cuando los nueve miembros de una expedición de alpinismo desaparecieron en extrañas circunstancias en el paso Diátlov, en el corazón de los Urales. Con saltos en el tiempo muy bien usados, disfrutamos del comienzo de la expedición, las expectativas y la excitación. Asistiremos a los roces de un grupo heterogéneo sometido a la presión de la montaña y a las dificultades de la misión.  

Intercalada se encuentra la investigación sobre qué pasó aquella noche, cómo y por qué. Una investigación muy compleja en la que la KGB desempeñó un papel esencial. Misterio, amistad y montañismo en una fascinante historia que podría haber protagonizado un episodio de ‘Expediente X’… si Mulder y Scully hubieran sido ‘tovarich’. 

Jesús Lens

Vidas de perros

Nunca pensé que escribiría una columna como ésta, pero la lectura de un cómic, ‘Perros’, y escuchar a su autora, la guionista y dibujante coreana Keum Suk Gendry-Kim; me ha situado frente a mis propias contradicciones, muchas y variadas.

Pero empecemos por el principio. Y el principio está en ‘Hierba’ y ‘La espera’, las dos novelas gráficas anteriores de la autora, publicadas por Reservoir Books, una de esas editoriales que afinan tanto el tiro que consigue conquistarme con cada título. Juraría que de esos dos cómics ya les he hablado antes (de hecho sí lo hice AQUÍ) pero si no LOS HAN LEÍDO… ¡háganse con ellos! Y con una caja de kleenex, de paso: si no llora a moco tendido, o tiene usted los lagrimales obstruidos o su corazón ha dejado de latir.

Precisamente por eso, confieso, entré en ‘Perros’, que esta misma mañana llega a las librerías, con un cierto recelo. ¿Por qué, después de dos historias tan humanas, en todos los sentidos de la expresión, nos introduce Keum Suk Gendry-Kim en una historia ‘perruna’?

Ayer lo explicaba en rueda de prensa a través de Zoom, desde la isla de Corea donde reside desde hace unos años, tras abandonar Seul precisamente para darles más calidad de vida a sus perros, llamados Zanahoria, Patata y Choco. “Nunca les había prestado atención a los perros, no eran algo que estuviera en mi vida o me preocupara. Hasta que Zanahoria llegó a nuestra vida”.

En ‘Perros’, la autora coreana habla de crear vínculos y de establecer lazos familiares. De cómo tener perro te humaniza, paradójicamente, y te hace mejor persona. De cómo salir a pasear hora y media o dos horas con los canes, haga el tiempo que haga, deja de ser una obligación para convertirse en una inmensa fuente de placer. Y está la cuestión de los perros como alimento, algo que quedará prohibido en Corea de forma total y absoluta dentro de tres años tras las últimas leyes aprobadas por el gobierno.

Si es usted ‘perráncano’ y/o animalista, debe leer esta novela gráfica. Si no, TIENE que leerla. Es un inmejorable, delicado y sensible relato sobre la creciente fascinación que tenemos por los perros y la capacidad de los animales para hacernos ahondar en nuestra propia humanidad, insisto.

Eso y el maravilloso dibujo de Keum Suk Gendry-Kim, una dibujante con especial sensibilidad para abocetar la naturaleza, la luz que se filtra entre las ramas de los árboles, los juncos, la nieve y la lluvia. ¡Imprescindible!

Jesús Lens

Todo al Zero: vuelve el gran autor italiano

Hay una palabra que se ha puesto de moda y que detesto un poco/mucho: prescriptores. Gente que sabe de lo que habla y recomienda novelas, cómics, series y películas. ¿Pero prescribirlas? ¡Como si fueran medicinas para gente enferma! En fin. La pregunta, sin embargo, es pertinente. ¿Cómo llegamos a determinados títulos? ¿Cómo acaba esa novela o tebeo en tus manos? ¿Por qué dedicas diez horas de tu vida a la serie de esa plataforma y no a otra cualquiera?

 

Yo uso tres sistemas: insistir con la obra de alguien que me haya gustado previamente, la intuición —también llamada volunto— y el entusiasmo de mi gente de confianza. Por ejemplo, Ainoa. 

Ainoa, intensa como buena adolescente, siempre tiene una nueva serie o manga en agenda. A veces se planta y me dice: “Jesús, esto sí que lo tienes que ver/leer. Y no hay más hablar”. Fue así que llegué al que ahora es uno de mis autores de cabecera y referencia: Zerocalcare. 

Todo comenzó por una serie, en Netflix. ‘Cortar por la línea de puntos’ son seis frenéticos episodios de media hora de duración que nos merendamos en una tarde iniciática que ya queda para el recuerdo. El brutal recurso del armadillo como representación gráfica de la conciencia del autor, de sus pensamientos más íntimos, te imanta a la pantalla.

Todo en Zerocalcare es autobiográfico y, sin embargo, no hay ni pizca de ego. El protagonista es él. Si por él entendemos a un dibujante que vive en un barrio popular de Roma, la Rebiba, y al que le pasan cosas. Por ejemplo, tener amistades a las que también les pasan cosas. Y familiares, vecinas y vecinos de lo más singular. Y estrambótico. O no tanto. Porque si de algo puede presumir Zerocalcare es de su realismo a raudales. A veces es realismo sucio. A veces no. Y eso hace que lo mismo te veas riendo a mandíbula batiente con las cosas de Secco que llorando a lágrima viva cuando…

Después llegaron los cómics que, poco a poco, está publicando Reservoir Books. ¡Ni uno que no sea altamente recomendable! Por supuesto, ‘La profecía del armadillo’ es imprescindible. ¡Ahí comenzó todo! Y cronológicamente le sigue el que acaba de salir en España, ‘Un pulpo en la garganta’. En este caso, el pulpo representa la culpa y la ansiedad. Una culpa que, a partir de una primera mentirijilla, cada vez se va haciendo más grande, de forma que sus tentáculos te atenazan con más fuerza, hasta casi ahogarte. 

Y es que Zerocalcare es la voz de esa generación millenial hija de la crisis. La que llegó al mundo adulto con la explosión de la burbuja inmobiliaria y sólo ha conocido la precariedad laboral, la frustración personal y profesional y la inseguridad en todos los órdenes de la vida. Una generación random en la que afloran los problemas de salud mental, la depresión, la ansiedad y el estrés. Todo ello tratado con el máximo respeto en unas historias que también rebosan humor, esperanza, ternura, amor y optimismo. Aunque suene contradictorio. Que lo es. Como la vida misma. 

Otros títulos de Zerocalcare tienen mucho de negro-criminal. ‘Esqueletos’, por ejemplo. Y luego está esa otra joya, también en forma de serie animada, en Netflix, sobre el auge del fascismo y todas sus derivadas.

El pasado verano, en su estreno, le dedicamos una tarde completa a ‘Este mundo no me hará mala persona’, comiendo helados y releyendo cómics. Sólo nos faltó jugar al póker on line. ¡Gracias, Ainoa, por la recomendación!

Jesús Lens

Munuera y Walta, grandes genios

Una vez más, caigo rendido a sus pies. ¡Qué bestias! ¡Qué brutos! ¡Qué salvajes! Vaya tres trabajazos se han marcado dos de nuestros genios granadinos del cómic: José Luis Munuera y Gabriel Hernández Walta. Canela en rama. Mandanga de la buena. 

Munuera, con quien tenemos el privilegio de contar esta tarde en la Corrala de Santiago en conversación con Enrique Bonet, en el marco del festival Gravite patrocinado por CaixaBank; ha publicado ‘La carrera del siglo’ y ‘El corazón de hojalata. La inspiración’ con pocos días de diferencia. Si el primero es una gozada, todo un desparrame argumental y visual, déjenme que me centre en el cómic dedicado a los robots. Porque el tratamiento de ‘Munu’ es exquisito y hace que le des vueltas al coco. 

¿Serán los robots capaces de crear? De crear algo original y de buena calidad, no de hacer plagios infames copiando y mezclando lo ya hecho anteriormente por los artistas humanos. Si pasara, ¿cómo sería recibida esa creación? ¿Qué efectos tendría? De eso va la nueva entrega de la saga retrofuturista de Munuera.

Inciso: ¿cómo es posible que diferentes ministerios del Gobierno español estén publicando carteles y gráficas en las redes sociales hechos con IA? Por la competencia desleal a los trabajadores del ramo, por los derechos de autor y, también, porque son una mierda, hablando lisa y llanamente. Trabajos que no pasarían un mínimo control de calidad si los presentara un humano, son aceptados sin mayor contratiempo aunque sean horribles y estén plagados de defectos tanto en contenido como en continente. Bochornoso.  

Volvamos al trabajo de los artistas de verdad. Gabriel Hernández Walta dibuja un guion de Jeff Lemire en ‘Carretera fantasma’, ya en librerías. El próximo viernes le tendremos en Condes de Gabia, también en Gravite. En su caso, nos enfrentamos a una historia apocalíptica. O casi. Un camionero se detiene para atender a las víctimas de un accidente de tráfico y empiezan a pasar cosas raras. 

Atención al protagonismo de las áreas de servicio de esa carretera fantasma. Son auténticos no-lugares, como tan bien los definiera Marc Augé. Lugares sin alma en los que todo puede pasar. ¡Y pasa!

Jesús Lens

Metro y grandes murales

Este fin de año me he escapado unos días a Valencia y apenas estoy viendo nada. En el sentido tradicional de ver: monumentos, entradas, colas… ustedes ya saben. Pero es que hace tan ‘buen’ tiempo y esta ciudad es tan prodigiosa que pide a gritos andarla, patearla, pasearla y caminarla como el perro callejero que soy.

Una visita sí tenía entre ceja y ceja: el mural de Paco Roca en una de las estaciones del Metro valenciano. Y tenía tal cacao de murales en la cabeza que, por no pararme a mirar en condiciones, tardamos más en dar con él que con la placa a Ángel Ganivet en Riga. Y es que mezclé el mural de la estación Amado Granell-Montolivet, que era el que buscaba, con otro que Roca hizo en Natzaret. Entre eso y que el personal del Metro no tenía muy claro qué es el mural, dimos más vueltas que un trompo. Pero mereció la pena. Y la alegría. El que nos hubiéramos pimplado una botella de vino con el arroz negro de la comida contribuyó a hacerlo más llevadero, también se lo digo.

Si ustedes han leído ‘Los surcos del azar’, la portentosa novela gráfica de Roca publicada por Astiberri, conocerán el trasfondo de la historia de ese mural. Un viaje en el tiempo que comienza bajando unas escaleras hacia el exilio provocado por la Guerra Civil y termina subiendo otras que nos llevan a la Europa unida y a la democracia. En el camino, la II Guerra Mundial y la liberación de París por La Nueve en la que se integró el homenajeado con la estación de Metro en que nos encontramos. Una obra de arte descomunal que justifica la visita por sí sola.

Como lo debe ser el mural de Natzaret referido, el que hay en la Facultad de Derecho y uno más en el Metro, pero de Madrid.

Es puro cómic, noveno arte tamaño XXL y dimensiones colosales que, en una estación, impresiona, anima y enriquece. Como decían los soviéticos sobre el Metro de Moscú, llevarle el arte a la gente y mostrárselo allá por donde transita diariamente.

En Francia también son muy de vestir los espacios públicos con cómic. A ver si en Granada alguien cae en que tenemos a algunos de los mejores dibujantes de cómic del mundo. Al mundo mundial, me refiero. Lo mismo se les podría encargar algún tipo de obra monumental que enriquezca el patrimonio artístico de la ciudad, conquistando a la gente joven de paso. ¿Se imaginan? Porque nuestro Sergio García, sin ir más lejos, le han encargado maravillas como ésta nada menos que en el Metro de París. (AQUÍ, toda la información).

¿Es o no es como para flipar?

Jesús Lens