Caos en el avispero

Difícil. Muy difícil apartar la vista del vídeo con que se abría ayer la edición digital de IDEAL… y la de cualquier otro medio de comunicación nacional e internacional. Si a estas horas no lo ha visto usted, mil y una veces, es que es usted muy peculiar.

Un señor mayor con gafas frente a un micrófono, en primer plano. El sonido de varios disparos. La cara de dolor del hombre que cae y, de inmediato, un tipo joven que, enarbolando una pistola, comienza su alocución:

 

“Allahu Akbar…”

 

Las informaciones se suceden a ritmo vertiginoso. No tardamos en saber que el muerto es el embajador ruso en Ankara y el asesino habla de Alepo y de la intervención rusa en Siria. Mientras, sigo viendo el vídeo, una y otra vez. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

 

No. No es por morbo. Al menos, eso creo. Es por la sensación de estar presenciando, con mis propios ojos, uno de esos episodios de la Historia que habitualmente conocemos a posteriori, por los libros o los periódicos.

El 11-S lo cambió todo. Entre otras cosas, la forma en que percibimos la realidad. La Historia, hasta el comienzo del siglo XXI, era la ciencia que tenía como objeto de estudio el pasado de la humanidad. Ya no. Ahora la Historia se desarrolla frente a nuestros ojos, en tiempo real, al otro lado de la pantalla del portátil o del móvil.

 

Hablo con un amigo sobre lo extraño de la ausencia de escoltas del embajador ruso en la secuencia de su asesinato. Quizá fueran algunos de los heridos de los que hablan las primeras informaciones. Conspiranoia.

 

De Siria, se habla mucho. Hacerse, no se hace nada. Pero se habla. Y de Putin, Trump y de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia. De Turquía, sin embargo, apenas sabemos nada. Ni siquiera después del fallido golpe de estado de hace unos meses ni por mucho que se sucedan los atentados terroristas.

El domingo por la noche, un tiroteo dejó varios muertos en la fortaleza templaria de Karak, en una Jordania que parecía mantenerse ajena al caos. ¿Qué decir de Irak, Afganistán, del Kurdistán, de Yemen? Sin olvidar el Irán de los clérigos chiítas, ISIS, DAESH…

 

Y terminamos por concluir que, sin duda alguna, no tenemos ni la más remota idea de lo que está pasando en el avispero de Oriente Medio.

 

Jesús Lens

Prematuro empacho navideño

Vaya por delante que agradezco todas las felicitaciones navideñas, que trato de responderlas y corresponderlas, pero esto, querido lector, se nos está desmadrando.

 

Antes de escribir esta columna he consultado mi correo electrónico y he encontrado tres de ellas en la bandeja de entrada. Tres estupendos, cariñosos y encantadores mensajes repletos de ternura y buenos deseos que, insisto, resulta fantástico recibir. Solo que todavía estamos a poco más de 15 de diciembre. ¿Por qué tan prisa?

 

Hace un par de semanas que el árbol de Navidad más alto de Europa y el Papá Noel más grande del Viejo Continente se yerguen, orgullosos, en Armilla y en el centro de Granada. La iluminación navideña de calles y plazas lleva luciendo, esplendorosa, desde el Puente de la Inmaculada Constitución y, a estas alturas, el hígado empieza a pedir clemencia tras tanta comida de empresa, cena navideña y reunión de amigos propia de tan entrañables fechas.

 

Hace ya varios días que un colega bajó un par de mantecados para aderezar el primer café de la mañana y un amigo me cuenta que en su trabajo ya han tenido que poner otro mocho para comprar nuevas reservas de Anís del Mono, peladillas y polvorones, que llevan dos semanas empezando la jornada de forma tan golosa como festiva.

 

Y todo ello cuando aún faltan días para que los Niños de San Ildefonso canten el Gordo de la lotería y nos hagan saltar lágrimas de emoción por los premios que este año tampoco habremos ligado, presuntamente. Que ojalá me tenga que comer esta columna con patatas, por mor de una lluvia de millones que riegue generosamente el Zaidín y alrededores.

 

El caso es que va todo tan rápido y quemamos las etapas a tal velocidad que, cuando llegue la Nochebuena, corremos severo riesgo de estar hastiados de Navidad. Y no les digo ya si pensamos en Nochevieja o en Reyes, los grandes damnificados de una vorágine que, como el salto de la reja en el Rocío, cada año parece adelantar su pistoletazo de salida.

 

Que si esta precipitación festiva conllevara, también, el anticipo de un cierto espíritu navideño, podríamos darla por bienvenida. Pero que, por desgracia, no es así: los malos modos, los insultos y lo huraño siguen presidiendo el día a día de demasiada gente. ¡Y eso que apenas se ha mentado la Toma, todavía!

 

Jesús Lens

Gramanadálaga

El pasado viernes tuve la ocasión de ser testigo de una larga y fructífera conversación entre Antonio Jara, presidente de CajaGRANADA, y Javier González de Lara, que charlaban sobre las relaciones entre Granada y Málaga. Y lo hacían desde su profundo conocimiento de los entresijos económicos, sociales, turísticos, culturales y empresariales de ambas provincias.

Foto: Cristian Gálvez

Una conversación en la que, escrutando el pasado del que venimos y analizando el presente de dos provincias, vecinas y hermanas; apuntaba hacia futuro, con un razonable y ponderado optimismo. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

 

El presidente de los empresarios malagueños, que también lo es de los empresarios de toda Andalucía, destacaba que la llegada del AVE supondrá un revulsivo para Granada, dándole el definitivo impulso que necesita nuestra provincia. Él lo sabe bien. Que Málaga goza de los beneficios del tren de alta velocidad desde 2007.

 

Quiso la casualidad que ese mismo viernes, miembros del PP granadino aparecieran en la prensa criticando a la Junta de Andalucía por la ausencia, en nuestra ciudad, del Espacio Escénico que debería haberse construido junto al edificio Fórum. Y justo en la misma semana en que Málaga abría su Museo de la Aduana, tras veinte años de lucha vecinal, cinco años de obras… y una inversión de cuarenta millones de euros.

Foto: Cristian Gálvez

¿Hay alguien en Granada, ahora mismo, que considere razonable exigir la construcción del Espacio Escénico? Lo dudo mucho. No solo por lo que costaría poner el pie el proyecto de Kengo Kuma, sino porque, después, habría que darle contenido a tan fastuosa infraestructura.

 

Seamos razonables. Pidamos lo imposible. Pero no olvidemos el Museo Arqueológico cerrado desde hace años, el Centro Lorca a la espera del Legado del poeta, el edificio del Banco de España convertido en Escuela de Fiscales, el proyecto de Moneo para la estación del AVE sepultado, el de Siza para el Atrio de la Alhambra enterrado…

 

¿Qué tal si, mientras soñamos con improbables, somos razonables y tratamos de rentabilizar al máximo el inmenso patrimonio histórico-artístico-cultural de Granada?

 

Como bien coincidían Antonio Jara y Javier González de Lara, Granada tiene que buscar nuevas fórmulas para atraer a los 17 millones de pasajeros que, este año, van a llegar a Andalucía a través del aeropuerto de Málaga. Y a los cientos de miles de cruceristas que arriban a su puerto cada temporada.

 

mÁlAgA y grAnAdA se escriben con A. Dos ciudades. Dos provincias. Sigamos tendiendo puentes.

 

Jesús Lens

Tiempo Perdido en una librería

Iba caminando más o menos sin rumbo, pateando tranquilamente las calles de nuestra Granada, con di con ella, de forma tan sorpresiva como impremeditada. Y, claro, tuve que entrar. Estoy seguro de que si la hubiera buscado a propósito, no la habría encontrado, dada mi proverbial tendencia al despiste y a la perdición.

 

La primera en hablarme de “El tiempo perdido” había sido, paradójicamente, otra librera: Marian, de Ubú Libros. Y es que, en este sector, más que competencia, hay alianzas. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

 

¿Saben ustedes el gusto que da entrar en una librería nueva, recién abierta? En estos tiempos tan duros para el sector cultural, en estos años en que tantas míticas librerías han cerrado (la última, Continental, en plena Puerta Real), descubrir que alguien es tan osado como para abrir una nueva se merece toda una fiesta de celebración.

 

Me gusta “El tiempo perdido”, una librería que, además de buen gusto, tiene alma. Me gusta la música que pone su dueño, un tipo joven y, sobre todo, excelentemente preparado, atento y profesional. Muy profesional. Me gusta entrar en una librería y descubrir a un chaval, sentado, que dibuja silenciosamente en un cuaderno. Y charlar con una mujer que parece ser de la casa. De la familia, incluso. Escuchar sus historias y reír con su ácido sentido del humor.

 

No esperen encontrar una enorme cantidad de libros en “El tiempo perdido”. Eso sí, todos los que encontrarán son buenos. Excelentes. Y exquisitamente elegidos, con tino y oportunidad. Desde el imprescindible “La araña del olvido” de Enrique Bonet al “Blacksad” de Canales y Guarnido. La segunda parte de “El Club de la Lucha”, que no es novela ni película, sino un cómic; o ediciones ilustradas de los cuentos de Poe, del “Frankenstein” de Mary Shelley o de “Moby Dick”.

 

Además, “El tiempo perdido” tiene un montón cosas que harán perder la cabeza a los buenos aficionados. Cosas, sí. Desde tazas dedicadas a Poe o Whitman a encantadoras postales, facsímiles de libros antiguos, láminas y un largo etcétera de objetos y utensilios tan bellos como aparentemente inútiles e innecesarios.

 

Si a usted le gusta leer y el mundo del libro, ya tarda en descubrir “El tiempo perdido”. Si no es muy aficionado a la lectura, ni se le ocurra pasar por la calle Marqués de Falces: corre usted un severo riesgo de contagio bibliófilo.

 

Jesús Lens

Las brujas de Salem

En 1692, en la aldea de Salem, situada muy cerca de Boston, se desató una situación de locura colectiva que arrancó cuando Abigail Williams y su prima Betty Parris, de once y nueve años de edad respectivamente, se despertaron entre espasmos y convulsiones.

 

Fue a visitarlas un médico que, al no ser capaz de explicar la causa del extraño comportamiento de las niñas, concluyó que era cosa de brujería. Y, efectivamente, las primas acusaron a una esclava de la familia, Tituba, de haberlas embrujado a través de un pastel cocinado con misteriosas raíces, mezcladas con la propia orina de las niñas. A la vez, acusaron a otras dos mujeres del pueblo de estar en connivencia con Tituba. Y se desencadenó la locura.

 

Aquellas mujeres fueron detenidas, juzgadas por brujería y condenadas a muerte, comenzando de esa manera uno de los episodios más oscuros de la historia de los Estados Unidos. Porque, en el ínterin, otras niñas de Salem y de pueblos de los alrededores empezaron a despertar con los mismos síntomas. Y ellas también denunciaron a otras personas de la comunidad, que iban siendo igualmente encarceladas.

 

Al final de aquel terrible episodio, en el que llegó a haber entre 200 y 300 acusados, 19 mujeres habían sido ejecutadas en la horca, condenadas por brujería.

 

Años después de los ignominiosos juicios de Salem, algunos de los jurados que dictaron sentencias condenatorias a muerte, confesaron haberlo hecho atenazados por el miedo e influidos por la histeria colectiva que se desató en el pueblo tras las primeras acusaciones.

 

Y es que en Salem, una vez comprobado el efecto que provocaban en la comunidad aquellas denuncias y a la vista de la reacción de los vecinos, comenzó un ajuste de cuentas basado en exageraciones, mentiras, falsas acusaciones, delaciones interesadas, etcétera. Bastaba con que una de las niñas acusara a cualquier persona para que ésta fuera públicamente vilipendiada, detenida y juzgada, en un enrarecido y febril ambiente de insania colectiva. Y si alguien osaba defenderla, era acusado de cómplice.

 

A mitad del siglo pasado, el senador McCarthy desencadenó una nueva ola masiva de delaciones, esta vez, contra supuestos comunistas norteamericanos. Otro triste episodio poblado de listas negras, denuncias falsas y procesos irregulares que llevó al dramaturgo Arthur Miller a escribir una alegórica obra de teatro titulada “Las brujas de Salem”. Qué tiempos tan lejanos, ¿verdad?

 

Jesús Lens