A falta de Plan…

Hay un episodio de “House of cards” en que el inefable Frank Underwood, cuando todavía no era presidente de los Estados Unidos, encierra a los miembros de una comisión legislativa en una sala, obligándoles a entregar sus móviles, tabletas y dispositivos electrónicos a la entrada. Bloquea las puertas y les dice que de allí no salen, ni vuelven a comunicarse con el exterior, hasta que alcancen un acuerdo. Y así comienzo hoy, en IDEAL, para hablar de un tema sangrante.

El ministerio de Hacienda vuelve a insistir con Granada, dándonos de plazo hasta el 29 de abril para presentar un plan de saneamiento creíble de las cuentas municipales que permita acogerse a una moratoria de tres años en el pago de una de las deudas más voluminosas del Ayuntamiento: el plan de pago a proveedores.

 

Siento lo cacofónico de todo esto, que es difícil aclararse con el plan de pago diferido de las cantidades adeudadas por el plan de proveedores. El hecho es que, como hemos comentado en varias ocasiones, el Ayuntamiento está pocho de deudas y que, hoy por hoy, con un presupuesto prorrogado por segundo año consecutivo, la deuda seguirá engordando. Hasta hacerse bola.

Que es necesario un golpe de timón en las finanzas municipales, no lo duda nadie. Hacia dónde hay que girar la nave y quién debe ejecutar dicho movimiento, es lo que está en cuestión.

 

Baldomero Oliver, se ha comprometido a presentar un documento de trabajo a la comisión de Economía del Ayuntamiento, el llamado Plan B, el próximo día 25 de abril. Ese día, se supone, los demás miembros de esa comisión deberían llevar sus propuestas de ahorro en el gasto y de incremento en la recaudación. ¿Qué tal si desde ese día se encierran en alguna dependencia del consistorio, comprometiéndose a no salir hasta alcanzar un acuerdo?

Estamos en un momento crucial en la historia de esta ciudad, arruinada por la nefasta gestión del anterior equipo de gobierno y sin que los actuales munícipes hayan hecho nada por revertir la situación. Es hora de dejarse de mascaradas –y de macarradas-, de arremangarse y de ponerse a trabajar. Hasta consensuar un Plan. Que va a ser incómodo, costoso y doloroso para los ciudadanos. Pero que resulta imprescindible.

 

Y, si no son capaces de llegar a un acuerdo, que recuerden nuestros concejales la sabiduría popular, a modo de aviso para navegantes: a falta de Plan, buenas son tortas… ¿Se acuerdan de que lo decíamos AQUÍ, hablando del banquillazo al Ayuntamiento por su fracaso en la gestión económica? Pues insistamos…

 

Jesús Lens

Metáforas animales

Les hablaba yo de “Cantábrico” en esta columna porque el documental de Joaquín Gutiérrez Acha, además de ser fabuloso, incluye una serie de pequeñas historias sobre diferentes animales que se convierten en auténticos microrrelatos cargados de sentido y significación. Y de ello hablo hoy en IDEAL, que sigo muy enganchado a los temas de naturaleza tras el fastuoso viaje por tierras de Doñana y Huelva de estos días, y que he contado en varias columnas del periódico que podéis enlazar desde AQUÍ.

Podría hablarles de la solidaridad de los lobos durante la caza del ciervo y de cómo el líder de la manada es el que se más se arriesga, jugándose la vida al enfrentarse a la cuerna del animal herido que lucha por sobrevivir. ¡Un líder, arrimándose y apostándose el cuello para cobrar la presa y, de esa manera, mantener el respeto de la manada!

 

Pero el lobo está muy trillado, desde los tiempos de Esopo, Caperucita y Félix Rodríguez de la Fuente. Así las cosas, ¿qué tal si nos quedamos con la historia del gusano, el capullo y las laboriosas hormigas?

Gutiérrez Acha, naturalista y documentalista español que ha trabajado para la BBC y National Geographic, filma espectaculares secuencias aéreas que muestran cabras monteses, rebecos, osos o urogallos y sumerge al espectador en las aguas de los ríos de montaña para contar la historia de los salmones. Pero las secuencias protagonizadas por insectos también resultan espectaculares. Por ejemplo, la de ese gusano que cae al suelo desde la flor en que ha nacido, y al que se acercan, amenazantes, las siempre activas y trabajadoras hormigas.

 

El gusano segrega una sustancia, en forma de apetitosa bolita nacarada, que resulta ser ambrosía para las hormigas: la prueban y enloquecen de gusto. De hecho, se ponen tan eufóricas que se llevan consigo al gusano, resguardándolo en el hormiguero donde lo cuidarán durante todo un año, como si fuera uno de las suyas.

El gusano, a lo largo de ese tiempo, se alimentará de los huevos de las hormigas que, ignorantes, lo siguen alojando con cariño, mimo y delectación. Llega un momento en que el huésped se convierte en capullo. Y de él surge una hermosa mariposa, para sorpresa -y no poco escándalo e indignación- de unas hormigas que, sintiéndose engañadas, tratarán de atacarla. Pero la mariposa, avisada por su código genético, no tardará en localizar la salida del hormiguero para echarse a volar en busca de una flor en la que depositar sus huevos; dando comienzo, de nuevo, a uno de esos inmutables ciclos de la vida salvaje que tanto, tantísimo, se asemejan a ciertos comportamientos humanos.

 

Jesús Lens

La isla del tiempo

Viajar es, siempre, atracar en una isla espacio-temporal que te separa y aleja de la vida normal y corriente: cambias los paisajes, las vistas, las comidas, los horarios y la gente con la que te relacionas.

El fin del viaje supone, por desgracia, regresar a la normalidad vigente, empezando por conectar alarma del móvil que, hoy lunes, habrá sonado a la maldita hora de todos los días. Y, a partir de ahí… ¿qué les voy a contar que ustedes ya no sepan?

 

Escribo estas líneas rodeado de verde, con el calzado de montaña todavía lleno de la arena de las dunas de Doñana y la ropa oliendo a las mil y una fragancias del bosque mediterráneo de ese majestuoso e inabarcable Parque Nacional. Que no es fácil que un mismo espacio protegido albergue cuatro ecosistemas tan distintos: dunas fósiles y dunas vivas en la playa virgen, bosque y marismas. Y es que, como anticipaba aquí, este viaje fue al paraíso, con emociones fuertes, como la que conté aquí de esta tirolina de 720 metros y alguna decepción, como el churro en que han convertido la Peña de Arias Montano, que podéis leer aquí.

Ayer apuramos nuestro viaje hasta bien entrada la tarde, caminando por los alrededores del sorprendente -y fantasmal- Palacio del Acebrón, sin querer despedirnos de ese paraíso en la tierra al que sé, positivamente, que volveré, a no mucho tardar. Con más tiempo y con más conocimiento, gracias a la estupenda experiencia compartida con cuatro entusiastas compañeras de viaje y excelentemente organizada por la empresa Faro del Sur, radicada en Isla Cristina.

 

Toca volver a Granada. Deshacer el equipaje, ducharse, afeitarse y tratar de dormir, recordando las mil una experiencias de estos días mientras en el subconsciente se apelotonan tantas y tantas imágenes que ya están prendidas en la retina, por siempre jamás.

 

Toca, en los próximos días, repasar las fotos, seguir reflexionando, ordenando la mente y escribiendo, consolidar los conocimientos adquiridos estos días y profundizar en tantas informaciones apuntadas por Mónica y Alberto, nuestros excepcionales guías. Empezando, por supuesto, por ese animal, el lince, sobre el que es necesario volver, una y otra vez.

Y queda, ni que decir tiene, empezar a pensar en el próximo viaje. Más o menos próximo. Más o menos largo. Más o menos lejano. Desde que confesé tener una deuda pendiente con parte de Extremadura, he recibido un montón de propuestas, ideas y consejos.

 

Pero reconozco que, ahora mismo, y por mor del tan esquivo como atractivo lince, una Sierra alta, delgada y salada -como su madre- se me aparece en el horizonte más cercano. ¿Consejos?

 

Jesús Lens

La Peña del fiasco

Cuando, tras un par de horas de caminata por la Sierra de Aracena, llegué a la peña de Arias Montano, no me quedó más remedio que darle la razón a Félix Grande cuando escribió aquello de «Donde fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás: el tiempo habrá hecho sus destrozos, levantando su muro fronterizo contra el que la ilusión chocará estupefacta. El tiempo habrá labrado, paciente, tu fracaso mientras faltabas, mientras ibas ingenuamente por el mundo conservando como recuerdo lo que era destrucción subterránea, ruina».

Les comentaba hace un par de días que uno de los objetivos de esta escapada a Huelva era revivir las sensaciones que me provocó un lugar mágico: la  referida peña de Arias Montano. ¡Y qué fiasco, oigan!

 

Aquello es una horterada de sitio que solo merece la pena por la vista de la Sierra y del hermoso pueblo de Alájar, abajo. Por lo demás: una cutrez, todo lleno de pasamanos, barandas, puestos de venta de cosas feas, bar, quiosco de helados, párkings… Un adefesio.

 

¿Fue este el lugar que me embrujó con su magia y esoterismo, hace veinte años? ¿Ha cambiado tanto el entorno o he cambiado yo? O, lo más probable, ¿me había construido un recuerdo a medida?

Como era antes

Recuerdo que caía la noche. Que hacía viento. Y frío. Y que un señor mayor, delgado y enjuto, de pelo blanco y ojos intensamente azules, nos contó la historia de Arias Montano y de los monjes-guerreros celtas que se instalaron en la zona, haciéndonos sentir la espiritualidad y el magnetismo que impregnan la zona desde tiempo inmemoriales.

 

Ahora es un lugar zafio y tosco lleno de gente que grita y que escucha música en sus móviles sin que sea en absoluto posible sentir nada más que… una enorme decepción.

Detalle del lugar, actualmente

Ojo. Hablo solo de la Peña. Los 15 kilómetros de travesía a través de la montaña, bajando a Alájar y llegando a Linares de la Sierra, son una gozada. Pocos ejemplos de bosque mediterráneo tan extraordinarios como éste, con sus alcornoques, encinas y robles.

 

Y está la visita a Río Tinto, que se merece una columna para él solo. Pero cuando uno viaja, a veces, sufre chascos y decepciones. Y, hoy, más allá de las bondades del jamón ibérico, quería hablarles de la importancia de no tratar de revivir un pasado que jamás volverá.

 

Jesús Lens

Paraísos cercanos

Tomando el primer café de la mañana con Pedro y Miranda, hablábamos de las inminentes vacaciones de Semana Santa y me preguntaban que si me iba de viaje a algún sitio.

 

—Sí. Me voy a un auténtico paraíso.

—¿Al Serengeti? ¿Al Amazonas? ¿Al Nepal?

—No. Mucho más cerca. Me voy a Doñana, la desembocadura del Guadalquivir, la sierra de Aracena y alrededores.

Mis amigos se quedaron callados, no sé si sorprendidos… o pensando que les tomaba el pelo.

 

Pero no. Es cierto. Me apetece volver a disfrutar de paisajes que ya conozco, pero que hace tiempo que no transito. Y, como bien sostiene mi querido y admirado Esteban de las Heras, antes de perdernos por el Quinto Infierno, no está de más darnos una vuelta por algunos de nuestros paraísos más cercanos. Y en Andalucía tenemos varios de ellos.

 

A lo largo de los años, he ido conociendo toda España. Más o menos. Que siempre quedan comarcas por descubrir, felizmente. Sin embargo, tengo una lamentable laguna con Extremadura, por ejemplo. Que he estado en Badajoz, pero no conozco Cáceres, Plasencia o Trujillo. ¡Inadmisible! Lo sé…

 

Reconozco que, siempre que puedo, me gusta irme lejos. A lugares que me permitan ver paisajes desconocidos, sorprendentes e inéditos, conocer culturas radicalmente diferentes y probar sabores nuevos. En un mundo globalizado que tiende a copiarse a sí mismo, caminar por las junglas de Guatemala o Costa Rica, navegar por el delta del Okavango o descubrir las iglesias enterradas de Lalibela, en Etiopía, son experiencias sin parangón.

 

Pero eso no quita que, después de haber viajado a cerca de cincuenta países diferentes, a algunos de ellos varias veces, siga disfrutando de escapadas a lugares tan especiales como Doñana. Paraísos cercanos a los que da gusto volver. Sobre todo cuando hace muchos, muchos años que no los visitas.

Estoy deseando volver a recorrer, también, Aroche y la sierra de Aracena, en cuya Peña de Arias Montano sentí una explosión de emociones. Aprovecharé para saltar al Algarve portugués y para recorrer la ribera del Guadiana.

 

Y es que los ríos y los humedales han cobrado enorme importancia para mí. De hecho, buena parte de mis últimos viajes han tenido a esos ecosistemas como protagonistas. En parte, por razones literarias. Pero de eso, ya hablaremos. Ahora, lo que toca, es viajar. Y contarlo, por supuesto. Que para eso viajamos. También.

 

Jesús Lens