Pues en mis tiempos…

¿A quién le importa? Quiero decir, y no se enfade, que lo que se hiciera en sus tiempos no es un argumento de peso. Sobre todo si, como yo, es usted de los tiempos en que no había ni Internet. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

Ojo que, con esto, no quiero quitarle valor a su experiencia vital ni restarle valor a su trayectoria. Ni mucho menos. Pero es que, por lo general, cuando en una conversación, charla o discusión, alguien alude a lo que se hacía en sus tiempos, es porque se ha quedado sin argumentos.

 

Es un hecho: tendemos a pensar que lo de ahora es peor que lo de antes, desde la música, el cine, la literatura y las artes a la moda, la educación, la comida o las costumbres. Creo que no es necesario poner ejemplos, ¿verdad?

Y, sin embargo, a nada que lo pensemos, el argumento se cae por su peso, no sosteniendo un mínimo análisis, serio y riguroso. Es cierto que, sobre todo cuando nos hemos tomado tres cervezas, el pasado tiende a ser el paraíso terrenal y nosotros, sus dioses todopoderosos. Que mira que jode que un chavea sepa más que nosotros de casi cualquier cosa… práctica.

 

Y no por la pamema de ser la generación mejor preparada de la historia, sino porque no les queda otra. Que el tapón generacional impuesto por los baby boomers y sus privilegiados vástagos -nosotros, o sea- obliga a los llamados milenials a espabilar y a buscarse la vida.

 

Y sí. Es cierto que tener un smartphone no nos hace más inteligentes. Pero no saber encender un ordenador tampoco es sinónimo de sabiduría, precisamente. Vale. Si no tenemos nada que decir, de poco te sirve hablar inglés. Pero es otro argumento falaz. Como si los españoles y muy españoles, ágrafos idiomáticos, fuesen todos filósofos natos.

 

Venga va. Concedamos que ya no hay deportistas como los de antes, aunque ahí estén Gasol, Nadal o Iniesta. Y que, para veranos calurosos, los de entonces. ¡Y sin aire acondicionado, oiga! Como si eso fuese un logro o algo a envidiar. Que, si les parece, empezamos a añorar la carretera a la Costa con conos y atascos kilométricos o los tiempos en que se podía fumar en los espacios de trabajo.

Por tanto, recuerde: utilizar el argumento de “en mis tiempos”, lo único que nos hace es… mayores.

 

Jesús Lens

A tender todos

Estos días, la palabra de moda es tender. Por ejemplo, Podemos dice haber tendido su mano al PSOE de Sánchez. Sin embargo, para Alicia Lastra, una de las cabezas visibles del nuevo socialismo, “tendimos la mano a Podemos y se nos quedó colgando”. Y, entre medias, Pablo Iglesias le pedía a los socialistas que tiendan la mano a ERC para oponerse al PP.

Como esto siga así, nuestros políticos se verán aquejados por una severa tendinitis. Y eso que, de momento, solo tienden manos, dejando lo de tender puentes para momentos más enjundiosos.

Ya puestos, y dada la creciente fiebre tendedora que les invade ¿qué tal si pedimos a los padres de la patria que vayan un poco más allá y aprovechen para tender al sol sus trapos sucios, a ver si se orean? Después de haberlos lavado, claro. Porque los hay que huelen. Y mucho. Y una temporada, tendidos al sol, les va a hacer mucho bien.

En serio. Me gusta mucho el síndrome de manos tendidas que nos invade. Resulta esperanzador, tras el frentismo y la crispación del último año. Pero veo la cosa un poco verde, aún. Quizá, antes, habría que entenderse. Y, para entenderse, deberían atenderse. ¿De qué sirve tenderse las manos, los unos a los otros, si antes no se atienden, para tratar de conocer sus ideas, propuestas y planteamientos?

Ustedes les han visto, en el Hemiciclo, durante la moción de censura, atendiendo a sus móviles, a sus libros y a sus compañeros de bancada, en vez de atender a los ponentes que hablaban desde el atril. Y, si no atienden, ¿cómo esperan poder entenderse?

Si no atienden, ¿cómo entender?

Sí, señores. Vivimos en la era del postureo en que, de repente, un concepto se pone de moda y es usado y abusado hasta que pierde su sentido, su virtualidad y su naturaleza. Porque, en realidad, cuando hablan de tenderse la mano, como si fueran buenos colegas, lo que piensan es en usarla para abofetear al contrario. En plan Caranchoa. ¡A mano abierta!

Piensan en abofetear y en salir corriendo. A toda velocidad. A galope tendido, dejando en el suelo, tendido, el cadáver del rival. Metafóricamente hablando, por supuesto.

Jesús Lens

Vete a saber

Me encanta la campaña “Sabor Granada”, impulsada por nuestra Diputación. Un decidido y ya imparable empujón a los productos granadinos que ha llegado en el momento preciso y oportuno. Porque la restauración de nuestra tierra está a punto de dar el gran salto y, por fin, proyectarse al exterior como se merece. Y de ello hablo hoy, en IDEAL.

A lo largo de estos meses he tenido la oportunidad de conocer a varios empresarios de la hostelería granadina y de charlar con cocineros y personal de sala, la mayoría de ellos insultantemente jóvenes, pero más que sobradamente preparados. Y estoy convencido de que sí. De que ahora sí estamos listos para el despegue. De que el momento ha llegado. Lo tuve claro en mi visita a los Bocados de Cervezas Alhambra, en el Cuarto Real, un despliegue gastronómico-festivo de lo más estimulante.

Un despegue en el que la rica y excepcional variedad de productos de la tierra granadina tiene mucho que decir. Y aportar. Decenas de denominaciones de origen de quesos, aceites, vinos, caviar, quisquillas, jamones, frutas tropicales, corderos, etcétera son un sabroso aliciente para que las jóvenes promesas de los fogones granadinos lleven a la práctica eso que tan bien queda en los discursos: aunar la modernidad con la tradición para ofrecer un producto radicalmente nuevo, único, exclusivo e inimitable.

El cordero lojeño, base de esta tapa de Bocados, de Cervezas Alhambra

Si las cosas siguen por donde van, Granada va a saber mucho y bien. Va a saber a los productos de siempre, pero aderezados con las inmensas posibilidades que ofrece la globalización y cocinados con el descaro de esos jóvenes para los que las nuevas tecnologías también tienen cabida en una cocina. Como en los demás aspectos de la vida. Sin melindres, dudas ni titubeos.

Yo, que gastronómicamente he sido básicamente maximalista, aprendí del poder transformador de la cocina cuando estuve en Perú, donde la mejor materia prima era tratada de forma revolucionaria por un ejército de jóvenes y osados cocineros nacidos, criados y educados al amparo y a la estela de Gastón Acurio.

Melocotón de bacalao, sorprendete Tapa en Bocados de Cervezas Alhambra

Recuerdo vistosas cartas, por ejemplo, que convertían cada plato en un microrrelato, desbordante de humor y creatividad. Y así todo. Un círculo virtuoso del que se beneficiaban agricultores, pescadores y ganaderos, mayoristas y minoristas de la distribución, artistas y creadores, cocineros, camareros y la economía en general, que Perú es un destino que recibe decenas de miles de gastronómadas cada año.

Si hay un sector donde cabe la innovación, en Granada, es el de la hostelería y la restauración. Ya lo vamos sabiendo. ¡Y saboreando!

Jesús Lens

Accelerando

Escribo esta columna mientras escucho, por enésima vez, el disco “Accelerando”, del pianista norteamericano de ascendencia hindú-tamil Vijay Iyer, al que tuvimos ocasión de disfrutar en el Festival de Jazz de Granada de hace unos años y con el que pude charlar, brevemente, tras otro de sus conciertos, en la sala Clamores de Madrid.

Me fascina su música, sobre todo, por la intensidad que imprime a la vertiginosa repetición de notas y escalas que presiden sus composiciones más famosas. Y premiadas. Un minimalismo conceptual que ha abierto nuevos y sorprendentes caminos en el jazz contemporáneo.

Me fascina, además, el hecho de que Iyer sea un científico que, graduado en Matemáticas y Física por la Universidad de Yale, aplique el método científico a su manera de abordar la música. No. Nada que ver con la fría y desapasionada realidad artificial, por mucho que proteste SOY, mi robot.

“Soy músico, pero también he pasado un montón de años estudiando matemáticas y física… y tocar música desde que era niño me ha hecho ser, probablemente, mucho mejor en matemáticas. Hoy, me gusta dejar que ambas disciplinas se hablen la una a la otra y uso ideas matemáticas en mi forma de componer”.

En octubre de 2009, Iyer escribía un artículo en The Guardian que titulaba “Strengh in numbers. How Fibonacci taught us to swing”, en el que hacía un completo repaso acerca de la influencia de la célebre secuencia matemática en el Partenón, en la Mona Lisa o en el Billie Jean de Michael Jackson. ¡Apasionante, la influencia y la interrelación entre las ciencias y las letras, tal y como las plantea el músico! Aquí lo puedes leer.

Y no puede ser casualidad, por terminar de redondear el círculo que relaciona diferentes materias y disciplinas, que el lema de los Golden State Warriors, el mágico equipo de baloncesto de Curry, Durant, Green y Thompson, dirigido por Steve Kerr, haya acuñado como lema, precisamente, “Strengh in numbers”. La fortaleza de los números…

Estos días visita Granada el comité técnico de Fusion for Energy encargado de decidir dónde se ubicará el acelerador de partículas Ifmif-Dones del que tantas veces les he hablado en esta columna. Por ejemplo aquí, aquí. O aquí. Quedan dos candidaturas en liza: la croata y la nuestra.

¿No creen que a Granada, tierra de letras por excelencia, le ha llegado ya la hora de encarar su futuro, también, en clave científica?

Jesús Lens

Celebra la vida

Me he quedado anonadado al leer el siguiente titular a través de un smartphone, en la edición digital de IDEAL: “Convocan un rezo del Rosario para protestar contra la celebración del Ramadán en el Triunfo”.

Sí, sí, estimados lectores. Lo han leído bien. En pleno siglo XXI, en Europa y en un estado aconfesional. En junio de 2017. Representantes de una confesión religiosa convocan un rezo para protestar contra una celebración de otra confesión religiosa. En una plaza pública de la ciudad.

 

Lo siento. Perdónenme, pero no entiendo nada.

 

Cuando vi que el Ayuntamiento estaba detrás de la celebración de un acto sobre el Ramadán, en el Triunfo, reconozco que me molestó. Mínimamente, pero me molestó. Y no porque fuera un acto islámico, no. Ni, tampoco, porque se celebrara en un lugar que parece ser patrimonio de la Inmaculada Concepción. Me molestó porque, otra vez, se apoyaba institucionalmente una manifestación religiosa. Y la cosa ya cansa. Pero tampoco le di mayor importancia.

Lo que ha ocurrido desde entonces, sábado por la noche, hasta ahora, quiero pensar que es culpa de esta primera ola de calor, que nos ha pillado desprevenidos, cayendo tan pronto. El carrusel de imprecaciones, la tensión creciente en redes sociales, los insultos cruzados, la falta de respeto y la intolerancia más exarcebada ha sacado a luz una islamofobia que, más que latente, estaba a flor de piel.

 

Cualquiera que pasee por la plaza de la Catedral encontrará cada día a cientos de personas de todos los orígenes, razas, credos y extracciones, disfrutando del entorno. Lo mismo ocurre en el Mirador de San Nicolás, a escasos metros de la Mezquita Mayor del Albaycín.

Gente  mayor y gente joven. Gente más o menos vestida, más o menos descubierta. Gente portadora de botellita de agua, de lata de cerveza, de cigarrillo de tabaco… o de otra cosa. Gente peinada y gente despeinada que camina, monta en patinete o en bicicleta. Que canta, que baila, que compra y que vende. Y no pasa nada. La liturgia continúa, los fieles siguen rezando y el rito convive con la celebración de la vida que se desarrolla a escasos metros. ¿Tan complicado es?

 

Jesús Lens