A tender todos

Estos días, la palabra de moda es tender. Por ejemplo, Podemos dice haber tendido su mano al PSOE de Sánchez. Sin embargo, para Alicia Lastra, una de las cabezas visibles del nuevo socialismo, “tendimos la mano a Podemos y se nos quedó colgando”. Y, entre medias, Pablo Iglesias le pedía a los socialistas que tiendan la mano a ERC para oponerse al PP.

Como esto siga así, nuestros políticos se verán aquejados por una severa tendinitis. Y eso que, de momento, solo tienden manos, dejando lo de tender puentes para momentos más enjundiosos.

Ya puestos, y dada la creciente fiebre tendedora que les invade ¿qué tal si pedimos a los padres de la patria que vayan un poco más allá y aprovechen para tender al sol sus trapos sucios, a ver si se orean? Después de haberlos lavado, claro. Porque los hay que huelen. Y mucho. Y una temporada, tendidos al sol, les va a hacer mucho bien.

En serio. Me gusta mucho el síndrome de manos tendidas que nos invade. Resulta esperanzador, tras el frentismo y la crispación del último año. Pero veo la cosa un poco verde, aún. Quizá, antes, habría que entenderse. Y, para entenderse, deberían atenderse. ¿De qué sirve tenderse las manos, los unos a los otros, si antes no se atienden, para tratar de conocer sus ideas, propuestas y planteamientos?

Ustedes les han visto, en el Hemiciclo, durante la moción de censura, atendiendo a sus móviles, a sus libros y a sus compañeros de bancada, en vez de atender a los ponentes que hablaban desde el atril. Y, si no atienden, ¿cómo esperan poder entenderse?

Si no atienden, ¿cómo entender?

Sí, señores. Vivimos en la era del postureo en que, de repente, un concepto se pone de moda y es usado y abusado hasta que pierde su sentido, su virtualidad y su naturaleza. Porque, en realidad, cuando hablan de tenderse la mano, como si fueran buenos colegas, lo que piensan es en usarla para abofetear al contrario. En plan Caranchoa. ¡A mano abierta!

Piensan en abofetear y en salir corriendo. A toda velocidad. A galope tendido, dejando en el suelo, tendido, el cadáver del rival. Metafóricamente hablando, por supuesto.

Jesús Lens