Futuro para Neuron Bio

Quiso la casualidad que el mismo día en que Expansión publicaba un Quién es quién de la economía española en el que Neuron Bio ocupaba un papel destacado en el apartado de investigación médico-sanitaria, la prensa generalista anunciaba que entraba en situación de concurso de acreedores y que dejaba de cotizar en el MAB, el Mercado Alternativo Bursátil.

Dolorosa y triste noticia, por muchas y obvias razones. Sobre todo porque sus trabajadores llevaban tiempo sin cobrar y sus investigaciones están en dique seco. Ellos son los primeros y más directamente damnificados. Pero que una empresa como Neuron Bio esté atravesando dificultades económicas es una pésima noticia para los ciudadanos y para la sociedad en su conjunto.

 

Hace un tiempo, tuve la suerte de visitar las instalaciones de Neuron Bio radicadas en nuestro PTS, donde su icónico edificio, el Cubo de las Ideas, resplandece con luz propia. Y créanme cuando les digo que, tras escuchar a Fernando Valdivieso, su máximo responsable, sentí orgullo de que en Granada estuviera ocurriendo lo que a mí me parecía un milagro: la investigación médica más vanguardista del mundo en el campo del Alzheimer.

Desde entonces he seguido muy de cerca, a través de los medios de comunicación, toda su trayectoria empresarial: su acuerdo con Repsol, la ampliación en el objeto de sus estudios, su implicación en el mundo de la agroindustria… y sus problemas financieros. Hasta desembocar en la solicitud de concurso de acreedores.

 

Carezco de información para saber qué ha ocurrido para llegar a este punto, por lo que cualquier hipótesis que se me ocurriera aventurar tendría la misma validez que los vaticinios de la Bruja Lola o las recomendaciones terapéuticas de Cárdenas, en televisión.

Lo que sí espero, con todas mis ganas, es que la situación sea reversible y que se consiga desatascar el lío financiero que ha paralizado la actividad de Neuron, uno de los buques insignia del PTS y cuyo trabajo de investigación debería tener continuidad en el futuro más inmediato. Y, por supuesto, que sus trabajadores consigan cobrar las cantidades adeudadas tras varios meses sin cobrar.

 

Jesús Lens

El grifo que no cesa

Qué impacto, salir a eso de las tres y media de la tarde de la oficina y tener que volverme por un paraguas. Encerrado entre las cuatro paredes, no me percaté de que había empezado a llover y de que el adictivo olor a tierra mojada lo impregnaba todo.

Alegría. Alborozo. ¡Fiesta, fiesta, fiesta! Yo creo que no somos en absoluto conscientes del problema que vamos a tener con el agua, más pronto que tarde. De hecho, algunos de los conflictos internacionales de bajo nivel informativo tienen mucho que ver con el control de los grandes acuíferos de los que dependen la vida de millones de personas.

 

Busquen ustedes información sobre los Altos del Golán y el conflicto entre Siria, Líbano e Israel o las crecientes tensiones entre Egipto, Etiopía, Sudán y otros países africanos por los que discurre el Nilo.

 

Parece mentira, pero cuánta más tecnología y más acceso a la información tenemos, más inconscientes somos: como cada vez que le damos al grifo sale agua; el tema de la sequía, la falta de precipitaciones y el cambio climático nos resultan ajenos.

Aunque no sé si es inconsciencia o más bien indiferencia, dejadez, olvido y falta de empatía con cualquier asunto que no nos agarre de las tripas para zarandearnos y hacernos reaccionar. Porque cuando no es el 1O es Neymar. Si no, son Rajoy, Sánchez o Susana. O Juana Rivas. O los atascos. O un suceso que nos conmociona. Siempre hay un tema de candente actualidad que no nos permite detenernos y mirar un poco más allá.

 

Lo escribía hace unas semanas: lo urgente no nos deja ver lo importante. Y el agua es de los temas importantes que, mientras salga del grifo, nunca nos parecerá urgente.

Quizá éramos más conscientes cuando había cortes y restricciones y los camiones cisterna tenían que abastecer a decenas de pueblos de nuestro entorno. Quizá éramos, también, más inteligentes. Aunque no tuviéramos smartphones capaces de predecir que mañana, como ayer y antes de ayer, volverá a hacer sol. Lo que ya no es necesariamente sinónimo de buen tiempo.

 

Jesús Lens

Hollywood-Salobreña

Uno de mis placeres no tan secretos es programar cine. Pensar en ciclos de películas que sean más, mucho más, que una mera acumulación de títulos. El pasado fin de semana tuve la suerte -y la responsabilidad- de diseñar un mini-ciclo de cinco títulos de cine negro clásico norteamericano con marcada presencia femenina, pero que no se pisara con las programadas en otros ciclos de parecidas características.

Reconozco que estaba atascado, con las neuronas cociéndose en su propio jugo, colapsado y sin ideas. Entonces volví a él. Al tótem. A ese monumento escrito por Blas Gil Extremera y publicado por la osada, valiente y arrojada editorial Alhulia de Salobreña.

 

“Hollywood. Los años dorados (1927-1967)” es una barbaridad de libro. En todos los sentidos de la palabra. Cerca de 900 páginas en un volumen de enorme formato, con buen papel, letra grande y decenas de imágenes de carteles de época.

Se trata del personalísimo diccionario cinematográfico de una persona extraordinaria. Porque el doctor Gil Extremera, catedrático de la UGR, Médico Andaluz del Año 2009 y miembro de prestigiosas asociaciones nacionales e internacionales, “pertenece a la ilustre tradición de los médicos humanistas… un espíritu inquieto devorado por la curiosidad, amante y excelente conocedor de la buena música, lector de literatura e historia y abierto a todas las solicitaciones de la cultura”.

 

—¡Y también un sabio y excelente cinéfilo!—añadiría yo. Porque el anterior entrecomillado pertenece nada más y nada menos que a Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura.

 

He vuelto a repasar las páginas de un diccionario que, como todos los diccionarios escritos por una sola persona, es subjetivo, apasionado y emocionante. Es una gozada recorrer entrada tras entrada, de la A a la Z, reconociendo tantísimas películas que forman parte de mi educación cinéfila y, por tanto, sentimental. Y descubriendo otras muchas que, si Blas dice que hay que ver, es que hay que verlas.

Presentacion del libro «enfermos ilustres» de Rafael Delgado. Foto: Ram—n L. pŽrez

Creyendo como creo en las afinidades electivas, tengo que agradecer a Alhulia que haya enfrentado la maravillosa locura de publicar un libro radicalmente imposible, según los cánones de la edición contemporánea. Gracias a este monumento construido en papel, me siento mucho más cerca de un sagaz cinéfilo, hombre sabio y buena persona. Uno de esos libros que invitan a ver cine, a volver a ver películas míticas y a descubrir joyas emboscadas y olvidadas.

 

Jesús Lens

Fascistas, pero de verdad

Muchas de las cosas que sé, me las enseñó Andrés Sopeña. Y no necesariamente en sus maravillosas clases de Derecho Internacional Privado. Aunque también.

Muchas de las cosas que sé, y de las que he ido aprendiendo por mi cuenta, se las debo a una de las mentes más lúcidas que he tenido la fortuna de conocer.

 

Si han venido a alguna de mis charlas y presentaciones me lo habrán oído más de una vez: soy lo que soy y hago lo que hago gracias a personalidades proteicas como las de Andrés Sopeña, Jesús Conde, mi añorado Manolo Villar, Cristina Macía, Paco Ignacio Taibo II o Fernando Marías. Personas que me han enseñado a ver la vida de otra forma, a ir más allá, a mezclar, combinar, hilar, evolucionar y osar.

Andaría yo por mi primera veintena cuando asistí a un curso de verano. Junto al maestro Berlanga, participaba Andrés Sopeña. Y, en un par de prodigiosas horas de charla, desmontó y volvió a montar el western como género cinematográfico, desarbolando su épica y su mítica para devolvernos la historia, tal y como ocurrió.

 

Al terminar aquellas dos horas de magia y alquimia, Sopeña nos advertía que el nuevo fascismo no llegaría con botas, porras, guerreras y bigotes; mostrándose agresivo, visible y fácilmente perceptible. Que, gracias al cine, a la televisión y a los medios de comunicación de masas, el fascismo volvería camuflado de otra cosa. Y nos impelía a formarnos y a estar atentos para aprender a detectarlo y a combatirlo.

 

Asisto desde el domingo a un debate muy interesante sobre si Alternativa para Alemania, esa AfD que entra en el Bundestag, es o no es extrema derecha. En un momento en que insultos como facha o fascista se aplican a personas como Joan Manuel Serrat, hay que ser muy cuidadosos con el uso de según qué apelativos.

No nos lo van a poner tan fácil, para reconocerlos…

Pero todo lo que leo sobre AfD, apesta a fascismo. A extrema derecha. A racismo. A xenofobia. Con un toque pulcro y moderno. Con un discurso muy bien trabajado e hilvanado sobre la grandeza de Alemania, pero repleto de esos peros tan delatadores, al estilo del célebre “yo no soy racista, pero a mí los musulmanes…”.

 

Así, cuando estos días lean o escuchen a gente que se define como demócrata, pero que reconoce que la AfD tiene su parte de razón, ¡desconfíen!

 

Jesús Lens

Ciudad de congresos

¡Qué buena noticia, que un congreso vaya a traer a Granada a ocho mil médicos el mes que viene! De todas las modalidades de turismo, el de congresos es una de las más rentables, económicamente hablando, que los participantes suelen acudir con ganas de disfrutar y pasarlo bien.

Como al militar el valor, al congresista se le presume la voluntad de formarse y aprender. De aprender de lo suyo, pero también de aprehender las bellezas y los encantos de las ciudades en que se celebra la magna reunión.

 

Tenemos un Palacio de Congresos y Exposiciones con unas posibilidades extraordinarias que, sin embargo, acoge pocos congresos. De los gordos. De los que traen a Granada a miles de los mejores profesionales de su ramo. Buena parte de la culpa de dicha infrautilización la tiene el aislamiento en que sigue sumida Granada, en pleno siglo XXI. Pero de ese tema mejor no hablar, que si no, nos enfadamos.

Ser una ciudad de Congresos es bueno para los hoteles, los bares, los restaurantes, los taxis, los autobuses y, ahora, el metro. Y es bueno, por supuesto, para la Universidad. Para profesores y estudiantes. Y para los ciudadanos con curiosidad y ganas de saber y descubrir.

 

Por eso me resulta curioso, cuando se habla del AVE, que todavía haya personas que lo critiquen… por no ser tan necesario. Que los billetes son caros y que, con el tren de toda la vida, ya nos vale. Genios visionarios que, si por ellos fuera, a Granada se seguiría viniendo en diligencia, entre bandoleros y trabucaires. Tan románticos ellos. Que tampoco era necesaria la Autovía, con lo bonicos que son los Caracolillos de Vélez, ¿verdad?

También recuerdo la reciente intervención de un gurú turístico venido de Nueva York: sostenía que el AVE es peligroso porque la gente puede venir y marcharse con demasiada rapidez, en vez de quedarse en Granada. ¡Por huevos y atado!, le faltó rematar.

 

Nuestro Palacio de Congresos es una de las grandes infraestructuras de Granada y, con el cambio de gestión de los últimos años, está mucho más activo y visible. Estoy seguro de que dentro de unos meses, cuando venir a Granada no sea una odisea propia de Homero, nuestra ciudad será un hervidero de grandes y continuas citas científicas de primer orden que atraerán a grandes luminarias de todo el mundo.

 

Jesús Lens