Hecho un basilisco

Hace unas semanas tuve una discusión en un bar. Todo empezó de la forma más absurda: un grupo de amigos estábamos a gusto, pasando un buen rato, cuando un camarero mostró cara de enfado, como si algo de lo que hacíamos no fuera de su agrado.

 

Yo pasé del tema y seguí con la farra, entre risas, historias, anécdotas y birras. Pero una de mis amigas, que tenía más relación con los dueños del local, empezó a agobiarse.

 

La vi en la barra, hablando con el camarero, mientras nosotros seguíamos a lo nuestro. Regresó a la mesa, pero ya no se la veía a gusto. A los pocos minutos, el camarero salió de la barra y retomó la conversación con mi amiga, que se alejó para no incomodarnos con la discusión.

 

Me acerqué a preguntar qué pasaba y no conseguí entender los argumentos por los que el tipo estaba molesto. Es decir, entendía lo que decía, pero me parecían argumentos carentes de cualquier lógica o sentido. Poco a poco, me fui irritando. El tipo estaba tan convencido de tener la razón que apenas me dejaba meter baza, haciendo ostensibles y afectados gestos de desprecio por mi forma de pensar.

 

Llegados a ese punto, yo estaba harto, sulfurado, iracundo e indignado. Hecho un basilisco. Con decirles que decidí irme del local sin siquiera apurar la caña que tenía sobre la mesa…

 

Secundado por mi gente, recogí mis cosas y me giré hacia la barra, que mi amiga seguía hablando con el camarero. Cuando iba a gritarle que lo mandara al infierno y que nos largáramos de una maldita vez, la escuché decir: “Está claro que no nos vamos a poner de acuerdo, ¿verdad?” Y el tipo le respondió que posiblemente no, pero que con el bar lleno de gente y el jaleo que había, era mejor dejarlo y hablar otro día, más tranquilos, tomando un café.

 

Mi amiga le dio dos besos en la mejilla, él se los devolvió y se despidieron amigablemente. Mientras, el basilisco que llevo dentro, me decía que quizá, y solo quizá no debería haberse sulfurado tanto.

 

Jesús Lens

Piensa en negro

Piensa en negro y acertarás. Think’Noir. Siéntelo. Vívelo. Disfrútalo. Desde el pasado jueves he pasado en mi casa el tiempo justo para ducharme, cambiarme de ropa, dormir un escaso puñado de horas y salir zumbando. Se me ha enmohecido la comida en el frigorífico y la adrenalina no deja de fluir por mi cuerpo, las 24 horas del día. ¿Saben ustedes el gustazo, el subidón que es eso?

Estos días estamos disfrutando de la presencia en nuestra ciudad de una pléyade de creadores que nos están inyectando vitalidad y creatividad, a raudales y en vena. ¿Qué voy a decir yo, si soy el director de Granada Noir, la locura que puse en marcha hace tres años, de la mano del imprescindible Gustavo Gómez y sin cuya agencia, Acento Comunicación, todo esto sería imposible?

 

No puedo ser objetivo, pero lo veo en la cara de la gente, lo escucho en los corrillos que se forman al terminar los actos, en la expresión de las personas que nos acompañan en los Encuentros Cerveza Alhambra Especial, tomando una birra y disfrutando de una rica tapa.

Las acaloradas discusiones sobre qué es ser una heroína hoy y sobre si debe haber mesas literarias con presencia exclusivamente femenina, el disfrute de contemplación de las ilustraciones del proyecto Hnegra, los cientos de personas que se arremolinaron en torno a la Potato Head Jazz Band en Puerta Real; la emoción de conocer la dramática historia de la Alhambra subterránea, negra y dramática, que convierte a “Juego de tronos” en juego de niños…

 

En Granada Noir hemos interrogado, hasta el ensañamiento, a uno de los más grandes artistas granadinos de la historia: Juanjo Guarnido, al que damos la enhorabuena por su ingreso en la Academia de Bellas Artes. Hemos sido testigos del encuentro, ¡por fin!, entre Federico García Lorca y Agustín Penón, gracias al magisterio y a la imaginación de Enrique Bonet, Juanfran Cabrera, Fernando Marías y un Alejandro Pedregosa que, un lunes por la noche, nos deleitó con un sentido recital de poesía sangrante en la que refulge el acero de las navajas.

Todavía nos queda más de la mitad de Granada Noir: películas por ver, cineastas a los que conocer, escritores a los que escuchar, investigadores de los que aprender, libros por compra, música con la que bailar… ¿Nos acompañan? Porque el auténtico crimen sería perdérselo…

 

Jesús Lens

Yo y mis contradicciones

Todo lo que van a leer a continuación es absolutamente falso, salvo alguna cosa. A le vez, todo es cierto. O casi. Como lo de Cataluña, por ejemplo.

 

Exigimos que los medios de comunicación nos informen con rigor, objetividad y rapidez de todo lo que ocurre en el mundo, pero no estamos dispuestos a pagar por un periódico y la publicidad nos indigna y nos parece denigrante.

Nos da mucha pena que cierre el pequeño comercio, pero nos hartamos de comprar en las grandes superficies y a través de Internet. Nos encanta el pan crujiente de horno de leña, pero queremos llevarnos tres barras por 1 euro.

 

Lloramos porque ya no quedan cines en los centros de las ciudades ni en prácticamente ningún pueblo, pero disfrutamos de nuestro tiempo libre en los centros comerciales, también llamados centros de ocio.

Precio del pan en Mercadona Foto: JMCadenas

Nos echamos las manos a la cabeza porque cada día cierra una librería en España, pero ni nos acordamos de la última vez que entramos en una. Nos indignamos por el descenso del nivel de la calidad musical, pero nos hartamos de piratear discos. Queremos a nuestro equipo deportivo en la división de honor, pero nos parecen carísimos los carnés de abonado.

 

Nos da mucha pena todo lo que pasa en Siria, pero no queremos a los refugiados en nuestro barrio. Nos entristece profundamente el drama que no cesa en el Mediterráneo, pero la valla de Melilla es necesaria. Es insoportable que miles de personas vayan a morir hoy de hambre, pero hay que controlar la inmigración.

 

Nos da mucho asco la telebasura, pero son los programas más vistos de la televisión. Todos vemos los documentales de La2, pero según las estadísticas, milagrosamente, no los ha visto ni Dios. Los concursantes de Gran Hermano son unos vagos irredentos, pero el programa lleva 18 años de emisión ininterrumpida.

 

No soportamos el tufo de la corrupción que nos ahoga, pero votamos a los partidos con más casos de corrupción en sus filas. Trump es un esperpento, pero ganó las elecciones estadounidenses.

Sí. Todas y cada una de esas contradicciones admite discusión e invita al análisis y a la interpretación. Cada argumentación es susceptible de ser razonable y razonadamente contraargumentada. Es por eso que deberíamos tratar de ser lo menos dogmáticos posible y estar siempre abiertos al debate y a la confrontación de ideas.

 

Jesús Lens

Desolación y rabia

A las 12 del mediodía me tocaba presentar una charla entre Carlos Salem y Agustín Martínez en el Cuarto Real. Una de las conversaciones de Granada Noir. Y comencé diciendo que era extraño estar ahí, hablando de literatura, con lo que estaba pasando allá.

La ansiedad, tensión y estrés que conlleva organizar un festival hace que los nervios me despierten temprano. Domingo. 9 am. En el campo de fútbol de cerca de mi casa, en el Zaidín, hay un partido de fútbol. Escucho las voces de los entrenadores gritándoles consignas a los espectadores, el silbato del árbitro, las exclamaciones de los espectadores.

 

Pongo la radio. Allá abren los colegios electorales. O no. Los periodistas hablan de zarandeos, de personas arrastradas por el suelo, de tensión. De violencia.

 

Mediodía. Comemos en el Realejo, diez escritores de novela negra. La televisión, sin sonido, muestra imágenes dolorosas, trágicas, terribles. Hablamos de literatura, de viajes, de cine, de series de televisión, de proyectos creativos. Y todo ello me parece más cercano que lo que está pasando allá.

 

¿Por qué aquí y allá, de pronto, son dos lugares tan alejados? Sí. Es cierto. No ha sido de pronto. Lo que ocurrió ayer se ha venido fraguando a lo largo de los años, una mezcolanza de emociones que nos han desbordado a todos.

A estas alturas, en el reparto de culpas y responsabilidades, se mezclan la pasión nacionalista, la abulia y la apatía de una inmensa mayoría de gente con el odio y el desprecio de unos pocos. El hartazgo y el aburrimiento frente a la emoción a flor de piel.

 

¿Qué hemos hecho tan mal, todos, para que hoy hablemos de aquí y allá como lugares tan diferentes y alejados, humana y emocionalmente?

 

Nunca he sido proclive a la asunción de responsabilidades colectivas. Siempre me ha parecido una excusa cobarde para enmascarar cuestionables comportamientos individuales. Pero después de escuchar, ver y leer todo lo que ha pasado en Cataluña el domingo 1 de octubre, es necesario que reflexionemos sobre cómo hemos llegado a este punto de fractura. Para tratar, en la medida de lo posible, de restañar heridas y tender puentes sólidos y duraderos.

 

Sé que decir esto y no decir nada es exactamente igual. Pero es que, en estos momentos, no tengo palabras. Solo siento una enorme impotencia paralizante que me llena de desolación y rabia.

 

Jesús Lens

El periódico de la casa

—¿Se marcha usted?

 

—Sí, ya he terminado el café. Le dejo la banqueta.

 

—Vale, gracias. Y ya de paso, ¿me deja también el periódico?

 

—No lo siento. Éste es mío.

 

—¿Cómo?

 

—El periódico. Que es mío. Que no es el de la casa.

 

—¿Suyo? ¿Cómo que suyo? ¿Qué quiere decir con eso de que el periódico es “suyo”?

 

—Pues que lo he comprado. En el quiosco. Este ejemplar. Que lo he pagado y me lo llevo a casa.

 

—¿Sí? Pues no me lo creo. No me creo que haya pagado por un periódico que puede leer gratis. ¿No viene usted a esta cafetería de vez en cuando? Pues entonces sabrá que Antonio siempre lo tiene a disposición de los clientes.

 

—Pues sí. Pero no me apetece tener que esperar a que otro termine de leerlo, ni coger el periódico manchado de aceite o mantequilla. Además, me gusta recortar y guardar ciertos artículos y reportajes.

 

—Menudo señoritingo está usted hecho. Y cargado de puñetas, además.

 

—Quizá. Pero es que a mí me gusta leer el periódico despacio y con atención. Y no me parece justo coger el periódico del bar y acapararlo durante media hora o más.

 

—¿Media hora? ¿Me dice usted que le dedica media hora a leer el periódico?

 

—Pues sí. Media hora y, en ocasiones, más. No me gusta quedarme solo en los titulares y las fotos, trato de leer enteros los artículos y reportajes que me interesan, las columnas de opinión…

 

—Claro, claro. Y ahora me dirá que incluso compra más de un periódico para contrastar las informaciones y poder hacerse una idea lo más objetiva posible de lo que pasa por la calle.

 

—Efectivamente. Siempre que tengo tiempo, así lo hago.

 

—Perdone que le diga que a mí, usted, me parece un jeta de tomo y lomo que trata de robar el periódico del bar y que, descubierto, me apabulla con su palabrería y chorradas pseudointelectuales. Si los periódicos se pueden leer gratis en el bar y están en Internet, ¿quién va a ser el subnormal que se gaste el dinero en comprarlos, excepto cuando el Barça gana la Liga?

 

—Este subnormal, por ejemplo. Uno convencido de que no es lo mismo saber lo que pasa que estar informado y que, por tanto, seguirá comprando periódicos y revistas, pagando por recibir la mejor información posible.

 

Jesús Lens