El AVE prometido

Sorprendida se quedó la Marea Amarilla al conocer las reacciones de nuestros representantes institucionales tras su reunión con Fomento por el tema del AVE.

Digo sorprendida y me quedo corto. Que la Marea Amarilla se quedó estupefacta, patidifusa y de una pieza al escuchar tanta dulzura, confianza y zalamería de boca del alcalde de Granada, dando por buenas las promesas de Fomento de empezar a pensar en montar una mesa de trabajo intersectorial y multifuncional que comience a diseñar la que podría llegar a ser una entrada soterrada del AVE en nuestra ciudad. En un futuro. Hipotético. Lejano. Pluscuamperfecto.

 

Cuesta trabajo entender las razones de que el AVE vaya a entrar bajo tierra en Bilbao o Murcia, la última capital en subirse al carro del soterramiento… tras masivas manifestaciones protagonizadas por decenas de miles de personas. Manifestaciones broncas, tensas y violentas; terminando algunas de ellas entre algaradas, porrazos y detenciones.

Obras que van a costar unos cuantos cientos de millones de euros que nunca hay para Granada, pero que sí terminan por encontrarse para otras ciudades como las antedichas. Que me alegro por los bilbaínos y por los murcianos, que conste. Pero me da rabia: mientras ellos consiguen logros, nosotros solo cosechamos promesas.

 

Imagino que, camino de los 1.000 días sin ferrocarril en Granada, nuestros representantes políticos ya no pueden soportar el sonrojo, la fatiga y la vergüenza y han optado por el más vale trenes sin honra que honra sin trenes, tragándose de una tacada la doble ración de promesas ofrecida por Fomento.

 

Con lo belicoso y levantisco que se ha mostrado siempre el alcalde Cuenca con el Ministerio, quiero pensar que algo creíble habrá encontrado en sus promesas, dándole motivos para confiar. Pero también me quise creer las milongas de la Junta de Andalucía sobre las bondades de la fusión hospitalaria y, al poco tiempo, me las tuve que comer aderezadas con milhojas de papas.

Lo siento, pero ya no me creo nada. Poco a poco me voy convirtiendo en un cínico descreído de la escuela tomasiana, necesitando ver, tocar y sentir para confiar. Y es que, en clave replicante y bladerunneriana, temo que todas las promesas se pierdan como lágrimas entre las gotas de esa lluvia, feliz y necesaria, que ha tardado 159 días en llegar. Que no solo los trenes vienen con retraso a esta Granada nuestra.

 

Jesús Lens

Limitación de mandatos

Lo de las multas sin tramitar por orden del señor alcalde Torres Hurtado  durante la última precampaña electoral, es una nueva prueba de lo necesarias que son las limitaciones de mandatos en la política.

Además de ser un escándalo sin parangón, una estafa a la ciudad y una auténtica vergüenza, el hecho de que la administración local cumpliera la orden verbal de dejar de tramitar multas demuestra hasta qué punto pueden corromperse las instituciones, sencillamente, por la falta de ventilación.

 

Que José Torres Hurtado fuera alcalde de Granada durante trece años consecutivos no fue bueno para la ciudad, ni para sus concejales, ni para su partido, ni para él mismo. Porque decisiones como la referida solo las pueden tomar quienes se consideran por encima de la ley y amos del cortijo, dando por sentado que sus deseos y ocurrencias son órdenes para los demás y que se cumplirán sin que nadie ose cuestionarlas o ponerlas en duda.

Sabido es que muchos políticos, en cuanto llevan un tiempo ejerciendo determinado cargo, empiezan a sentirse indispensables. Poco después, imprescindibles. De ahí pasan a considerarse insustituibles. Y, a partir de determinado punto, ya se creen ungidos por un mandamiento divino que les ordena perpetuarse en puestos de poder.

 

Ellos prefieren llamarlos puestos de responsabilidad, lo que conlleva un halo de esfuerzo y sacrificio que les permite justificar lo de eternizarse en despachos oficiales y sillones institucionales. En Granada hay tantos ejemplos, de unos y otros partidos, que la lista sería más larga que la de los Reyes Godos.

 

De ahí que, para evitar la tentación de incurrir en el cesarismo visionario, se imponga la limitación de mandatos en la política. La tierra sigue girando sin que Fulanito sea alcalde, el sol sale por las mañanas aunque Menganito ya no sea presidente y se pone por las tardes, por mucho que haya cambiado el secretario general del partido.

No actúa igual una persona que sabe que su mandato es finito que otra cuyo único objetivo es perpetuarse en el poder. El mejor síntoma de salud democrática y de fortaleza institucional es que la administración funcione bien con independencia de quién ocupe los puestos de responsabilidad política.

 

Y, desde luego, abrir ventanas y cajones para, periódicamente, airear edificios y despachos, resulta imprescindible en una sociedad moderna y desarrollada que no necesita de Imprescindibles ni de Salvapatrias.

 

Jesús Lens

La economía, estúpido

Aunque posteriormente se popularizo como “Es la economía, estúpido”, la consigna original de James Carville para la campaña presidencial de Bill Clinton era más sencilla: “La economía, estúpido”.

Su nacimiento fue una de esas chiripas a las que los anglosajones bautizaron como Serendipity y nosotros hemos traducido como… Serendipia: Bush padre parecía imbatible en aquellas elecciones, sobre todo, por sus éxitos en la política exterior, tras el final de la Guerra Fría y la primera guerra del Golfo. Su popularidad rondaba el 90% y los estrategas de Bill Clinton decidieron que había que focalizar la campaña en las cosas de casa, en los aspectos que afectaban a la vida diaria de los ciudadanos.

 

Carville condensó esa filosofía en tres puntos clave, anotados en un cartel distribuido por todas las oficinas electorales: Cambio vs. más de lo mismo. La economía, estúpido. No olvidar el sistema de salud.

El segundo de los puntos se convirtió en consigna, en un eslogan no oficial, pero que los demócratas manejaron a la perfección hasta darles la vuelta a los catastróficos vaticinios electorales.

 

Ayer se publicaron los datos de Analistas Económicos de Andalucía, en los que se confirma el crecimiento económico de la región para 2017 de un 3%, pero su moderación en 2018, cuando crecerá el 2,7%.  Por cuanto a la gran lacra de la economía andaluza, el paro; terminará en una tasa del 26% este año y en un 24% al final del próximo.

 

Todo ello sin que se haya tenido en cuenta el efecto que pueda tener en la economía el asunto de Cataluña, en que el que nos jugamos más, mucho más, que los tronos y las banderas.

Con los datos publicados por Analistas Económicos, los habrá que digan lo de “Andalucía, imparable” y quienes pongan el acento en las insoportables y bochornosas tasas de desempleo. Pero, unos y otros, no tardarán en señalar al Procés, haciéndonos desviar la mirada de lo que realmente importa.

 

¡La economía, estúpido! Eso es lo que las grandes, medianas y pequeñas empresas catalanas le gritan a Puigdemont, mientras cambian sus domicilios sociales a Madrid, Valencia o Baleares. Y eso es lo que tendríamos que gritarle todos, más allá de banderas, idiomas, límites geográficos, río Ebro y montes Pirineos. ¡La economía, estúpido! Porque, como sigas por esa linde, ya terminada, nos vas a amargar la vida. A todos.

 

Jesús Lens

Política de tierra quemada

¡Cuántas veces nos empeñamos en complicarlo todo, tratando de hacer planes que, a modo de una eterna partida de ajedrez, contemplan infinitos escenarios, propuestas, respuestas, ofertas y contraofertas!  Entonces llega el fuego y lo arrasa todo, dando por finiquitado el cuento de la lechera.

Hace unos meses, tras el incendio de Doñana, corrió como la pólvora el bulo de las recalificaciones urbanísticas al calor de la tierra calcinada. La opinión generalizada: se trataba de un incendio intencionado con intereses especulativos. La Junta se las vio y se las deseó para convencer al respetable de que no habría recalificaciones y las investigaciones posteriores confirmaron que el incendio se inició por una negligencia en una carbonería de la zona de las Peñuelas.

 

¿Se acuerdan del incendio que amenazó la Alhambra, a mediados del pasado julio? Todo el mundo dio por hecho que fue intencionado. Repasen la hemeroteca. Recuerdo que tuve un agrio cruce de palabras con una persona por el simple hecho de pedir prevención y prudencia a la gente, en verano (Leer AQUÍ el artículo). Un mes después, en agosto, el INFOCA determinó que el incendio se originó por un conato mal apagado, horas antes, “en una zona ubicada junto a un mirador y una piscina comunitaria en la que había botellas, papeles y colillas, y que uno de estos cigarros mal apagados pudo ser la causa de ese primer fuego”.

Arde Galicia. Un centenar de incendios, decenas de focos y la Conselleira del ramo declarando que detrás de ellos está la mano del hombre. Y, como telón de fondo, la polémica Ley de Montes del PP de 2015. Tres personas muertas, miles de hectáreas calcinadas, pérdidas millonarias, desolación, impotencia, rabia, miedo… y desinformación. Los bulos, otra vez, enseñoreándose de las redes.

 

No voy a ser tan ingenuo como para pensar que cien incendios simultáneos son fruto de la negligencia, la casualidad, las condiciones atmosféricas o la mala suerte. Ojalá que la policía consiga detener a los pirómanos… y a los inductores de los pirómanos. Pero sería muy importante clarificar en qué consiste la Ley de Montes, qué permite y qué no, cuando se trata de tierra calcinada por los incendios forestales.

También es básico que cada partido político explique su posición sobre el particular, para que lo tengamos claro. Más adelante. Ahora solo nos queda solidarizarnos con nuestros hermanos gallegos y llorar con ellos.

 

Jesús Lens

Planeta Barcelona

Podría haber esperado a escribir esta columna hasta última hora de la tarde, cuando los mentideros literarios ya hubieran filtrado el nombre del ganador o ganadora del Premio Planeta, pero no me resulta necesario saber si la novela galardonada es histórica, siguiendo la estela de Noah Gordon, o un thriller contemporáneo que transcurre en Venezuela. No me resulta necesario, al menos, para lo que les quiero contar. Sobre lo puramente literario, ya hablaremos. O no.

Al final, fue un thriller esotérico sobre el Grial

Lo importante es que el acto del fallo del Planeta -y su multitudinaria cena, seguida de la animada fiestuqui- se celebró en la misma ciudad de Barcelona que la editorial ha abandonado como sede social tras la declaración -o no- de independencia anunciada por Puigdemont. Además, para mayor emoción, el Planeta se falló justo la víspera del día en que finaliza el plazo dado por el gobierno de España al presidente de la Generalitat para que aclarara si sí o si no. O si todo lo contrario.

 

Ya les hablaba hace unos días del batiburrillo de sensaciones de este mes de octubre, muy centrado en lo cultural mientras que, ahí fuera, la actualidad de los acontecimientos amenaza con arrollarnos. Entonces leí la cifra, el frío dato que puede darle un sentido a todo esto: según el presidente del Grupo Planeta, en los dos últimos meses, la compra de libros ha caído un 25% y en las librerías de la cadena Casa del Libro, la afluencia de público habría descendido a la mitad.

Es sintomático que, a medida que se ha ido enconando el Procés, uno de los grandes perjudicados haya sido el sector del libro. “¡Normal”, dirán algunos. “¿Quién tiene tiempo de leer, con la que está cayendo?”

 

Y en esas estamos. Devorados por la actualidad, sin tiempo para la lectura y, por tanto, sin espacio para el análisis y la reflexión e incapacitados para evadirnos mínimamente de una realidad impuesta por la fuerza de los hechos. Este año interesa menos el nombre del ganador/a del Planeta que todo lo que rodea al premio mejor dotado de las letras españolas, definición que siempre me ha sonado un poco pornográfica, por otra parte.

En cualquier caso, no permitamos que la terca realidad nos aleje de las librerías, por favor. Ni del cine, las salas de conciertos o los museos. Es la cultura, la que nos hace libres.

 

Jesús Lens