Reflexiones e improperios

Mi jornada de reflexión arrancó entre nebulosas, que una doble velada de jazz y el Philadelphia-Wizards de la NBA me llevaron tarde a la cama y un violento sol mañanero me arrancó demasiado pronto del sueño reparador.

Bajé a la cafetería y uno de los parroquianos habituales desgranó, en 15 minutos, cuatro teorías conspiranoicas diferentes. Dos afectaban a la monarquía, aunque democráticamente repartidas: una a la emérita y otra a la corriente. La tercera tenía que ver con un músico y la cuarta defendía que en Andalucía no existe la democracia.

Otro de los parroquianos le pinchó al Teórico de la Conspiración:

—Y tú, ¿a quién vas a votar?

—¿Yo? ¡Qué p… voy yo a votar a nadie!

Qué maravillosa paradoja, denunciar la no existencia de la democracia y, a la vez, sacar pecho por pasar de las urnas.

—¿Por qué dices que no hay democracia, si mañana podemos ir a votar todos y, además, hará buen tiempo?

—¿Te lo enseño? ¿Te lo demuestro? ¡Abre el Facebook! ¡Abre el Facebook!

¡Xoder con el Facebook! Entonces surgió otra voz diferente, joven, desde la cocina.

—Hay que votar para provocar el caos.

No pude evitar acordarme del Joker de la saga del Caballero Oscuro. Votar para sembrar el caos. Y también recordé la conversación con un joven taxista, hace una semana, cuando salimos de ver The Hole y unas chicas cortaban el tráfico por Reyes Católicos tras una manifestación contra la violencia de género.

¡Los sapos y culebras que salían de aquella boca! Sin rubor alguno. Sin mesura ni contención. Sin conocernos de nada. Puro vómito. Amarga hiel.

Dura, la jornada de reflexión. Aproveché el sol para salir a correr con mi hermano por el monte, tratando de despejar la mente. Hablamos de baloncesto y western. Y conversamos largo y tendido sobre caminos, veredas, calzadas y senderos; un tema que me obsesiona en los últimos tiempos.

A la vuelta, seguí reflexionando. Y antes de caer frito en los brazos del sofá, lo vi claro: el peor escenario posible tras las elecciones de hoy sería el tan anunciado bloqueo a la hora de conformar gobierno. No me preocupa por la parálisis institucional: ya comprobamos hace unos meses, con el (des)gobierno central, que la cosa era llevadera. Me preocupa, sobre todo, por la aterradora posibilidad de una nueva campaña electoral en Andalucía.

Jesús Lens

Con la tapa hemos topado

La que se ha liado con las palabras del chef malagueño Dani García, cuyo restaurante acaba de ser reconocido con la tercera Estrella Michelin, a propósito de las tapas en Granada: “Esto que ellos ven como algo positivo, en el mundo de la alta cocina no lo es. ¿Qué es eso de regalar una tapa con una cerveza?”

Granada se ha convertido en la única provincia andaluza sin restaurante estrellado lo que, para una tierra que tiene al turismo como su principal fuente de recursos, resulta incomprensible. ¿Tendrá en ello algo que ver la cultura de la tapa?

Salir de tapas e ir a cenar a un restaurante de alta cocina son actividades que, hoy por hoy, están a años luz en Granada. Son demasiados los bares para los que la tapa es algo que conviene quitarse de encima de forma rápida, sencilla y barata, a base de mucho pan y un relleno de batalla. Lo que interesa es que la gente llene cuanto antes, que la caja se hace con las bebidas.

Otros garitos, sin embargo, consideran la tapa como una muestra de su arte culinario, una mera introducción, una sugestiva invitación a descubrir los tesoros de su carta y las exquisiteces de su cocina. Pero entonces ya no podemos comer o cenar de tapas, una de las aficiones más habituales y queridas para los granadinos… y para tantos y tantos turistas.

Y ahí es dónde radica el quid de la cuestión. Si nos acostumbramos a que se puede “comer” por menos de 10 euros que cuestan 3 cervezas con tres tapones XXL; ¿estamos psicológicamente preparados para gastarnos 50 o 60 euros en un menú degustación de alta cocina?

Hay otras tapas, en Granada…

¿Desvaloriza la tapa el acto de salir a comer a la calle? ¿Lo empobrece? Yo no lo tengo tan claro. Puedo ser uno de los 100 granaínos que más tapas se ha comido a lo largo de su vida. De todos los tipos, tamaños, calidades y colores. Precisamente por eso tengo mis bares de cabecera y otros que no pisaría ni en pleno ataque de hipoglucemia.

Y, créanme, toda una vida embarrado ha hecho que valore la buena cocina como el que más. Que la aprecie, la disfrute y la defienda, convencido de que (casi) no existe una experiencia más placentera, duradera y reconfortante que la buena experiencia gastronómica.

Jesús Lens

Bajo un sol de ceniza

Antes nos veíamos con mayor frecuencia y hablábamos más; Irene, Antonio y yo. Mucho sobre cine, series y libros. De pintura, menos. En una de nuestras últimas conversaciones, Irene ironizaba cariñosamente: “a Antonio solo le gusta leer tochos de autores de Europa del Este donde los protagonistas sufren indeciblemente”.

No consigo sacarme aquella broma de la cabeza mientras paseo por el Palacio de los Condes de Gabia que acoge la exposición “Bajo un sol de ceniza”, de Antonio Montalvo, uno de los grandes artistas españoles contemporáneos.

Granadino de 1982, Antonio es uno de los enormes talentos surgidos de nuestra Facultad de Bellas Artes y, antes de aterrizar en casa con una exposición individual, su obra ha paseado por todo el mundo. Literalmente hablando, que el currículum de Antonio, impresiona.

Antonio es un clásico. Un clásico contemporáneo. Su obra es de una perfección técnica apabullante y está sólidamente anclada en una tradición pictórica con siglos de historia. Como él mismo señala en el catálogo de la muestra: “La pintura cambia, pero no progresa. Picasso no invalida a Goya, ni Goya a Velázquez, ni éste a Piero della Francesca. Son igualmente válidos. Igualmente actuales”.

Actualidad. Novedad. Ruptura. En estos tiempos acelerados en que los cambios tienen que ser, además, disruptivos; en una época en que las tendencias pasan de moda a la media hora de haber sido trending topic, lo auténticamente revolucionario es disfrutar con calma y morosidad del clasicismo tranquilo y sosegado de la pintura de Antonio Montalvo.

Una obra que, desde el título de la exposición, huye de las alharacas de la explosión de color. Una pintura que, través de bodegones, naturalezas muertas y paisajes petrificados y congelados en un tiempo inmemorial, invita a la serena reflexión a través de una contemplación pausada e inquisitiva.

La obra de Montalvo está repleta de un poso simbólico que impregna cada uno de sus cuadros, enigmáticos y desasosegantes; del huevo roto al pulpo resbaladizo o al piano volcado. Y esos oscuros telones que, con su barroquismo, ocultan parte de la secuencia que se desarrolla frente a los ojos del espectador.

Jesús Lens

El Timo del Nazarí

El 9 de septiembre de 2013, Quico Chirino publicó en IDEAL una completa información sobre un impresentable tejemaneje urbanístico del Ayuntamiento de Granada, presuntamente urdido por Torres Hurtado e Isabel Nieto. “El Ayuntamiento vendió una parcela a unos promotores y se la recompró por el doble”, rezaba el titular. Según la UDEF, aquel pufo le costó a la ciudad la nada desdeñable cantidad de 4,8 millones de euros, estimación hecha a la baja.

Al día siguiente, Torres Hurtado declaraba en el juzgado como imputado por un presunto delito de prevaricación.

Un par de años después, en las municipales de 2015, el PP presentaba como cabeza de lista a José Torres Hurtado. Aunque bajó el número de concejales, el PP ganó aquellas elecciones y Torres Hurtado accedió a la alcaldía de Granada gracias al apoyo de Ciudadanos, formación liderada por Luis Salvador.

Conviene recordar, también, que el presidente de aquel PP era Sebastián Pérez, quien ocupara el cargo de Teniente de Alcalde de Torres Hurtado entre 2003 y 2011, año en que se produjeron los hechos presuntamente delictivos denunciados por IDEAL.

El conocido como Timo del Nazareno es uno de los grandes clásicos de la picaresca española. Un tipo -el nazareno- se presenta como empresario de éxito, muestra agradable presencia, conduce un buen coche y gasta un móvil de ultimísima generación. Hace unos primeros pedidos, paga pronto y bien, se gana la confianza de los clientes y, cuando los tiene comiendo en su mano, les pega el estacazo, dejándoles tiritando.

Lo de Torres Hurtado fue el Timo del Nazarí: ni siquiera podemos aducir que no existían sospechas. ¡Había indicios palmarios de lo que se estaba cocinando! Lo recogió IDEAL. Apareció publicado a doble página. Aun así, el PP presidido por Sebastián Pérez volvió a presentar a Torres Hurtado como candidato, una mayoría de electores le votaron y Cs, el mismo partido que ha sostenido al PSOE en el gobierno de la Junta de Andalucía, lo aupó de nuevo a la alcaldía.

La famosa negociación entre Luis Salvador y Torres Hurtado, a pecho descubierto

La próxima vez que escuchen hablar de regeneración a ciertas personas, hagan por contener la risa.

Jesús Lens

Todo parece ilimitado

Ahora que han pasado un par de días de la muerte de Bernardo Bertolucci y se apagan los ecos de los encendidos panegíricos y las demoledoras críticas por el rodaje del tango en París, quiero recordar una de las secuencias de la historia del cine que más me han emocionado en mi vida cinéfila.

Se trata del final de “El cielo protector”, cuando Kit regresa a Tánger tras su peregrinar por el desierto y las áridas y duras tierras del África subsahariana. Afectada por todo lo que le ha ocurrido, escapa de la gente y, en su deambular, recala en un café. Suena la música. Una voz le pregunta si se ha perdido. Ella responde que sí. Y la cámara se fija en el narrador, que recita uno de esos soliloquios imposibles de olvidar. De los que marcan. Por siempre jamás:

“Como no sabemos cuando vamos a morir, creemos que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo todo sucede sólo un cierto número de veces. Y no demasiadas. ¿En cuántas ocasiones te vendrá a la memoria aquella tarde de la infancia, una tarde que ha marcado el resto de tu existencia? Una tarde tan importante que ni siquiera puedes concebir el resto de tu existencia sin ella. Quizá cuatro o cinco veces. Quizás ni siquiera eso. ¿Y cuántas veces más contemplarás la luna llena? Quizás veinte. Y sin embargo, todo parece ilimitado.”

El narrador es nada menos que Paul Bowles, el autor de la esplendorosa novela original. No tardaría mucho en morir. Cuando estuvimos en Tánger, la pasada Semana Santa, mi querido Antonio Lozano nos llevó a los cafés en que Bertolucci filmó diferentes secuencias de la película.

Volví a sentir la emoción. Del viaje, de la ciudad, del cine. La emoción de vivir momentos únicos. Del tiempo. “Kit y Port nunca se habían fijado objetivos concretos. Tal vez por eso habían cometido el error de contemplar el tiempo de forma confusa. De considerarlo inexistente. Para ellos un año era igual a otro, cualquier cosa que les pudiera ocurrir sucedería por casualidad”.

Buen viaje, maestro.

Jesús Lens