VIBRANTE «CELDA 211»

Hoy tengo una sensación agridulce. Los seguidores más fieles de este Blog, hace mucho tiempo que me oyen hablar, de vez en cuando, de «Celda 211». (No dejen de leer la crítica de Carlos Boyero: «Esto sí es cine. Además español.») Y mi opinión personal, tras verla, igualmente entusiasta, AQUÍ)

 

Creo que, de hecho, ni existía el Blog cuando reseñamos esa brillante novela, publicada por la antaño muy interesante editorial Lengua de Trapo, escrita por un sevillano llamado Francisco Pérez Gandul y, en el seno de NOVELPOL, conocido como Patxi del Sur.

 

Quiso la casualidad que, después de haberla alabado hasta la saciedad, me tocara ejercer de jurado en la Semana Negra de Gijón, junto a Fernando Marías y un tercer hombre que finalmente nunca apareció, en el premio Silverio Cañada a la mejor primera novela policíaca escrita originalmente en castellano. Con una particularidad: ese año sólo concurrían dos títulos al premio. Una, «Celda 211». La otra, la también muy apreciable «La clave Pinner», de Andrés Pérez Domínguez, un excelente novelista al que su posterior trayectoria avala como uno de los más sólidos narradores andaluces del siglo XXI, con novelones como «El síndrome de Mowgli».

 

Dos jurados. Dos novelas candidatas. ¿Un problema?

 

En realidad, no. Fernando y yo nos fuimos a una cafetería y resolvimos el asunto cordialmente. Porque siendo una estupenda novela, «La clave Pinner», con su trama de espionaje, era más una vibrante novela de aventuras que realmente una novela policíaca, negra y criminal, como era «Celda 211», que nos había deslumbrado a ambos.

 

El propio Fernando, después, defendió vehementemente en Madrid la idea de que la novela de Patxi se convirtiera en guión de cine. Aún recuerdo cuando Patxi nos mandó un mail, a los amigos de NOVELPOL, diciendo que sí, que después de muchas negociaciones, había un acuerdo en firme. Y que habría película. O, al menos, guión. Todos lo celebramos vivamente. Porque «Celda 211» nos había encantado a buena parte de los novelpolineros y teníamos a Malamadre como uno de nuestros personajes de referencia.      

 "Malamadre" Tosar y Monzón

Pasó el tiempo. Ya se sabe que las cosas de palacio van despacio. Y otro buen día nos llegó otra buena nueva: el papel se haría celuloide. ¡Habría película! El proyecto llegaba a buen puerto. Y Patxi nos pedía sugerencias para los papeles principales. Yo no me acuerdo a quién le sugerí. Quizá a Bardem, que daba el perfil de Malamadre. ¿O quizá ya adelantamos la posibilidad de que fuera Luis Tosar uno de los intérpretes?

 

Y más y mejores noticias. ¿Qué nos parecería que el director fuera Daniel Monzón?

 

¡¡¡Sí!!!

 

Aunque en principio pudiese parecer que ese director no encajaba, por el perfil de su filmografía, más fantasiosa y aventurera («El corazón del guerrero» y «El robo más grande jamás contado») que puramente negra y criminal, para mí es uno de los más talentosos de la última hornada de directores españoles, cuyas películas desprenden un tremendo poderío visual.

 

Y después se rodó la película. Y salió el cartel. Y las fotos de rodaje. Y tráiler.

 

¡Ya llega!
¡Ya llega!

Y lo fui celebrando. Como algo íntimo y personal.

 

Y llegó el Festival de Venecia. Siendo breves y concisos, podemos resumir en que llegó, se proyectó… ¡y arrasó!

 

Hoy me he leído varias críticas y todas son unánimemente buenas, positivas y halagadoras. Lean, por ejemplo, lo que escribe nuestro Gurú Boyero en «El País»:

 

«Me acerco con fastidiosos prejuicios a Celda 211, exhibida en una sección paralela, debido a mi completa incomunicación con las tres películas anteriores que había dirigido Daniel Monzón. Y éstos se confirman en el arranque, mal interpretado, con tonillo, muy débil. Pero a los cinco minutos aparece un individuo de voz cavernosa y aspecto intimidante que interpreta al líder de los presos en una cárcel y desde ese momento hasta el final se me derrumba el mosqueo inicial, dando paso a una de las mejores películas que ha hecho el cine español en mucho tiempo. Una narración tensa y compleja sobre un motín carcelario en la que todo posee fuerza, suspense, desasosiego y veracidad. Pasa volando y perdura en el recuerdo. Tiene muchísimo mérito el control de Daniel Monzón sobre todos los elementos, el admirable giro que se produce en la historia, la credibilidad que desprenden personajes, diálogos y situaciones, un reparto muy sabio en el que algunos de esos presos parecen interpretarse a sí mismos, la factura, el ritmo, la violencia y la sutileza que caracterizan a los grandes títulos del género.

 

Aunque existe algo que está más allá del elogio y es el impresionante recital de Luis Tosar. Te cuenta muchas y sorprendentes cosas con sus gestos, con su mirada, con sus movimientos y con su voz de un personaje que podía ser de una pieza, de un canalla con códigos éticos, de un rey de la selva con subterránea humanidad, de un guerrero astuto y brutal que también es capaz de generosidad y comprensión. Es imposible no dejarte atrapar por su campo magnético y por sus matices, es una interpretación que te revela lo máximo con lo mínimo, merecedora de todos los premios, una actuación para enmarcar en la retina y en el oído.»

 

Entonces, me diréis, ¿por qué la sensación agridulce?

 

Pues, en parte, por estas palabras de Luis Tosar, en la entrevista que aquí podéis leer entera:

 

«¿Qué pasa con este personaje? Pues que es un regalo, un regalo de Daniel. Y… [pausa] sí, creo que es lo mejor que he hecho. Además, es un personaje divertido, al que en cuanto le pillas el truco resulta maravilloso«

 

Que está muy bien. Que Daniel lo habrá hecho de fábula, que la peli será muy potente y el guión estará estupendamente rematado.

 

Pero que echo de menos que alguien se acuerde de que, en el origen de todo esto hay una novela y un escritor, Francisco Pérez Gandul. Que también es un amigo, Patxi del Sur… aunque no cumpliera con su promesa de colarme en el rodaje y ser extra de la misma. 😀

 

Jesús Lens, que estaré el primero, en el cine, el día del estreno.

 

¡Va por ti, Patxi!

 

Enhorabuena.      

CONTRARRELOJ

¿Se imaginan que cualquier noche de un mes de Julio hubiera aparecido asesinado Lance Armstrong, en una de las primeras jornadas del Tour de Francia? Pues ése es el punto de partida de la última obra de Eugenio Fuentes, «Contrarreloj», una novela policíaca de lo más interesante, de las que se leen en un par de sentadas, de las que te piden sumergirte en sus páginas una y otra vez, hasta llegar al final y descubrir quién mató a Tobias Gros, apodado como «el Depredador».

 

No sé si te gusta el deporte en general y el ciclismo en particular. Si la respuesta es negativa, tampoco pasa nada. Porque Eugenio, a través de esta narración y utilizando el Tour como excusa, de lo que nos habla es del alma humana, puesta a prueba una y otra vez.

 

Pero si te gusta el deporte y, a pesar de todos los pesares, este verano has vibrado con el duelo entre Contador y ese viejuno renacido texano y ahora estás pendiente de Valverde… la novela debería encantarte.

 

Porque, además de los profesionales del pedal, los otros protagonistas de la novela son dos tipos muy distintos de ciclistas aficionados. Uno es Cupido, un detective privado que ya ha protagonizado otras novelas anteriores de Fuentes. Un detective que ama el ciclismo y que, con ocasión de la disputa de las etapas pirenaicas de la ronda francesa, aprovecha para cumplir uno de sus sueños, antes de que la edad termine de vencerle: subir el Tourmalet.

 

El otro es un hombre que, con saña y determinación, arrastra por las carreteras francesas a su hijo, ya mayor, aquejado de una enfermedad cerebral, en un tándem. Y están los entrenadores. Y las jóvenes promesas. Y los corredores veteranos, a punto de la retirada. Y los outsiders, siempre al acecho de una etapa. Y las mujeres de los campeones. Y, claro, hablando de ciclismo… los médicos.

 

¿Quién pudo matar al líder del Tour de Francia? Y, como siempre en la mejor novela negra… ¿por qué?

 

En realidad, mucha gente y por muchas razones hubiera querido ver, si no muerto, sí al menos desaparecido a Gros. Pero sólo una persona lo mató. Y ayudar a descubrirlo es la tarea que le encargan al bueno de Cupido, que nunca hubiera sospechado cuán de cerca iba a vivir esa edición del Tour.

 

A través de una narración limpia, directa y sencilla, en el mejor sentido de la expresión, Eugenio Fuentes ha escrito una novela que, además de leerse en un suspiro, provoca ganas de echarse a la carretera, a rodar, a correr o a practicar cualquier tipo de deporte agonístico y solitario. ¡Hasta ahí llega su capacidad de sugestión!

 

Un Eugenio que, como se encargara de aclarar en la presentación granadina de su libro, hace unos meses, nada tiene que ver con el proscrito Eufemiano Fuentes, célebre médico del equipo ONCE, incurso en la famosa Operación Puerto sobre dopaje generalizado en el pelotón internacional. Aunque en la novela, por supuesto, aparece la dichosa EPO, claro.

 

Ahora que comienza la Vuelta Ciclista a España es momento de recrearse con una narración en la que el crimen convive con el deporte, profesional y aficionado. Porque nada de lo humano puede ser ajeno a la mejor literatura.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

CARLOS SALEM Y LA CRESTA DE LA OLA

A veces, cuando recomiendo libros, pienso que soy demasiado subjetivo. Si tal es posible.

 

Pero cuando me encuentro mensajes como éste de Carlos Salem, veo que no. Que apostando, defendiendo, difundiendo y queriendo a Carlitos, acertamos de pleno. ¡Enhorabuena!

 

La cosa es más o menos así: alguien me sopla que, «probablemente» Aller Simple, la versión francesa de mi Camino de ida, podría llegar a ser candidata a los Prix 813 de novela policial, que se encuentran entre los más prestigiosos del país vecino.

 

A uno, que es inculto, el tema le suena, pero piensa que si le hubieran dado un ladrillo por cada «probablemente» que ha oído en su vida, tendría ya más casas edificadas que Iñaki Zuruaga alias El Zurullos (el que no sepa de quien hablo, que compre mi nueva novela «Pero sigo siendo el rey», editada por Salto de Página, je je).

 

El caso es que otro alguien me felicita esta tarde por teléfono y repito lo mismo: mientras no sea oficial, mejor no me altero.

 

Pero la curiosidad me pica y ahí está la jodida Wikipedia para acojonarme.

 

La Asociación 813 es una de las de mayor peso en cuanto al policial francés, y el premio en cuestión, (Mejor policial extranjero traducido al francés), lo ha ganado gente como Paco Ignacio Taibo II, Robin Cook, Donald E. Westlake, James Elrroy, Henning Mankell, Giancarlo di Cataldo o Patricia Cornwell.

 

¿A qué la lista asusta?

 

Así que decidí que alguien se había entusiasmado demasiado pronto, o había escuchado campanas equivocadas… vamos que no supuse una burla porque como todo el mundo sabe, no tengo enemigos… vivos.

 

De modo que volví al reportaje que debo entregar mañana sin falta si no quiero que mis posibilidades laborales se limiten al puesto de eunuco en un harén, agradeciendo la buena voluntad de los que entendieron mal o se apresuraron por cariño.

 

Entonces tuve que buscar un dato en el google y, ¿quién se resistía a asomarse a la web de la Asciación 813, eh?

 

Para ver cómo es, nada más…

 

Y me encontré esto:

 

http://www.813.fr/content/view/132/27/

 

 

TROPHEE POUR LE ROMAN ETRANGER OU RECUEIL DE NOUVELLES ETRANGERES :

 

 

Andrea Camilleri « Un été ardent » [Editions le Fleuve Noir]

 

RL Ellory « Seul le silence » [Editions Sonatine]

 

Craig Johnson « Little Bird » [Editions Gallmeister]

 

Dennis Lehane « Un pays à l’aube » [Editions Rivages]

 

Carlos Salem « Aller simple » [Moisson Rouge]

 

Vamos, que con esos nombres tengo menos posibilidades que Fernando Alonso este año en la F1.

 

Pero estar ahí  hace una ilusión que ni les cuento…

 

O por eso les cuento: para disfrutar haber llegado hasta ahí.

 

El premio se falla en octubre y mientras tanto ahí están Octavio y compañía, de cañas con los peces gordos.

 

Carlos Salem

UN MAL DÍA PARA MORIR

Hasta para morirse hay que tener tino. ¿Recuerdan aquella famosa canción del grupo «Def Con Dos», titulada «Pánico a una muerte ridícula»? Pues, salvando las muchas y hondas distancias que separan a los hip-hoperos de la última y estupenda novela de Empar Fernández y Pablo Bonell Goytisolo; cuando leía ésta no podía evitar acordarme del trasfondo de una canción que estaba filosóficamente cargada de razón.

 

Hasta para morirse hay que tener vista
Hasta para morirse hay que tener vista

Porque, por ejemplo, ¿no es una cabronada del destino que Alberto Boisgontier, uno de aquellos jóvenes soñadores luchadores antifranquistas, falleciera en trágicas circunstancias, precisamente, la tarde del 19 de noviembre de 1975?

 

Cuando, apenas unas horas después, Arias Navarro compareció en antena para proclamar el famoso «Españoles, Franco ha muerto», la investigación por el óbito accidental del chaval, que cayó desvanecido en las vías del tren de la estación de Gracia, en hora punta, quedó relegada al olvido. Y eso que no hacía ni tres días que el muchacho había salido de los calabozos de la policía, donde la pasma le había pegado una buena tunda.

 

Empar, Negra y Criminal
Empar, Negra y Criminal

Más de treinta años después, el subinspector Escalona, recién asimilado a los Mossos d’escuadra, recibe un encargo aparentemente imposible por parte de un moribundo compañero de trabajo: investigar la muerte de Alberto. Él había participado en la detención del chaval y siempre pensó que hubo algo raro en aquel accidente. Y, la verdad, si  Boisgontier tuvo mala suerte por cuanto a la fecha en que falleció, su apellido no era uno de esos que resulta fácil olvidar.

 

Periquito y ciclista, también.
Periquito y ciclista, también.

Pero, ¿cómo investigar un caso como éste? Ahí radica el punto fuerte de «Un mal día para morir». No hay pruebas genéticas o de ADN que valgan. Ni grabaciones o vídeo -vigilancia a las que acudir. Escalona tendrá que visitar a los allegados y testigos de los hechos supervivientes, comprobar sus declaraciones, rastrear las posibles contradicciones y dejarse llevar por la mucha experiencia acumulada en sus años de trabajo para atar los cabos que, de haberlos, hubieran quedado sueltos.

 

Como si de un viaje al pasado se tratara, las contradicciones de la España del final de la Dictadura y las de la España contemporánea florecen a través de las biografías de los actores de una especie de película que contó con un guión escabroso y absolutamente inesperado, lleno de giros y quiebros que, al final, no terminó de convencer (ni satisfacer) a casi ninguno de los protagonistas

 

Grande, Empar
Grande, Empar

A través de una escritura tan pulcra como amena, la exquisita narración de Empar y Pablo hace que el lector viva dentro de la cabeza de Escalona, mirando la realidad circundante a través de sus ojos e imaginando el pasado a través de la idea que, testimonio a testimonio e informe a informe, se va reconstruyendo enfrente de nosotros.

 

Tiempos convulsos, tiempos excitantes, tiempos comprometidos. Pero también tiempos miserables, mezquinos, traidores e hipócritas. Ésa fue la España de entonces. La de ahora, la verdad, no está claro que sea mucho mejor. Ni mucho peor.

 

Publicada por Ediciones Pámies, que recoge el testigo dejado por la querida y añorada Tropismos, «Un mal día para morir» es la tercera novela de la saga de Escalona, pero se puede disfrutar perfectamente como una novela independiente y con entidad propia. Leída en su momento «Mala sangre», la primera entrega del ciclo, tengo que rescatar de la estantería de las pendientes «Las cosas de la muerte», que Escalona ya es uno de esos personajes de ficción que nos gusta incorporar a nuestra vida cotidiana como buenos lectores de literatura de género negro y criminal.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LA REINA EN EL PALACIO DE LAS CORRIENTES DE AIRE

Esta mañana le confesaba a Silvia que la echo de menos.

 

Y mucho.

 ¡Te echo de menos!

Nunca pensé que podría volver a ocurrir. Pero, por segunda vez en mi vida, echo de menos a un personaje de ficción. En este caso, a Lisbeth. A la Salander. A la protagonista de la saga Millenium, cuya tercera y teóricamente última entrega, «La reina en el palacio de las corrientes de aire», ya se desvanece en el recuerdo de esos libros más devorados que leídos.

 

Ochocientas y pico páginas que, como no podía ser de otra manera, cayeron a velocidad de vértigo, entre los aeropuertos de Madrid, Gran Canaria y Asturias, los aviones o la famosa Playa del Cabrón de Agüimes. Cuando terminé de pasar la última de ellas no pude evitar que una cierta desazón me invadiera, no en vano, la Salander me ha estado acompañando a lo largo de un montón de semanas de este último año, siendo habitual que en mi Twitter apareciera la siguiente frase: «Me voy a la cama con Lisbeth. Buenas noches.»

 

En la cama con Lisbeth
En la cama con Lisbeth

Toda una declaración de principios sobre la importancia que la flacucha ácrata sueca ha tenido en mi vida más reciente. Porque, la verdad, por mucho que el protagonismo de la saga Millenium esté repartido entre Blomqvist, el equipo de la revista, algunos policías y otros secundarios, sin ella, sin Lisbeth, no se habría producido el Fenómeno Larsson que venimos comentando desde hace tiempo. Radicalmente imposible.

 

Pero hablemos de la tercera entrega, de esta «La reina en el palacio de las corrientes de aire», que continúa exactamente en el punto en que terminó la segunda entrega de la saga, con Lisbeth y Zalachenko en el hospital y con Kalle Blomqvist hocicado en ayudar a su amiga, por más que ésta no quiera ayuda de nadie.

 

We love Lisbeth
We love Lisbeth

Evidentemente, la historia sigue abundando en el papel de Zala, en los orígenes del carácter antisocial de Lisbeth y en la influencia que en el mismo tuvieron algunos de los secundarios de la historia. Y, después, las ramificaciones de una conjura que cada vez apunta más alto, más lejos y más sucio, lo que hace que este tercer capítulo de la saga Millenium sea, para los aficionados a las novelas de espías y conspiraciones, aún más atractivo, si cabe, que los anteriores. Porque la Sapo, los servicios secretos suecos, están bien pringados en la misma, como ya pudimos atisbar en la segunda entrega.

 

No sé si será porque ya sabía que se terminaba y la he querido disfrutar especialmente, pero ésta ha sido la novela que más me ha gustado de las tres. En la primera estaba la sorpresa de los personajes. En la segunda, la parte esencial de la historia. En la tercera, prima la acción, la diversidad de temáticas -nuevos rumbos del periodismo incluido- y, claro, la resolución.

 

Pasión por Lisbeth Salander
Pasión por Lisbeth Salander

Porque, sin atrevernos a desvelar nada, hay un final para esta trilogía, respondiendo a la pregunta que nos hacíamos hace unas semanas y cerrándose un ciclo que, a buen seguro, Larsson sabía como prolongar en las siguientes entregas de la saga. Los temores a que la novela terminara como «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina» quedan, por tanto, felizmente aparcados.  

 

      

La pregunta es, ahora, ¿cómo afrontar nuestro futuro lector sabiendo que ella, que Lisbeth, nunca volverá? Porque ese manuscrito de la cuarta entrega de la serie huele a camelo, la verdad. A pura mercadotecnia. Son tantas las horas compartidas con ella que, inevitablemente, una cierta melancolía planea sobre el lector de Larsson cuando remata la lectura de «La reina en el palacio de las corrientes de aire», con su inevitable sabor a testamento…

 

Jesús Lens, cabizbajo, nostalgioso y milonguero.