Pérez Siquier a lo grande

No lo teníamos previsto. Fue un choque a primera vista. Bajábamos por Recoletos y nos topamos con la Fundación Mapfre, cuyas exposiciones de fotografía siempre son espectaculares. Y nos saltó a la vista una retrospectiva de Carlos Pérez Siquier en el corazón de Madrid. Hasta el 28 de agosto. No dudamos. 

Domingo. 16 horas. Tocábamos a dos vigilantes por visitante. Todo Pérez Siquier para nosotros solos. Que ya es casualidad: hace unos días les contaba que, a falta de poder hacerlo físicamente, viajaba al Cabo de Gata gracias a la prodigiosa lente del fotógrafo almeriense. Y miren ustedes por dónde, tan lejos de Almería, el Premio Nacional de Fotografía 2013 vuelve a agarrarnos por las solapas, metafóricamente hablando, para conducirnos a su tierra.

La exposición consta de decenas de fotos de diferentes ciclos. Se abre con las dedicadas a La Chanca, el barrio de Almería, en riguroso blanco y negro. Entre 1956 y 1965, el fotógrafo aplicó las técnicas del neorrealismo y mostró las entrañas de un barrio pobre hasta decir basta, pero sin que los personajes retratados cayeran en la miserabilidad o la humillación. Tierra dura, árida y complicada poblada por gente humilde, pero orgullosa.

Después, con sus fotos en color, ese mismo barrio presenta una imagen menos telúrica y más apegada a ese otro realismo del que Pérez Siquier fue maestro. El detalle extemporáneo, el feísmo urbanístico hecho arte. La arquitectura en transformación. La modernidad que no terminaba de imponerse a lo de antes. 

Y así llegamos a la serie dedicada a las playas. Son los años 70 y la playa era otra cosa. Como sus visitantes y especímenes habituales. ¡Esas lorzas! ¡Esas piernarracas! ¡Esos bañadoracos! Si la ministra Montero ve estas fotos, su campaña sobre personas de tamaño variable tomando el sol habría sido otra muy diferente. Y hablamos de los años 70, ojo. Impagable la imagen de una mujer vestida de negro riguroso, tocada con gorra y escuchando el ‘loro’ en una playa motrileña.  

Y luego están sus Trampas para incautos, descritas así en el catálogo de la exposición: “Estas deslumbrantes fotografías cargadas de humor nos devuelven al origen de la percepción, sugieren la fascinación por lo absurdo, cómico y deslumbrante de ciertos constructos humanos que duplican la realidad”. ¿Cómo pueden, unos sencillos parasoles colocados en los parabrisas de los coches, resultar tan elocuentes?

Me encantó la mágica serie dedicada a los Encuentros, descrita así por el propio fotógrafo: “Ver el azul del cielo que se confunde con el mar. Apreciar como algo estético lo deshabitado del paisaje. Entender la fuerza del Cabo, la sierra de Gata adentrándose en el mar. Hay en todo eso algo telúrico, una pulsión volcánica. Internarse en esos paisajes es una experiencia única. Hay algo ahí que te da fuerza”.

En la web de la Fundación Mapfre hay dos visitas virtuales a la exposición, una por libre y otra de mano del comisario, Carlos Gollonet. Si no les cuadra verla in situ, mírenla AQUÍ a través de la pantalla. Es una gozada. 

Jesús Lens

Mi film noir clásico imprescindible y favorito

Este verano estoy aprovechando para hacer un ajuste de cuentas con mis favoritos e imprescindibles del Noir. Hasta ahora he escrito de novelas extranjeras y nacionales y lo mismo con los cómics, de casa y de importación. La semana pasada destaqué dos True Crime fundacionales y, ya sí, ha llegado la hora de enfrentarme al cine. 

¿Cómo reducir el cine negro a dos, tres o cuatro títulos? Se me hace muy cuesta arriba. Empiezas por ‘El sueño eterno’, el clásico incontestable de Howard Hawks, una película en la que está todo, y ya no puedes parar. Si te detienes aunque sea un momento en ‘Perdición’, de Billy Wilder, estás perdido. ¿Con qué nos quedamos de Huston? ¿Con ’El halcón maltés’ o con ‘La jungla de asfalto’? ¿Y de Edward G. Robinson? Así las cosas, lo mejor es centrarse, única y exclusivamente, en esa obra maestra que es ‘Los sobornados’, de Fritz Lang.

Era una de las películas favoritas de mi padre y la habré visto diez, doce, quince veces. Más incluso. Hubo un momento en que, como me pasa con ‘El Padrino’, me la sabía de memoria. Pero cada vez que la veía le encontraba un matiz nuevo, un algo diferente y revelador. Porque hablamos de otra película en la que está todo, desde la denuncia de la corrupción a la psicopatía y la violencia contra la mujer. 

Vuelvo a no contarles nada de la trama. Solo les diré que el hogareño y familiar sargento Bannion ha de investigar el suicidio de un compañero de la policía que tiene conexiones con uno de los capos de la ciudad, Mike Lagana. A medida que se acerca al elegante delincuente, entra en contacto con otros elementos de los bajos fondos. Y estos ya son menos refinados.

Filmada en un impecable blanco y negro de corte realista y casi documental, ‘Los sobornados’ es una película de 1953 cuyo guion parte de un serial periodístico basado en hechos reales. En Philadelphia, en los años 40, un probo y corrompido funcionario de Hacienda se suicidó para que, con su muerte, salieran a flote la corrupción y la pestilencia en que había estado sumido. Sin embargo, la policía hizo oídos sordos y pasó de investigar.

 

Tres periódicos locales, a la vez y de común acuerdo, dieron visibilidad al tema. Y fue William P. McGivern, periodista de The Philadelphia Bulletin, quien recopiló toda la información referente al caso. En tres semanas escribió la novela ‘The Big Heat’ y la publicó por entregas en la prestigiosa revista The Saturday Evening Post.

Además de Bannion, magistralmente interpretado por Glenn Ford, cuya honestidad a raudales y su compromiso con la verdad sirvieron de inspiración al Elliott Ness de Brian de Palma, los otros dos grandes protagonistas de ‘Los sobornados’ son el psicópata Vince Stone, lugarteniente de Lagana interpretado por un portentoso Lee Marvin; y su novia, la alegre, festiva y punzante Debby Marsh, una imperial y descollante Gloria Grahame. 

Y están los secundarios, de lujo, desde la complicidad de Katie Bannion con su marido a la frialdad de Bertha Duncan o la inocencia quebrada de Lucy Chapman. Tenemos los clubes de moda, siempre tan excitantes, y ese desguace donde transcurre una de mis secuencias favoritas. 

Sin olvidar los dos momentos cumbre de ‘Los sobornados’, esos que han pasado a la historia y que, por muchas veces que los haya visto, siempre sacuden al espectador: el de la bomba y el de la cafetera. Y el final, claro, cuando Gloria Grahame se convierte en mito. ¡Absolutamente imprescindible!  

Jesús Lens

Sueños de cómic y un carmen en Granada

Por fin lo he conseguido. Quedan un par de semanas para su clausura, aunque es posible que después vaya a Barcelona. La exposición ‘Cómic. Sueños e historia’ de CaixaForum Madrid es una gozada. De visita obligatoria para aficionados, es más que recomendable para neófitos que, a estas alturas de vida, todavía no tengan claro qué es eso del noveno arte, el arte secuencial. 

Podríamos decir que en ella está todo, empezando por el origen de la denominación ‘prensa amarilla’, gracias a (o por culpa de) una tira cómica protagonizada por un personaje muy salado: The Yellow Kid.

La cantidad de arte con mayúsculas por centímetro cuadrado de esta muestra es apabullante. Permítanme que me detenga en el original de nuestro Juanjo Guarnido para el primer álbum de Blacksad. La cara del gato detective fundida con la oscuridad de un negro deslumbrante es apoteósica. El humo del cigarrillo parte en dos un rostro duro y salvaje. Y están las pupilas, de un verde amenazador.

 

La profundidad de ese dibujo imanta y llama la atención de todo el que pasa a su lado. De hecho, conseguir un momento de vacío para hacer la foto nos llevó su tiempo, que es uno de los espacios más concurridos de la exposición. 

Me quedé muy flipado, también, con los paneles con las revistas de Tintin. ¡Qué viaje por la historia de la humanidad nos plantea el mítico personaje de Herge! Ojo a la retrospectiva del periodista que jamás dio una noticia que se podrá ver este otoño en el Círculo de Bellas Artes. Será de visita igualmente obligatoria. 

¿Y qué me dicen de Corto Maltés? ¿Y del western de Giraud y la fantasía de Moebius, uno y bio? ¿Y de los originales de Frank Miller para ‘Sin City’? ¿Y la presentación en sociedad del Spirit de Will Eisner? ¿Y…?

A la salida de la exposición de las momias —ya que estábamos, aprovechamos— entramos en la tienda para comprar el catálogo de la exposición y algunos gadgets tintinófilos. Y me encontré con un libro muy curioso publicado por Acantilado y del que no sabía nada. ‘La vida de los edificios’, de Rafael Moneo, habla sobre la mezquita de Córdoba, la lonja de Sevilla y “un carmen de Granada”. 

Empiezo a bichearlo y me encuentro con la fascinante historia del carmen de los Rodríguez Acosta, profusamente ilustrada y documentada, del que el célebre arquitecto habla así: “un edificio que siempre me había intrigado y al que consideraba y sigo considerando como uno de los más notables y valiosos construidos en nuestro país durante los años veinte”. 

Picado, empiezo a leer en la propia tienda-librería las páginas dedicadas a esa atalaya sobre la ciudad. “El solar en el que el pintor Rodríguez Acosta iba a levantar su casa/estudio concedía otra vez la primacía a la Alhambra, alejándola de lo que en aquellos días era el área más codiciada y valorada de Granada, la Gran Vía de la que la ciudad tan orgullosa estaba”. Les seguiré contando. 

Jesús Lens

Por Estados Unidos, en Madrid

Fue poner un pie en la calle, a las puertas de la Estación Sur, y concluir que aquello era insoportable. Es lo que tiene vivir en una interminable ola de calor desde hace semanas: ya no tratas de convencerte de que, en realidad, no es para tanto. Sí lo es. 

¿Habrá ola de calor en el Boston de antaño?

Aun así, me empeñé en ir al hotel a pie. Total, apenas eran dos kilómetros largos, según el GPS. Tres minutos después, cuando le dimos la dirección exacta al taxista, resultó que era otro hotel. De la misma cadena y recién adquirido, pero en justo en la dirección contraria. Sentí miradas de hielo taladrándome la nuca. 

Una vez descartada cualquier actividad que supusiera estar en exteriores, decidimos embarcarnos hacia los Estados Unidos: el museo Thyssen-Bornemisza tiene una exposición temporal dedicada a Alex Katz, precursor del Pop Art norteamericano, de lo más sugerente. 

A sus 95 años, el artista estuvo en la inauguración de la muestra, el pasado junio. Muñoz Molina escribía sobre el impacto de tenerlo enfrente. Le considera uno de los grandes maestros de la pintura y tiene algo de milagroso verle en persona pasear por delante de sus inmensos cuadros. Katz, que sigue levantándose todos los días a las 7.30 am para trabajar, dejó una de esas perlas para enmarcar: “Cuánto más viejo me hago, más me dedico a la pintura”.

DVD 1110 (10-06-22) El pintor Alex Katzs en rueda de prensa para la inauguración de su exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid. Samuel Sánchez

Pero el largo viaje a los Estados Unidos lo propone la parte de la colección Thyssen dedicada al arte del gran país norteamericano. Una selección de 140 obras que comienza con el paisajismo panorámico de las grandes praderas, las montañas, los ríos y los valles. Historia, medio ambiente y ciencia son los grandes protagonistas de esta primera parte de la muestra. Continúa con el desarrollo urbano, la política y la complicada integración de las minorías nativo y afro americanas.

Como en Madrid, en agosto, apenas estamos un puñado de turistas extraviados, pasear por el Thyssen es una gozada. Frente a mi cuadro favorito del museo, el famoso ‘Habitación de hotel’ de Hopper, de temática tan veraniega, estuve un buen rato sin nadie alrededor. Adoro a esa mujer sola con sus maletas. Está recién cambiada de ropa y, sentada al borde la cama, comprueba los horarios de los trenes en una hoja de papel que sostiene sobre sus piernas. Se suele decir que Hopper es el pintor de la soledad. En ese cuadro, yo veo a una mujer valiente y decidida, con toda su vida por delante, que ha cogido las riendas de su destino y decide a dónde quiere ir, sin darle explicaciones a nadie. 

Como amante del western, disfruté de Thomas Cole y de las grandes pinturas de Albert Bierstadt sobre las cataratas de San Antonio, que ya eran una fabulación. De los indios de Russell y Remington y me fliparon los puntos de fuga de la autopista de ultramar de Ralston Crawford. Y el fotorrealismo de Estes, claro. Una maravilla, esto de viajar a USA sin visado y sin hacer cola en el aeropuerto.

Jesús Lens

Por Despeñaperros, camino de Madrid

Me hace ilusión volver a teclear desde el autobús mientras el paisaje va cambiando a mi alrededor. Me asomo a la ventanilla, que es un gran ventanal, y los pinos, las encinas y las paredes montañosas me ofrecen un gran espectáculo. Estamos atravesando Despeñaperros, camino de Madrid, y las vistas son estupendas.

Hacía años que no pasaba por aquí. Desde que inauguraron el AVE, el nuestro, el cojitranco, el que te hace cruzar media Andalucía antes de tirar con decisión para arriba; siempre he viajado a Madrid en tren.

Esta vez hemos decidido tardar un poco más, pero pagar bastante menos. A fin de cuentas, viajamos por placer. Sin bullas. Y con hambre. Que hemos cogido el autobús que no para, en el que antes te recogían el equipaje, te daban un piscolabis, un desayuno y la prensa del día y ahora no te dan ni las gracias. Al menos, los asientos son cómodos. Y amplios. Pero poco más, que hasta el agua está caliente y bajo mi asiento viaja el pañal sin recoger de una criatura. 

Durante toda mi vida, que solía ser un frecuentador constante de la línea Granada-Madrid, por Despañaperros se pasaba. Pero una vez fui. A Despeñaperros. Como destino. Ahora veo que hay varios carteles marrones en la carretera que avisan del Parque Natural, con su centro de recepción de visitantes incluido. Pero entonces, hace ya muchos, muchos años, no había señalética alguna. De ahí nuestra sorpresa cuando el bus se paró en un ensanche de la carretera, la de toda la vida, y nos apeamos para hacer una excursión con la mochila a cuestas.

Fuimos a la cascada de Cimbarra, en el río Guarrizas. Que ya me dirán ustedes, la toponimia de la zona. Se me hace extraño, por cierto, que no haya un Change.org pidiendo el cambio de nombre de Despeñaperros. Hay dos teorías sobre el origen de tan peregrina denominación. Una es muy filológica y apela al límite, al fin de las Españas. La otra vendría de los tiempos de la batalla de las Navas de Tolosa y ya se pueden ustedes imaginar quiénes eran los ‘perros’ despeñados.  

El caso es que la excursión era una pasada. ¿Conocen ustedes este entorno? Yo me quedé tan flipado que anoté en mi cuaderno de viajes, con pelos y señales, el hito kilométrico exacto desde el que partía el camino que conducía a la cascada, que entonces no existían Wikiloc ni Google Maps. Porque pensaba volver, desde luego, para recorrer la zona con más tiempo y detenimiento. Y lo haría a no mucho tardar. Hasta ahora.

La vida es lo que pasa entre que trazas un plan y caes en la cuenta de que nunca lo cumpliste. En este caso han pasado muchos, muchos años. Media vida, como el que dice. Lo mismo es una buena ocasión para proponerme volver a hacer aquella excursión, pero lo primero tendría que ser comprar unas botas de montaña. ¿Por qué no? Venga, va. Ya tengo un plan…

Jesús Lens