Empitonados en plaza del Carmen

Menuda faena la de esta mañana en la plaza del Carmen. Todo o nada. Tras el chupinazo, uno de los candidatos saldrá por la puerta grande después de cortar las dos orejas y el rabo. Los otros dos de la terna morderán el polvo. Y se les hará raro, que ellos no pidieron estar allí. Los concejales, mientras, seguirán parapetados en los burladeros desde los que llevan varias semanas burlándose de los granadinos.

No me quedan epítetos con los que catalogar lo de este último mes. Se me ha agotado el repertorio. Y ya me fastidia: cuando creíamos que no se podía caer más bajo ni hacer un ridículo más espantoso, Ciudadanos consiguió rebajar el listón. El lunes por la tarde pensé que su propuesta para alzar a Huertas a la alcaldía era fruto de un golpe de calor que les hizo confundir el sentido de la alerta naranja lanzada por la AEMET. Pero no. Ayer martes, Arrimadas seguía erre que erre. Ciudadanos se comporta como los zombis de ‘The Walking Dead’, deambulando sin propósito ni sentido por las carreteras abandonas, incapaces de asumir que, en realidad, están muertos.

¿Y qué decir de la carta del PP, apelando a la Granada «glosada por poetas, incluida en leyendas y símbolo de la unidad de España, como última ciudad que fue entregada a los Reyes Católicos tras ocho siglos de guerras»? Es muy heavy lo suyo. Que a la vista del pifostio que han montado tengan el cuajo de defender sus dos años de mandato, en los que los unos desconfiaban hasta de la sombra de los otros… pues eso. Muy fuerte.

Que con esas mimbres y los insultos e improperios cruzados estos días pretendan construir un equipo de gobierno parece poco razonable, por decirlo suavemente. Si lo consiguieran, eso sí, proclamarían que es un grupo muy cohesionado. Y no se reirían al decirlo. Tampoco podemos olvidar que, si las cosas le salen bien, Francisco Cuenca va a ser alcalde gracias a Luis Salvador. ¡Heavy metal, otra vez! Anda que como terminen dándole algún carguillo. O encarguillo, manque sea… Un clavo más en el ataúd del descrédito, en el cartel de la desafección.

Estimado lector, ándese con ojo hoy. Ni se le ocurra pasar por cerca del Ayuntamiento, no sea que el sagaz estratega de algún partido decida proponerle para alcalde de Granada y, sin comerlo ni beberlo, se vea usted metido en un marronazo de tomo y lomo, como les ha pasado a Fuentes y a Huertas.

¡Ay, si los referidos Reyes Católicos levantaran la cabeza! Fijo que exigían que la Capilla Real se trasladara con sus restos a Málaga, a Sevilla o a la mismísima Cochinchina.

Jesús Lens

‘Mystic River’, maridaje de novela y cine negros

Vi la película una sola vez, en el momento de su estreno, allá por 2003. Recuerdo que me pareció portentosa. Sobre todo, la interpretación de los actores. Del estelar trío protagonista conformado por Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon; los dos primeros se llevaron el Oscar. Además, la cinta de Clint Eastwood también estuvo nominada como mejor película, director, actriz de reparto y, por supuesto, guion adaptado.

Traducido de nuevo, la editorial Salamandra, referencia imprescindible de la mejor novela negra contemporánea mundial, acaba de reeditar el clásico de Dennis Lehane. ¡Y qué lectura, amigos! No les diré que no me acordaba de la trama. Sería mentir. Aunque vi la película hace muchos años, los detalles más importantes se me fueron apareciendo a medida que devoraba las páginas del libro. ¿Saben qué? Me dio igual. Disfruté de la prosa de Lehane como el político corrupto que renueva su cargo por cuatro años y sabe que podrá seguir llevándoselo crudo.

Vivimos demasiado obsesionados por el síndrome del spoiler. Cuando una novela o una película son buenas, no pasa nada por saber qué pasa al final. O al principio. O en mitad. De ahí que, una vez terminada la compulsiva lectura de ‘Mystic River’, volver a ver la cinta haya sido toda una experiencia. Un disfrute.

En el Club de Lectura y Cine de Granada Noir nos gusta leer novelas, ver las películas basadas en ellas y comentarlas. Por lo general, gana el libro, claro. Es más completo y complejo, más amplio, con más matices. Nos imaginamos a los personajes, poniéndoles rostros, gestos y ademanes. Hacemos nuestro propio montaje, tarareamos la banda sonora, reescribimos el guion… Así las cosas, ¿cuál es la grandeza del buen cine? Su capacidad para transmitir emociones, más allá de la estricta letra del libreto, convenciendo incluso al espectador que ya se había hecho su propia película en la cabeza.

“De los Flats no habían salido unos hijos de puta tan locos, violentos e intransigentes como los hermanos Savage… De la unión de su padre, otro cretino integral, y la santa de su madre, una mujer flaca, los hermanos habían ido saliendo como churros, con once meses de separación, como de una cadena de montaje de balas perdidas”.

Cuando los Savaje entran en escena en la película de Eastwood, no hace falta que una voz en off te los describa. Nada más verlos sientes todo eso que cuenta Lehane. Eso sí: haber leído su prosa, ayuda. “Theo se había refugiado en la bebida… Era el mismo refugio que tenía alquilado desde casi toda la vida, pero después de la muerte de Janey pidió una hipoteca y se lo compró”. Realismo a ultranza, en la novela y en una película filmada íntegramente en los barrios obreros de Boston donde transcurre la acción.

Pocas veces, el maridaje de un texto literario y su traslación a la pantalla resulta tan bien equilibrado como en ‘Mystic River’. 500 páginas condensadas en poco más de dos horas de metraje en las que no falta ni sobra nada. Incluido un montaje paralelo que le confiere toda la densidad dramática a su ¿desenlace?

Cuando terminé de leer la novela de Lehane, me quedó la sensación de que el autor dejaba las puertas abiertas a una posible continuación, pero estaba tan encantado con la lectura que no le di más vueltas. Al acabar la película, sin embargo, lo vi mucho más claro. Todo encajaba para que los personajes volvieran. Y a lo grande. Ellos y ellas. Una rivalidad basada en una lejana amistad. Las sospechas convertidas en certezas. Los cadáveres enterrados, no (solo) metafóricamente hablando. ¿Ocurrirá alguna vez? Ojalá.

Jesús Lens

La Oficina del Granaíno

Estos días habrá nervios en los restaurantes del centro por donde habitualmente pasean palmito nuestros políticos. Aunque, prevenidos, los actores de las negociaciones de última hora pueden jugar al despiste y citarse en la periferia.

Luis Salvador se mostraba confianzudo en la entrevista de ayer con Quico Chirino: el alcalde será Cuenca. Más concretamente, el candidato que presente el PSOE. ¿Alguien duda, sin embargo, de que el PP intentará movimientos de última hora a ver si, cochinillo mediante, le hace cambiar de opinión? No sería la primera vez… Tampoco será fácil, visto lo que Salvador ha soltado por su boquita sobre Lucía Garrido, Manuel Olivares y Sebastián Pérez. ¡Qué buen rollito en aquel equipo de gobierno! La cohesión de la nueva política.

Lo que más ha llamado la atención de la entrevista, sin embargo, son los halagos de Salvador a Espadas. Solo le faltó decir que se pone a disposición del nuevo líder del PSOE andaluz para lo que desee, mande, quiera o se le ocurra. Y tembló el misterio.

Hace unos días se conocía el chollo —un chiringuito es algo demasiado serio para dejarlo en manos de esta tropa— que Ayuso le ha montado a Cantó con su Oficina del Español. Va muy en la línea de las prebendas que Sánchez ha repartido a diestro y siniestro, siguiendo el ejemplo de sus antecesores en el cargo. ¿Le plantearán alguna cosa por el estilo a Salvador? Algo modernillo, en plan Human Tech Luz o Smart Fond.

Lo mismo en la Junta, presente o futura, se plantean montar la Casilla del Andaluz. Incluso se puede ir creando una Oficina del Granaíno que incluya entre sus competencias un Observatorio de la Malafollá, como me apuntaba un internauta de afilado ingenio.

Otro posible destino sería la Oficina Técnica de la Capitalidad Cultural 2031, sita en la que fuera Sala de Exposiciones de CajaGranada en Puerta Real, cerrada a cal y canto desde hace más de un año por una cabezonería —por decirlo suavemente— que solo ha servido para hurtarle a Granada y a los granadinos otro de sus grandes referentes culturales.

No piensen que me tomo todo esto a chirigota. Al menos, no más que los actores protagonistas. Si los artífices de este sinsentido, los Hervías, Teodoros y compañía, fueran guionistas de Netflix, estarían despedidos por su rotundo fracaso. Como son políticos, ahí siguen, viendo pasar el tiempo… y los cadáveres de los alcaldes quemados en Granada, oliendo a chamusquina.

Jesús Lens

Alcalde solo para Granada

Concejales en busca y captura. Así está la cosa estos días. Dando por hecho que Olivares es más del PP que el mismísimo Casado —¡Ay, Rajoy!—, PP y PSOE cortejan a Lucía Garrido, el último verso suelto que podría acabar poniendo o quitando alcalde.

Vox votará contra Cuenca. Podemos—IU dejará que gobierne la lista más votada. ¿Y Salvador? Teniendo en cuenta el precedente del asado compartido con José Torres Hurtado, nadie se fía de qué terminará haciendo, por mucho que haya repetido hasta la saciedad que no apoyará al PP.

La variable Sebastián Pérez la ha resuelto el PP proponiendo como candidato a Francisco Fuentes. Menudo papelón están haciendo los populares. Sebastián, como el Cid, sigue ganando batallas después de muerto, haciendo tragar quina a sus ex-compañeros.

Francisco Fuentes entró en la lista del PP de rebote, en el número 6, tras la renuncia de Trinitario Betoret. No vamos a decir que fuera un extra en el reparto de populares, pero tampoco estaba en liza para ganar un hipotético Goya al mejor actor de reparto. Y no digamos ya para hacerse con el de actor protagonista. Sin embargo, Francisco Rodríguez propone y Sebastián dispone.

Qué poco me gustó la comparecencia de César Díaz ante los medios de comunicación locales del pasado viernes, por cierto. Mezcló el separatismo, el golpismo, el sanchismo y “el peor PSOE de la historia” con las causas pendientes de Paco Cuenca. Hubiera dado lo mismo que hablara en la plaza del Carmen que en San Telmo o en la carrera de San Jerónimo. Su mezcla de batiburrillo ideológico y vetos personales poco le aporta a Granada.

Ayer sábado, sin embargo, aplastado por la canícula veraniega, pensaba en la posibilidad de que Fuentes acabara con el bastón de mando. ¿Y si un alcalde por accidente fuera una oportunidad histórica para Granada?

¿Han visto ustedes lo de Biden en Estados Unidos? Los progresistas y muy progresistas decían que era un Presidente de transición, a la espera de la ansiada Kamala Harris. ¿Cómo ha respondido Biden? Como un rojazo, de acuerdo a los estándares yanquis. ¿Le escucharon susurrar aquello de “páguenles más”, dirigido a los empresarios que se quejaban de no disponer de trabajadores suficientes?

Fuentes no tendría que gobernar pensando en una hipotética reelección, amortizado de antemano. No tendría que intentar contentar a Sevilla y/o a Madrid. Podría ser un alcalde por y para Granada, exclusivamente. ¿Se imaginan?

Jesús Lens

¿Estás dispuesto a morir?

¡Garçon!

No es que Michael supiera francés, que apenas lo chapurreaba, es que le encantaba hacerse notar.

¡Garçon, s’il vous plaît! Una biére para mí y otra para mi compañero. Y un par de chupitos de whiskey, para acompañarlas. Uno bueno, ¿eh? Que a un irlandés no se la dan con queso.

Tampoco es que fuera irlandés, que había nacido en Kansas, pero le encantaba hacerse pasar por quien no era. Michael se volvió hacia su interlocutor y acercó su rostro hacia él, por encima de la mesa. Por un momento, James pensó que iba a besarle en la boca, pero no.

—Los camareros más soberbios del mundo son los parisinos. Desprecian a los clientes con la irritable dignidad de los príncipes destronados. Hay que saber tratarlos. Tú, fíjate en mí.

Michael susurró esas palabras como si estuviera contándole un secreto trascendental. James, por una vez, callaba. Y observaba. Y sonreía, con esa mueca apenas perceptible que, sin embargo, resultaba enigmática y seductora, mostrándose a través de la tupida barba en la que escondía su rostro.

Brindaron, apuraron los chupitos de un trago y se bebieron la mitad de las cervezas, de un sorbo.

Entonces fue James quien se aproximó a su interlocutor. Esta vez era él quién parecía poseer un secreto de estado llamado a cambiar el rumbo de la política internacional.

—¿Podremos probarla?

—¿Esta misma noche?

—Hoy no. Quiero que Pam nos acompañe y aún anda tocada. Mañana o pasado.

—¡Claro que sí, hombre! ¿Por quién me tomas? Una promesa es una promesa.

II

—¡Hey Mac! Dile a Pam cómo se llamaba el garito ése en que estuvimos la otra noche…

—Joder, James, tienes unas cosas… Cuando el jodido Hemingway no tenía nada que escribir, se sentaba en La Closerie des Lilas a esperar la llegada de las musas. O de las putas, que para Papá eran más o menos lo mismo. Y cuando a Henry Miller se le bajaba la libido, allí iba a mirarles las tetas a las camareras, entre el trópico de cáncer y el de capricornio.

—Sí, pero éste es mejor. Mucho mejor.

Pamela, Michael y James estaban en el “Le Vieux Molière, uno de los bares con más solera de París desde que abriera sus puertas, a mitad del siglo XIX. Un local pequeño y oscuro, en que apenas entraba la luz del exterior. Un bar discreto, al que se accedía a través de la recóndita puerta de una calle secundaria de Les Halles. Dentro del reservado apenas se escuchaba el ruido de las obras del colosal Centro Beaubourg que el presidente de la república francesa se había empeñado en levantar en aquel barrio, después de echar abajo el antiguo mercado de abastos para construir nada menos que el edificio de a Bolsa.

—Todo cambia. Nada es.

A Michael le gustaba ponerse filosófico mientras ejecutaba la maniobra, a salvo de miradas indiscretas.

—Por cierto, James, ¿qué te pareció su separación?

Acababa de poner el terrón de azúcar sobre la cuchara, agujereada, y se disponía a verter el agua, casi congelada, sobre la bebida que reposaba en el fondo del vaso. Un líquido misterioso, inquietantemente verde.

—Aquí cayó como un bombazo. ¿Y en casa? ¿Cómo lo vivisteis en casa? —insistió Michael.

—Una conmoción, sin duda. Pero, ¿qué quieres que diga yo? Llega un momento en que la convivencia se hace imposible y resulta empobrecedora. Cuando se alcanza ese punto, ¡puerta! Cada uno por su lado. Es lo mejor.

—Sí. Pero no deja de resultar triste que…

En ese momento se abrió la puerta del reservado y un hombrecillo mayor, con el pelo canoso y blandiendo airadamente un bastón, interrumpió a los tres amigos, sorprendidos por la súbita aparición.

—¿Qué demonios se cree usted que está haciendo, Michael? ¿No le gusta a usted definirse como hijo del salvaje oeste? Pues vaya mariconada que se trae entre manos, si me permiten la licencia. ¡Quite, quite y déjeme a mí!

Admirados por la enérgica disposición de aquel aparentemente frágil anciano, Michael, Pam y James se echaron instintivamente hacia atrás, dejándole hacer.

—¡Françoise, trae lo que tú y yo sabemos que falta en esta mesa! —gritó el recién llegado mientras se acomodaba junto a la mesa.— Me llamo Jesús. Jesús García. Al juntaletras de Michael lo conozco desde hace tiempo y usted es el famoso Jim, pero usted…

—Pamela

—Encantado, Pamela.

Mientras hacían las presentaciones, el dueño del local había dejado sobre la mesa un frasco de cristal transparente que, sin etiquetas o marcas de ningún tipo, contenía un líquido traslúcido. Jesús lo tomó en sus manos y vertió el líquido sobre el azúcar. A continuación sacó una caja de cerillas de su chaqueta y prendió fuego a la bebida. Apenas se apagaron las llamas, se llevó el vaso a los labios y tragó el contenido, de un trago.

—A esta forma de beber la absenta se la conoce como el método gitano. La otra, la parisina, es la forma clásica de tomarla, pero creo que a ninguno de los que nos sentamos en esta mesa nos gusta el clasicismo, precisamente. ¿O me equivoco?

Jesús se expresaba en un inglés más que correcto, lo que tranquilizó a un James que, de otra forma, no habría sabido cómo tratar con aquel tipo, una auténtica leyenda que no hacía sino crecer con el paso del tiempo. No era habitual que James se pusiera nervioso. Pero llevaba mucho tiempo esperando aquel encuentro. Y, por fin, allí estaban.

—Pero, discúlpenme, que entré como elefante en cacharrería, que decimos en España, y les interrumpí su conversación. ¿De qué hablaban?

—De la separación.

—¡Claro! La separación… ¡cómo no! Yo, la verdad, siempre he preferido a los Rolling. Igual que usted, ¿verdad, Jim? ¿O me equivoco?

Y todos prorrumpieron en estruendosas carcajadas, brindando una vez más con una absenta preparada al modo gitano.

III

¡Qué razón tenías, Jesús! Esa Alhambra es algo increíble. El monumento… ¡y la cerveza! No sé la de litros que habremos bebido. Y la gente de La Zíngara, encantadora. ¡Nos hicieron sentir como en casa y apenas nos dieron el coñazo! Pam y yo conseguimos pasar varios días en Granada, esencialmente, recorriendo los palacios árabes. Y en las cuevas del Sacromonte. Con los gitanos. Aunque esos gitanos tuyos no saben nada de quemar la absenta.

—¿Y Marruecos?

—También. Allí empecé a escribir, otra vez. ¡Buena lana, buena marihuana y agua fresca!

Y los cuatro amigos volvieron a reír, retomando la conversación justo donde la habían dejado unas semanas atrás, en el mismo reservado del Viejo Moliére, bebiendo la prohibida absenta verdosa que había conducido a Pam y a James a París. La mítica absenta, los poetas simbolistas franceses, el empeño de Michael… y huir del maremágnum en que se había convertido su vida en los Estados Unidos.

Jesús siguió preguntando:

—Entonces, ¿estás dispuesto a hacerlo? Ten en cuenta que es algo duro, muy duro. Lo digo por experiencia. No solo dejarás atrás tu país y tu vida como la has conocido hasta ahora, sino también a tu familia y a tus amigos más cercanos. Una vez que des el paso, será algo irreversible. Como se dice en las novelas de espías, una vez que cruces la línea, no habrá vuelta atrás.

—¿Por qué lo hiciste tú?

—Porque, de no haberlo hecho, me habrían matado.

—¿No podías haber escapado, como hicieron tantos otros republicanos? A Francia, a México o a los propios Estados Unidos…

—Podría. De hecho, en tu país estaba destinado como diplomático un buen amigo de entonces, Fernando de los Ríos. Y yo ya había estado antes en Nueva York. Me hubiera resultado relativamente sencillo, pero nadie hubiera entendido esa huída. Me habrían masacrado, literaria y moralmente hablando, si me hubiera marchado de aquella España en guerra.

—Pero luego, todo se olvida. Mira ese director vuestro, el surrealista. Buñuel. ¡Ahí lo tienes de vuelta en España! Se le llenó la boca proclamando que jamás volvería mientras hubiera una dictadura, pero no ha dudado en irse a filmar su última película a Toledo ¡Y con todos los permisos y bendiciones del régimen!

—¡Ay, ese Luisito! Si yo te contara… La fama es algo duro de sobrellevar. El hombre famoso tiene la amargura de llevar el pecho frío, traspasado por linternas sordas que los demás dirigen sobre ellos. Pero la fama también es adictiva. Ese sentimiento de poder que conlleva, la sensación de sentirte invulnerable…

—Es cierto. Lo queremos todo y lo queremos ahora. Lo peor de todo es que lo tuvimos. Todo. Y de golpe. Pero, ¿a qué precio?

—Pamela empezó a ponerse nerviosa. Jim y ella habían podido disfrutar de unas cuantas semanas de relativa paz y sosiego, aunque hubieran estado bebiendo duro y fumando hachís y marihuana. Pero, escuchando hablar a Jim, podía sentir que el viejo Jimbo y los fantasmas del pasado amagaban con reaparecer. El maldito Jimbo divagante y pendenciero al que creían haber dejado en Los Ángeles… ¿les habría acompañado hasta París?

Pamela trató de rebajar la tensión rescatando un verso que le había escuchado declamar al bueno de McClure  y que le había gustado especialmente:

—Venga chicos. Vamos a relajarnos. Oye, Mac, ¿cómo decía ese verso que tanto te gusta repetir? ¿La frase de aquel poeta del alcohol? ¿Ponchon se llamaba?

—Sí. Raoul Ponchon. «Cuando mi vaso está vacío, lo lleno; cuando mi vaso está lleno, lo vacío». Venga, va. Brindemos. Como decimos los irlandeses: ¡Slainte!

No es que Pamela fuera una frívola. Es que no quería que Jim desviara su atención de lo realmente importante y empezara a divagar. Por eso redirigió la conversación:

—Entonces, Jesús, ¿cómo piensas que lo podemos hacer?

—Matándolo. Es la única manera.

—¿Hacerlo desaparecer no sería suficiente?

—Créeme. Además, por la vida que ha llevado y la fama que arrastra, seguro que tiene detrás al FBI y no me extrañaría que hasta a la CIA. Que se desvanezca no sería suficiente. Hay que matarlo. Y bien muerto. Con certificado médico, ataúd y entierro.

En ese momento, Jesús miró fijamente a los ojos de James:

—Te lo voy a preguntar una sola vez: ¿estás dispuesto a morir?

—«Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir». ¿Te suena esa frase…, Federico?

IV

Hacía calor aquella mañana de julio. Los tres hombres esperaban a que Pamela apareciera por la puerta del bar. Estaban acodados en la barra y cada vez que alguien entraba en el local, se giraban a la vez, esperando ver su rubia melena. Era temprano, pero la hora no era impedimento para que ya estuvieran tomando unas cervezas.

Entonces, llegó.

—Está hecho.

James, Jesús y Michael apuraron sus cervezas y pidieron una botella de vino de Borgoña.

—En mi tierra decimos que el que va a un entierro y no bebe un vaso de vino es porque el suyo viene de camino. ¡Salud!

Bebieron el silencio, pero antes de que un halo de luto pesimista se instalara entre los presentes, fue Michael quien les sacó del mutismo.

—Junto a Oscar Wilde. No podrás quejarte…

—Y cerquita de Édith Piaf. No. No es mal sitio para descansar, por los siglos de los siglos —apostilló James.—Bueno, compañeros. Acabamos de despedir a un amigo. A una estrella. Hoy hemos enterrado a una leyenda del rock: Jim Morrison, el líder de The Doors, ha muerto. Descanse en paz. Pero hoy, también, celebramos un nacimiento. Hoy ha nacido Douglas Clarke, poeta.

Volvieron a alzar las copas y bebieron. Y Michael volvió a la carga:

—¿No es un poco arriesgado usar la parte menos conocida de tu nombre, pero nombre oficial, al fin y al cabo, para tu nueva identidad?

—Al contrario. Así será más fácil tramitar el nuevo pasaporte. James Douglas Morrison Clarke lo mismo puede ser Jim Morrison que Douglas Clarke. Más o menos fue lo mismo que tú hiciste, ¿no, Jesús?

—Sí. Es verdad. Es más sencillo. A mí me bautizaron como Federico del Sagrado Corazón de Jesús, aunque todo el mundo me conocía como Federico. Así que fue fácil empezar a usar mi segundo nombre, Jesús, seguido de mi primer apellido, García. Y dejando el segundo, Lorca, para la historia de la literatura. Y ahora, apurad el vino que tenemos una cita con el editor. Está ardiendo por conocer a esa nueva y desconocida voz de la poesía americana, recién instalada en París.

Jesús Lens, en el día del 50 aniversario de la (supuesta) muerte de Jim Morrison. ¡Salud!

 

 

Este relato está dedicado a Fernando Marías.

De él he aprendido que lo improbable no tiene que ser necesariamente imposible.