El jornalero muerto

Hace tres meses, allá por mitad de mayo, ‘el campo’ se echó encima de la ministra Yolanda Díaz cuando anunció el envío de inspectores de trabajo en busca de ‘esclavitud’. Se trataba de inspeccionar sobre el terreno cuestiones laborales relativas a tiempo efectivo de trabajo, salarios, papeles en regla, letrinas en condiciones aceptables y acceso a agua potable por cuenta de la empresa; pero lo fácil era reducirlo a ‘esclavitud’.

El clamor ‘del campo’ se dejó sentir alto y claro, con las inevitables exigencias de dimisión ministerial, faltaría más. A sensu contrario, hubo una reacción igualmente irracional de quienes denunciaban que las condiciones de trabajo en ‘el campo’ son lamentables y tercermundistas.

¡Qué malas son las generalizaciones! ‘El campo’, como tal, no existe. Ni es la arcadia feliz que celebran unos ni es el infierno en la tierra que denuncian otros. Aunque puede serlo. Lo uno y lo otro. En ‘el campo’, como en todos los sectores productivos, hay empresarios que hacen las cosas bien, están quienes las hacen regular y, por desgracia, también hay gente sin escrúpulos con comportamientos negligentes y deleznables. Punibles y delictivos. Y contra ellos hay que actuar, de forma decidida y sin titubeos.

Hace una semana, en Lorca, moría un jornalero por un golpe de calor. En el caso de Eleazar Benjamín Blandón puede haberse incumplido todo lo que la inspección enviada por Yolanda Díaz debía inspeccionar. Ya se verá qué determina la investigación judicial. La reacción ‘del campo’, en este caso, no se deja sentir con tanta fuerza.

Uno de los grandes males de nuestra sociedad es el corporativismo a ultranza y la incapacidad de aceptar cualquier atisbo de crítica. Lo primero que trascendió en el caso Blandón es que el jefe del jornalero muerto era ecuatoriano. Que quedara claro que entre inmigrantes anda el juego.

En Lleida, en el meollo de uno de los focos más importantes de coronavirus de nuestro país, la inspección de trabajo ha denunciado que 19 personas que habían dado positivo en el test de covid-19 seguían trabajando, a pesar de que la empresa conocía los resultados de la PCR.

Demonizar al sector agrícola en conjunto por estos dos casos es tan ridículo como defender que, en el campo, todos los empresarios son cumplidores de la normativa laboral y en materia de prevención de riesgos laborales. Menos golpes de pecho, menos peticiones de dimisión y más inspección de trabajo, en el campo y en la ciudad.

Jesús Lens

Una tregua

Antiguamente, en los cines, cuando la película era larga, se hacía una parada en mitad para que el proyeccionista cambiara las bobinas. De paso, el respetable podía aliviar la vejiga y pasar por el ambigú para hacerse con un tentempié que le dejara en las mejores condiciones para disfrutar de la segunda parte de la fiesta cinéfila.

Este infernal 2020, llamemos a las cosas por su nombre, está pidiendo a voces una paradihna, un descanso, una tregua. Iba a escribir ‘tiempo muerto’, pero no es la mejor de las expresiones, tal y como están las cosas y por mucho que me gusten los símiles baloncestísticos.

¿Se acuerdan de cuándo no había noticias en agosto y había que ingeniárselas para alargar las añoradas serpientes de verano? El origen de tan popular expresión tenía que ver con el famoso monstruo del lago Ness que, en teoría, se dejaba ver todos los veranos, de forma que los periódicos tuvieran algo de lo que hablar.

Este año, el bueno de Nessie tendría que aparecer levitando, completamente desnudo y marcándose un Tik Tok para que le hiciéramos una chispa de caso.

Cuando el pasado martes a media tarde vi las imágenes de la brutal explosión de Beirut, se me cayeron los palos del sombrajo. Los vídeos que mostraban la onda expansiva eran tan estremecedores que, temiendo que se tratara de un atentado terrorista o de una acción bélica, hice lo inimaginable: desconectar todos mis dispositivos móviles y coger la bicicleta para perderme, con mi hermano, por ignotos caminos de montaña.

No sé ustedes, pero empiezo a no poder más. El nivel de tensión de estos meses está alcanzando niveles electrocutantes. No hay capacidad para recibir, asimilar, rumiar y absorber tanta información. Para analizar el contexto. Para reflexionar sobre causas, efectos y consecuencias.

Cuando todavía no se ha ido la primera ola de la pandemia, la segunda ya amenaza con un tsunami capaz de llevarse por delante los restos del naufragio que aún tratamos de salvar. ¿Dónde están Georgie Dann y la canción del verano cuando se les necesita?

Jesús Lens

Unos vienen, otros se van

Coincidían en el IDEAL de ayer dos noticias en portada que, aparentemente, no tenían nada que ver entre sí. Por una parte y en grandes titulares, desmintiendo aquello de que en agosto no hay grandes noticias, la marcha del rey emérito. Su tocata y fuga, camino de la República Dominicana, se daba la mano con otro titular, mucho más pequeño, discreto y modesto: “Había otras propuestas, pero me identifico con este club”.

Luis Milla, el reciente fichaje del Granada C.F., dice identificarse con los valores del club, que “se ven desde fuera”, sin que fuera necesario que nadie se los contara.

Una vez que la campechanía ha quedado herida de muerte, sin que sea probable que, en los próximos años, nadie en su sano juicio vaya a incluir en su curriculum el ser abiertamente campechano como uno de sus rasgos característicos; toca defender otros valores. “Vengo a trabajar; ser uno más y a empujar para que el equipo siga haciendo las cosas como hasta ahora”, declaraba Luis Milla en su presentación.

Solo puedo prometer trabajo, trabajo y trabajo. Es la máxima de quienes nos sentimos torpes, pero voluntariosos, en la mayor parte de nuestros quehaceres cotidianos. Los talentosos y muy talentosos pueden apelar al genio, la chispa y la inspiración. El común de los mortales dependemos del trabajo. Insiste Luis Milla, un tipo que ya me cae extraordinariamente bien, sin haber visto una sola jugada suya: “vengo a aportar y ayudar al grupo. Trabajo no va a faltar nunca, salgan las cosas mejor o peor”. Con esa actitud, le saldrán bien.

Les confieso que, cuando leí lo del fichaje de Luis Milla, lo primero que pensé fue que debía estar muy mayor para seguir jugando al fútbol. Al menos, en Primera. No tardé en caerme del guindo: este Luis Milla es el hijo del Luis Milla en quien yo estaba pensando.

Me cuesta asumir que ya tengo 50 palos. Resulta complicado aceptar que los hijos de las estrellas de mi época ya sean ellos mismos estrellas. Otros vendrán que viejo te harán.

Prefiero mirar adelante. Me interesan más quienes vienen a sumar y a aportar que los que se van, dejando a sus espaldas una herencia envenenada.

Maravillosa imagen de Alfonso Salazar

Prefiero el oscuro discurso de la humildad y el abnegado trabajo duro que el divertido y luminoso de la dicharachera campechanía. Será que me estoy haciendo definitivamente viejo, además de malafollá.

Jesús Lens

La mujer y el cuadro

Hace unos días, mientras me documentaba para escribir sobre la Córdoba de Julio Romero de Torres para Sol y Sombra, la sección de verano que estamos publicando estas semanas en IDEAL, me encontré con una historia fascinante.

Todo comenzó con el billete de 100 pesetas acuñado en 1953. Me pareció curioso para el despiece que acompañaba el texto principal del reportaje. En el anverso, aquel billete mostraba al propio artista, muy serio y formal. En el reverso se representaba el detalle de uno de sus cuadros: una mujer morena, joven, con los brazos echados sobre un cántaro y un gran sol iluminando la escena.

Seguí googleando y supe que la imagen estaba tomada de un cuadro llamado ‘La Fuensanta’. En el original, la mujer del cuadro era mucho más atractiva y misteriosa que la del billete, que parecía desvaída, mayor, alicaída. La mujer del cuadro resultaba más natural, más real y más auténtica.

‘La Fuensanta’, pintado en 1929, un año antes de su muerte y cuando Julio Romero de Torres ya era un artista consagrado, es un lienzo de 100×80 centímetros pintado al óleo y temple. Las confusiones con el cuadro comienzan con la modelo que posó para el mismo. Quizá fuera Natalia Castro, gitana que ya posara para Sorolla de niña y amante del artista cordobés, además de musa.

Pero también pudo ser Maria Teresa López, inequívocamente retratada en ‘La chiquita piconera’, último cuadro de Romero de Torres y, posiblemente, el más famoso. A esta popularidad contribuyó que se representara en forma de sello de 5 pesetas.

Si en ‘La Fuensanta’, el personaje femenino mira de frente al espectador sin atisbo de rubor alguno, en ‘La chiquita piconera’ parece desafiarle directamente. Muestra las piernas, los brazos y un hombro desnudo y calza unos zapatos de tacón, interpretados por los especialistas como de carácter fetichista. Además, se agacha de una forma sensual, sugerente y… ¿provocativa?

Cuando posó para Julio Romero de Torres, Maria Teresa López tendría unos 13 o 14 años de edad y, ni que decir tiene que, de acuerdo con la pacata moral de la época, fue todo un escándalo. No tardaron en comenzar las habladurías, rumores y maledicencias. Que si la modelo tenía una relación con el artista, muchos años mayor que ella y de notoria vida disoluta y bohemia; que si era una descocada y descarada mujerzuela…

Por mucho que Maria Teresa se hubiera convertido en la auténtica morena de la copla, en el ideal de la mujer andaluza de acuerdo al imaginario colectivo, su vida fue bastante desgraciada. La gente la fue dando de lado, dejándola aislada y condenada al ostracismo. Como la propia Maria Teresa López dijo durante el homenaje que le tributaron en Córdoba, ya en el año 2000, “la gente se ha hinchado, ha dicho todo lo que ha querido de mí”. De hecho, se casó con un hombre que trató de prostituirla y del que tuvo que huir, ganándose la vida como costurera.

La modelo frente al cuadro

Una vez terminado ‘La Fuensanta’ y antes de mandarlo a la Exposición Iberoamericana de Sevilla, donde se expuso en el Pabellón de Córdoba, el artista le hizo la foto que, años después, se utilizaría como modelo para el billete de 100 pesetas. ¿Y el cuadro original? Un coleccionista desconocido lo compró y se le perdió la pista. Solo quedó la foto. Y el billete. Además de las habladurías.

Muchos años después, ya en el siglo XXI, Mercedes Valverde, directora de los museos municipales de Córdoba, recibe una llamada desde Argentina. Una persona le dice que tiene el original de ‘La Fuensanta’, adquirido a un particular en 1994, y que le gustaría que fuera autentificado. Mercedes desconfió, no en vano, estaba acostumbrada a que aparecieran ‘auténticos’ cuadros de Julio Romero de Torres de vez en cuando. Entre ellos, uno de Manolo Escobar, al que le habían pegado el palo.

Y, sin embargo, el cuadro era el auténtico y original. Fue tasado entre los 600.000 y los 800.000 euros y, tras infructuosas negociaciones con el Ayuntamiento de Córdoba para su adquisición, el 14 de noviembre de 2007 fue subastado en Sotheby’s. Con un precio de salida de 600.000 euros, finalmente fue adjudicado a un comprador privado anónimo, que pujó por teléfono hasta los 1.173.375 euros.

Nuevamente fuera de la circulación pública, ‘La Fuensanta’ reapareció en el año 2013, en una exposición temporal del Museo Thyssen de Málaga. Era la primera vez que se veía en España en los últimos 80 años y constituyó toda una sorpresa.

Aunque, para sorpresa, la bomba que lanzaron los teletipos en abril de 2017: ‘La Fuensanta’ había aparecido en un chalé marbellí, en el marco de una operación contra la corrupción. La Udyco entró a registrar la casa de Antonio López, exgerente de la empresa de vivienda pública de Ceuta y viceconsejero de la materia del gobierno del Partido Popular, y se encontró con el famoso cuadro colgando en la pared, junto a litografías de Picasso y Miró.

Unas semanas después, un informe pericial encargado por el juzgado desmentía que fuera el cuadro original. Al parecer, se trataba de la obra original de un alumno del propio Julio Romero de Torres. Se tasó en la nada desdeñable cantidad de 100.000 euros, pero no se trataba de ‘La Fuensanta’ original, un cuadro que no deja de generar complicadas tramas e intrigantes misterios allá por donde pasa. Y por donde cuelga.

Jesús Lens

Una casa que vale un Eisner

Hace unos días se hicieron públicos los Eisner de este año, los premios más importante del mundo del cómic. Entre los ganadores, Paco Roca, por ‘La casa’, un tebeo publicado originalmente en el año 2016 en España y que ya recibió en su momento varios galardones.

Nada como quedarse solo en casa durante el fin de semana de la Operación Salida para disfrutar de unas horas de lectura tranquila y sosegada de maravillosos tebeos como este.

La historia es sencilla: tres hermanos vuelven a la casa de verano de sus padres, un año después del fallecimiento del patriarca. Esa segunda residencia en la que pasaron buena parte de sus vacaciones, siendo niños y adolescentes. Han decidido ponerla a la venta, pero antes quieren hacerle unos arreglos y lavarle la cara para que presente mejor aspecto. A partir de ahí, los recuerdos. Las vivencias. Y los secretos. Esos secretos que anidan en todas las familias.

No se preocupen. Esto no es un tebeo noruego, sueco o danés en el que sufre hasta el apuntador, feroz crítica a la castradora institución familiar. ‘La casa’ es, más bien, una serena reflexión sobre el paso del tiempo y la fugacidad de la vida. Sobre la prisa y la aceleración. Sobre nuestra incapacidad para detenernos a mirar, ver y escuchar lo que pasa a nuestro alrededor.

Lo escribe magistralmente Fernando Marías, el I Viajero en el Tiempo del Festival Gravite, en el epílogo del tebeo: “A medida que envejezco siento que único tema de la literatura -y probablemente de todo lo demás- es el paso del Tiempo. Y ‘La casa’, que es el libro que un chico quiso dibujar para su padre muerto, es también el libro que ha permitido a Paco Roca dibujar el Tiempo que se va, o que se fue, o que se irá”.

‘La casa’ son recuerdos que hilvanan el pasado con el presente y nos hacen reflexionar sobre el futuro. Es un cómic en el que Paco Roca nos habla de su padre a la vez que nos invita a pensar en el nuestro. Las sencillas y tiernas anécdotas que rememora en este prodigioso tebeo harán que, cada poco, el lector interrumpa su lectura para sumergirse en sus propios recuerdos, dejando vagar la memoria por una tarde de verano, un viaje, una comida, una charla, una celebración. Por los proyectos inacabados que, quizá, todavía estemos a tiempo de culminar.

Jesús Lens