Miradores, máquinas y ruiditos

En la época de los viajeros románticos, si unos bandoleros no asaltaban las diligencias que cruzaban Sierra Morena, la experiencia no había sido completa. Igualmente, al parar en las ventas, era imprescindible que se celebrara una fiesta con baile y cante. A ser posible, una boda gitana misteriosa y enigmática.

En una sensacional muestra de modernísimo y vanguardista I+D+i aplicado al turismo del siglo XXI, Ciudadanos y PP plantean poner máquinas en los miradores más emblemáticos de Granada. Máquinas que reproduzcan el pío pío de los pajaritos del terruño y que expandan los olores característicos del Albaicín. Sería para indignarse si la propuesta no diera tanta risa. Sería para llorar si no fuera tan rijosa, anacrónica y viejuna.

Cuando el viajero visita destinos ricos en patrimonio histórico, artístico, paisajístico y cultural; lo que demanda es autenticidad. Autenticidad para disfrutar, de verdad, de la experiencia, ese concepto, tan jodido y revirado. La experiencia.

Si vas a Disneyworld, visitas un parque temático, te asomas a los grandes —o pequeños— estudios de cine o te embarcas en un crucero temático; asumes que todo es mentira, que entras en una burbuja de ficción basada en la representación. Pagas por eso.

Cuando el viajero llega a una ciudad como Granada, ¿de verdad le resultará enriquecedor escuchar a través de una máquina cómo pían los gorriones o cómo chillan los vencejos mientras aspira una selección de aromas de mentira? Que llevemos tanto tiempo oyendo hablar de la Inteligencia Artificial para acabar en esto…

Eso sí. Si los genios visionarios que tienen en sus manos el destino turístico de Granada apuestan por esta revolucionaria política de innovación sin precedentes, les propondría ir más lejos. ¿Qué tal la implementación de una App basada en webcams fijas que ofrezcan las vistas de nuestros miradores más emblemáticos, 24 horas al día y 7 días a la semana? Que incluyen diferentes bandas sonoras y auditivas de aire flamenco-arábigo-andalusíes. Y filtros para ver los barrios tuneados en diferentes colores. Y aromas artificiales a exóticos aromas a pachuli, curry y otras delicias orientales. Y que permitan acercar la imagen a balcones de casas moriscas donde haya odaliscas que bailen la danza de los siete velos.

Si vamos a falsear la realidad, hagámoslo bien y pongámoselo fácil a los viajeros, dándoles una tecnología en condiciones… para que no tengan ni siquiera que venir a Granada. Así nos evitamos la vergüenza y el bochorno del pío-pío con olor a azahar.

Jesús Lens

Puebla como ejemplo o la Cosa Nuestra

Las imágenes de las calles de Puebla de Don Fadrique, completamente vacías, son el espejo en el que tendremos que mirarnos en los próximos meses. Y el ejemplo de su alcalde, Mariano García Castillo, el que deberían seguir sus homólogos de otros Ayuntamientos cuando se enfrenten a los inevitables rebrotes de coronavirus.

Salvo que la situación vuelva a descontrolarse total y absolutamente, pienso que no volverán los confinamientos masivos y generalizados. Ahora les va a tocar a las comunidades autónomas gestionar la pandemia y, sin Estado de Alarma, decretar cerrojazos totales será harto complicado. Ya vieron lo que pasó en Barcelona: la Generalitat pidió a los ciudadanos que se quedaran en casa y lo primero que hizo un buen número de ellos fue coger el coche para irse a la playa.

El marrón se lo van a comer, por tanto, los alcaldes. Y los directores de colegios e institutos. Así lo ha señalado Javier Imbroda, el consejero de Educación de la Junta: “habrá que adaptar las directrices sanitarias a la realidad de cada centro educativo” ya que hay una gran casuística y una dispar tipología de centros en Andalucía.

De la rapidez de reflejos de los alcaldes y responsables de las diferentes instituciones con mando en plaza dependerá el control más o menos rápido de los brotes. También serán básicas su credibilidad y capacidad de influencia en los ciudadanos.

En ese sentido, hay que destacar lo del alcalde de Puebla de Don Fadrique o el caso de Leandro Martín en Vegas del Genil, informando en tiempo real a través de Facebook. Grabó vídeos en primera persona y predicó con el ejemplo, confinándose él mismo tras el brote del tanatorio de Santa Fe, a pesar de dar negativo en el test.

Y estamos usted y yo, claro. Los ciudadanos. De nosotros depende llevar la mascarilla, sacar codos y mantener las distancias, reprimir los abrazos y arrumacos y no apelotonarnos en espacios cerrados. Sobre nuestros hombros recaerá la responsabilidad de limitar nuestra movilidad o autoconfinarnos si la situación así lo demanda. También la de descargar y usar con diligencia la App Radar COVID en nuestro móvil.

Alcalde de Puebla de Don Fadrique

En los próximos meses vamos a depender mucho menos de Sánchez y Simón que de nosotros mismos y de las instituciones y personas más cercanas. Ya sabemos qué debemos y qué no debemos hacer. Ser cumplidores o ir por libre, creyéndonos más chulos que un ocho, es cosa nuestra.

Jesús Lens

Pueblo chico, infierno grande

Hay publicidades que pueden hacer mucho daño a una película, descontextualizadas. Por ejemplo, si decimos que ‘La isla de las mentiras’ cuenta la historia del Titanic gallego, no estaremos mintiendo, pero puede que algún lector despistado se imagine tres horas de efectos especiales, proas mágicas y románticas y música de Óscar.

La excelente película de la cineasta coruñesa Paula Cons, estrenada directamente en Filmin, ese portal a cuyas bondades llevamos dos años rendidos de forma indisimulada; parte del naufragio del transatlántico Santa Isabel, acaecido el 2 de enero de 1921. El barco chocó contra las rocas de la isla de Sálvora, frente a la ría de Arousa, y murieron 213 de los 266 pasajeros que viajaban a bordo del buque.

En ‘La isla de las mentiras’ apenas se cuenta nada de lo que ocurrió en el buque. El naufragio está sugerido en pantalla, pero el oportuno uso de la niebla hace que quede en un segundo plano. Como la hazaña de las llamadas tres heroínas de Sálvora que se echaron a las aguas en una barca para tratar de salvar los restos del naufragio.

No sé si, de haber tenido más presupuesto, Paula Cons le hubiera dedicado más tiempo y espacio al naufragio, pero lo dudo. Porque lo realmente importante de la historia que nos cuenta es lo que pasaba en tierra. Antes, durante y después de que el barco se fuera a pique.

Y ahí es donde entra en juego Darío Grandinetti, el periodista porteño que asoma por Sálvora para contar a sus lectores lo que ha pasado. A través de su mirada, limpia y desprejuiciada, se desvelarán algunas de las mentiras que campan por la isla, a sus anchas.

Una mirada que se cruza con la de Nerea Barros, la prodigiosa actriz que interpreta a la salvaje, indomable e inconformista María, uno de los grandes personajes del cine español de este año, que huele a Goya.

Cuesta trabajo clasificar ‘La isla de las mentiras’ como película policíaca, de acuerdo al canon. Aunque hay una trama más negra que el asfalto que, por aquellos entonces, aún no se usaba en aquellos andurriales. La pregunta: ¿fue accidental el naufragio o provocado?

Si les gustan las historias náuticas, sabrán que uno de sus temas clásicos y recurrentes es el de los habitantes de enclaves costeros pobres y rocosos que, en las noches de tormenta, encendían fuegos en la costa para confundir a los navegantes, cuyos barcos encallaban y eran expoliados por los lugareños.

‘La isla de las mentiras’ es, en fin, una película de realismo social y de denuncia de un sistema caciquil, machista y explotador contra el que solo cabe una rebelión individual, feroz y decidida.

Jesús Lens

La comarca de ‘Intemperie’

Hace ahora dos veranos, mi Cuate Pepe y yo pusimos rumbo a la Zona Norte de Granada. Era el primer verano que pasaba en bermudas, viajando por toda nuestra provincia para ver, oír y contar todo lo que me saliera al paso.

Era viernes por la tarde y en Orce nos cayó el diluvio universal. Además, a pique estuvimos de no encontrar alojamiento: el equipo de rodaje de la película ‘Intemperie’ copaba buena parte del hospedaje de la comarca.

El otro día, viendo la película de Benito Zambrano, creí volver a contemplar aquel cielo tormentoso que nos sorprendió en nuestro viaje. Ocurre casi al final de la cinta, cuando el firmamento se llena de metafóricos truenos y relámpagos.

¿Han visto ustedes ‘Intemperie’? Disfrutarla en lo más duro de la ola de calor que nos abrasó la pasada semana tiene algo de justicia poética. De hecho, ya me pasó con la lectura de la novela de Jesús Carrasco en que está basada, que la leí de una o dos sentadas en otro ardiente día de verano, sentado sobre el pedregal de la playa de la Chucha.

La novela nos hablaba de una comarca azotada por un calor inclemente, fuera del tiempo y del espacio. La ‘Intemperie’ película sí nos sitúa en una comarca concreta, la Zona Norte de Granada, y en un año determinado: 1947, con las heridas de la Guerra Civil y la dura posguerra todavía a flor de piel. Un niño huye de un cortijo. El capataz sale en su busca después de movilizar a algunos de sus hombres. Lo que ocurre a partir de ahí es un western de ley en el que el personaje de Luis Tosar se convierte en un trasunto del mismísimo William Munny de ‘Sin perdón’.

Pero yo les quería hablar del paisaje. De la escenografía. De esos barrancos y quebradas. De las cuevas, las ventas y los cortijos. De los caminos. De lo austero y despojado de una puesta en escena que se convierte en parte consustancial de la trama. Porque en el western, la tierra es esencial. Tierra seca y polvo asfixiante. Y están los pozos, oasis sin palmeras verdes, pero que dan la vida. Aunque también pueden quitarla.

Granada es, también, tierra de cine. Vean ‘Intemperie’, déjense llevar por sus poderosas imágenes y después, cuando les encarte, vayan a Orce, Galera, Huéscar y Puebla de Don Fadrique; escenarios del rodaje. Yo ya ardo por volver.

Jesús Lens

La no segunda ola

Hablemos de esa segunda ola que, estando en boca de todo el mundo, ninguno queremos ver. El segundo embite de la Covid-19 provoca una mezcla de pereza, angustia, hastío y terror digna de estudio y reflexión.

Segunda ola… ¿de calor?

Por un lado, resulta impensable tener que subir de las playas o bajar de las montañas para volver a confinarnos. ¡Con este calor! Por otro, hay que salvar la temporada veraniega sí o también. Aunque no haya apenas turismo internacional, es necesario que los oriundos, nativos y locales sigamos moviéndonos en nuestro entorno, consumiendo y haciendo gasto. Cada día que abre el chiringuito de junto al rebalaje, el merendero serrano y el bar de la esquina es un día ganado para el PIB y la Encuesta de Población Activa. Que buena falta nos hace.

Además, si mantenemos el ocio nocturno abierto y se siguen llenando las plazas de toros, ¿quién le pone el cascabel al gato de la segunda ola? Máxime porque no va a haber autoridad sanitaria que se arriesgue a aconsejar la no apertura de los colegios en otoño mientras, unos días antes, los toros estaban de bote en bote.

Que me disculpen los taurinos, pero no entiendo cómo están las plazas ‘abarrotás’ mientras el fútbol se juega a puerta cerrada. Tampoco es comprensible que la cultura exija a sus aficionados que se sienten como plantones, de uno en uno, como si estuvieran en plena interpretación de una vanguardista performance; mientras las terrazas de tantos y tantos bares propician el roce de sus clientes. Y hasta el cariño.

Se lió parda en el País Vasco cuando su consejera de Salud, Nekane Murga, confirmó que ya estaban inmersos en la segunda ola. Simón le quitó hierro al asunto, pero teniendo en cuenta que, en su momento, dijo lo que dijo sobre las mascarillas por la única razón de que había desabastecimiento… Sin embargo, la experta en virología Margarita del Val, investigadora del CSIC, se alinea junto a Murga. Para ella, la temporada de otoño-invierno de la pandemia ya está aquí. La segunda ola, o sea.

Durante las próximas semanas asistiremos a una virulenta entrega de juegos florales que retorcerán el lenguaje hasta el retruécano para evitar decir lo que nadie quiere escuchar. Esperemos que, mientras las autoridades miran al PIB con un ojo, no cierren el otro a los protocolos y a la cuestión sanitaria. Básicamente, porque nos va la vida en ello.

Jesús Lens