Enamorados de Carmen y Lola

La mejor celebración posible del Día de los Enamorados, esa invención comercial para darle un cierto sentido monetario a Febrerillo el Loco, tan corto, tan desubicado; nos la propone el Festival Internacional de Jóvenes Realizadores, con el pase de “Carmen y Lola” esta noche, en el Centro Lorca.

Vayan temprano. No apuren la hora echando una caña en el Oliver o en el Cunini. Déjenlo mejor para después. Porque si se confirma que la ciudadanía granadina tiene criterio cinéfilo y buen gusto fílmico, el Centro Lorca tiene que petarlo esta noche, para disfrutar de la película de Arantxa Echevarría.

Teniendo en cuenta que el cine es un arte y que el arte es inútil por definición, ciertas películas pueden vanagloriarse de ser necesarias. Imprescindibles, incluso. “Carmen y Lola” es una de ellas. Por lo que cuenta -la relación de dos chicas gitanas, enfrentadas a un universo machista, castrante y repleto de anacrónicos contrasentidos- y por cómo lo cuenta.

Después de ver la película, la semana pasada, pasaron varios días durante los que no dejaba de encontrarme con Carmen y Lola. Las veía al caminar por el barrio, las veía al escuchar música, las veía al cerrar los ojos.

Como vi la película bien acompañado, hacia la mitad, hicimos un alto en el camino. “¿Cómo crees que terminará esta historia, bien o mal?” Por supuesto, no les desvelo la respuesta. Disfruten de una amorosa velada, hoy, con Carmen y Lola. Y al terminar la proyección, prolonguen el disfrute con el coloquio que protagonizarán algunas de las actrices, todas ellas nominadas a los Goya por sus soberbias interpretaciones.

Porque “Carmen y Lola” es una película de mujeres y sobre mujeres, en el más amplio sentido de la expresión. Una película, sin embargo, de alcance universal, que nos interpela directamente a los hombres, de una forma honesta, directa y reflexiva.

No hay golpes bajos en la película de Arantxa Echevarría. No hay trucos en su prodigioso guion. No hay salidas de tono ni extravagancias que te hagan desconectar de la historia, por exagerada o poco creíble. No hay, tampoco, ni un solo fotograma forzado o morboso. Muy al contrario, la poesía y sensibilidad que la directora imprime a una historia enormemente realista, convierte a “Carmen y Lola” en una película llamada a perdurar en la memoria y el recuerdo de los espectadores.

Jesús Lens

El por cierto

Entre que se despejan las dudas presupuestarias y electorales, permítanme que vuelva al domingo pasado, a eso de las doce del mediodía. Hacía fresco cuando mi hermano, José Antonio y yo arrancamos a correr, cruzando el Puente Romano para subir hacia el Realejo. Dio igual que estuviera nublado: a los cinco minutos, mientras resoplábamos por las cuestas, ya nos sobraba la ropa de abrigo invernal.

Ha pasado la Candelaria, la fiesta de la Luz. Los días alargan, el cuerpo pide acción y cuesta menos trabajo ponerse en marcha, aunque mi querido profesor, Andrés Sopeña, pensara que están locos estos granaínos-jiennenses, al vernos echar el bofe.

Cuando llegamos a la altura del majestuoso Alhambra Palace tuve la tentación de hacer un alto en el camino y pasar a su mágica terraza, a tomar una birra. Pero seguimos trotando. Hasta llegar a la Alhambra y comenzar el descenso por la Cuesta de los Chinos.

Se lo decía a mi hermano, el día de Navidad: mientras podamos correr por aquí, vigilados por la seria Torre de la Cautiva, escuchando el rumor del agua de los bosques de la Alhambra; vivir seguirá teniendo un sentido que va mucho más allá de solo existir y respirar.

Tras cruzar el Darro y subir por la Cuesta del Chapiz, giramos hacia el Sacromonte. “Por cierto, José Antonio, ¿conoces la Verea de Enmedio?” A partir de ese punto, todo fueron “por ciertos”. Y a cada “por cierto”, una nueva vista, una nueva subida, un nuevo descubrimiento para un madrileño de adopción que, en 10 kilómetros, no dejó de recorrer decenas de lugares únicos. Y nosotros con él.

Lo comentábamos en San Miguel Alto, tomando aire después de la subida por esas largas escaleras en las que cada peldaño alberga un mensaje, una frase, un consejo, una chanza: da igual las veces que hayas salido a correr por la Granada histórica. Siempre impresiona, siempre emociona”.

Por cierto, que pasamos por San Nicolás y presenciamos una pedida de mano. Por cierto, que bajamos por la Cuesta del Perro y disfrutamos de la vista de la Catedral que Velázquez dejó trazada en un lienzo. Por cierto que, una vez en Plaza Nueva, ¿cómo no asomamos a la Churra y, al volver, dejar de pasarnos por la Qubba del Cuarto Real? Corran, caminen, paseen. Disfruten y expriman la belleza de nuestra Granada.

Jesús Lens

Con Carvalho, en Sevilla

Va a ser extraña, esta tarde, la presentación del Carvalho de Zanón en Sevilla. Va a resultar emocionante. Y dolorosa. Va a ser difícil. Muy difícil. Porque tres de las personas implicadas en la presentación seguimos conmocionadas y muy heridas por la muerte de nuestro querido Antonio Lozano. (Lo contaba ayer en esta columna)

Tanto que hasta nos planteamos cancelar la charla. Pero Antoñito se hubiera mosqueado. Y mucho. Para Antonio Lozano no había nada más importante que cumplir con la palabra dada. Sobre todo, en cuestiones vitales, como las literarias y culturales.

El año pasado, por ejemplo, Antonio tenía que intervenir un jueves en Granada Noir. Tenía su billete de avión y estaba todo organizado. Sin embargo, a última hora, le programaron una inaplazable sesión médica. ¿Qué hizo? Sacar billete para el día siguiente, a sabiendas de que su conversación con Augustin Ndour sobre Mandela y los desafíos literarios y sociales del África subsahariana corría el riesgo de pasar inadvertida, ya fuera de programa.

Al final, aunque llegó muy cansado, delgado y ojeroso, la conversación entre Antonio y Augustin fue una de las más emocionantes y memorables de #GRN4.

Así las cosas, ¿cómo no vamos a presentar “Problemas de identidad” esta tarde, en la sede de la Fundación Tres Culturas; Olga Cuadrado, Carlos Zanón y un servidor? Sería una traición.

Para mí, el de hoy es uno de los acontecimientos literarios del año. Y no se pueden imaginar el orgullo que es para Granada Noir que nos quieran en Sevilla, en la presentación de uno de los grandes libros policíacos de la década. Orgullo y responsabilidad. E ilusión. Mucha ilusión.

Porque el Carvalho de Zanón me ha encantado. Y fascinado, intrigado y emocionado, en determinados momentos. Y me he reído, también. Que hay mucho de cinismo e ironía en el Carvalho de Zanón.

¿Les parece reiterativo el uso de la coletilla ‘el Carvalho de Zanón’? No es casual. En absoluto, como ya tendremos ocasión de contar. Porque en un par de meses, Zanón presenta en Granada a su Carvalho, en la Feria del Libro. Y allí estaremos, también, para desgranar todos los secretos de una novela con infinidad de diferentes lecturas, empezando por el título, “Problemas de identidad”.

Por ejemplo, ¿a que no se podrían ustedes imaginar que la cerveza favorita de Carvalho, la que pide en los bares de Barcelona, es Alhambra, bien fría?

Jesús Lens

Antonio Lozano en el corazón

Se nos ha ido Antonio Lozano, un novelista excelente, un agitador cultural sin igual y, sobre todo, un hombre bueno. Se me ha ido mi hermano mayor, discúlpenme si lo patrimonializo y lo hago mío; pero eso era, eso es Antonio para mí. Un espejo en el que mirarme. Un referente imprescindible. Esa persona sabia que sirve como modelo y guía, a la que siempre tratas de complacer e impresionar. Si a Antonio le gusta, es que está bien.

Nos hemos visto muchas veces en los últimos meses. En Granada y en Canarias. Y en Tánger, aquel viaje maravilloso por las calles de su infancia. Y siempre, por muy enfermo que estuviera, han sido encuentros felices, alegres y dichosos. Tras cada conversación, un nuevo plan. Un proyecto diferente. Una idea resplandeciente.

Estaba siendo un domingo precioso. Había salido a correr con mi hermano y con José Antonio, disfrutando de las vistas sin igual que nos regala nuestra ciudad. Había estado leyendo al sol, tomando unas cervezas. Había vuelto a casa y, antes de trabajar, lo había pasado pipa con Larry David. Entonces, el mazazo.

He colgado el teléfono a todas las personas que han llamado. No podía articular palabra. Todo era llorar y llorar. Entonces me imaginé a Antonio, poniendo cara de extrañeza y reconviniéndome con su perenne sonrisa. La que no perdía por mucho que le dolieran los estragos del cáncer. “¿Por qué lloras?” Yo intentaría explicarle, como en “Una pena en observación”, que el dolor de ahora, las lágrimas, son parte de la dicha de haberle conocido, de haber sido su amigo, de haber compartido tanto… Antonio se habría reído y hubiera dicho que sí, que vale. Pero que mejor hablamos del río de Níger, de cuándo vamos a volver a Senegal o de la próxima Feria del Libro.

Leo en las redes sociales las reacciones por la marcha de Antonio y en todas ellas hay un denominador común: una celebración de la vida. Por eso, en vez de seguir llorando, prefiero recordar las palabras de su libro dedicado a Mandela, cuando definía el concepto de Ubuntu: quien mira a los demás y ve en ellos a una comunidad, el que conoce el valor profundo de la solidaridad. La empatía está en la esencia del hombre Ubuntu que Antonio Lozano tan bien supo personificar.

Hasta siempre, compañero.

Jesús Lens

Por la calle de en medio

Hace unos meses, horas después de escrutados los votos de las elecciones andaluzas, cientos de personas se echaron a las calles para protestar contra los resultados, amparándose en la llegada de la ultraderecha al Parlamento. Me indigné.

Las elecciones habían sido limpias, sin atisbo de fraude por ningún lado. Los resultados eran democráticamente impecables, por mucho que nos repugne ver a según qué ideologías alcanzar una notable representación parlamentaria. Lo que se había ganado -o perdido- en las urnas, no se debía cuestionar en las calles.

Hoy domingo, más de lo mismo, pero en sentido opuesto. Una manifestación para echar a un Presidente del Gobierno legítimamente elegido por el Parlamento, empleando la misma lógica aritmética que ha hecho Presidente de la Junta a Moreno Bonilla.

Con la calle pasa como con los escraches: si la toman los nuestros, mola todo. Si la toman los otros, es antidemocrático.

El problema es que, de un tiempo a esta parte, empieza a hacerse más política -o lo que sea- en la calle que en las instituciones. Y eso no es bueno. Nada bueno. Después de 40 años de democracia, estaba convencido de que el régimen constitucional que nos rige estaba sólidamente asentado y consolidado. Que no es perfecto, lo sabemos todos. Que la perfección no existe, lo sabemos todos… los que tenemos dos dedos de frente.

Por desgracia, cada vez hay más mitómanos que creen en una Arcadia feliz que, si no alcanzamos, es por culpa de los otros; sean estos quienes quiera que sean. Para unos, los otros son los españoles, así en bruto. Para otros, los catalanes, así en basto.

Los hay que están convencidos de que la culpa del paro es los inmigrantes; los otros por excelencia. También serían culpables del mal funcionamiento de la sanidad y la educación y hasta de la violencia de género.

Y ahí están esos políticos incendiarios, espoleando los más bajos instintos de la ciudadanía, echándole gasolina al fuego; del ‘torrao’ de Blanes al ‘casao’ palentino.

Los espacios que quedan en medio cada vez son más estrechos. No sé si seremos una mayoría silenciosa la que nos mostramos escépticos ante la creciente crispación, pero pienso que ha llegado el momento de ser menos silenciosos y enfangarnos más en defensa de nuestro sistema constitucional y de las instituciones democráticas. Es mucho lo que nos jugamos.

Jesús Lens