De Gildas y Margaritas centenarias

La musa gastronómica por excelencia. Una inspiradora nata. Rita Hayworth, de quien se acaba de cumplir el centenario de su nacimiento, además de ser una célebre y memorable actriz, sirvió como inspiración para una tapa mítica de la cocina española y está en el origen de uno de los combinados más famosos y demandados del mundo de la coctelería. Al menos, si le hacemos caso a algunas de esas leyendas que, más o menos contrastadas, más o menos apócrifas, corren de barra en barra desde tiempos inmemoriales.

Nacida en Nueva York el 17 de octubre de 1918, Margarita Carmen Cansino fue hija de dos bailarines. De su madre irlandesa heredó su querencia por el pelo teñido de rojo fuego. Su padre fue un sevillano que, instalado en los Estados Unidos, usaba a su hija en sus espectáculos de baile desde los 13 años de edad.

Margarita recaló en Hollywood en 1933 y desde muy joven alternó el baile profesional con el rodaje de papeles secundarios, interpretando a sensuales -y fatales- bailarinas.

En los años 30 del pasado siglo, en plena Ley Seca, a los norteamericanos les encantaba bajar a México a beber y divertirse. No sería de extrañar, pues, que Margarita Cansino cantara y bailara en los locales de la festiva y alegre ciudad de Tijuana en aquella época. Por ejemplo, en 1938, en la famosa velada en que un camarero, embelesado con su arte y enamorado de su belleza, decidiera bautizar como Margarita al cóctel que acababa de inventar, mezclando triple seco, jugo de lima y tequila reposado

Al menos así lo cuenta la familia Cuervo en una campaña de marketing muy habilidosa que nos permite parafrasear a John Ford: si la realidad camina a lomos de la leyenda… ¡imprime la leyenda!

Más documentada está la otra inspiración gastronómica provocada por Margarita Cansino en los años 40. Conocida ya como Rita Hayworth, se había hecho mundialmente famosa por interpretar a “Gilda”, en 1946.

Por aquellos años, en la Casa Vallés de Donosti se agasajaba a los parroquianos con anchoas, aceitunas y guindillas para acompañar al vino de la tierra. Uno de los clientes, habilidoso él, consiguió pinchar en un mismo palillo los tres ingredientes. Y dado lo verde, elegante, sinuoso y picante del bocado, quedó bautizado con el nombre del personaje interpretado por Rita Hayworth, cuya interpretación del “Put the blame on Mame” y el inocente striptease del famoso guante corría como la pólvora, de boca en boca entre los espectadores.

La Gilda se popularizó en el País Vasco y se convirtió en uno de los pinchos más demandados del norte peninsular, pero no tardó en expandirse por toda nuestra geografía, donde sigue ocupando un lugar de honor en las mejores barras de tapeo de toda España.

De su pervivencia y actualidad habla bien a las claras, por ejemplo, la tapa ganadora de la primera edición del concurso “La Mejor Tapa del Mundo”, celebrado este mismo año. Se trata de “Gilda la granaína”, de Sancho Original, que se llevó el premio por “la interpretación original de una tapa tradicional, haciendo uso de técnicas novedosas y con un protagonismo especial del salmonete”. Efectivamente, una explosión de sabor, esa Gilda convertida en una de las nuestras por derecho propio.

Otro de los fieles a la Gilda es José Caracuel, de Casa Piolas. Aunque pronto estrenará una nueva -y seguro que igualmente excitante- propuesta gastronómica, la Gilda se queda: seguirá formando parte de los fastuosos bocados que dan la bienvenida al comensal, junto a su magnífico muestrario de aceites y aceitunas. Como nos dice José, “me gusta por su frescura, su toque picante y salado. Es un gran aperitivo para abrir boca… y define un poco a Rita”.  (Recuerden esta visita que hicimos a Casa Piolas, el pasado verano…)

Así las cosas, celebremos este fin de semana el centenario de Rita Hayworth brindando con una sabrosa, fresca y salada Margarita que mitigue el ardor de la Gilda, bien sinuosa, verde y picante. ¡Muchas felicidades, Dama de Shanghai!

Jesús Lens

Lecciones deportivas

Llevo tiempo queriendo escribir sobre Boston Celtics, equipo de la NBA que ayer abrió la temporada pasando por encima de mis Sixers de Philadelphia.

Y el momento es ahora, justo cuando se cumple un año de la terrible lesión de uno de sus fichajes estrella, Gordon Hayward, en el partido inaugural de la pasada campaña. Recuerdo los comentarios de entonces, con muchos especialistas señalando que, casi antes de empezar, ya se había terminado la temporada de Boston.

La realidad se mostró tozuda, sin embargo, empeñada en llevarles la contraria a los peores agoreros: el pívot titular de Boston hizo una campaña de ensueño, el otro gran fichaje de la temporada, el base Kyrie Irving, también estuvo sobresaliente y algunos de los reservas dieron mucho más de sí de lo que se podía esperar. Conclusión: llegaron al séptimo partido de la Final de la Conferencia Este. Y solo perdieron contra los Cavs de LeBron James, in extremis, con Kyrie Irving también lesionado.

Pero lo más importante de la pasada campaña de Boston es que los jugadores más jóvenes, los recién llegados al equipo, dieron un paso adelante y mostraron una fiereza, una capacidad competitiva, una madurez y una sangre fría dignas de los veteranos más experimentados.

De ahí que, al ver la presentación de los actuales Celtics, con Hayward e Irving recuperados y a los jóvenes, ya curtidos en mil batallas, con hambre en sus rostros; tuviera la sensación de estar ante el gran equipo de los próximos años en la NBA.

Por culpa de las lesiones de sus estrellas, Boston perdió batallas decisivas durante la pasada campaña. Pero gracias a esas mismas lesiones, sus cachorros se foguearon en las canchas más duras, viéndose obligados a crecer a marchas forzadas en los escenarios más adversos. Así empezó a formarse un equipo que puede ser legendario.

Seguramente, esta temporada volverán a ganar esos Warriors que juegan de memoria y cuya pléyade de estrellas es inconmensurable. Pero el año que viene comenzará su diáspora y será el turno de unos Celtics forjados en la adversidad, a sangre y fuego.

Jesús Lens

Darle al Play

¿No les llama a ustedes la atención el extendido uso de la expresión “jugar un papel”? Se aplica igual a un político en el ejercicio de sus funciones que a un sesudo científico que investiga una cura contra el cáncer. A un profesor que da clases o a un bombero que apaga un fuego. Todos ellos “juegan papeles” cuando hacen profesión de su trabajo.

La culpa de dicha extraña expresión la tiene un verbo inglés que todos conocemos más que de sobra: play, cuya primera acepción es, efectivamente, jugar. Pero si vamos un poco más allá, veremos que el verbo to play admite hasta 37 traducciones más: desempeñar, representar, actuar, apostar…

Aplicado a la música, play es tocar, interpretar un instrumento. Y, aplicado a la chismología, darle al Play es ese prodigio que nos convierte en magos cuando hacemos que suene la música grabada. Por todo ello, pocos títulos más apropiados para una exposición sobre la vinculación entre música y ciencia que ese PLAY con que se ha presentado la nueva muestra del Parque de las Ciencias, que estará un año largo en cartel.

“Play. Ciencia y música”, como todas las muestras del Parque de las Ciencias, invita a tocar. En este caso, en los dos sentidos de la acepción. A tocar la gran cantidad de recursos con los que cuenta y a tocar música. A tocarla de verdad. También es una invitación a descubrirla y a racionalizarla. A comprenderla. A averiguar cómo y por qué la percibimos. Por qué la necesitamos.

Un primer panel que me enamora: el enorme vídeo con la música de la naturaleza. La que debemos tratar de escuchar cuando salimos al campo o a pasear por un parque. La música de los pájaros, el rumor del viento o el agua corriendo. Y atentos al prodigio de Theremin. ¡A ver quién es el guapo que consigue hacer música con el aire! Y al taller de los luthiers guitarreros de nuestra tierra.

A lo largo del recorrido por la exposición también comprobaremos la íntima relación entre música y matemáticas, otra de las constantes del Parque de las Ciencias: ser transversales y vincular las disciplinas artísticas y científicas.

Se me quedó en el tintero la parte de los efectos de sonido aplicados a las películas, eso sí. Una excusa como otra cualquiera para volver a darle al Play.

Jesús Lens

Muerto en acto de servicio

Imposible prestar atención, ayer, a cualquier otra cosa. Todas las noticias perdían importancia frente a los sucesos acaecidos en el área metropolitana de Granada en la madrugada del domingo al lunes que, a buen seguro, ustedes ya han leído antes de recalar en este espacio.

Foto: Pepe Marín

¿Qué decir ante sucesos de extrema gravedad como este? Qué decir que no se haya dicho ya: dolor y consternación por lo acontecido; rabia e ira contra el asesino; apoyo y solidaridad a familia, amigos y compañeros. Todos repetimos la misma cantinela. Pero, ¿cómo no hacerlo? Habría que ser frío como un iceberg para no sentir, para no compartir esas sensaciones.

Personas que se juegan la vida. A diario. Salí ayer a correr un rato y pasé por la rotonda donde fue detenido el asesino de José Manuel Arcos, esposo, padre de dos hijos, deportista y… guardia civil de servicio en la fatídica noche en que un delincuente habitual decidió dar otro golpe. Uno más en su larga carrera delictiva. Esta vez, un atraco a un bar de Gabia.

Foto pepe Marín

Domingo por la noche. Un coche que circula demasiado rápido. Un funcionario de servicio. Un alto. Un delincuente. Un forcejeo. Un disparo.

El lunes por la mañana, cuando sonó el despertador y abrimos los ojos, todos soltamos un “¡maldito lunes!” más o menos alto, más o menos sonoro. Entonces nos fijamos en las alertas de Ideal en el móvil: un guardia civil herido grave por disparo en el abdomen. La tragedia, inmediatamente después: José Manuel fallecía sin que los médicos del PTS pudiera salvar su vida. Y la Operación Jaula en marcha, con controles en toda la zona sur de la ciudad hasta la detención del sospechoso.

Salí a correr y solo podía pensar en José Manuel. En ese forcejeo fatal. En ese alto al coche que circulaba demasiado rápido. En esos funcionarios que arriesgan su vida, literalmente, para darnos paz y tranquilidad. Corría y escuchaba una sirena por la autovía. Y las aspas del helicóptero que aterrizaba y despegaba del helipuerto del PTS. Policías, guardias civiles, bomberos, la gente de protección civil… Personas cuyo trabajo diario es jugarse el pellejo para que nosotros podamos caminar tranquilos por las calles.

Obviedades y lugares comunes. Lo sé. Son la rabia y la estupefacción por la cruel muerte de una persona que solo cumplía con su deber.

Jesús Lens

El reino más necesario

En un momento dado de la imprescindible y soberbia película “El reino”, de Rodrigo Sorogoyen, la secretaria de organización del indeterminado partido político que protagoniza la trama le pregunta a un grupo de sus dirigentes, acusados de corrupción: “¿para qué entrasteis en política?”

Automáticamente el espectador recuerda el “para forrarme” de Vicente Sanz, secretario general del PP valenciano, escuchado en una grabación. O el “me tengo que hacer rico” de Zaplana, que oímos entre filtraciones.

Cartel alternativo al oficial de la película «El reino», de Rodrigo Sorogoyen.

En otro momento de la espectacular cinta de Sorogoyen, la fiscalía relata los lugares donde los dirigentes territoriales se reunían para cerrar contratos y rematar negocios. Muchos de ellos tenían nombre de lupanares. Y el espectador piensa automáticamente en la tarjeta de crédito usada en un prostíbulo por Fernando Villén, el responsable de la Faffe, una fundación andaluza de la órbita del PSOE. O en Francisco Javier Guerrero, el fontanero de los ERE con querencia por el Malboro y el gintónic como engrasadores.

“El reino” es una película extraordinaria que funciona como un juego de espejos: todo lo que vemos -y escuchamos- en pantalla nos devuelve el reflejo de la realidad que conocemos gracias a los sumarios, las filtraciones y las informaciones de los medios de comunicación.

Sin necesidad de nombrarles, ahí están la Gürtel y los EREs, Bárcenas, Rodrigo Rato, Pujol, el Bigotes, Camps, Ignacio González y tantos y tantos políticos corruptos convencidos de que su reino no era de este mundo. Seres superiores que vivían en una realidad paralela, ajena por completo a la del común de los mortales.

Una realidad alimentada a base de majestuosas mariscadas -soberbio ese travelling con que arranca la película, recreando una de las secuencias más famosas de “Uno de los nuestros” y que es más, mucho más, que un simple homenaje a Scorsese y sus gángsteres y mafiosos- y regada con Moet Chandon. Una realidad cronometrada a través de caros relojes regalados en la cubierta de un yate bajo el sol de un verano eterno que, sin embargo, no tardará en dejar paso a un otoño pardo y a un invierno frío, gris y ceniciento.

Vean “El reino”. No estará mucho más tiempo en cartelera y sería una pena que dejaran escapar una película que retrata, en dos horas de cine nervioso y adictivo, la España de la corrupción y la podredumbre, ética y moral.

Jesús Lens