Los infiltrados van a la oficina

Ya que los distribuidores de la serie en España han bautizado con el nada atractivo título de “Oficina de infiltrados” a una de las mejores series de la televisión contemporánea, permítanme que contribuya un poco más a su descrédito nominal a través de otro título infame: los infiltrados van a la oficina.

“Le bureau des légendes” es el título original de la serie producida por el Canal + francés. Bureau, en su primera traducción, es despacho. Y légendes… pues eso. Leyendas. Así las cosas, el que decidió ponerle “Oficina de infiltrados” a una de las perlas de la televisión europea, se quedó a gusto y descansando.

De hecho, cada vez que la recomiendo, me harto de usar peros, sin embargos y demás adversativas: al ver la cara de suspicacia de mi interlocutor cuando le juro que tiene que ver “Oficina de infiltrados”, le insisto en que es una serie cojonuda, a pesar de tener un nombre tan ridículo y poco convincente.

Pero vayamos al grano. ¿Quieren saber ustedes cómo funcionan los servicios secretos en el siglo XXI? Vean “Oficina de infiltrados”. Y ya está. Punto. Así de claro y rotundo lo digo. Ni la igualmente brillante “Homeland” transmite esa sensación de credibilidad, de apego a la realidad.

El personaje central de la serie protagonizada por Mathieu Kassovitz y sobre el que pivota la trama es un agente francés infiltrado en Siria que vuelve a Francia. En Damasco deja a una mujer con la que ha entablado una relación sexual. ¿Quizá también afectiva? ¿Amorosa, incluso? Porque es cierto que los agentes infiltrados se acuestan con sus fuentes, si lo consideran necesario o beneficioso para su coartada.

Guillaume Debailly conocido en la Dirección General de Seguridad Exterior francesa como Malotru, retorna a París después de varios años infiltrado entre Siria y Jordania. En Oriente Medio vivía y trabajaba desempeñando el papel de un investigador y escritor bajo el nombre de Paul Lefevre. Estamos en plena guerra de Siria y su trabajo como agente infiltrado puede haber sido determinante -o no- en diversas operaciones contra el terrorismo yihadista.

Al volver a casa y tras devolver -casi- toda la documentación de Paul Lefevre, Malotru se incorpora a un frío edificio administrativo compartido por un amplio ramillete de jefes, colaboradores y subordinados, donde comen menús de cafetería mustios y poco apetitosos y se comportan como cualquier otro funcionario del estado. Malotru comienza a hacer un burocrático trabajo de despacho mientras intenta recomponer su relación con una hija adolescente. Y entonces, aparece ella. En París. Misteriosamente. Nadia El Mansour.

Se trata de la especialista en historia y geografía de Oriente Medio con la que Lefevre mantuvo un tórrido idilio en Damasco. Solo que ahora, Malotru ya no es Lefevre. ¿O sí? Ni que decir tiene que debería mantenerse alejado de ella. Pero la tentación es tan fuerte…

Mientras que este hilo de la trama avanza por un lado, a lo largo de las tres adictivas temporadas de “Oficina de infiltrados” estrenadas hasta ahora asistimos al adiestramiento y puesta en servicio de otra agente, Marina, que operará en Irán. Y es que la DGSE está presente en diferentes escenarios conflictivos del mundo contemporáneo, teniéndoselas que ver con la CIA, el Mossad o el MI6 que, en unas ocasiones son aliados y, en otras, rivales.

Triangulaciones a través de satélites, sofisticados métodos de escuchas y, también, obtención de información tete a tete. Persecuciones y seguimientos que nada tienen que ver a los que estamos acostumbrados en los thrillers del Hollywood más convencional. Operaciones arriesgadas al borde de la lógica y el sentido común. Canjes de prisioneros. Deserciones. El papel de las grandes corporaciones en el concierto geoestratégico mundial, la colaboración de diferentes instituciones del estado en la consecución de los objetivos del Elíseo… Y el ISIS. Y Daesh. Y la guerra en Siria. Y los esbirros de Bashar al-Asad. ¿No se les ha acelerado el pulso?

Sin olvidar la conexión iraní. Que Marina es una experta sismóloga que, a través de su vasto -¿o no tanto?- conocimiento de las fallas tectónicas y los terremotos, es invitada a participar en importantes congresos en países estratégicos de Oriente, como Azerbayán. O a colaborar con institutos científicos de Irán, lo que le permitirá tener acceso a información sobre la capacidad nuclear del país de los Ayatolás.

Piratería informática, infección de redes a través de troyanos, modernas técnicas psicológicas para desenmascarar a agentes dobles, cómo engañar al polígrafo… “Oficina de infiltrados” es una mina de información que, por supuesto, deja un amplio espacio a las relaciones personales entre los protagonistas de la serie. A sus relaciones laborales y afectivas. Porque la tecnología resulta imprescindible en el espionaje contemporáneo, pero nunca se puede echar al olvido el célebre factor humano que tan bien relatara el pionero Graham Greene en su famosa novela sobre el MI6 británico.

A la espera del estreno en España de la cuarta temporada de “Oficina de infiltrados”, que ya está a punto de caramelo, con Rusia como nuevo escenario en el tablero del juego geoestratégico; no dejen de ponerse al día con una de las mejores series de este siglo.

Jesús Lens

Halloween tras la reja

Con lo de Halloween pasa como con lo del salto de la reja, en El Rocío: nunca está claro cuándo es el momento apropiado para que los mozos peguen el primer brinco, dando el pistoletazo de salida al virginal frenesí almonteño.

¿Está usted pensando en hablar mal de Halloween? Pues ajuste los tiempos. Si lo hace demasiado pronto, parecerá usted un amargado y un mala follá de tomo y lomo. Pero si retranquea en exceso y clama contra las invasiones foráneas demasiado tarde, quedará como un cansino y un pesao, tan repetitivo como reiterativo.

Los argumentos a favor y en contra de Halloween están tan trillados que resulta ocioso entran en ellos. Da igual que vista con vaqueros, se pirre por los tomates, las patatas o el chocolate y esté encantado con los Magos de Oriente, mucho más nuestros que ese okupa de las Navidades llamado Papa Noel: al guardián de las esencias patrias nunca se le podrá convencer de que Halloween, mola.

Tras disfrutar del Tenorio -seguramente grabado en una cinta VHS, de cuando Televisión Española era una Televisión como Dios manda- y tras cenar un potaje de castañas y unos huesos de santo, nuestro granaíno de pura cepa enfilará el Paseo de los Tristes, meditando sobre el ser y la nada, sin entender el éxito de las telarañas, las brujas y esas calabazas tan gordas como huecas.

En serio: hay debates que conviene obviar. El de la celebración/condena de la Hispanidad es uno de ellos. El de Halloween/Santos, otro. Las afecciones y las desafecciones son tan viscerales que no cabe ningún tipo de debate sobre el particular.

Lo paradójico de la cuestión es que la persona para la que Halloween es una intolerable muestra de colonialismo cultural extranjero, suele estar fervorosamente orgulloso de la Hispanidad… y de su expansión por toda Sudamérica. Y eso sí resulta más difícil de comprender. O no. Que ya se sabe que con la patria, como con la madre: con razón o sin ella.

Y ahora, les dejo, que se me pocha el glaseado de los huesos de santo.

Jesús Lens