Películas que cambian la vida

Lo contábamos la semana pasada: estamos trabajando en un reportaje sobre cómo el cine influye en la vida real. Y hoy ha salido publicado en los diarios de VOCENTO. Lo podéis leer en la página 51 de IDEAL, donde Rusell Crowe y Pujol aparecen con el puño en alto.

 

Pero si lo veis AQUÍ, en la web de IDEAL, lo flipáis ya que los compis de la Multimedia han ido trufando el reportaje con algunas de las secuencias de las que hablamos, de los encendidos discursos de «Gladiator», «Patton», «Espartaco» o  «Braveheart» a momentos cumbre de «El Padrino» o «El precio del poder».

Porque hay veces en que la vida imita al arte… ¡cuéntanos! ¿Hay alguna película que haya influido especialmente en tu vida? ¿Has viajado a algún lugar, inspirado por algún filme? ¿Usas muletillas de alguna película? Seguro que, por ejemplo, el «Sayonara Baby» lo has empleado alguna vez. ¿A que sí?

 ¡Cuéntanos!

 Jesús agradecido Lens 

Hablando de cine y bares, con Emilio Gutiérrez Caba

A ver qué os parece esta entrevista, más bien charla, de domingo por la mañana, en la Cadena Ser de Catalunya, con Emilio Gutiérrez Caba.

¡Tot es comedia!

Estaba muy nervioso, pero disfruté un montón y fue fantástico el cariño con el que me trataron y lo cómodo y bien que me hicieron sentir.

Ahora, la palabra, la tenéis vosotros…

Jesús cómico Lens

PD.- Veamos los anteriores días de los Papis y Pepes; 2008, 2009, 2010 y 2011.

Debate de los lunes: alto voltaje

Cuando leí “Contacto”, de Dennis Cooper, quedé impactado. Aquí, un resumen de esta obra:

Un punk de dieciocho años que se pregunta qué es el amor; un estudiante de cine que quiere rodar un porno duro; un cuarentón francés que practica la coprofagia y sueña con descuartizar adolescentes… Y en el centro, el pasivo George Miles, que se pasa el día entero colocado con ácido, dejándose arrastrar por los deseos y pasiones de quienes lo rodean. Un cóctel explosivo: el cine de terror de serie B, la pornografía en sus diversas variantes y subgéneros, las comedias de adolescentes, el rock y la estética punk. El resultado es una novela brillante y provocadora, que plasma un mundo en el que el sexo y la violencia se expresan de manera visceral y cotidiana.

Ayer hablábamos de “El viaje a Budapest”, una novela que va a dar que hablar, que ya hemos empezado a leer y que, efectivamente, es de alto voltaje.

¿Qué os parece este tipo de literatura explícita en que el sexo, además de explícito, es sucio y provocador (si tal es posible) y las metáforas aluden a aspectos y características del ser humano y sus relaciones sobre las que, habitualmente, se corre un tupido velo?

Jesús Lens

El viaje a Budapest (previa)

¡Que si me acuerdo, me pregunta!

Qué gracioso, Daniel.

¡Cómo si uno mantuviera habitualmente peleas columnísticas con compañeros de periódico!

Os cuento.

Hace unos años, al principio de mis colaboraciones en las páginas de Opinión de IDEAL, coincidía con otro columnista, insultantemente joven, llamado Daniel Barredo.

¡Cómo conseguía irritarme, el tío! No siempre, claro. Pero a veces, sí. Ahora bien, ¡cómo escribía, el cabronazo! Era uno de esos jóvenes airados que no se mordían la lengua, dotados de una prosa tempestuosa, agitadora, deslumbrante y salvaje.

En cada uno de sus párrafos había una fuerza descomunal así que, aunque había veces en que sus tesis me sacaban de quicio, no podía dejar de leerle. ¡Demonios! Ni podía… ni quería.

Daniel Barredo hacía bandera de la incorrección política, pero se notaba que no era pose: le llevaba dentro.

Hubo una ocasión en que cargó contra los viejos, a quiénes otros hubiéramos llamado “la tercera edad”. Decía algo así como que habían caído unas gotas de lluvia y el viejo, torpe y desacostumbrado, se había puesto al volante. Y la había liado, claro.

No recuerdo si fue a ese artículo o a algún otro al que le contesté, a través de mi privilegiada columna. Y mira que a mí no me gustan las peleas públicas, los fuegos cruzados ni esas milongas tomboleras y populacheras. Pero algo de lo que escribiera Daniel fue la gota que colmó el vaso y le dediqué una columna con tintes de reproche.

¡Lástima ser tan descuidado y no haberla guardado!

En fin.

Después, Daniel dejó de publicar en IDEAL. Y le perdí la pista. Nunca más se supo.

Hasta que, hace unas semanas, leí en la prensa cultural que un tal Daniel Barredo había ganado el Premio Andalucía Joven de Narrativa 2011 por su novela “El viaje a Budapest”.

Y, casualidades de la vida, me lo encontré por el Facebook, amigo de una recién incorporada amiga, periodista y amante de la cultura.

Y lo agregué.

Y me aceptó.

Y me mandó un mensaje preguntando que si me acordaba de aquellas reyertas periodísticas nuestras…

¡Que si me acordaba, me pregunta!

El caso es que, al poco de ser amigos del Facebook, recibí un mensaje instándome, a mí y a otros compañeros cibernéticos, a leer su novela. Una novela que le está reportando graves consecuencias personales y familiares, según nos cuenta.

¿Por qué?

Pues porque, nada más leerla, “mis vecinos ya nunca más me verán como aquel adorable muchacho que nació para hacer cosas grandes, sino que torcerán las cabezas y me llamarán hijo de la gran puta. Mi familia no querrá saber nada más de mí y lo que es peor: no tendré a nadie a quien dar un sablazo”.

El autor escribe esto en un prefacio que es toda una declaración de intenciones.

En mis manos tengo un ejemplar de “El viaje a Budapest”, llamándome. A voces.

Empieza así:

“El coño de Rosario era tan vulgar como esa lata de anchoas en aceite de girasol que sirven en los bares de carretera. Tenía tantos pelos como la pantorrilla de un gigante y olía mal, a ostras podridas, a país sin agua.”

Escribo estas líneas un sábado por la noche. ¿Momento idóneo para empezar a leerlo? Lo sería si hubiera salido a la calle y volviera de tomar unas Alhambras con los amigos. O de algún concierto. O de apurar unas copas.

Pero no ataviado con un chándal disparejo y las zapatillas de paño puestas, desde que volví de correr, tal y como me hallo.

La verdad, para hacer justicia a un libro como el que, creo, va a ser éste, conviene empezar a leerlo un poco encanallado y engolfado, con sabor a alcohol en el gaznate y derrotado por la noche.

O quizá no. ¿Quién sabe?

En cualquier caso, ya os contaré.

Jesús expectante Lens

PD.- Veamos, en anteriores 18 de marzo, en qué estábamos: 2008, 2009, 2010 y 2011

La llamada

De aquella llamada dependía todo.

Estaba nervioso. Lo tenía todo muy bien preparado, pero aquellas dos horas, hasta que dieran las 3, se le iban a hacer eternas.

Había pensado en salir a correr, como hacía siempre que tenía alguna cita importante. Antes de reuniones clave, conferencias, mesas redondas, charlas y entrevistas, se calzada sus Brooks, apretaba bien los cordones y salía a quemar la adrenalina.

Correr le iba bien. No solo aplacaba los nervios sino que, además y sobre todo, el chute de endorfinas le hacía llegar al evento que fuera en plenitud de condiciones, físicas y mentales. Mientras corría, aprovechaba para repasar su intervención, para terminar de ordenarla y estructurarla. Corriendo conseguía visualizar, con distanciamiento y perspectiva, lo que estaba por llegar. Y se sentía todopoderoso.

Pero aquella mañana no quería arriesgarse. Al volver a casa, después de desayunar y comprar la prensa, un conductor somnoliento había tardado más de la cuenta en fijarse en él y tuvo que pegar un frenazo, justo delante del paso de peatones, haciendo chirriar los neumáticos sobre el asfalto.

Aquello le había hecho saltar todas las alarmas.

¿Y si, corriendo, le atropellaba un coche o, como pasaba como aquella vez en que estuvo a punto de que un autobusero insensible a los corredores se lo llevara por delante? Aunque fuera una torcedura de tobillo o un tirón… ¿y si se quebraba, a mitad de recorrido, y no llegaba a tiempo?

Porque aquella conversación no la podía mantener a través de un móvil, en cualquier sitio. Había preparado la mesa de su estudio y dejado toda la documentación lista, los lápices a mano y hasta un vaso con agua. Hasta la temperatura había regulado tirando de calefacción, para evitar cualquier inconveniencia, aunque ya estuvieran casi en primavera y, de hecho, empezara a hacer calor.

Apenas pasaban unos minutos de la una. Pensó en salir a hacer unas series, por la ribera del río que discurría junto a su casa. Así, apenas tenía que cruzar calles o que atravesar el siempre caótico mercadillo y, estando cerca de casa, al más mínimo contratiempo, podría volver sin dificultad.

Pero no. ¿Y si perdía las llaves, justo ese día o si, a la vuelta, se averiaba el ascensor y se quedaba atrapado?

Mejor quedarse en casa y correr, por la tarde, ya tranquilo y relajado.

Así que, como no podía parar quieto un momento, decidió darse un baño.

¡Él, que siempre había sido de ducha rápida! Pero ni la música le amansaba ni podía concentrarse en las páginas de un libro. Repasar sus notas le hacía sentirse como un mal estudiante antes de un examen no suficientemente preparado y temía prenderle fuego a la cocina si intentaba preparar alguno de sus platos estrella.

Así que… ¡a la bañera!

Se llevó el iPad consigo y aprovechó para ver uno de esos vídeos que harían sonrojar a Steve Jobs, de saber para lo que algunos de sus fervientes admiradores utilizaban su última y celebrada creación.

Y entonces sí: aligerada parte de la carga que le venía pesando en días de tanta tensión y nervios, empezó a sentirse más a gusto. Por primera vez en varios días se sentía y bien y el agua caliente le ayudó a relajarse, por fin.

Le despertó el sonido del teléfono, que le llegaba desde muy lejos.

Tardó en darse cuenta de dónde se encontraba y, cuando consiguió fijar el escenario y la situación, el corazón empezó a bombear sangre con tanta fuerza que pensó que le iba a provocar una hemorragia cerebral.

¿Cuánto tiempo llevaría sonando el maldito teléfono?

En uno de esos actos reflejos estúpidos, ya que se encontraba solo y en su propia casa, mientras tiraba del pomo de la puerta del baño con una mano, intentó alcanzar una toalla con la otra, pareciéndole indecoroso contestar la llamada empapado y desnudo.

Y fue entonces, claro, cuando dio un resbalón y terminó desnucado, con tiempo solo para recordar aquella canción de Def Con Dos con la que tanto se reían él y sus amigos, en las noches de borrachera, cuando eran jóvenes.

¡Pánico a una muerte ridícula!

Fue justo en ese momento, las dos de la tarde, cuando María daba por concluida su jornada laboral como teleoperadora. Como la mayoría de las que hizo esa mañana, esa última llamada tampoco obtuvo contestación.

– ¡Él se lo pierde! –pensó – Con lo buena oferta que es, ésta del spa y masaje relajante…

Y así se fue, tan campante y satisfecha, a tomarse una caña y unas bravas.

Jesús el que nunca se baña Lens

(Pero se ducha, ojo)

PD.- No sé si estábamos tan graciosillos, los últimos 17 de marzo: 2008, 2009, 2010 y 2011.