CÓMO PERDER UN CLIENTE EN MEDIA HORA

El viernes por la mañana me tengo un curso en la ESNA, sita en lo más alto de la calle Reyes Católicos. Como empezamos a las 9 de la mañana, me gusta llegar a las inmediaciones a eso de las 8.15 u 8.30 para tomar un par de cafés y media tostada de mantequilla, echando un vistazo a la prensa, que compro en el quiosco de Plaza Nueva.

El Café Lisboa siempre está atestado, pero hay uno en las inmediaciones que está bien: buen decente, varios periódicos para los clientes y música agradable. Nada especial, pero un sitio agradable.

Ayer viernes, de primeras, el bar no estaba abierto cuando subía a comprar el periódico, pero alzó la persiana justo en ese momento, así que entré. De primeras, no había pan del día para las tostadas. Así que me pusieron medio mollete revenido. Y, además, no había periódicos, claro, con lo que me quedé sin la ración matutina de Marca

En la radio, un cutreprograma mañanero, bien estridente. Se notaba que habían cambiado de camarero. Tuve que pedir hasta tres veces el segundo café. Porque habían entrado cuatro clientes y el nuevo no daba abasto. Y ya llegaba tarde al curso. Pedí la cuenta y pagué con 20 €. Me dieron el cambio de diez. Lo hice notar. Me devolvieron los 10 €, sin una disculpa.

Y salí por las puertas, lógicamente, convencido de que no me verían más el pelo por dicha cafetería. Total, en la misma zona y bien pegaditas, hay del orden de siete o diez.

¿Por qué monta nadie una cafetería para dar un servicio tan malo?

GEBRE: PEQUEÑO GRAN HOMBRE

Hay proyectos que, de tan ilusionantes, se retroalimentan a sí mismos con la fuerza de un volcán y uno de ellos es el ya conocido como El Proyecto Florens , que ha arrancado fuerte, con la historia de Haile Gebreselassie, a la que hemos titulado “Nacido para correr.”


Releyendo la historia de Gebre, a través de la evocadora prosa de mi alter ego y buen amigo José Antonio Corricolari, me resulta imposible evadirme de algunos momentos, vivencias y sensaciones provocadas por este pequeño gran hombre, cuya sempiterna sonrisa es la mejor carta de presentación, el mejor aval de una personalidad extraordinaria.

Me gustaría empezar mi semblanza íntima de Gebre en la noche de un mes de noviembre de hace ya algunos años. Acababa de llegar a la ciudad de Addis Abeba e IBERIA me había perdido la mochila. Cuando todavía era noche cerrada, un coche me llevaba al hotel. Y me quedé dormido. Un bache me despertó de golpe. Abrí los ojos y me llevé un susto morrocotudo al encontrar los márgenes de la carretera repletos de sombras que pasaban corriendo, a ambos lados del coche.

Foto Lens

¿Qué era aquello?

Atletas. Corredores.

Antes de que la primera claridad de la mañana hubiera roto por el horizonte, las calles principales de Addis ya estaban abarrotadas por centenares de personas que comenzaban la jornada calzándose unas zapatillas y echándose a correr.

Me quedé impactado. Porque, antes de llegar a Etiopía ya sabía que iba al corazón del Fondo mundial, a esa franja del Rift que es una verdadera factoría de extraordinarios atletas de fondo y medio fondo. Pero nunca me había imaginado que el atletismo, más que un deporte o una sana afición, fuese una auténtica religión, profesada con entusiasmo por miles de personas.


Foto Lens

Quiso la casualidad que, veinte días después, cuando terminaba mi periplo por tierras etíopes, me enterara de que el mismo domingo en que volvía a España, se celebraba en Adis una carrera popular contra el SIDA, organizada por el propio Gebre. Aunque no tenía unas buenas zapatillas para correr, sino unas de esas mixtas entre zapatilla y bota de montaña, con suela rígida, pensé que podría apuntarme a trotar un rato en una iniciativa tan encomiable.


Foto Lens

Utópico. El máximo de posibles registrados era de 12.000 atletas… y hacía varios días que se había alcanzado el tope. Aún así, y como la salida de la carrera me pillaba cerca del hotel, me acerqué a ver el ambiente. Y aquello era una cosa bárbara, tremenda y descomunal. Miles de personas atestaban las más populosas arterias de la ciudad.

Pero, y seguimos con las casualidades, mira por donde, de repente, se organiza un revuelo a nuestro lado. ¡Oh sí! ¡Es él! El pequeño Gebre en persona estaba a junto a nosotros, sonriendo a diestro y siniestro. Iba a dar la salida a su carrera, una carrera que resultó ser un puro espectáculo para los sentidos.


¡Oh, es él! El pequeño gran hombre en persona

Foto Lens

Volví al hotel y terminé de hacer el petate. Inmensamente entristecido por tener que regresar a casa después de un viaje tan largo y cansado como enriquecedor. Llegamos al aeropuerto y mientras íbamos hacia la salida de “Internacional”, un todoterreno negro aparcó junto a la puerta. Y de él se bajaron Gebre junto al altísimo Paul Tergat y los atletas kenianos que habían venido con Paul para participar en la carrera contra el SIDA.

Es lo que tienen los amigos. Que están cuando se le necesitan y Tergat apoya incondicionalmente a su rival y amigo. Una cosa llamativa: en el aeropuerto, todo el mundo trataba a Gebre con el mismo respeto que cariño. Por su puesto, no tuvo que presentar ningún papel para que le dejaran pasar y ayudar a sus colegas a pasar los bultos por el scáner y el control de pasaportes. Nada de ayudantes, chóferes ni mandangas. Hombre humilde, activo y colaborador, como cualquier persona, lleva a sus amigos al aeropuerto y les despide amablemente.

Es lo que tienen los grandes campeones. Que también son grandes personas. No es de extrañar, pues, que Gebre sea un mito en su país. Porque, aún habiendo ganado títulos mundiales y olímpicos y haber batido todos lo récords mundiales del fondo que se podían batir, el pequeño gran hombre se quedó en su país, Etiopía, invirtiendo su dinero en uno de los países más pobres del mundo, contribuyendo a generar riqueza para sus compatriotas.

Gebre es un ejemplo para su pueblo, un mito viviente en una sociedad que idolatra a sus atletas, un país en que a Bekele se le conoce, sencillamente, como Kenenisa. La etíope es una nación orgullosa de la que surgen extraordinarios atletas, en cuyo ascendiente Haile Gebreselassie, el pequeño gran hombre, juega un papel determinante.

Antonio Jesús Florens.

GRANADA ¿TIERRA DE MAGIA?

La columna del viernes de IDEAL, en clave mágico-reivindicativa.

Yo no sé a ustedes, pero a mí, la magia, siempre me había parecido un engañabobos, una diversión pueril para distraer la atención de los niños y un pasatiempo sin mayor trascendencia; hasta el punto de que jamás le había prestado la más mínima atención. Hasta que he tenido la oportunidad de conocer a MagoMigue, de verlo en acción y de compartir con él unos cuantos días de viaje, charla, proyectos, ideas, dudas, ilusiones y frustraciones.


Ver la cara radiante de los niños de un hospital de la isla de Goree o de un colegio de St. Louis mientras Miguel Puga les embromaba con sus trucos o contemplar la admirada expresión de un grupo de músicos y bailarines senegaleses, cuando el Mago convirtió una servilleta en un billete de 2.000 cefas, es ya suficientemente revelador de su arte, oficio y desparpajo. Cartas que aparecen y desaparecen, pañuelos que se anudan y desanudan, terrones de azúcar que surgen de los lugares más insospechados… cualquier objeto que pasa por las ágiles y locuaces manos de MagoMigue es susceptible de mutar en otra cosa.


Pero cuando el Mago se crece, convirtiendo la magia en auténtico arte, es a la hora de contar las historias que sirven para contextualizar sus brillantes trucos. Desde el robo de un Picasso de las paredes de un famoso museo francés a una persecución a punta de pistola, con intercambio de disparos de naipes incluido.


Porque la magia es pura fantasía e interpretación: los juegos de manos y la indudable habilidad del mago no serían apenas nada sin su capacidad para narrar un cuento, para contar una historia, para crear un ambiente. Un buen mago, por tanto, además de partir de un buen guión, ha de ser un extraordinario cuentacuentos, un gran humorista y un inmejorable actor.

Se preguntaba Sir Lawrence Olivier “¿Qué es en el fondo actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien, sino mentir convenciendo?” En el caso de MagoMigue podríamos ir un poco más lejos: ¿Qué es ser un ilusionista, sino mentir convenciendo de que uno está presenciando algo que, racionalmente, sabe imposible?


Tenemos suerte, en Granada, de contar con una persona como Miguel Puga, que ha puesto en marcha el HocusPocus y, a base de esfuerzo, tesón y empeño, lo ha convertido en una de las citas ineludibles del año cultural patrio. Pero le falta continuidad a ese proyecto. HocusPocus es una marca de fábrica que Granada y toda Andalucía deberían aprovechar al máximo ya que tiene un indudable potencial, al aunar lo lúdico con lo cultural, lo sensible y lo emocional.

Sacar partido de las potencialidades diferenciales que existen en una comunidad debería ser obligatorio para sus rectores. Nosotros contamos con MagoMigue, todo un campeón mundial de magia, y con un HocusPocus en el que, quién lo conoce, repite y repite y repite. No permitamos que, como tantas veces antes, se deje escapar la magia de Granada.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

SENEGAL. ÁFRICA: LA NIÑA DE LA MELLA

Siguiendo con las fotos que nos ayudan a ver porque nos gusta África, subimos éstas tres, que van encadenadas.

Están tomadas en la ciudad de San Louis, una de las más bonitas, atractivas y elegantes que he conocido en África.

Habíamos llegado al barrio de los pescadores, gente orgullosa a la que no gusta que fotografíen. Nos bajamos de la calesa y comenzamos a andurrear por la zona, intentando que la peste a pescado no nos marease en exceso, confraternizando con los lugareños.

Nos acercamos a un grupo de mujeres y, cuando les pedimos permiso para retratarlas, empezaron a señalar a una de las niñas, entre risas y cachondeo.

Resultó que la niña estaba mellada y le daba vergüenza mostrar sus piños. Así que posaba para las fotos, pero cuidándose muy mucho de abrir la boca. Se mostraba tímida, insegura y avergonzada.

Hasta que, bromas van y bromas vienen, risas y charla; la pequeñuela se relajó y sonrió como sólo los críos inocentes pueden sonreír.

Y por eso me gusta tanto esta breve secuencia de imágenes.

Jesús Lens.

JULIA, LA NIÑA TRANQUILA

Estaba cómoda y serena, plácidamente sumergida en su líquido amniótico, protegida de las inclemencias exteriores. Tanto, que se lo tomó con calma a la hora de salir de su placentera piscina materna.

Si a las ocho de la mañana comenzó a hacer algunos amagos, no fue hasta las cuatro de la tarde que empezó, en serio, a abrirse camino hacia el mundanal ruido. Pero le costaba dar el paso decisivo. Tranquila, sosegada y premiosa, no quería sacar la cabeza y remoloneaba, durmiéndose incluso, antes de emprender el primer viaje de su vida.

Cómo me gusta eso de que lo primero que hace un niño, a la hora de nacer, sea viajar. Y no es un viaje cualquiera. A pecho descubierto y de cabeza, los críos se lanzan a una aventura larga, compleja, complicada y duradera. Se lanzan a vivir. Y, de inmediato, a comer. Y a dormir.

Nervios, excitación, miedo, ilusión, recuerdos y rememoranzas… todas esas sensaciones se acumulan, juntas y revueltas, en las horas previas al nacimiento. Pero luego llegan la dicha, la alegría y la felicidad. Inmensas, sin mácula, absolutas.

Foto cortesía de José Antonio Guerra Expósito,

el fotógrafo más rápido a este lado del Genil

Cuando Julia aparece en escena, en los brazos de su padre, gordita, con esos carrillos, con esas mejillas, con ese pelo negro y esos ojillos diminutos, esos bracitos rellenos… ¡Ay! El torrente de emociones que nos embarga se ve reflejado en el torrente de lágrimas que pugnan por liberarse de unos ojos que, incrédulos, han presenciado un viaje que lleva haciéndose desde hace millones de años y que, sin embargo, es siempre único, siempre distinto, siempre milagroso.

Jesús Lens.