FAMILIA

Dedicado a La Madrina, que sabe mucho de familias buenas.

Hace unas semanas, tras la charla de nuestro amigo Corricolari sobre “Los mundos del corredor”, coincidimos en La Casa de la Cultura de Armilla, que también es un bar, un grupo de corredores aficionados, para tomar unas Verdes, sana costumbre que ha dado nombre a un colectivo de amigos del atletismo… y la cerveza.

Habíamos ido a escuchar a José Antonio, la mayoría acompañados por nuestras mujeres, parejas y, en algún caso, hasta hijos. Como éramos bastantes, aunque juntamos dos de las mesas del bar, no había sillas para todos y, por tanto, ranciamente caballerosos, los hombres nos quedamos de pie y las mujeres, sentadas.

Los Verdes & familia. Juntos y bien avenidos.

Cuando volvíamos a casa, le pregunté a Sacai por los temas de conversación que hubo entre las mujeres.

-Que estáis locos- me dijo.

Al principio me quedé un poco parado. Pero, a nada que lo pensemos, es verdad. Somos unos tipos raros que se visten de colorines para echarse a los caminos, a sudar, a las horas más intempestivas, haga calor, frío, lluvia o viento.

Organizamos nuestra agenda en base a la hora de salir a correr, condicionamos las comidas, los eventos y hasta las relaciones sociales a algo tan aparentemente banal como es el hacer deporte. Pero lo peor no es eso -¡ cada loco con su tema!- Lo peor es que, sobre todo, condicionamos la vida de nuestras parejas, que siempre están ahí, solícitas, apoyándonos en nuestras chalaúras, animándonos cuando las cosas no salen bien, cuidándonos cuando nos lesionamos, mimándonos siempre. Porque en esto del correr, la comprensión, el apoyo y la complicidad de la familia son esenciales.


Y, si no, miren lo que cuenta Manu Leguineche: “un ejecutivo amigo corre la maratón, mientras su mujer, eso es amor, le sigue de estación en estación de metro. Le espera entre el público, le saluda, le anima y otra vez al subterráneo.” Sin palabras.

Y quien dice en el correr dice, por supuesto, en cualquier otra actividad de nuestra vida cotidiana. Parafraseando a Vito Corleone, y sin buscarle otras connotaciones a esta aseveración, la familia es lo más importante que tenemos las personas: “un hombre que no vive con su familia no es un hombre”, decía el Padrino. O, como Francisco González Ledesma pusiera en labios de su carismático Inspector Méndez, “la familia es la red de seguridad y auxilio social más importante con que cuenta la sociedad española.”

Cientos, miles de chistes y chascarrillos se han hecho a lo largo de la historia a cuenta de cuñados, suegros, abuelos y demás parientes, cercanos o lejanos. El más paradigmático, posiblemente, el archiconocido “familiares y trastos viejos, mejor cuanto más lejos”.

En ciertos momentos, puede ser cierto. Pero, a la hora de la verdad, cuando queremos compartir una alegría o llorar una pena, es a la familia a la que necesitamos, la que nos gusta que esté ahí cerquita. A veces, es imposible. Por distancia física, geográfica o, en algún desdichado momento, por distancias emocionales.

La otra noche, sin embargo, tomando unas verdes, nos sentíamos parte de dos comunidades tan distintas como complementarias. Una era la de los compinches, los colegas de aficiones comunes. La otra, la familia. A veces, parecen ser antagónicas y enemigas, las unas y las otras. Pero en noches como la de ese viernes, cuando se conjugan amablemente, resulta un enorme placer el sentirnos partícipes de dos grupos que, como los astros y los planetas, a veces se alinean favorablemente, lo que siempre es símbolo de dicha y buena fortuna.

Se trata de conseguir que dicha conjunción se repita más veces. Es sano y reconfortante para todos.


Madrina, y que no haga falta una boda para juntarnos. Ojalá.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.