Desde que Kafka nos aterrorizara con el peor despertar de la historia de la literatura, cada vez que abro los ojos por la mañana temo no ser yo. Hubo un tiempo en que lo que me daba pavor era precisamente lo contrario: seguir siendo yo mismo. Pero eso lo tengo superado. Más o menos. Creo.

“Despierta niña despierta, escucho la voz grave del Capitán, y desde entonces despierto y me envuelve la niebla de los bosques donde me mataron cuando yo tenía doce años y no tenía nombre porque de niña no tuve nombre porque mi padre, al que llamábamos el Capitán, no nos puso nombre a ninguno”. Así comienza la impresionante, aterradora y salvaje novela ‘Crisálida’, de Fernando Navarro, publicada por Impedimenta, esa editorial que convierte en obra de arte cada libro que sale de su imprenta.
Pero no. No debía ser el Capitán. Así lo explica Navarro en el segundo párrafo de la novela: “No puede ser su voz porque él nunca me llamó niña o dijo niña o mi vida o criaturica o bebé o nena o mi dulce o mi amor, ni pensó que yo fuera una niña porque ya no lo éramos, no éramos niños, éramos sus soldados, sus juguetes, sus esclavos, sus discípulos, sus muñecos”.
Seguramente se podrá empezar mejor una novela, pero ahora mismo no se me ocurre cómo. Por Fernando Navarro siento pasión desaforada desde que leí su ‘Malaventura’ hace ahora tres años, espoleado por un titular de IDEAL que firmaba mi querido y admirado José Enrique Cabrero: “‘Malaventura’, un western con aires de Tarantino en una Granada entre Sergio Leone y García Lorca”.
Desde entonces he escrito con desafuero sobre aquella colección de relatos encadenados escritos en andaluz. En andaluz de aquí. Del oriente. Esa modalidad de andaluz que hablamos la mayoría de ustedes y yo y que, cuando salimos fuera, suena tan peculiar. “¡La vin qué acento!”, nos dicen. Después llegaron los guiones de ‘Segundo premio’, una de las películas del año pasado, y de ‘Tierra de nadie’, uno de los exitazos de taquilla de este 2025. De todo ello les hemos ido dando cumplida información en IDEAL.
He aplazado el placer de leer ‘Crisálida’ hasta tener horas por delante. Sabía que, en cuanto la empezara, sólo querría permanecer sumergido en sus páginas. Buscaba, también, posibles noches de insomnio en las que mantener la luz encendida sin agobios o preocupaciones. Porque intuía que ‘Crisálida’ me iba a quitar el sueño. Como así ha sido.
La novela de Fernando Navarro comienza en el Sanatorio de tuberculosos de la Alfaguara, un lugar al que nos llevaban de excursión en EGB y/o BUP y que despertaba algunos de nuestros fantasmas. Y después está La Alpujarra, convertida en auténtico territorio mítico, escenario de un gótico sureño que ya nos avanzó Adelaida García Morales con ‘El silencio de las sirenas’, otra novela cuya lectura me marcó profundamente hace muchos años ya.
Una Alpujarra en la que hay bosques de secuoyas y desde la que se vislumbra La Montaña del Tigre. Una Alpujarra fuera del tiempo y el espacio a la que el Capitán arrastra a Madreselva, su mujer, y a sus hijos sin nombre hasta que se pierde su rastro. “Las montañas nos habían tragado y no iban a expulsarnos. No hasta que no quedaran ni huesos que digerir”.
Más terrorífica y más granaína, ‘Crisálida’ no puede ser. Los botellines de Alhambra contribuyen a fijarla en el territorio, por cierto. Y nos queda el habla. Pero de eso hablamos en un par de semanas, cuando Navarro venga a la Feria del Libro.
Jesús Lens
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