Esteban Navarro, policía y escritor

Hace unos días tuve la ocasión de conversar con una agente de la Guardia Civil que trabaja en la UCO, nada menos. Entre otros temas, charlamos de literatura. Y me confirmó lo que todo el mundo sabe: que el Cuerpo adora a Lorenzo Silva, creador de los personajes Bevilacqua y Chamorro y autor de un puñado de excelentes novelas que han contribuido a desmontar tópicos sobre la Guardia Civil, acercando su labor a miles y miles de lectores.

El impacto de las novelas de Lorenzo Silva ha sido tal que el 15 de noviembre de 2010 fue distinguido como Guardia Civil Honorario por su contribución a la imagen del Cuerpo. ¡Para que luego digan que la literatura policíaca es un mero entretenimiento sin trascendencia alguna!

 

Coincidió dicha conversación con una noticia que nos ha dejado estupefactos a los lectores españoles aficionados al Noir: el expediente abierto a Esteban Navarro, agente de la Policía Nacional, por su labor como escritor de novelas policíacas.

Escándalo internacional

Navarro, que fue finalista del mismísimo Premio Nadal en 2013 son su novela “La noche de los peones”, nunca ha cobrado por participar en presentaciones de libros o en festivales literarios dedicados al género negro y, en sus novelas, la imagen de la Policía Nacional es positiva y sale reforzada.

 

Destinado en Huesca desde hace muchos años, Esteban Navarro ha colaborado en la organización de un festival como es Aragón Negro y siempre ha sido un activista de la cultura, lo que contribuye a dar una visión moderna y comprometida de la Policía.

 

Paradójicamente -¿o no tanto?- la denuncia que ha motivado la apertura del expediente disciplinario ha partido de la propia comisaría en la que trabaja Navarro. Una denuncia que cuestiona si el autor se aprovecha de su condición de policía para promocionar sus obras y si su actividad literaria perjudica al cuerpo para el que trabaja.

En los tiempos de las redes sociales, internet, transparencia, big data, modernidad líquida, etcétera, etcétera, la primer parte de la denuncia me parece absolutamente gratuita. Ese “aprovecharse” carece de cualquier sentido. Somos lo que hacemos, para bien o para mal. Y la doble condición de policía y escritor, en alguien como Esteban Navarro, se refuerzan y se retroalimentan.

 

Además, insisto, Esteban Navarro nunca ha cobrado por dar charlas, participar en mesas redondas o presentar sus libros. Y, créanme, de la venta de libros, en este país, viven cuatro o cinco escritores, no más. Eso, tirando por lo alto.

 

Y lo que resulta inadmisible es lo de que su actividad literaria perjudica al cuerpo para el que trabaja. Eso solo lo puede sostener quien no haya leído su obra.

 

No sé en qué quedará esta acusación contra Esteban Navarro, pero me parece intolerable. Máxime cuando la Policía Nacional tiene programas de acercamiento a la sociedad para hacerse querer, además de respetar. Por ejemplo, esos carnés de Policía Infantil tan simpáticos y coquetos que regalan a los pequeñuelos que visitan las instalaciones de la Policía o cuándo ésta va a los colegios, a hablar de protección y seguridad.

En España, afortunadamente, cada vez hay más policías que escriben. Escriben ensayos y novelas. Libros que pueden o no estar basados en casos en los que los autores han participado o de los que tienen conocimiento directo. Libros que, por lo general, exudan realismo y conocimiento. Y lo que cuentan estos policías escritores, siempre respetando la confidencialidad y el deber de secreto a que están obligados, resulta especialmente creíble y atractivo a los lectores.

 

Una de las quejas más habituales que les escucho a mis amigos policías es que el cine y la televisión mienten como bellacos, lo que provoca que la gente tenga una idea falsa y distorsionada sobre cómo se conduce una investigación policial. ¿No resulta paradójico que, a la vez, se denuncie a un policía que escribe novelas, de forma seria, documentada y rigurosa, por perjudicar al Cuerpo en que trabaja? ¿En que quedamos?

 

El caso de Esteban Navarro ha calado en el mundo del noir hasta el punto de que los Comisarios de los distintos Festivales dedicados el género negro en España hemos suscrito este comunicado de apoyo al autor. Dice así:

A lo largo de las ediciones de los distintos festivales representados por este colectivo, hemos tenido la posibilidad de conocer al autor Esteban Navarro, quien ha asistido a las jornadas de muchos de ellos siempre con una excelente disposición tanto para la difusión de la literatura en general como del género negro en particular, llegando incluso a organizar algunas ediciones de Aragón Negro.

 

De igual modo, el citado autor, a lo largo de sus intervenciones, charlas y presentaciones, no ha hecho más que ofrecer una imagen respetuosa de las fuerzas del orden, sin menoscabar nunca la imagen de la Policía Nacional, y sin aprovecharse en ningún momento de su condición de miembro de la misma. Más bien ha contribuido, al igual que otros compañeros de otros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que también escriben novela negra, a normalizar y dignificar el desempeño de su labor profesional entre el público lector.

 

Por ello manifestamos nuestra más enérgica repulsa hacia la denuncia formulada contra dicho autor, en la que se alega que se ha beneficiado de su puesto, por ser miembro del Cuerpo Nacional de Policía, para promocionar sus libros y aumentar las ventas de los mismos. Al mismo tiempo, queremos alertar sobre actitudes como ésta, que suponen un ataque muy peligroso a la libertad de expresión y de creación de todos cuantos nos dedicamos, de una manera o de otra, a la difusión de la literatura en nuestra sociedad.

 

Jesús Lens

Juan Madrid y los perros que muerden

Juan Madrid está de vuelta. Y no ha venido solo. En su nueva cita con las librerías y con los lectores, está acompañado por un puñado de perros. Que él dice que duermen. Pero no. Son perros fieros que gruñen y ladran. Perros que muerden.

Hace unos meses, en Getafe Negro, tras la presentación de la extraordinaria novela de Andrés Pérez Domínguez estuve hablando con la gente de Alianza Editorial, que se mostró completamente entusiasmada con el nuevo libro de Juan Madrid. Que era un tocho gordo, me dijeron. De cerca de quinientas páginas. Y que era una de las grandes obras de uno de los maestros del noir español.

Por cuestiones de fuerza mayor, el lanzamiento de “Perros que duermen” se ha retrasado unos cuantos meses, que la enfermedad sorprendió a Juan justo en el momento en que se preparaba la primera edición. “Una enfermedad te puede impedir escribir e incluso matarte y es un fastidio. No conozco nada peor”, ha declarado un Juan Madrid felizmente recuperado.

Por fortuna y desde hace unos días, “Perros que duermen” ya está en librerías. ¡Y qué razón tenían los editores de Alianza! Efectivamente, estamos ante una de las obras capitales de Juan Madrid, lo que es tanto como decir que estamos ante una de las obras capitales de la narrativa española contemporánea.

 

Tras varias novelas en las que Juan ha escrito sobre algunas de las lacras de la sociedad contemporánea, de la burbuja inmobiliaria y las políticas especulativas a la gentrificación –mucho antes de que ese horrible nombre se hiciera popular en los medios de comunicación- y a la corrupción; en “Perros que duermen”, el autor vuelve su mirada al pasado. A nuestro pasado. Al pasado de la historia de España.

Por mucho que algunos se obstinen en olvidar y enterrar, hay heridas del pasado que siguen supurando y que, mientras no se curen, jamás podrán cicatrizar. Como señala el autor: “Necesitaba contar esta historia. Se lo debía a mis padres, que lucharon en la guerra y me transmitieron sus sueños. Estuve más de dos años trabajando en ella, aún creo que no he terminado de escribirla. Ahora hay sombras por todas partes y muchas de ellas generadas en la guerra. Otras son de ahora, pero nacieron antes. Este es un país de sombras”.

 

De esas heridas y de esas sombras habla Juan en una novela que abarca un arco temporal que ocupa los años de la Guerra Civil y el primer periodo de la posguerra, cuando todavía había esperanzas de que el contexto internacional influyese en España, mientras los franquistas y la Falange se enzarzaron en una guerra sin cuartel por el control del gobierno.

Los protagonistas de “Perros que duermen” son, por una parte, Juan Delforo hijo, uno de los personajes recurrentes en la narrativa de Juan Madrid, a través del que ha construido una metaliteratura muy interesante, y Juan Delforo padre, un militar republicano que luchó en la defensa de Madrid y que es detenido y condenado a muerte, al final de la guerra.

 

Por otra parte está Dimas Prado, un falangista al que se encarga la investigación de un salvaje asesinato, en el Burgos de 1938: un jerarca de los nacionales ha asesinado a una prostituta y, después, se ha ensañado con el cadáver. Prado investigará dicho crimen y, posteriormente, intervendrá para evitar el fusilamiento de Delforo.

 

A partir de ahí, Juan Madrid traza un fresco, gris y sombrío, sobre unos años de plomo en los que todo fue desesperanza, miseria, dolor y podredumbre, física y moral. Años en los que a algunos solo les quedó la resistencia, como actitud vital.

“Perros que duermen” es una novela que narra, con la fuerza arrebatadora que caracteriza la prosa de Juan Madrid, los años de plomo del siglo XX español. Una novela en la que las balas siembran de cadáveres buena parte de sus páginas y en la que la investigación de un asesinato, durante lo peor del horror, se convierte en perfecta metáfora de la locura.

 

Como metafóricos son los perros a los que alude Juan Madrid en el evocador título de su novela. Esos perros que duermen, pero que, en cuanto te descuidas, muerden.

 

Jesús Lens

Twin Peaks y sus gemelos

No existe un tutorial en Internet para aprender a ver “Twin Peaks”. Ni para entenderlo. De hecho, querer entender “Twin Peaks” es tan inútil como tratar de encontrarle un estribillo a la caótica música de Trent Reznor, buscarle significado a la agónica pintura de Egon Schiele o descubrir un patrón alfanumérico en las llamas que devoran un bosque.

Ha vuelto “Twin Peaks”, veintisiete años después. David Lynch ha cumplido la promesa que Laura Palmer le hizo al agente Dale Cooper. Y aquí estamos todos, estupefactos frente a la pantalla, sin dar crédito a lo que vemos. Y a lo que escuchamos. Porque Lynch ha vuelto más surrealista, hermético y complejo que nunca. Pero, ¿qué esperaban? ¿Una sencilla receta tradicional de tarta de cereza? ¡Por favor!

Estos días se leen muchas cosas sobre “Twin Peaks”, la serie original. La nueva nos ha cogido tan a contramano que aún estamos rumiando sus primeros dos episodios y no es cosa de hacer juicios acelerados que terminen retratándonos por siempre jamás.

Una de las frases que se oyen por ahí es que la serie de los noventa por antonomasia ha envejecido mal. Y no, oigan, no. Aquí, los que envejecemos somos los espectadores. Y que lo hagamos bien, mal o regular, depende de nosotros. Que las series, las películas, los discos y los libros no cambian y son siempre los mismos.

 

Les confesaré una cosa: en estos veintisiete años he visto “Twin Peaks”, completa, hasta en cuatro ocasiones. Que yo recuerde. Por ejemplo, aquellos jueves en que Tele5 estrenaba el capítulo semanal de la serie, no había nada más importante que estar en casa, fijos frente a la televisión. ¡Si las calles se quedaban medio vacías, todos locos por saber quién había matado a Laura Palmer!

Después llegó el error, tantas veces denunciado por el mismísimo David Lynch, de hacerlo público. Y de contarlo. Y eso que la respuesta era la más terrible de las posibles. La más dura. La más inaceptable. Pero todo eso ya es historia. Porque, una vez resuelto el enigma principal, “Twin Peaks” nos regaló tantos personajes locos, tantos momentos surrealistas y tantas situaciones disparatadas, que nos hizo suyos.

 

Desde aquel lejano 1990, insisto, he vuelto a ver la serie completa varias veces. Un mes de septiembre, por ejemplo, con mi hermano, abrasándonos las pestañas, bien metidos en la madrugada con los ojos enrojecidos y esa oferta que nunca se puede rechazar: ¿un episodio más y lo dejamos? Solo uno. Otro capítulo y nos vamos a dormir.

 

Volví a devorar “Twin Peaks” cuando ya estaba metido en los treinta. Y, pueden creerme, no había envejecido nada de mal… Es más: ¿adivinan qué hice, años después, para comprobar si me había asaltado la crisis de los 40? Efectivamente. Y no. Ni asomo de crisis. De hecho, estoy más mordido por Lynch que nunca. Con decirles que hace unos días volví a ver “Twin Peaks. Fire walks with me”, la película que David dirigió en 1992, en la que se contaban los últimos días de la vida de Laura Palmer, y me pareció extraordinaria… ¡Con lo poco que me gustó en su estreno! ¡Y lo que me costó, las siguientes veces que la he visto! Ahora, sin embargo, me parece magistral. ¿Cosas de la edad?

También he aprovechado para revisar “Carretera perdida”. ¡Y me ha parecido igualmente colosal! La quintaesencia del David Lynch más noir que, como los maestros, vuelve una y otra vez a sus temas de referencia. En la venerada “Terciopelo azul”, sin ir más lejos: el enfrentamiento del joven inocente y virginal con el veterano gángster que representa el mal absoluto. El paladín que trata de arrancar a la dama de las tinieblas en que está atrapada, para conducirla de vuelta a la luz. Solo que la dama no se deja y, en el camino, se pierde la inocencia.

He visto el documental “David Lynch, The Art Life”, sobre su forma de afrontar el proceso creativo, cuando pinta. Que Lynch, antes que cineasta, fue pintor. Que estudió Bellas Artes. Y que, en Granada, pudimos ver la exposición “Action-Reaction: El universo creativo de David Lynch”. ¡Ahí es nada!

 

Estos días, además, he terminado de leer “La historia secreta de Twin Peaks”, un libro descacharrante en el que Mark Frost, el otro creador de la serie, aporta infinidad de datos e información sobre qué pasa en el pueblo maderero y en su entorno. Un libro fresco, rico y muy visual en el que confluyen todas las conspiraciones posibles… y algunas hasta imposibles, de Roswell, los OVNIS y el asesinato de Kennedy a Aleister Crowley, los masones, los boy scout y la teosofía. Una joya bibliográfica que termina de convencerte de que, efectivamente, las lechuzas no son lo que parecen.

Con este bagaje me he sentado frente al televisor, excitado como un adolescente ante su primera cita, para ver el regreso de “Twin Peaks”. Y, afortunadamente, los dos primeros episodios son el puro caos, el desconcierto y el sindiós argumental que podíamos esperar de la mente de un David Lynch que, para volver, puso una condición: libertad creativa absoluta. Y eso, cuando se le brinda a un tipo como Lynch…

 

Al terminar el arranque de la nueva entrega de “Twin Peaks”, cogí una silla y me senté en el salón de mi casa, frente al cuadro “Tarta de cerezas”, de la maravillosa artista Irene Sánchez Moreno. Un cuadro que le encargué para ilustrar uno de mis libros, “Café Bar Cinema”, en el que el Doble R y el Roadhouse del pueblito maderero tienen tanta importancia. Y traté de buscar respuestas. Y allí sigo, sentado, tratando de comprender.

Insisto: el término “gustar”, en este caso, no aplica. Volviendo al principio de este artículo, no es un término que tenga sentido en el particular universo, onírico y surrealista, de Lynch. Un Lynch que, por si alguien abrigara alguna duda, va a contar lo que le dé la gana y como le dé la gana.

 

Sí. Hay un asesinato. Sí. Está la señora del leño. Sí. Está Dale Cooper. Y la inmensa mayoría de los protagonistas originales de la serie. Aunque Lynch nos los irá racionando. Con decirles que incluso aparece ella, ¡la mismísima Laura Palmer!

Nicole LaLiberte and Kyle MacLachlan in a still from Twin Peaks. Photo: Suzanne Tenner/SHOWTIME

La habitación roja se da la mano con un bar molón: el nuevo y remozado Roadhouse, con el atractivo neón de “Bang Bang”. Y las habitaciones cutres de hotel conviven con cabañas escondidas en lo más intrincado del bosque. Y en Nueva York hay una habitación en la que hay una enorme jaula. De cristal. Son 18 capítulos nuevos de “Twin Peaks”. Van dos. Y David Lynch, por supuesto, ya ha armado el taco.

 

Jesús Lens

Carlos Salem, el pirata Noir

Es difícil verle sin su pañuelo negro en la cabeza, seña de identidad de un Carlos Salem que sabe que todo importa. Que todo significa. Que todo suma.

Lo podrán comprobar ustedes el próximo jueves, a partir de las 20.30, en la entrevista que le haremos en Facebook, retransmitida a través de la página de Granada Noir, en directo, desde el CaraDura Bistrot de Álvaro Arriaga.

 

Porque el tercero de los Encuentros Especiales que organiza el Festival andaluz dedicado al género policíaco, con la colaboración de Cervezas Alhambra, nos permitirá desentrañar los secretos de la obra de uno de los autores más conocidos y respetados de la escena literaria contemporánea. Y uno de los más prolíficos y versátiles, por supuesto.

No hay género literario en el que Carlos Salem no destaque. Estos días, por ejemplo, ha venido a Granada para participar en un valiente Festival Internacional de Poesía que lleva el transgénero por bandera, mestizo y lúcidamente abierto a las más variadas disciplinas. Viene a recitar, claro. Pero podría venir a otras muchas cosas.

 

A Carlos Salem le encontrarán, también, en Twitter y en Facebook, donde tiene legiones de seguidores; decenas de miles de personas que disfrutan de sus aforismos, micropoemas y juegos de palabras. Porque, en el siglo XXI y abundando en McLuhan, el medio sigue siendo el mensaje, pero además, hay que adecuar el mensaje a cada medio. Lo que es un reto, un desafío, una oportunidad que Salem ha sabido aprovechar.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Nacido en Argentina, en 1959, este porteño de verbo fácil y personalísima voz rota, reconocible desde kilómetros de distancia, vive en España desde 1988, a donde llegó en su calidad de periodista. Pasó varios años alumbrándonos desde dos atalayas muy particulares: el Faro de Ceuta y el Faro de Melilla, periódicos radicados en ciudades fronterizas, a caballo entre dos países, dos culturas, dos continentes, dos mundos.

 

Y, aunque dejó el periodismo de plantilla y redacción, el periodismo nunca le dejó a él, que sigue colaborando con medios de comunicación de todo el mundo y en todos los formatos: impresos, digitales, radiofónicos y televisivos.

 

Como cuentista, Carlos Salem también es un maestro consumado. Sus relatos forman parte de las mejores antologías, sean de género negro, rojo o verde. Está, por ejemplo, en “Obscena. Trece relatos pornocriminales”, editada por Alrevés, compartiendo espacio con Fernando Marías, Juan Ramón Biedma, Marta Robles, Empar Fernández, Carlos Zanón o Susana Hernández, entre otros.

Y están sus propios libros de cuentos, por supuesto. Libros que, desde sus títulos, ya están contando: “Yo también puedo escribir una jodida historia de amor” y “Yo lloré con Terminator 2 (relatos de cerveza-ficción)”.  O, más recientemente, el que debería ser libro de cabecera para todos los que amamos los bares y la birra casi por encima de cualquier otra cosa: “Relatos negros, cerveza rubia”, publicado por Navona y protagonizado por algunos de los personajes de cabecera de un autor que, a lo largo de su obra, ha ido creando un personalísimo universo mítico.

 

Ahí está Lolita, por ejemplo, una camarera de rompe y rasga. Está Harly, el más violento de entre los sensibles. Y los polis, el Gato y el Perro. Y Tony y Ray, haciendo oposiciones para el casting de una película de Tarantino. Y, por supuesto, está Poe, ese escritor como los de antes, de los que escriben con su sangre en las servilletas de papel, acodado en la barra mientras bebe la vida al pasar.

 

“Relatos negros, cerveza rubia” conducen al lector por un universo noctámbulo y canalla en el que la literatura y la vida se dan la mano sobre la barra del bar, junto al entrechocar de las copas.

 

Y están las novelas. Las novelas de un Carlos Salem erigido en el mejor y más ácido cronista de la sociedad española del siglo XXI. Cronista de los tiempos de la burbuja en que creíamos ser ricos. Cronista del colapso posterior, cuando todo aquello que creíamos que era sólido resultó ser fangoso, turbio y putrefacto.

 

En “Muerto el perro”, editado por Navona, el personaje de Piedad representa a la perfección esta España nuestra, que un buen día se acuesta rica, señorona y relajada y, a la mañana siguiente, amanece viuda, corneada y con la empresa de su difunto marido en quiebra, podrida de deudas. Y no le quedará más remedio que espabilar, para salir adelante.

Con “En el cielo no hay cerveza”, por su parte, Carlos cuenta la historia de un asesino en serie que ha decido ensañarse con los periodistas más afamado de la telebasura española. ¡Ahí es nada! Protagonizada por Diosito, ese freak con ánimo de revancha contra la sumisión pasotista de su hermano Jesús y uno de los personajes de referencia en la narrativa de Salem; “En el cielo no hay cerveza” también acoge a Poe, al Gato y al Perro y a una sensacional Magdalena, a la sazón, un transexual colombiano del que Diosito estaba locamente enamorado. Muy locamente…

 

Y, ahora, la noticia. ¡La gran sorpresa! La editorial Navona ha recuperado “Camino de ida”, posiblemente, la mejor novela de Carlos Salem y, desde luego, la que a mí me convirtió en fan furibundo de su narrativa, de su forma de escribir y de su manera de ver el mundo. Y de contarlo. Porque hablamos de una novela de viajes trufada de género negro, con situaciones surrealistas y astracanadas salvajes protagonizadas por personajes más grandes que la vida.

 

Humor, sangre, ternura, comprensión, sexo, solidaridad y una ácida, lúcida y atenta mirada a lo que nos rodea constituyen el ADN creador de Carlos Salem, el pirata bueno del Noir contemporáneo.

 

Jesús Lens

Cuando el Mercurio es Oro Noir

El Mercurio es un extraño elemento químico que, con el símbolo Hg y número atómico 80, nos sorprendía enormemente en clase de ciencias naturales. En la literatura antigua se describía al mercurio como plata líquida y en el siglo XXI, para quienes nos tomamos la Vida en Serie, es auténtica plata de ley.

Porque Jed Mercurio es el creador y guionista de unos de los mejores policiales de los últimos tiempos: “Line of Duty”, expresión que se traduce como “Cumplimiento del deber”, pero ya saben ustedes que la tendencia es, de un tiempo a esta parte, a respetar los títulos originales de series y películas, otro incentivo más para aprender idiomas…

 

Si no han empezado a ver esta serie y yo les digo que “Line of Duty” tiene tres temporadas estrenadas en España, que la cuarta se acaba de emitir en la BBC1 del Reino Unido, que hay una quinta temporada comprometida y una más que probable sexta entrega en el horizonte; ustedes podrían desistir, al no estar dispuestos a invertir un desmesurado puñado de horas en ponerse al día con esta serie. ¿Será por estrenos de primeras temporadas?

Pero déjenme que les diga que… ¡se equivocarían! En primer lugar, porque estamos ante uno de los más intensos y vívidos procedurales de la televisión contemporánea. Y de la de todos los tiempos, como la enorme cantidad de premios y distinciones que atesorada “Line of Duty” dan fe. Considerada como una de las mejores series de la historia de la BBC, cada una de sus temporadas ha sido un arrollador éxito de audiencia en el Reino Unido.

 

Pero es que, además, cada temporada de la serie consta únicamente de seis episodios. Intensos, adrenalínicos y espídicos episodios de una hora de duración. Pero solo seis por temporada, detalle que convierte el visionado de “Line of Duty” en una ansiosa lucha contra ti mismo… para no verla entera del tirón, como si fuera una película larga.

Y les aseguro que cuesta. Cuesta trabajo dejar de ver el siguiente episodio, una vez que estás metido en faena. ¡Es lo que tienen los adictivos guiones de Mercurio!

 

Los protagonistas de la serie son tres agentes de policía adscritos a la unidad AC12, esto es, la Unidad Anticorrupción. Y su trabajo es, lógicamente, detectar a los policías corruptos que hay en el cuerpo, investigarlos y conseguir pruebas contra ellos. Para ello, han de infiltrarse en las unidades en que actúan los sospechosos. Y, ni que decir tiene, su trabajo no es nada de fácil. Ni de agradecido. Que ser la policía de la policía y cuestionar los métodos y las actuaciones de sus compañeros les convierte en tipos incómodos. Por decirlo suavemente.

 

Les decía antes que estamos ante uno de los grandes procedurales de la historia de la televisión. Que el palabro, procedural, es feo. Pero resulta muy ilustrativo de qué queremos decir: aunque en “Line of Duty” hay secuencias de acción vertiginosas, lo mejor de la serie viene dado por la minuciosa recreación del procedimiento investigador, con especial énfasis en los interrogatorios en que los protagonistas muestran pruebas, documentos, grabaciones, registros y fotografías a los investigados.

Unas veces, tratan de determinar si su actuación fue correcta o no, sencillamente. En otras ocasiones, sin embargo, se trata de pillarles en flagrante contradicción o incriminadora mentira. De ahí que haya interrogatorios que, gracias a la pericia de los interrogadores, queden elevados a la categoría de una de las Bellas Artes. O que se conviertan en auténticos duelos dialécticos y desafíos de lógica deductiva que dejan extenuados a todos los participantes, incluyendo al espectador; generando momentos de tensión inenarrable.

 

Ese es el gran logro de Mercurio: haber elevado el interrogatorio a una dimensión superior, convirtiéndolo casi en un género en sí mismo. Y eso que el showrunner de “Line of Duty” nada tiene que ver con la policía: hablamos de un médico que se apuntó a un curso de aviación militar con la RAF para convertirse en doctor de altos vuelos y que un buen día respondió a un anuncio de la BBC en que se pedía asesoramiento para una serie de temática hospitalaria.

 

Fue seleccionado y trabajó en “Cardiac arrest” entre los años 1994 a 1996, generando una fuerte polémica por la visión desmitificadora que dio de la vida de los hospitales. Que fuera seleccionada por los médicos británicos como la serie más realista jamás filmada sobre su gremio hizo que el nombre de Mercurio empezara a cotizarse alto.

Mercurio aprovechó para escribir una novela, “Bodies”, sobre dos hermanos ginecólogos que trabajan en un mismo hospital. Él mismo se encargó de adaptarla al formato televisivo y su emisión, entre 2004 y 2006 fue otro gran éxito, haciéndose acreedora de varios galardones.

Su segunda novela, “Ascent”, fue un hit de ventas en la que Mercurio cambió radicalmente de tema para contar la historia de la hipotética llegada de los rusos a la luna, antes de que lo hubieran hecho los yanquis. Y, por fin, “Un adulto americano”, publicada en España por Anagrama y en la que el autor hace una divertida y ácida sátira sobre las urgencias sexuales del presidente Kennedy, quien sostenía que si pasaba más de tres días sin mantener relaciones sexuales, le asaltaban unas letales migrañas que le dejaban completamente impedido.

¿Es o no es un tipo interesante, este Mercurio? Pues ya saben. Si les gustan las historias policíacas con haz y envés, con luces y sombras, con héroes que se convierten en villanos y villanos que se redimen hasta convertirse en héroes, “Line of Duty” es su serie.

 

Jesús Lens