Feria del Libro en clave Noir

Me preguntaban de la Feria del libro de Granada, que alcanza ahora su ecuador, por una recomendación literaria para estos días. Elegí “Piel de topo”, la novela más reciente de Jon Arretxe, publicada por la editorial Erein. Y daba mis razones: se trata de una novela negra que aborda el género tal y como yo lo entiendo, iluminando los rincones oscuros de nuestra sociedad, sacando a relucir sus contradicciones y mostrando las grietas que la amenazan: racismo, corrupción, gentrificación, precariedad… Y es que Toure es mucho Toure, como ya comentamos aquí, en esta misma sección.

Paseando estos días por las casetas de la feria, he visto muchas novelas de autores adscritos al Noir que no suelen decepcionar y que, por tanto, les aconsejo que compren… y lean.

Empecemos por uno de los grandes baluartes del género, el griego Petros Markaris, figura de talla internacional que acaba de publicar “Offshore”, en Tusquets, protagonizada por uno de nuestros personajes favoritos: el comisario Kostas Jaritos, enfrentado a un caso de corrupción y blanqueo de capitales. ¿Ven lo que les decía? ¿Es posible un género narrativo más apegado a lo que pasa en la calle… y en los despachos del poder?

 

Lean, lean a Markaris para saber qué es esto de la Crisis, qué la provocó, que efectos y consecuencias ha tenido… y si podemos darla por enterrada. Aquí escribimos de él, por ejemplo.

Otro grande de las letras negras internacionales, el galo Pierre Lemaitre, vuelve a las librerías con “Recursos inhumanos”, en Alfaguara. Si el título ya es suficientemente expresivo, atentos a la pregunta que nos plantea la novela: ¿Puede el paro convertirnos en una bomba de relojería? Y, de inmediato, la respuesta: “Con humor, crudeza y un realismo brutal, Lemaitre explora el lado más inmoral del mundo empresarial y los efectos perversos que el desempleo puede llegar a tener en cualquiera de nosotros”.

Reconozco que mi relación –lectora- con Lemaitre no es sencilla. En ocasiones lo he amado hasta el paroxismo y, a veces, he sentido unas irrefrenables ganas de romper con él, romper las páginas de sus libros y hasta de romperle… bueno. Dejémoslo ahí. Lo que está claro es que el ganador del premio Gongourt de 2013 no deja indiferente a nadie y que esta “Recursos inhumanos” promete emociones fuertes. (Aquí, argumentos a favor y no tan a favor de Lemaitre)

 

Pero volvamos al Noir patrio, al más cercano y de andar por casa. Empezando por ese “Cine Aliatar” publicado por la granadina editorial Valparaíso y que José María Pérez Zúñiga presentó hace unos días, en loor de multitudes. Yo ya lo tengo. Y estoy loco por hincarle el diente. Que el protagonista es un enfermo de cine cuya vida tiene varios misterios por desentrañar.

No tardaré en contarles qué tal. Y si todavía no la he emprendido con ella es porque estoy en mitad de “Mientras mueres”, un thriller de Javier Hernández-Velázquez, publicado por Alrevés, cuya trama trascurre entre varias ciudades alemanas: Berlín, Colonia, Mönchengladbach… y Santa Cruz de Tenerife. Y es que, en el futuro distópico planteado por el autor, las Islas Canarias pertenecen a Marruecos, pero siguen acogiendo a una nutrida colonia alemana… (Aquí, más sobre Javier)

También me he hecho con todos los tebeos de Antonio Altarriba, desde “Yo asesino” a “El perdón y la furia”, una recreación de la figura de Ribera encargada por el mismísimo Museo del Prado; pasando por sus dos obras biográficas, publicadas por Norma: “El arte de volar” y “El ala rota”, de la mano del gran dibujante Kim. Y, hablando de cómic, el jueves a las 20 horas se presenta en la Feria del libro una novela gráfica con trazas de apasionante: “Camus. Entre justicia y madre”, de José Lenzini y Laurent Gnoni, igualmente publicado por Norma. De la mano de la Fundación Tres Culturas y de la Alianza Francesa de Granada, es una de las citas obligatorias para estos días. Aquí, toda la información.

Además de todo ello, estoy encantado de que una nueva, joven y dinámica editorial haya abierto sus puertas en Granada: se llama Artificios, su responsable es la incansable Ana Morilla y, entre sus primeros títulos, “La tercera planta”, ópera prima de la joven escritora Patricia Moreno, una mezcla entre género negro y novela de amores, sexo, celos y venganza que podríamos denominar como Romantic Noir, en la línea de la obra más reciente de la periodista Marta Robles: “A menos de cinco centímetros”.

Si es usted, amable lector, seguidor habitual de esta sección, a buen seguro que ya se habrá hecho con las novelas de Francisco Gómez Escribano y Pere Cervantes, “Manguis” (Erein) y “Tres minutos de color” (Alrevés), de las que hemos hablado con anterioridad, mucho y bien. Y con “Los ángeles de hielo” de Toni Hill, publicada en Grijalbo, o con las novelas de Empar Fernández y Juan Ramón Biedma, publicadas por Off Versátil. Como tampoco habrán dejado pasar las novelas de Carlos Bassas del Rey, que la última, “Mal trago”, enlaza con lo que escribía al comienzo de estas líneas.

Sí. Es complicado estar al día de todo lo que se publica en el universo del Noir. Fíjense la cantidad de nombres que hemos deslizado en estas líneas. ¡Y no hemos hecho referencia a ningún autor americano, ni del norte, ni del centro ni del sur! Por no citar, no hemos citado ni a un solo nórdico…

 

Y es que universo literario negro y criminal es tan amplio, variado, vasto y polifónico que… ¡no se termina nunca! Afortunadamente…

Por cierto: ¿saben ustedes qué maestro histórico del género negro español y muy, muy cercano a nosotros; está a punto de publicar nueva novela? Pues permanezcan atentos a estas páginas. La respuesta, muy pronto.

 

Jesús Lens

La música del Noir contemporáneo

Si tuviera usted menos de cinco segundos para señalar con qué música se identifica más y mejor el género negro y criminal, ¿qué diría? El jazz, posiblemente. Y razón, no le faltaría. Pero, aunque no tardaremos en dedicar una entrega de El Rincón Oscuro a la influencia del jazz en el género, hoy les quiero hablar de cinco nombres alternativos que, con su música, están llevando al Noir cinematográfico a otra dimensión.

Comencemos por la más reciente, la imprescindible “Comanchería”. Es una de esas películas, extraordinaria, en la que cada pieza del puzle encaja a la perfección. Por ejemplo –y por supuesto- la banda sonora, compuesta por una de esas personalidades distintas y a contracorriente, diferente, original, única y casi siempre magistral: Nick Cave.

 

Efectivamente, el crooner australiano de la voz rota, el genio de las visiones surrealistas y las imágenes poéticas imposibles, el trovador del lado oscuro; compuso la banda sonora de “Comanchería” junto a Warren Ellis. Y ambas, música y película, se adaptan, se acoplan y se retroalimentan en perfecta simbiosis, como desierto polvoriento y serpiente ondulante, recio cowboy y espuelas desgastadas o ranchera baqueteada y gasolinera desvencijada.

 

Para “Hell or high water”, que es como se titula originalmente la película de David Mackenzie, el dúo conformado por Cave & Ellis ha creado una música elegíaca y nostálgica, crepuscular, de mundo que se termina y civilización en plena descomposición: muchos graves, mucho bajo, mucho acorde repetido una y otra vez, sin resultar reiterativo.

 

Son tiempos prolíficos para un Nick Cave que, tras la trágica muerte de su hijo, además de este trabajo ha editado nuevo disco con su banda de toda la vida, The Bad Seeds, esas Malas Semillas que germinan entre la muerte y la violencia. Y es que, para los aficionados al Noir, el disco titulado “Murder Ballads” es de escucha obligatoria.

 

Y, como compañero de viaje de Cave por la Comanchería, Warren Ellis, otro músico y multiinstrumentista australiano radicalmente fuera de modas o tendencias que lo mismo toca el piano, el violín, la mandolina, la guitarra, la flauta o el mismísimo bouzouki griego. Miembro esporádico de The Bad Seeds, ha colaborado con Cave en otras bandas sonoras. Como la igualmente reseñable y apocalíptica ”The road”, cinta basada en la novela de Cormac McCarthy y que tanto tiene que ver con el universo oscuro y decadente de las carreteras secundarias de la vida, demasiado poco transitadas y cada vez por menos gente.

 

Ahora si bien, si hablamos de tipos con personalidad propia, resulta imprescindible y obligatorio hablar de Trent Reznor, el mítico líder de la no menos mítica banda Nine Inch Nails y que, junto al músico, productor e ingeniero Atticus Ross y al cineasta David Fincher, han conformado un creativo y productivo trío estable que les ha llevado a colaborar hasta en tres películas: “Los hombres que no amaban a las mujeres”, adaptación de la famosa novela sueca de Stieg Larson, “La Red Social” y “Perdida”, ejemplo perfecto del llamado Domestic Noir.

 

La música que firman Reznor & Ross en sus incursiones cinematográficas es una prolongación de su estilo tecno, oscuro, ambiental, post industrial y electrónico. Un fascinante e hipnótico rock alternativo que conduce a la obsesión y a la ansiedad, potenciando la paranoia de los personajes.

 

Y es que Reznor, desde que vio “Taxi Driver” y escuchó la excepcional banda sonora compuesta por Bernard Herrmann para el film de Scorsese, supo que la música es un elemento esencial para la construcción de la atmósfera cinematográfica de una película. De ahí que sus composiciones para las cintas de Fincher, tan opresivas y angustiosas, contribuyan en gran medida a mostrar al público la pesadumbre que se cierne sobre los personajes. De hecho, por su trabajo en “La Red Social”, en la que se cuenta el origen de Facebook, Reznor y Ross ganaron el Óscar a la Mejor Banda Sonora Original.

 

Es una pena que los próximos proyectos cinematográficos de Fincher sean, sobre el papel, tan poco excitantes: remakes de “Extraños en un tren”, sobre la novela de Patricia Highsmith que ya fue llevada al cine por Hitchcock, y una continuación de “World War Z”. Menos mal que, con Netflix, sí está desarrollando proyectos televisivos interesantes, como “Mindnunter”, sobre la unidad especial que el FBI creó para combatir a los asesinos en serie. Se estrena en octubre de este año y, por supuesto, estaremos muy atentos a ella.

 

Y el quinto elemento de esta hornada de músicos que, con su arte y su trabajo, están llevando al Noir a dimensiones sónicas desconocidas hasta la fecha, es Jóhann Jóhannsson, nacido en Islandia en 1969. Tras estudiar idiomas y literatura y tocar la guitarra en un grupo indie, en 1999 contribuyó a poner en marcha el proyecto Kitchen Motors, que es a la vez un grupo de reflexión, una organización de arte y un sello discográfico que propicia y fomenta la colaboración interdisciplinar entre artistas de punk, jazz, música clásica, metal y música electrónica.

 

Y fue de estas experiencias musicales de las que nació el propio estilo de un Jóhann Jóhannsson que ha hecho pareja creativa con el cineasta Dennis Villeneuve, firmando las bandas sonoras de sus películas más negras y criminales: “Prisioneros” y la excepcional “Sicario”, uno de los grandes títulos del Noir contemporáneo cuyo sonido metálico y acerado contribuye a crear esa opresiva atmósfera, cruel, fría y desapasionada, que tanto impone al espectador.

 

Un Jóhann Jóhannsson que, en estos momentos, está trabajando en la banda sonora de “Blade Runner 2049” y que, dirigida por Villeneuve, es una de las películas más ansiadas por cientos de miles de espectadores que la esperamos con tantas expectativas… como temores, miedos y suspicacias.

 

Jesús Lens

Inteligencia Artificial y Ciencia Ficción Noir

Cuando Sergio me dijo que tenía que leer “Tom Z. Stone imagine”, de J.E. Alamo, una novela negra protagonizada por un zombi, pensé que se estaba quedando conmigo, mofándose de mí al saber que sigo enganchado a “The Walking Dead”.

Pero resultó que no. Que era verdad. Que la novela existe. Y J.E. Álamo también. Entonces pensé que al pobre Sergio le había sentado mal el refresco que se estaba tomando. Porque Sergio Vera Valencia, sépanlo ustedes, es uno de los mejores lectores de novela negra de este país. Y uno de los críticos con más fundamento y más acerados que conozco. Además, organiza el más grande de los pequeños festivales dedicados al género: Casas Ahorcadas, que toma su nombre del premiadísimo y modélico club de lectura conquense que Sergio dirige desde hace años.

Sergio con otro crack: Alexis Ravelo

Horas después de aquella charla, para averiguar si Sergio había recuperado la lucidez, le pregunté por lo del zombi noir. Y volvió otra vez a la carga, asegurando que Tom Z. Stone era el mejor heredero posible que jamás tendría el Philip Marlowe de Chandler. Tan seguro estaba de ello que unos después de nuestra vuelta de Pamplona Negra, me encontré en el buzón el libro de marras.

¿Y saben que les digo? Que, como no podía ser de otra manera, Sergio tenía razón: no solo es que la trama funciona y el universo zombi resulta perfectamente creíble, sino que Tom Z. Stone es un personajazo, Mati, su ayudante, también es una crack, la clienta con la que arranca la historia podría tener perfectamente las facciones de Lauren Bacall y el malo de la función no tendría empacho en vérselas con el mismísimo Kingpin, el archienemigo de Daredavil.

Vamos, que me ha gustado tanto Tom Z. Stone que odio a J.E. Álamo por haberse adelantado a una idea que me habría encantado tener a mí. Un odio cordial, por supuesto. Un odio creativo, además, que me ha llevado a tratar de ser original y a la plantearme la posibilidad de abordar el Noir desde la creciente ola de Inteligencia Artificial que nos invade por los cuatro costados. Que es lo que SOY (*), mi robot, me está pidiendo a voces.

Los robots no han tenido mucha fortuna en el género negro, la verdad sea dicha. Literariamente –y literalmente- inexistentes, en el cine ha prevalecido el modelo de Robocop o Terminator: máquinas de matar cuyo hecho diferencial reside en sus habilidades bélicas… y en la frialdad con la que toman las decisiones. Fríos como el acero del que están fabricados… hasta que se les cruza cualquier mocoso por delante. Eso suele hacer que a las máquinas se les crucen los cables, convirtiéndose en tiernos y cualficadísimos cuidadores de menores de edad en proceso de maduración, de exuberantes damas en apuros y hasta de ancianos con problemas para cruzar las calles por los pasos de cebra.

¿No resulta tan elocuente como tristemente sintomático que el mejor noir protagonizado por robots sea el “Blade Runner” de Ridley Scott, filmada en 1982? Con permiso de “Minority Report”, dirigida por Steven Spielberg en 2002. Que no puede ser casualidad que ambas estén basadas en historias de Philip K. Dick, autor de la mítica “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” que está en el origen de la cinta sobre Replicantes protagonizada por Harrison Ford.

Más allá de los robots, si nos centramos en historias basadas en la Red, el Big Data y la tiranía de los algoritmos, esperábamos mucho de “Blackhat”, de Michael Mann, subtitulada en España como “Amenaza en la red”. Y resultó ser un fiasco terrible. Un despropósito impropio de alguien como Mann.

Por ahí tenemos “Sneakers”, de 1992, con Robert Redford y estrenada en España con el lamentable título de “Los fisgones”, lo que les permite aventurar el escaso éxito que tuvo, ¿verdad? “Firewall”, con Harrison Ford, tampoco llegó muy lejos.

Nos quedarían “Pi”, del contradictorio Darren Aronofsky y, si rizamos el rizo, la primera Trilogía de “Matrix”, que amenaza con una continuación en la que volvería a estar Keanu Reeves, pero ¿es de esto de lo que estamos hablando?

¿Tendrá que venir Blade Runner 2 a poner orden en este sindios?

 

Más interesantes son los documentales y las películas sobre Snowden o Julian Assange y las filtraciones masivas de datos. Incluso, si me apuran, los biopics sobre personalidades tan complejas como las de Steve Jobs o Mark Zuckerberg contienen esencia de thriller, especialmente la oscura y extraordinaria “La red social”, de David Fincher.

Pero no es eso de lo que hablamos cuando hablamos de incorporar la Inteligencia Artificial al género negro. En series como “24” o “Homeland” sí han sabido adaptar mejor las nuevas tecnologías a sus tramas e historias, que un analista de Unidad Anti Terrorista armado con un portátil puede ser más letal que un avión cargado con misiles nucleares. Y está el tema de los drones. Pero seguimos eludiendo la cuestión y soslayando el hecho de que el Noir está a años luz de los avances científicos y tecnológicos que nos rodean.

¡Esa Chloe de 24!

¿Y la ciencia ficción? ¿Hay ciencia ficción negra y criminal que resulte creíble y atractiva? Porque, de lo contrario, habría que empezar a pensárselo…

(*) Aquí pueden conocer más de cerca a SOY, mi Robot, una presencia esencial es 2017.

Jesús Lens

De almas, diablos y contratos Noir

Estaba tomándome una Alhambra Roja, paladeándola despacio mientras degustaba una inenarrable tapa de sangre frita, cuando se sentó frente a mí. No lo había visto entrar al bar, aunque estaba sentado junto a la puerta. Tampoco le conocía. Pero eso no le impidió sentarse a mi mesa y preguntarme si yo era el Jesús Lens que escribía “El Rincón Oscuro” de IDEAL, todos los miércoles.

Le contesté que sí, removiéndome en mi asiento. Reconozco que me incomoda que la gente me pregunte por mis artículos, libros y columnas, pero va en el sueldo. Supongo.

 

—¿El Lens que escribió hace un par de semanas sobre Robert Johnson, el Club de los 27 y la venta del alma al diablo? Lee AQUÍ, esa entrega.

 

Estuve a punto de echarme a reír.

 

—Mira chaval, creo que llegas tarde. En concreto, veinte años. Que en junio me caen los 47 palos. ¿No soy un poco mayor para venderle mi alma a Satanás y tú, para andarte con estas pollaícas?

No sonrió. Ni movió un músculo de la cara. Y más risa me dio, claro, verlo ahí plantado, impertérrito, tan serio y sin descomponer el gesto.

 

El caso es que era un tipo interesante y bien parecido con un corte de pelo cool, pero nada estrambótico. Ropa moderna, pero en absoluto estridente. Perfectamente afeitado, apenas lucía unas incipientes patas de gallo. Le eché treinta años, bien cuidados y mejor aprovechados.

 

Reconozco que ya llevaba un par de birras encima, por lo que la situación me puso de buen humor. —Venga va. Hazme una oferta que no pueda rechazar, asegúrame el Pulitzer o, en su caso, que mi primera novela negra vaya a vender tanto como las nórdicas. Pero rapidito, que mi Cuate Pepe está a punto de llegar y nos vamos al Magic, a escuchar jazz.

 

—Imagino que esto es lo que llaman la malafollá granaína, ¿no? —me preguntó el tipo con un cierto deje de decepción—. ¿O es su forma de ser simpático, gracioso y amigable? Creía que estos temas le interesaban realmente, pero si no es así…

 

Dejé de reír y pedí dos cervezas más. Y empezó a contarme. Que lo de Robert Johnson firmando un contrato con el Diablo en un cruce de caminos, por supuesto, jamás ocurrió. Que, como las historias de la Biblia -y la mayoría de todas las buenas historias- no es más que una alegoría.

—Ya imagino. La cultura popular es así. Convierte en historia lo que no es más que una vieja leyenda. Como dijo John Ford en “El hombre que mató a…”

 

—Y, sin embargo, sí es cierto vendió su alma a Satanás —me dijo igualmente serio aquel tipo, cortando de raíz mis alardes cinéfilos.

 

Cuando intenté darle la réplica, me hizo callar. Y siguió contando.

 

—Quizá, el cruce de caminos al que hace referencia la historia sí existió. ¿Quién nos asegura que no era un garito que, en mitad de ningún sitio, acogía a los borrachos de cuatro condados, y de ahí su nombre, “Crossroads”?

 

No sabía si aquello era una pregunta retórica, una suposición o, sencillamente, aquel individuo me quería decir algo. Por si acaso, le dejé continuar.

 

—¿Y si el demonio al que Jonhson vendió su alma era, en realidad, un empresario de la industria musical que descubrió el talento de aquel bluesman y le hizo firmar el contrato de su vida? ¿Y si aquel contrato fue lo que permitió que su música empezara a sonar en las emisoras de radio y de ahí su fulgurante éxito?

 

Apuré mi cerveza de un trago largo y le pedí otra a Pablo, el camarero. Mi interlocutor llevaba la suya por mitad. Opté por seguir sin decir nada, escuchando.

—Sé lo que está pensando. Lo de su temprana y trágica muerte, a los 27 años. Pero… ¿y si llegó un momento en que Robert Johnson empezó a ser demasiado conocido, complicándosele la vida? ¿No pudo ocurrir que, sencillamente, se hartara de todo aquello y decidiera desaparecer, simulando su muerte para que le dejaran en paz? ¿Y si aquel mismo empresario le ayudó en el empeño, alumbrando de esa manera una leyenda que lo convertiría en inmortal, pero manteniéndolo alejado las sevicias de la fama? ¿Y si, además, con su muerte prematura en la cima de su carrera, tanto el empresario como el artista se aseguraban el éxito de su música, por siempre jamás?

 

—De esa manera, siempre podría aparecer una nueva grabación inédita, descubierta casualmente en algún ignoto estudio del sur de los Estados Unidos o en el cajón de un escritorio arrumbado en la casa de algún familiar…

 

—Efectivamente. Un negocio redondo. Pero vayamos un paso más allá. ¿Y si, dado su éxito, aquella iniciativa fue imitada posteriormente por otros artistas, dando lugar al mítico Club de los 27?

 

“¡Joder! ¡Pues claro!”, pensé para mis adentros. “Vive deprisa, finge tu muerte joven y, además de un bonito cadáver, dejarás una lucrativa leyenda a tus espaldas…”. Pero aquello, de ser cierto, requería de una enorme infraestructura. Que no es lo mismo simular una muerte en los años 30 o 60 del pasado siglo que en el hiperconectado siglo XXI. ¿Sería posible que estuvieran vivos, de verdad, Janis Joplin, Jim Morrison o Kurt Cobain? ¿Se habría operado el rostro Ami Winehouse y estaría llevando una apacible vida en el trópico, ajena al Brexit?

Cuando levanté la vista, no había nadie frente a mí. Quedaban los restos de una cerveza, violentamente roja. Y bajo el vaso, una tarjeta. No tenía dirección, correo electrónico ni teléfono de contacto. Solo un nombre: La Corporación.

 

(En El Rincón Oscuro ya hemos hablado antes de La Corporación, por si quieres conocer un poco más sobre esa siniestra organización. Por ejemplo, cuando aparecieron unas grabaciones inéditas de Enrique Morente. Léelo AQUÍ.

 

Y en este relato, en Moon Magazine, ya se avanzaba la posibilidad de que todo esto estuviera ocurriendo, desde hace tiempo, y no solo con músicos… Que París bien vale una tumba.

 

Jesús Lens

El enigma de Tom Ripley

¿Cómo puede gustarnos, tanto, Tom Ripley? ¿Cómo puede un personaje tan frío y amoral, conquistarnos de esa manera? ¿Cómo podemos sufrir de esa forma, cuando Ripley está a punto de caer, sabiendo que es un asesino que se ha llevado por delante la vida de varias personas?

Amo a Tom Ripley. Lo adoro. Lo quiero, lo admiro y lo respeto. Dicho desde el calor de las tripas y la pasión lectora. Eso sí: cuando cierro el libro y pienso en todo lo que ha hecho, cuando lo analizo en frío, me llevo las manos a la cabeza, indignado. Conmigo mismo. Pero es volver al libro…

¿Conocen ustedes a Tom Ripley? En ese caso, dejen de leer estas líneas ahora mismo y vayan a su librería más cercana a encargar ese auténtico monumento que es el libro publicado por Anagrama con las cinco novelas protagonizadas por uno de los personajes más icónicos de la literatura contemporánea.

Por supuesto, pueden comprar las novelas por separado, comenzando por “El talento de Mr. Ripley”, también conocido por “A pleno sol”, gracias al título de la película que, basada en la novela de Patricia Highsmith, filmó René Clemént en 1960, con Alain Delon encabezando el reparto. Ahora bien, si les gustan las novelas policíacas basadas en la psicología de los personajes más que en las tramas enrevesadas o en las persecuciones, explosiones y disparos, les aconsejo que se hagan con la Ripliana completa, 1.280 páginas de letra apretada que valen infinitamente más de los 25 que euros que cuestan.

No recuerdo cuántos años tenía cuando leí “A pleno sol” por primera vez. Era joven. Y Tom Ripley me conquistó, por supuesto. Me daba miedo, lo reconozco, pero su encanto era irresistible. Y, sobre todo, me resultó atrozmente perturbadora la idea de que un tipo con el que simpatizaba de semejante manera pudiera ser un psicópata asesino. Porque, si Tom Ripley era capaz de hacer lo que hacía, ¿quién me aseguraba que cualquiera de las personas a las que tanto aprecio tengo no era, en realidad, un demente homicida?

El cine y la literatura suelen dividir a los personajes en buenos y malos. A partir de ahí, hay buenos que se convierten en villanos y malos que consiguen redimirse hasta convertirse en héroes. Pero es muy complicado encontrar a un personaje como Tom Ripley: un malo malísimo al que queremos como al mejor.

El mérito es, por supuesto, de Patricia Highsmith, una escritora sobresaliente que, tras escribir cuentos y relatos, debutó novelísticamente con “Extraños en un tren”, cuya adaptación cinematográfica realizada por Hitchcock catapultó a Patricia a la fama, cuando todavía no había cumplido los treinta años de edad.

Nacida en Texas, en 1921, la vida de Highsmith nunca fue fácil ni sencilla: sus padres se divorciaron antes de que ella naciera y su madre trató de abortar, bebiendo aguarrás. Educada por su abuela en largas etapas de su infancia, desde pequeña fue una lectora voraz, con especial predilección por historias basadas en la perturbación mental, la culpa, el crimen, la mentira y la figura del Otro. Su disimulado lesbianismo, forzado por las circunstancias de la época, también influyó en la forja de un carácter complejo al que el alcoholismo terminó por derivar hacia la soledad y la misantropía.

La crudeza de los planteamientos de sus novelas, la completa ausencia de sentimentalismo o remordimientos en los personajes y la dudosa ética de sus protagonistas convirtieron a Highsmith en una escritora más valorada y querida en Europa que en Estados Unidos, por lo que se trasladó a vivir al Viejo Continente en 1963.

¿Es Ripley el alter ego literario de Patricia Highsmith, al margen de los asesinatos, robos y otras menudencias que jalonan su biografía? Quizá sería una exageración decirlo así, pero está claro que la autora simpatiza con su personaje y que, de esa manera, nos lo hace creíble y deseable a los lectores.

Decía que leí “A pleno sol” hace ya muchos años. Y, después, el ciclo completo de Ripley. Ahora, he vuelto a él. Gracias a una extraordinaria iniciativa de la Feria del Libro de Granada y de Nani Castañeda, que ha organizado reuniones de lectores en torno a un libro, para que nos juntemos a hablar, un buen rato, sobre algunas de nuestras novelas favoritas.

Ahí estarán “Sostiene Pereira”, con Alejandro Pedregosa como maestro de ceremonias. Jesús Ortega se encargará de “Orgullo y prejuicio”, y las libreras Raquel Hernández y Marian Recuerda han elegido “American Gods” y “Orlando”, respectivamente.

¿Y saben qué les digo? Qué Ripley, en esta relectura, se me está descubriendo como un personaje aún mayor de lo que recordaba. Desde la primera línea: “Tom echó una mirada por encima del hombro y vio que el individuo salía del Green Cage y se dirigía hacia donde él estaba. Tom apretó el paso. No había ninguna duda de que el hombre le estaba siguiendo”.

Así comienza la primera de las cinco historias de Tom Ripley, un personaje fascinante que habría hecho las delicias de Rimbaud, cuando se definió con la mítica “Je est un autre”. Yo es otro.

Pero, si les parece, dejamos la figura del Doble para una nueva entrega de este Rincón Oscuro. Mientras, volvamos a los clásicos. Volvamos a Tom Ripley y a Patricia Highsmith.

Jesús Lens