La mujer y el cuadro

Hace unos días, mientras me documentaba para escribir sobre la Córdoba de Julio Romero de Torres para Sol y Sombra, la sección de verano que estamos publicando estas semanas en IDEAL, me encontré con una historia fascinante.

Todo comenzó con el billete de 100 pesetas acuñado en 1953. Me pareció curioso para el despiece que acompañaba el texto principal del reportaje. En el anverso, aquel billete mostraba al propio artista, muy serio y formal. En el reverso se representaba el detalle de uno de sus cuadros: una mujer morena, joven, con los brazos echados sobre un cántaro y un gran sol iluminando la escena.

Seguí googleando y supe que la imagen estaba tomada de un cuadro llamado ‘La Fuensanta’. En el original, la mujer del cuadro era mucho más atractiva y misteriosa que la del billete, que parecía desvaída, mayor, alicaída. La mujer del cuadro resultaba más natural, más real y más auténtica.

‘La Fuensanta’, pintado en 1929, un año antes de su muerte y cuando Julio Romero de Torres ya era un artista consagrado, es un lienzo de 100×80 centímetros pintado al óleo y temple. Las confusiones con el cuadro comienzan con la modelo que posó para el mismo. Quizá fuera Natalia Castro, gitana que ya posara para Sorolla de niña y amante del artista cordobés, además de musa.

Pero también pudo ser Maria Teresa López, inequívocamente retratada en ‘La chiquita piconera’, último cuadro de Romero de Torres y, posiblemente, el más famoso. A esta popularidad contribuyó que se representara en forma de sello de 5 pesetas.

Si en ‘La Fuensanta’, el personaje femenino mira de frente al espectador sin atisbo de rubor alguno, en ‘La chiquita piconera’ parece desafiarle directamente. Muestra las piernas, los brazos y un hombro desnudo y calza unos zapatos de tacón, interpretados por los especialistas como de carácter fetichista. Además, se agacha de una forma sensual, sugerente y… ¿provocativa?

Cuando posó para Julio Romero de Torres, Maria Teresa López tendría unos 13 o 14 años de edad y, ni que decir tiene que, de acuerdo con la pacata moral de la época, fue todo un escándalo. No tardaron en comenzar las habladurías, rumores y maledicencias. Que si la modelo tenía una relación con el artista, muchos años mayor que ella y de notoria vida disoluta y bohemia; que si era una descocada y descarada mujerzuela…

Por mucho que Maria Teresa se hubiera convertido en la auténtica morena de la copla, en el ideal de la mujer andaluza de acuerdo al imaginario colectivo, su vida fue bastante desgraciada. La gente la fue dando de lado, dejándola aislada y condenada al ostracismo. Como la propia Maria Teresa López dijo durante el homenaje que le tributaron en Córdoba, ya en el año 2000, “la gente se ha hinchado, ha dicho todo lo que ha querido de mí”. De hecho, se casó con un hombre que trató de prostituirla y del que tuvo que huir, ganándose la vida como costurera.

La modelo frente al cuadro

Una vez terminado ‘La Fuensanta’ y antes de mandarlo a la Exposición Iberoamericana de Sevilla, donde se expuso en el Pabellón de Córdoba, el artista le hizo la foto que, años después, se utilizaría como modelo para el billete de 100 pesetas. ¿Y el cuadro original? Un coleccionista desconocido lo compró y se le perdió la pista. Solo quedó la foto. Y el billete. Además de las habladurías.

Muchos años después, ya en el siglo XXI, Mercedes Valverde, directora de los museos municipales de Córdoba, recibe una llamada desde Argentina. Una persona le dice que tiene el original de ‘La Fuensanta’, adquirido a un particular en 1994, y que le gustaría que fuera autentificado. Mercedes desconfió, no en vano, estaba acostumbrada a que aparecieran ‘auténticos’ cuadros de Julio Romero de Torres de vez en cuando. Entre ellos, uno de Manolo Escobar, al que le habían pegado el palo.

Y, sin embargo, el cuadro era el auténtico y original. Fue tasado entre los 600.000 y los 800.000 euros y, tras infructuosas negociaciones con el Ayuntamiento de Córdoba para su adquisición, el 14 de noviembre de 2007 fue subastado en Sotheby’s. Con un precio de salida de 600.000 euros, finalmente fue adjudicado a un comprador privado anónimo, que pujó por teléfono hasta los 1.173.375 euros.

Nuevamente fuera de la circulación pública, ‘La Fuensanta’ reapareció en el año 2013, en una exposición temporal del Museo Thyssen de Málaga. Era la primera vez que se veía en España en los últimos 80 años y constituyó toda una sorpresa.

Aunque, para sorpresa, la bomba que lanzaron los teletipos en abril de 2017: ‘La Fuensanta’ había aparecido en un chalé marbellí, en el marco de una operación contra la corrupción. La Udyco entró a registrar la casa de Antonio López, exgerente de la empresa de vivienda pública de Ceuta y viceconsejero de la materia del gobierno del Partido Popular, y se encontró con el famoso cuadro colgando en la pared, junto a litografías de Picasso y Miró.

Unas semanas después, un informe pericial encargado por el juzgado desmentía que fuera el cuadro original. Al parecer, se trataba de la obra original de un alumno del propio Julio Romero de Torres. Se tasó en la nada desdeñable cantidad de 100.000 euros, pero no se trataba de ‘La Fuensanta’ original, un cuadro que no deja de generar complicadas tramas e intrigantes misterios allá por donde pasa. Y por donde cuelga.

Jesús Lens

Biedma, el Caravaggio de la literatura negra española

La vuelta a la normalidad, aunque sea a la nueva, tan diferente a la antigua, tan extraña y exigente; ha permitido la reactivación del mercado editorial, que empieza a acoger felices novedades. Seguimos poniéndonos al día en la lectura de las nuevas novelas policíacas escritas por autores de nuestra tierra, como nuestro Juan Ramón Biedma.

En noviembre de 2019, cuando el coronavirus ni estaba (presuntamente) ni se le esperaba, la noticia de que el escritor sevillano Juan Ramón Biedma se había alzado con el XXI Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones nos hizo dar un gran salto de alegría. Porque Juan Ramón es uno de los nuestros, uno de los grandes maestros del género negro que ha situado a la Andalucía Connection en lo más alto del escalafón literario.

Tenemos ya la oportunidad, por fin, de leer ‘El sonido de tu cabello’, una novela implacable, como lo son todas las de su autor. El escenario de la trama es Sevilla, como tantas otras veces. Pero una Sevilla por completo diferente a la que tenemos impresa en nuestro imaginario.

En un momento de la novela, dos de los protagonistas de una historia coral, narrada a varias voces, son secuestrados y conducidos a ciegas por las calles de la capital hispalense. Acaban en un hospital clandestino llamado Monteverde, homenaje que el autor le hace a uno de sus carnales mexicanos. Los personajes deducen que están por la zona de la calle Feria, en los alrededores de la Alameda de Hércules. Exactamente en la calle Vascongadas.

Entonces me acordé de que hace unos meses anduve exactamente por aquellos andurriales, buscando una antigua Abacería. ¡Qué diferente es la mirada del viajero ocasional, del turista accidental, que la del escritor que conoce palmo a palmo las calles de su ciudad y sabe sacarles todo su partido literario.

‘El sonido de tu cabello’, sin embargo, arranca en México. En un lugar que, en la crónica negra contemporánea, ocupa un lugar desgraciadamente destacado: Ciudad Juárez. De inmediato se traslada a otro escenario cargado de ecos y resonancias: Las Tres Mil Viviendas, uno de los suburbios más peligrosos de Europa.

En una iglesia evangélica ha aparecido el cadáver de una chica jovem delgada, morena. Hay un sospechoso que resulta inmediatamente detenido. Mientras la inspectora Perpetua Carrizo es la encargada de investigar el crimen, al abogado Set Santiago le corresponde la defensa del detenido. Y un runrún: el muló anda suelo por las Tres Mil Viviendas. El muló, un espectro aterrados para los gitanos que nos recuerda al golem de los judíos. “Busca las grietas más oscuras, los portales de los edificios abandonados, se arrastra por los vertederos, tiene un don especial para localizar las entradas y las salidas de túneles desconocidos, la zona cero”.

La insania habitual de las novelas de Biedma está en todas y cada una de las páginas de una aterradora novela de denuncia social con personajes al límite de su existencia. Y de su cordura. Una novela en la que los talleres clandestinos y la explotación laboral de las mujeres se dan la mano con los supermercados de la droga.

Una novela, en fin, en la que la búsqueda de redención y la venganza también son dos de los motores que animan la acción. Como señala Orujo, mujer inolvidable, hablando de unos módulos que ya no podrá terminar: “Me he escapado del maco para unas venganzas y eso, y me voy a morir antes”. Y ensancha su sonrisa.

O este otro momento igualmente protagonizado por Orujo, que firmaría el mismísimo Tarantino… de sus comienzos: “La primera patada en la cara es una patada antigua, una que había preparado durante muchos años, una muy querida; le habría gustado que el crujido recibido a cambio hubiera sido mayor, que estuviera acompañado por un chapoteo de sangre y vísceras, pero las viejas ilusiones siempre nos decepcionan”. ¡Esa Orujo, que hace las cosas porque sí, que siempre le ha parecido la más válida de las razones para justificar sus actos!

Y está la noche, ese territorio tan querido para un autor tenebrista como Biedma, el mejor Caravaggio de la literatura negra española contemporánea: “El amanecer es el fracaso de todo lo malo, todo lo sucio, todo lo oculto, todo lo resguardado, todo lo agridulce. Al amanecer se imponen la chabacanería y el imperio de los profesores y los jueces”.

Lean ‘El sonido de tu cabello’. No es una lectura fácil. Ni cómoda. Es una recomendación extraña para estos días de sol y playa, dado que se trata de una novela que pide nocturnidad, frío y humedad. Quizá por eso, sus últimas 150 páginas las devoré del tirón, de madrugada, en una noche de feliz insomnio literario.

Lean ‘El sonido de tu cabello’ ahora o cómprenla y resérvenla para el otoño, cuando las tinieblas de la noche empiecen a ganarle la partida a la claridad de las mañanas. Pero lean ‘El sonido de tu cabello’, sí o también.

Jesús Lens

Camino de ‘El colapso’

Para recomendarles que vean ‘El colapso’, la serie de la que todo el mundo habla estos días, estrenada en Filmin, me voy a amparar en un estudio realizado por investigadores de las universidades de Chicago, Pensilvania y Aarhus (Dinamarca).

Crecer y madurar es hacerle caso, difundir y compartir hasta el paroxismo los estudios de (más o menos) prestigiosas universidades internacionales que dicen que, aquello que te gusta, es bueno. O, a sensu contrario, que aquello que detestas, es malo. O nocivo, inmoral o ilegal. O que engorda.

De acuerdo al sesudo estudio de esos preclaros y visionarios investigadores, los espectadores o lectores habituales de películas, series, libros y cómics sobre zombis, virus, pandemias y catástrofes sistémicas varias estábamos mejor preparados para la crisis del coronavirus. Según esos santos varones, tenemos más resiliencia y una mayor capacidad para superar circunstancias traumáticas.

Hablo en primera persona del plural porque, como ustedes bien saben, yo siempre he sido muy del fin del mundo. Tanto en esta sección como en mi columna diaria de IDEAL les he hablado, por ejemplo, de ‘The Walking Dead’ y de cómo los zombis no son más que la excusa para liberar a la Bestia que los humanos llevamos dentro. De la miniserie ‘Years and Years’ y su visión distópica de un mundo regido por el populismo o de la novela ‘Cenital’ y del podcast ‘El gran apagón’, sobre un mundo con problemas de suministro energético.

Y de todo ello va ‘El colapso’, una serie de 2019 creada por un grupo de cineastas franceses llamados Les Parasites, cuyo logo es… una cucaracha.

Les confieso que me pegué un atracón de padre y muy señor mío y me vi los ocho episodios del tirón. Lo que tampoco tiene tanto mérito (o demérito, dependiendo de lo que opinen ustedes de las series de televisión) dado que su duración oscila entre los 15 y los 25 minutos por capítulo.

‘El colapso’ comienza en un supermercado en el que no quedan existencias de determinados productos. ¿Les suena? Hay un apagón. Y pensarán ustedes: ya estamos con la típica historia de delirio colectivo provocado por la caída de las alarmas, las cámaras de seguridad y los móviles. Pero no. Porque la luz no tarda en volver. Se trata de un apagón más. Seguro que también les suena a algunos de nuestros vecinos de Granada.

Un grupo de jóvenes lo tiene claro: hay que llenar la furgo de alimentos, no perecederos a ser posible, y salir zumbando de la gran ciudad. Tienen las ideas claras, pero no tienen crédito en sus tarjetas. Comienzan los problemas…

¿Y qué pasa si, más adelantado el colapso, el dinero deja de tener valor y la gasolina se canjea por paquetes de arroz? Mucho ojo al llegar al episodio de la residencia de ancianos. Véanlo con todas las alertas encendidas. Es, literalmente, DEMOLEDOR. Hay uno negro como el asfalto, del que no les doy más pistas, y otro que, si les gustó ‘Chernobyl’…

Aunque todos los episodios de ‘El colapso’ son autoconclusivos e independientes, algunos personajes repiten presencia, al estilo que aquellos soberbios ‘Short cuts’ de Robert Altman. Lo que no tiene mayor trascendencia, aunque colabora a darle empaque a la narrativa.

Y está la cuestión formal, por supuesto. Cada capítulo está filmado en forma de plano secuencia, con la cámara al hombro, sin ningún tipo de preciosismo. Lo sucio, lo nervioso y el caos priman sobre cualquier otra consideración estética. De hecho, en el episodio del tío rico que duerme a pierna suelta mientras le llaman por teléfono, esa casa suya tan suntuosa resulta ofensiva a la vista. O el yate de la mujer del clavo, que da cualquier cosa menos envidia.

¿Y las causas de ‘El colapso’? En realidad, no importan. O sea, sí que importan, pero no están en el eje central de la narración. No se trata de intentar desviar la trayectoria de un meteorito que amenaza la tierra o de encontrar al paciente cero de una pandemia. La clave está en el comportamiento de la gente cuando el mundo que creíamos sólido y estable se tambalea desde sus cimientos. Y ya verán ustedes que, llegados a una situación límite, la mayoría no termina saliendo mejor persona.

El último capítulo cierra un círculo espacio-temporal que nos retrotrae a un pasado en que todo parecía ir bien, cuando las cosas eran normales y corrientes. Los coches circulaban por las calles y la policía, ¡ese policía!, controlaba la situación. Un pasado en el que, por ejemplo, la gente caminaba por las calles sin mascarilla.

Les recomiendo que vean ‘El colapso’ ahora que navegamos entre olas. Es una serie excelente que, en las presentes circunstancias, adquiere una simbología especial. Además, les hará más resilientes si las cosas vuelven a torcerse ahí fuera. ¿Qué más podemos pedir?

Jesús Lens

La Memoria Histórica en la Novela Negra

Entre las lecturas encadenadas de estas últimas semanas, dos de ellas tienen mucho que ver con la recuperación literaria de la Memoria Histórica. Aunque ‘pequeñas mujeres rojas’, así en minúscula; y ‘Franco debe morir’ son dos novelas muy diferentes entre sí, temática y estilísticamente, ambas miran hacia atrás para hacernos reflexionar sobre el aquí y el ahora.

Marta Sanz termina su trilogía policíaca con ‘pequeñas mujeres rojas’, publicada por Anagrama. La protagonista es Paula, que llega a un pueblo llamado Azafrán para localizar y excavar fosas de la Guerra Civil. En vez de alojarse en un coqueto hotelito rural, como el resto del equipo, lo hace en el hotel de los Beato, los terratenientes de un pueblo al que algún vecino gracioso ha cambiado el nombre a Azufrón.

A través de una prosa deslumbrante, Marta Sanz hace que el lector se sienta dentro de la asfixiante realidad de Azafrán. Su novela, literariamente muy exigente, le reclama una atención plena. A cambio, le recompensa con una historia que le removerá por dentro. Que le obligará a parar de leer de vez en cuando para tomar oxígeno y distancia de lo que cuenta. Y de cómo lo cuenta.

“A Paula, los terneros, la vejez de las flores quemadas por el sol, los pueblos vacíos, le llegan a lo más hondo. Más que cada uno de los huesos que irá desenterrando”. Estamos en el territorio del western noir. con una idea muy clara sobre la importancia de recuperar esa Memoria Histórica que, para algunos, debería seguir enterrada: “Cuando nos ponemos a recordar nos encontramos con gente que ha perdido la memoria. Escribimos la historia, la corregimos, a partir de lagunas y huecos. Patologías, cicatrices del paisaje, senilidad. También nos mueve la mano algún aullido desgarrador. Un hambre. Porque también hay gente que se acuerda de todo. O que no disimula”.

La protagonista se pregunta por qué callan quienes deberían recordar, hablar y contar. “Por comodidad, por desinterés, por aburrimiento. Por un puesto de trabajo en el aserradero de pinos o en la fábrica de muebles. Por una reducción del alquiler”.

No les cuento nada del argumento de una novela cuya narrativa, como los travellings cinematográficos para Godard, es una cuestión moral. Al final, como explica Marta Sanz de una forma tan gráfica como preclara, “bajo la sábana no se ocultaba un piano, sino un ataúd”.

Por su parte y publicada por Reino de Cordelia, ‘Franco debe morir’ es la novela más reciente de Alejandro M. Gallo, en la que se narra la lucha de los guerrilleros antifranquistas en las montañas de Asturias y León, después de la Guerra Civil. La vida de los exiliados en Francia también ocupa una buena parte de la narración. Y un plan para matar a Franco, obviamente.

Todo comienza cuando, ya instalados en el siglo XXI, llega la noticia de la muerte de María Libertad, una de aquellas luchadoras antifranquistas de la inmediata posguerra. Gracias a unas grabaciones realizadas por la Universidad de Oviedo, podremos conocer algunas de “las experiencias de las gentes durante la dictadura. Las recopilaron de forma oral, conscientes de que nadie escribiría sobre ellas y lo importante era evitar que aquel material se perdiese. Archivo de Fuentes Orales para la Historia Social, creo que lo llaman”.

Y es que, para Alejandro M. Gallo, recuperar la memoria de la guerrilla antifranquista es esencial. Ahí está su ‘Operación Exterminio’, sin ir más lejos, en la que se narraba dicha lucha “hasta la primavera de 1948, cuando las fuerzas conjuntas de falangistas, militares y policías de la dictadura consiguieron asesinar a la mayoría de los integrantes de las partidas guerrilleras en Asturias y se produjo de seguido la matanza del Pozo Funeres”.

Con ‘Franco debe morir’ continúa contando la historia de los últimos guerrilleros antifranquistas: Manuel Díaz, Caxigal, en Asturias y Manuel Girón, el Inmortal’, en León. Además del exilio francés, como dijimos. Y una escapada al sur. Que la novela incluye un par de capítulos que transcurren en Granada, entre la sierra y el Sacromonte, protagonizados por ‘El Paco’ y el comandante Roberto.

Adictiva y repleta de ritmo y acción, ‘Franco debe morir’ está protagonizada por esa María Libertad que es toda una superheroína. Su periodo de formación, los entrenamientos y las primeras misiones en que participa cortan el aliento.

Pero la acción va de la mano de la reflexión. Y de la crítica social. Ilustrativo, por ejemplo, el momento en que, para tomar una decisión complicada, se reúne una autoerigida asamblea del Monte: “la cobardía ante la necesidad de tomar decisiones y la búsqueda del anonimato que da una asamblea”.

Una novela que, por seguir en el territorio del imaginario de Far West, sería un western crepuscular, lúcido y hermoso. Porque, como señala Alejandro al hablar de uno de los guerrilleros, “su vida había sido legendaria, pero hasta las leyendas se agotan”.

Jesús Lens

Corcira, el Noir esencial del año

Es el título más importante de los lanzados en lo que va de 2020 y tiene todos los visos de convertirse en el libro del año al final de este ejercicio tan extraño y singular.

‘El mal de Corcira’ es la novela más reciente de Lorenzo Silva y constituye la duodécima entrega de su ya mítica saga de Bevilacqua y Chamorro, si sumamos las novelas y ‘Tantos lobos’, una recopilación de cuatro relatos cortos.

Iniciada en 1998 con ‘El lejano país de los estanques’, la serie protagonizada por los Guardia Civiles más famosos de la ficción española está en plena forma, hasta el punto de que en los mentideros más fiables se dice, se oye y se comenta que ‘El mal del Corcira’ es la mejor novela de la saga.

No me atrevería yo a afirmarlo de forma tan taxativa, que son veintidós años viendo evolucionar a Vila y Chamorro, acompañándoles en su deriva vital y emocional y siendo testigos de sus aventuras y peripecias, pero sí es cierto que esta entrega es la más especial, al contar una parte esencial del pasado de Bevilacqua: sus años en la lucha antiterrorista contra ETA.

Efectivamente, es la novela más larga de la saga. Casi 550 páginas. Lo que no debería sorprendernos dado que, en realidad, cuenta dos historias diferentes. La primera es la investigación de la muerte en Formentera de un hombre. Un antiguo colaborador de ETA, juzgado, condenado y en libertad después de cumplida su sentencia.

En la investigación del crimen, Vila cuenta con el apoyo de Arnau, dado que Violeta Chamorro sufrió un percance al comienzo de la narración y quedó en fuera de juego. ¿Por qué separa Lorenzo Silva a Chamorro de Bevilacqua en esta investigación? Para que el joven Arnau se convierta en el reflejo que el veterano subteniente encuentra al mirarse en el espejo del tiempo.

Camino de las Baleares, Arnau sorprende a su superior leyendo a Tucídides, un autor griego que le resulta tan familiar como el fondo de los océanos a un tuareg del desierto. Tampoco es tan extraño, si recordamos que Tucídides escribió su ‘Historia de la Guerra del Peloponeso’ en el siglo V a.C.

Una lectura, sin embargo, que servirá a los Guardias para poner en contexto otra guerra, diferente, pero guerra al fin y al cabo; que hizo sangrar a España hasta hace muy poco tiempo.

A medida que la investigación avanza y debido a los interrogatorios, entrevistas y encuentros de Bevilacqua con personas relacionas con el fallecido, resulta inevitable que se retrotraiga a sus años mozos, cuando Pereira le reclutó para participar en la lucha contra el terrorismo etarra.

A la vez que el protagonista encarga determinadas misiones a Arnau en el presente, asistiremos a sus años de formación, a sus primeros seguimientos, infiltraciones e interrogatorios. A sus miedos, dudas y zozobras. A sus recelos ante algunos de los métodos utilizados por algunos compañeros en la lucha contra el enemigo.

Mientras que la investigación del siglo XXI conduce a los protagonistas por las zonas de ambiente de Ibiza y Formentera, los fantasmas del pasado devuelven a Bevilacqua al País Vasco, a Guipúzcoa y a Intxaurrondo. A los años de plomo en los que ETA asesinaba a los Guardias Civiles delante de sus hijos, atentaba contra las casas cuartel y sus palmeros justificaban y defendían como necesaria la muerte de niños inocentes.

Con el paso de los años, Bevilacqua se ha convertido en una de las mentes más preclaras de la ficción criminal española, ponderado observador y analista de la actualidad de cada momento. Para algunos, será un equidistante. Para otros, un disidente de la ortodoxia cuartelaria. Los habrá que le consideren, inevitablemente, un picoleto más, por mucho que no vista de uniforme.

Es lo que tiene tratar de comprender al otro. Leer, estudiar y reflexionar para conocer los porqués, más allá de los qué, cómo y cuándo.

Bevilacqua no forma parte de ninguna tribu ni se adhiere de forma incondicional a ninguna causa. Tiende a cuestionarse las cosas y a buscar los matices. Eso, en un mundo cada vez más polarizado entre blancos y negros; rojos y azules que se creen en posesión de la verdad absoluta, es complicado de sobrellevar.

Por eso, sin embargo, Bevilacqua es tan buen interrogador, más allá de su formación como psicólogo. No solo escucha a las personas: les hace sentir que podría llegar a entenderlas. Porque entender y comprender no es sinónimo de simpatizar, compartir o justificar.

Parafrasea Lorenzo Silva a Walter Benjamin: “Las obras de arte son el lugar de las verdades”. Lean ‘El mal de Corcira’ y encontrarán una obra de arte literaria que enfrenta al lector con un puñado de verdades incómodas. Porque, como reza la sabiduría popular más castiza, la verdad jode, pero curte.

Jesús Lens