Corcira, el Noir esencial del año

Es el título más importante de los lanzados en lo que va de 2020 y tiene todos los visos de convertirse en el libro del año al final de este ejercicio tan extraño y singular.

‘El mal de Corcira’ es la novela más reciente de Lorenzo Silva y constituye la duodécima entrega de su ya mítica saga de Bevilacqua y Chamorro, si sumamos las novelas y ‘Tantos lobos’, una recopilación de cuatro relatos cortos.

Iniciada en 1998 con ‘El lejano país de los estanques’, la serie protagonizada por los Guardia Civiles más famosos de la ficción española está en plena forma, hasta el punto de que en los mentideros más fiables se dice, se oye y se comenta que ‘El mal del Corcira’ es la mejor novela de la saga.

No me atrevería yo a afirmarlo de forma tan taxativa, que son veintidós años viendo evolucionar a Vila y Chamorro, acompañándoles en su deriva vital y emocional y siendo testigos de sus aventuras y peripecias, pero sí es cierto que esta entrega es la más especial, al contar una parte esencial del pasado de Bevilacqua: sus años en la lucha antiterrorista contra ETA.

Efectivamente, es la novela más larga de la saga. Casi 550 páginas. Lo que no debería sorprendernos dado que, en realidad, cuenta dos historias diferentes. La primera es la investigación de la muerte en Formentera de un hombre. Un antiguo colaborador de ETA, juzgado, condenado y en libertad después de cumplida su sentencia.

En la investigación del crimen, Vila cuenta con el apoyo de Arnau, dado que Violeta Chamorro sufrió un percance al comienzo de la narración y quedó en fuera de juego. ¿Por qué separa Lorenzo Silva a Chamorro de Bevilacqua en esta investigación? Para que el joven Arnau se convierta en el reflejo que el veterano subteniente encuentra al mirarse en el espejo del tiempo.

Camino de las Baleares, Arnau sorprende a su superior leyendo a Tucídides, un autor griego que le resulta tan familiar como el fondo de los océanos a un tuareg del desierto. Tampoco es tan extraño, si recordamos que Tucídides escribió su ‘Historia de la Guerra del Peloponeso’ en el siglo V a.C.

Una lectura, sin embargo, que servirá a los Guardias para poner en contexto otra guerra, diferente, pero guerra al fin y al cabo; que hizo sangrar a España hasta hace muy poco tiempo.

A medida que la investigación avanza y debido a los interrogatorios, entrevistas y encuentros de Bevilacqua con personas relacionas con el fallecido, resulta inevitable que se retrotraiga a sus años mozos, cuando Pereira le reclutó para participar en la lucha contra el terrorismo etarra.

A la vez que el protagonista encarga determinadas misiones a Arnau en el presente, asistiremos a sus años de formación, a sus primeros seguimientos, infiltraciones e interrogatorios. A sus miedos, dudas y zozobras. A sus recelos ante algunos de los métodos utilizados por algunos compañeros en la lucha contra el enemigo.

Mientras que la investigación del siglo XXI conduce a los protagonistas por las zonas de ambiente de Ibiza y Formentera, los fantasmas del pasado devuelven a Bevilacqua al País Vasco, a Guipúzcoa y a Intxaurrondo. A los años de plomo en los que ETA asesinaba a los Guardias Civiles delante de sus hijos, atentaba contra las casas cuartel y sus palmeros justificaban y defendían como necesaria la muerte de niños inocentes.

Con el paso de los años, Bevilacqua se ha convertido en una de las mentes más preclaras de la ficción criminal española, ponderado observador y analista de la actualidad de cada momento. Para algunos, será un equidistante. Para otros, un disidente de la ortodoxia cuartelaria. Los habrá que le consideren, inevitablemente, un picoleto más, por mucho que no vista de uniforme.

Es lo que tiene tratar de comprender al otro. Leer, estudiar y reflexionar para conocer los porqués, más allá de los qué, cómo y cuándo.

Bevilacqua no forma parte de ninguna tribu ni se adhiere de forma incondicional a ninguna causa. Tiende a cuestionarse las cosas y a buscar los matices. Eso, en un mundo cada vez más polarizado entre blancos y negros; rojos y azules que se creen en posesión de la verdad absoluta, es complicado de sobrellevar.

Por eso, sin embargo, Bevilacqua es tan buen interrogador, más allá de su formación como psicólogo. No solo escucha a las personas: les hace sentir que podría llegar a entenderlas. Porque entender y comprender no es sinónimo de simpatizar, compartir o justificar.

Parafrasea Lorenzo Silva a Walter Benjamin: “Las obras de arte son el lugar de las verdades”. Lean ‘El mal de Corcira’ y encontrarán una obra de arte literaria que enfrenta al lector con un puñado de verdades incómodas. Porque, como reza la sabiduría popular más castiza, la verdad jode, pero curte.

Jesús Lens