La Granada varada

Hubiera sido una maravillosa metáfora, lo de los problemas técnicos en el avión de Madrid que dejaron varado a Pedro Sánchez, si no fuera porque es una vergüenza.

 

El mensaje de @sanchezcastejon en Twitter rezaba lo siguiente: “Problemas técnicos en el avión a #Granada me obligan a suspender mi visita a la UGR y mi encuentro con representantes de la cultura. Disculpas, nos vemos muy pronto”.

“¡O no!”, daban ganas de responderle, después de agradecerle que le pusiera el hashtag a nuestra ciudad, de forma que todos los internautas que busquen #Granada  en Twitter, descubran lo jodidamente complicado que sigue siendo venir a la capital nazarí.

 

¡Qué maravillosa ironía, que el líder del PSOE, uno de los partidos que tan poco han hecho por dotar a Granada de unas infraestructuras de transporte dignas, no pueda acudir a su cita con nuestra ciudad por culpa del lamentable aislamiento al que estamos sometidos, desde tiempos inmemoriales!

Eso es lo que hay, Pedro. Que encuentras fecha para venir a Granada, montas una potente agenda institucional en la ciudad, comprometes a la rectora de la UGR y a todo su equipo para antes de comer y citas para la sobremesa a un puñado de “representantes de la cultura” y luego, unos “problemas técnicos en el avión” dan al traste con la jornada, dada la poca frecuencia de vuelos entre Madrid y Granada y el bochorno de que no tengamos tren desde hace casi mil días.

 

Esto es lo que hay, Pedro, en el día a día económico, empresarial e institucional de una ciudad convertida en una ratonera y a la que cuesta un trabajo infinito -y una pasta gansa- traer a cualquier persona de fuera. Aunque sea de Madrid.

 

Los problemas técnicos de ayer no son más que una diminuta muestra de los problemas recurrentes que atenazan a Andalucía Oriental, colaborando al secular retraso de nuestra tierra, y que distan mucho de estar siquiera en vía de solución. Una muestra diminuta, pero muy ilustrativa.

Ya es mala suerte para el socialismo granadino que la abortada visita de Pedro Sánchez sirva para sacarles los colores a los representantes políticos de una Granada olvidada, ninguneada y despreciada. Esperemos que Susana Díaz tenga más suerte que Pedro Sánchez en su visita de la semana que viene y la circunvalación no sufra otro de sus habituales y recurrentes atascos matutinos.

 

Jesús Lens

Oxígeno abrasador

En los últimos tiempos resulta extremadamente sencillo ser tachado de lameculos, estómago agradecido o apesebrado. De facha, rancio y franquista. De equidistante, cobarde y timorato. De corifeo, aprovechado o integrante de tramas, familias, sectas y conspiraciones. (De equidistancias escribí aquí, por ejemplo)

El único requisito para hacerse acreedor de dichos epítetos es contradecir el discurso dominante de ciertos individuos, grupos o colectivos que se creen ungidos por la mano divina, atesoradores de verdades incuestionables llamadas abrir los ojos de los pobre ignorantes que en el mundo somos. Y a cambiarnos la vida, por supuesto.

 

La tentación de creerse Dios, de estar llamado a gestas y empresas que desafían los límites de lo terrenal, ha sido una constante a lo largo de la humanidad. Y, por lo general, los resultados cosechados por estos exégetas de la humana divinidad, convencidos de su propia infalibilidad; han sido nefastos, arrostrando graves perjuicios para el común de los mortales.

Es inevitable, en ocasiones, dejarse arrastrar al fango de discusiones barriobajeras y tratar de razonar con personas que utilizan argumentos manifiestamente irracionales basados en consignas fáciles, frases hechas, rumores, opiniones personales y argumentos ad hominem, falacia consistente en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de ésta.

 

Pero hay que tratar de evitarlo. Por todos los medios. Porque entrarles al trapo a estas personas es hacerles el juego y el caldo gordo. Es darles el oxígeno que necesitan para seguir avivando los incendios que provocan a su paso.

A veces es difícil contenerse. Estos días, por ejemplo, un sujeto anda por las redes despreciando el premio concedido a un trabajador incansable que pasó las de Caín, en su momento, antes de que su labor fuera justamente reconocida y recompensada. El cuerpo me pide bajar al barro para defender a la persona en cuestión, buen amigo, para más inri. Pero, ¿por qué debería de hacerlo? El simple hecho de discutir con alguien supone darle carta de naturaleza y hacerlo visible y perceptible a los demás. ¿Se lo merece? ¡Por supuesto que no!

 

En estos tiempos de supuesta democratización virtual, gracias a las redes sociales, es más importante que nunca recordar a Emilio Lledó cuando decía que la libertad de expresión se degrada si solo sirve para decir tonterías. Ojito en qué discusiones invertimos nuestro tiempo y esfuerzo, no estemos aventando los incendios provocados por un Nerón chiflado.

 

Jesús Lens

El costo hundido

Imaginemos que el próximo viernes hay un concierto muy chulo en cualquier sala de Granada. Lo que no es mucho imaginar, dicho sea de paso, dado que salimos a 40 o 50 bolos musicales en esta ciudad, cada fin de semana.

BMHPW6 Treasure chest sinking in water. Image shot 2010. Exact date unknown.

Imaginemos que a usted le mola el grupo que toca y le apetece tanto ir a ese concierto que compra la entrada por Internet. Su cuate musical más cercano, con el que comparte gustos musicales, también irá al espectáculo, que esa banda es una de sus favoritas, pero no saca la entrada anticipada y decide esperar al día en cuestión.

 

Llega el viernes. Mal tiempo. Frío. Viento. Cansancio acumulado de la semana. Está usted en casa, a media tarde, vestido con esa ropa taaaaaaaan cómoda y las alpargatas de paño… Ve usted la mantita en el sofá, provocándole. Y entonces llega ella. La tentación. La tentación de no salir y quedarse a ver una película o leer un buen libro. Pero, de ceder a ella, perdería el importe que pagó por la entrada. ¿Qué hacer?

A su socio de correrías musicales le ha surgido la misma tentación, por supuesto. Que también ha llegado a casa helado y la semana ha sido igualmente dura. Solo que él todavía no se ha gastado ni un euro en el concierto. ¿A que podemos anticipar, más o menos, cómo sería el intercambio de WhatsApp entre ustedes dos? ¿Quién pondría más empeño en ir al concierto y quién sería más propenso a optar por el plan casero?

 

El precio que usted pagó por la entrada es lo que se llama un costo hundido: un gasto realizado en el pasado y que no puede ser recuperado. Y precisamente por eso, porque ya están hechos y resultan irrecuperables, los costos hundidos no deberían resultar relevantes a la hora de tomar decisiones de una forma fría, analítica y racional. Pero anda que no pesan…

¿Quién no se ha encontrado alguna vez enfrentado a una situación por el estilo? Lo lógico sería ceder a la tentación y pasar del concierto. Y, sin embargo, qué importancia tiene el costo hundido –y un amigo persistente- para obligarnos a hacer cosas que, a priori, no nos apetecen, pero de las que luego nos alegramos sobremanera. ¡Viva la irracionalidad en la toma de según qué pequeñas decisiones! Como la de irse de conciertos…

 

Jesús Lens

Soberbios árboles

Preciosa historia con final feliz, la de la encina centenaria salvada en Albolote. Emocionante portada de IDEAL, también, la del pasado sábado, 11 del 11, con la enorme foto del árbol realizada por Jorge Pastor presidiendo la primera plana (AQUÍ, toda la historia).

Enhorabuena a todas las partes implicadas en este contencioso, desde AGNADEN, que hizo la denuncia pública sobre la intención de trasplantar una encina de cuatrocientos años para facilitar la construcción de un complejo residencial de 1.200 viviendas; hasta la alcaldesa del pueblo, que resolvió la cuestión con celeridad, tino, acierto y sentido común.

 

Y enhorabuena, por supuesto, a las 3.400 personas que, en veinticuatro horas, se habían solidarizado con la causa de un árbol de 400 años de edad en claro peligro de muerte.

 

Me gustan los árboles. Y, a medida que me hago mayor, siento una especial predilección por los árboles centenarios que, inmóviles, ven pasar el tiempo, la historia, las gentes y su paisanaje; testigos mudos de todo tipo de transformaciones, cambios y revoluciones.

 

Unos olivos milenarios, hace unos meses, como escribí AQUÍ. Una encina centenaria, ahora. Árboles singulares. Árboles diferentes. Árboles especiales. Árboles únicos que representan y simbolizan al resto de sus congéneres.

¿Cuál su árbol favorito? Yo me decanto por dos: el roble y el baobab. El roble es un árbol tan simbólico y se ha escrito tanto sobre él que voy a tratar de convencerles de las bondades del otro, del baobab, una especie arbórea un tanto feota y destartalada, pero que abriga un hermoso secreto.

 

Busquen la imagen de un baobab, si no tienen presente ahora mismo de qué árbol hablamos. ¿Rarito, verdad, todo espeluchao, con ese largo tronco liso y esas ramas tan extrañas?

 

Cuenta la leyenda que el baobab era el árbol más hermoso de la tierra, con hojas de un color tan intenso que cautivaban a todo el que las veía. Tan precioso era el baobab que terminó por creérselo demasiado, creciendo sin parar y ocultando la luz del sol al resto de árboles y plantas. Cansados de su egoísmo, los dioses decidieron darle una lección, obligándole a crecer al revés, con sus hermosas hojas y flores ocultas bajo tierra y las raíces tendidas hacia el cielo.

El baobab sería, por tanto, el único árbol que expone sus raíces al mundo, luciéndolas en todo su austero y espartano esplendor; una lección viviente sobre los peligros de la soberbia.

 

Jesús Lens

Magnética, «Oro»

¡Qué gusto, que las dos películas más atractivas de la cartelera sean españolas! A pesar de que ardo por ver “La librería”, de Isabel Coixet, y del magistral golpe de efecto de estrenarla precisamente el viernes en que se celebraba el Días de las Librerías; tenía una inaplazable cita con la primera sesión de “Oro”, de Agustín Díaz Yanes.

Lo mío con “Oro” ha sido amor a primera vista. Amor loco y arrebatador. Y miren que la cita era envenenada: tenía tantas y tan altas expectativas puestas en ella que abrigaba el temor, terror incluso, de que me decepcionara. Pero no. Les aseguro que no. Que las expectativas se vieron felizmente colmadas desde el primer fotograma.

Ustedes van a leer numerosas y obligatorias referencias a Lope de Aguirre, a la cólera de Dios de Herzog y a “El Dorado” de Saura, si buscan información sobre “Oro”. Que las hay, por supuesto. Para mí, sin embargo, las dos grandes referencias de Agustín Díaz Yanes a la hora de escribir el guion y dirigir la historia originalmente concebida por Arturo Pérez-Reverte son “Apocalypse Now” y “Grupo Salvaje”, lo que les hará comprender la magnitud del desafío.

“Oro” es un viaje al corazón de las tinieblas y, desde el primer fotograma, con la bruma ominosa y la jungla amenazante e impenetrable, el espíritu de la narración de Conrad y de la epopeya fílmica de Coppola resultan perceptibles en la pantalla. Un espíritu encarnado y personificado en la mágica aparición de un portentoso Juan Diego, trasunto del Dennis Hopper que vivía con Kurtz, en comunión con una naturaleza tan feraz como desaforada y adictiva.

Y está la huella del gran clásico de Peckinpah en esa partida de veteranos y curtidos soldados que, buscando la mítica ciudad cubierta de oro, irán encontrando otras cosas. Como el amor, la lujuria, el sexo y la traición. O la lucha de clases y la justicia social. Que en los años de Carlos V no se llamaban así. Pero que existían. Y si los atracadores de Peckinpah sellaban su suerte al son de “La golondrina”, cuando los soldados españoles entonan “La canción de los exploradores”, el espectador ya sabrá que no hay vuelta atrás.

Vayan a ver “Oro”, la mejor película española del año. Y hablamos pronto de los actores, la música, los nacionalismos, el caínismo, las banderas…

Jesús Lens