Dejarte en visto

Esta semana, un político granadino me ha dejado en visto. Y no hay nada peor. Que te dejen en visto. Tampoco se lo voy a tener demasiado en cuenta, que otras veces ha respondido raudo y veloz a mis demandas de mi información, pero les reconozco que me fastidia.

No estoy acostumbrado a que me dejen en visto. En general, la gente responde. Me vale, como a todos, un simple OK a modo de confirmación o el emoticono del pulgar levantado. También me sirve un rotundo NO. O un ya veremos. Pero que te dejen en visto tiene un desagradable punto de humillación. Antes le llamábamos dar la callada por respuesta. Incluso estaba el silencio administrativo: si no te respondían a una pregunta o a una propuesta en un plazo razonable de tiempo, ya sabías que no. Y no insistías.

Dejar en visto, sin embargo, es algo más cruel. Crees que el destinatario ha recibido y leído tu mensaje. El güasap y el doble check son como el algodón: no engañan. Entonces, ¿por qué no te responde? ¿Estará meditando sus palabras? ¿Estará buscando el tiempo necesario para explayarse como tú te mereces? En realidad, lo más probable es que pase de ti. Pero esa explicación, la más sencilla, también es la más inaceptable. Y mosqueante. Y vuelves a mirar a ver. Pero sigues en visto.

Decía Nietzsche que “la palabra más soez y la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio”. ¡Y era Nietzsche! Es otra de las paradojas del mundo contemporáneo: la cantidad de canales de contacto que tenemos a nuestra disposición hace que estar al día en nuestras comunicaciones resulte muy complejo. ¿Quién no se ha encontrado en su móvil mensajes sin contestar más viejos que la momia de Tutankamón?

De ahí que cada vez sean más necesarias esas mesas para el diálogo en las que, haciendo oídos sordos al ruido exterior, las palabras se escuchan alto, claro y en tiempo real. Palabras limpias y claras que, de viva voz, llegan de forma prístina y diáfana al oyente, como debe ser. Cara a cara, los silencios dicen tanto o más que las palabras. Son bien elocuentes. Cara a cara y precisamente porque te miran a los ojos, no te pueden dejar en visto.

Jesús Lens

Los no adscritos

Me gusta tanto lo de los no adscritos que estoy pensando en hablar con mi querida Katha, genial diseñadora gráfica, para tramar el diseño de una camiseta con un lema alusivo.

En este mundo en que las circunstancias parecen obligarte, siempre, a tomar partido, ser un no adscrito es toda una declaración de principios y podría convertirse casi es una filosofía de vida.

Un no adscrito, vaya por delante y quede claro, no es lo mismo que un equidistante, un indeciso, un pasota o un indiferente. Fijémonos, por ejemplo, en el Ayuntamiento de Granada, donde los no adscritos ya son el tercer grupo municipal con más concejales.

Un no adscrito es Sebastián Pérez, rebotado del PP granadino que él mismo presidió antes de detonar la bomba que hizo implosionar al anterior gobierno municipal. ¿O fue una explosión? El caso es que nadie tiene claro, empezando por él mismo, qué pinta Sebastián en la plaza del Carmen. O qué debería pintar, que de sus artes como escritor todavía no podemos opinar.

No adscritos son Manuel Olivares y Lucía Garrido, cuya espantá del gobierno de Luis Salvador y del propio partido con el que consiguieron sus actas de concejales les ha dejado en tierra de nadie, aunque bien cerquita de las fronteras populares, a la espera de que se abran las puertas que les permita cambiar el naranja por el azul.

También son no adscritos Luis Salvador y José Antonio Huertas, por mucho que se hayan incorporado al equipo de gobierno de Paco Cuenca. Si la política hace extraños compañeros de cama, no les digo ya de bancada. Es lo que tienen los caminos de ida y vuelta, que nunca sabes dónde terminarás poniendo el huevo.

¡Qué libertad, la de los no adscritos! Hoy aquí, mañana allí. Hoy naranja, mañana azul. O rojo. ¿Verde, incluso? ¿Morado? ¡Quién lo sabe! La vida es tan impredecible y da tantas vueltas…

Como les decía al comienzo de esta columna, de mayor quiero ser un no adscrito, libre como el viento y no sujeto a disciplina de partido alguna. Un verso suelto. Un renglón torcido. Pero cobrando la nómina todos los meses, eso sí, vayamos a tonterías.

Jesús Lens

Libros y podcast de récord

Ayer estuve tomando un café mañanero con la escritora Clara Peñalver, ultimando un par de proyectos rarunos que nos traemos entre manos. Lo que más me gusta de Clara es su valentía a la hora de proponer ideas diferentes que desbordan los límites de lo convencional.

Esta no es la foto de hoy, pero Pepe Marín nos sacó tan guapos (o algo…)

Va a sonar a pedantería y, cuando lo lea, no sé si soltará una carcajada o le dará una arcada, pero Clara es una de las personalidades culturales más disruptivas que conozco: siempre va por delante.

Su novela más reciente se titula ‘Sublimación’ y se trata de una distopía con ribetes noir de lo más inquietante y adictiva. (AQUÍ escribí de ella y la leeremos y comentaremos en el Club de Lectura de Granada Noir en Librería Picasso). Lo curioso y novedoso es que, antes de ser publicada en formato convencional por Ediciones B, fue una serie de Storytel que se puede escuchar en formato de audiolibro. ¡Curioso caso de sublimación literaria inversa! Porque la sublimación es un proceso que consiste en el cambio de estado sólido a estado gaseoso sin pasar por el estado líquido. A la inversa, al paso directo del estado gaseoso al estado sólido, se le denomina sublimación inversa.

Con Clara estuve hablando, además, del impacto de la inteligencia artificial y los robots, de la implantación de adminículos en el cuerpo humano con los fines más diversos y, por supuesto, de transhumanismo; un tema que me trae loco desde hace tiempo y del que hablaremos en otro momento.

Tras compartir con Clara varias recomendaciones de libros y documentales sobre el tema, me fui enardecido a la librería Cómic Store, donde me esperaba un tebeo de valor incalculable. Aproveché para hacer recolección de algunas de las novedades más interesantes del momento y, hablando con María, cuyo entusiasmo y optimismo resultan contagiosos, me confirmó que el verano ha sido extraordinario. ¡Y sin que nadie se lo esperara ni tenga una explicación para ello!

Cantan las cifras: 2021 está batiendo récords en ventas de libros, con un 44% más que en 2020, y se prevé el mejor ejercicio de los últimos 10 años. El fenómeno, que es similar en Europa, resulta especialmente significativo en el mundo del cómic, cuyas ventas han crecido nada menos que un 56%.

Si a esto se suma el brutal impacto del audiolibro y el podcast, todo un fenómeno de los que han venido para quedarse y que crece de forma exponencial, está claro que algo ocurre en el mundo de la literatura y la divulgación. ¡Y por fin ese algo es bueno!

Jesús Lens

Gregorio Jiménez, optimista

La mítica película ‘Casablanca’, antes de llamarse ‘Casablanca’ y de ser película, fue una obra de teatro titulada ‘Todo el mundo viene a Rick’s’, por razones obvias. No sé si Bubi Morenodávila y Curro Marín son aficionados al cine clásico o si les gusta Humphrey Bogart, pero el Asador Curro se ha convertido en el sitio por el que pasa toda Granada y donde siempre encuentras a gente interesante.

Ayer había quedado en su terraza a la una de la tarde para mi charla semanal al calor de una cerveza y terminé saliendo cerca de las cinco. Para todo lo referente a la gastronomía les emplazo al suplemento Gourmet de este periódico del próximo viernes. Ahora me quiero centrar en la alegría de compartir un rato de conversación con Gregorio Jiménez, una de las cabezas mejor amuebladas de Granada.

Foto: Javier Martín

Gregorio, además de su brillante paso por Puleva, estuvo ocho años al frente del Consejo Social de la UGR, por lo que tiene bagaje, talento y experiencia para saber de lo que habla. Y lo que dice Gregorio es que Granada está en un momento dulce y que en 10 años va a sufrir una transformación espectacular gracias al impacto que tendrá el acelerador de partículas y al impulso de la propia Universidad, cuyo caudal de talento es inagotable.

Lo que más me gustó de Gregorio no fue (solo) lo que decía, sino cómo lo decía y transmitía, brillantes los ojos y una sonrisa luminosa que le ocupaba el rostro entero.

Hablamos del círculo virtuoso generado en torno a la Escuela de Ingeniería Informática, el Instituto de Matemáticas —que recientemente se ha hecho acreedor del prestigioso sello de Excelencia María de Maeztu— y de la cátedra de Inteligencia Artificial. Todo ello ha desembocado en la llegada de Indra y de Google a nuestra tierra, por ejemplo. Pero lo mejor está por llegar. Porque el futuro tecnológico que nos espera alberga grandes sorpresas e innovaciones, aún por descubrir, en mil y un campos diferentes. Por ejemplo, el agroalimentario y el turístico; claves en nuestra socioeconomía.

Gregorio Jiménez coincidía, en fin, con el catedrático Eduardo Ros cuando me dijo que la gran riqueza de Granada es el conocimiento, la materia gris; una de las frases que más me han impactado en los últimos años. (Hablé de ello AQUÍ) Y nos ponía deberes: hay que comunicar más y mejor lo mucho y bueno que hace la UGR para que cale en la ciudadanía. ¡Amén!

Jesús Lens

Diario negro de lecturas veraniegas

Permítanme que les cuente sobre algunos de los libros que he leído estas semanas estivales mientras vamos preparando la séptima edición de Granada Noir, el festival multicultural dedicado al género negro patrocinado por Cervezas Alhambra que volverá, de forma presencial, la última semana de octubre, para enlazar con Halloween.

Comencemos por ‘Juicio letal’, de Montiel de Arnáiz, publicado por Apache Noir y protagonizada por un abogado en horas bajas. O altas, depende de como se mire. Porque a Daniel Radler le han detectado un cáncer con muy mala pinta y no se le pronostica más allá de un año de vida. Decide dejar la profesión y encerrarse a escribir sus memorias. Sin embargo, por una concatenación de circunstancias —y porque la cabra tira al monte— se verá de nuevo frente a jueces y fiscales, llevando un último caso que, en realidad, es una venganza.

Dentro del género negro, los abogados, picapleitos y leguleyos varios tienen enorme predicamento en el mundo anglosajón. En España, sin embargo, no termina de estar consolidada esta variante. Le daba vueltas a la cuestión mientras leía a toda mecha ‘Juicio letal’ y lo dejo apuntado como cuestión para el debate. Tenemos infinidad de policías, guardias civiles, periodistas de investigación y detectives privados en nuestras novelas policíacas. Hay algunos jueces, también. Pero pocos abogados y fiscales. Muy pocos. ¿Por qué? Volveremos sobre el tema.

Montiel de Arnáiz, abogado de profesión, ha escrito una extraordinaria novela negra repleta de ritmo y bien apegada a la realidad judicial de nuestro país, en la que el Derecho se enfrenta a los renglones torcidos escritos por los embaucadores de las terapias alternativas, además de darle un buen repaso al mundo de las editoriales fantasma. Además, es la primera novela que leo en la que aparece el coronavirus como parte esencial de la trama. ¡Y qué bien traído está, más allá del contexto!

Cambiemos de tercio. En ‘La profecía del desierto’, publicada por Umbriel y escrita a cuatro manos por Ana Ballabriga y David Zaplana, una pareja literaria tan prolífica como bien avenida, se cuenta una sorprendente historia de aventuras cuya acción se desarrolla en Oriente Medio, pero en la que Granada desempeña un papel muy importante al comienzo de la historia. Protagonizada por Nur, una bailarina tan codiciada como experta, y por Mahmed, un cetrero de la Casa Real saudí; la novela nos conduce por paisajes muy poco transitados, como Arabia Saudí.

Hay misteriosas cartas de maestros sufíes, órdenes secretas, grandes enigmas, amenazas de atentados terroristas, sátrapas de crueldad inimaginable y el contraste que se da en una sociedad hiperdesarrollada que aún mantiene una mentalidad medieval. ‘La profecía del desierto’ es una de esas novelas con el marchamo de terminar convertida en serie de Netflix.

Les tengo que hablar de lo más reciente de Carlos Salem, que vuelve por sus fueros a la vez que se reinventa en un noir de corte clásico con ‘Los que se merecen morir’; y del bombazo que trae Fernando Marías con ‘Arde este libro’, ambas novelas publicadas por la imprescindible editorial Alrevés.

Pero quiero terminar recomendándoles encarecidamente la novela más sorprendente que he leído este verano: ‘El nudo Windsor’, de S.J. Bennett, publicada por Salamandra y protagonizada por el personaje más improbable que ustedes se puedan imaginar: la mismísima reina Isabel II herself. Aunque viene definida como un mezcla entre miss Marple y The Crown, para mí tiene mucho de aquella memorable serie titulada ‘Sí ministro’.

Y sí: es policiaca, que Su Majestad se pone al mando de la investigación de un asesinato cometido en el castillo de Windsor. Y, por supuesto, derrocha humor por los cuatro costados. Imprescindible.

Jesús Lens