Elogio del cero

Hace muchos años, allá por la Edad de Piedra, un profesor me puso un 0,5 en un examen. No recuerdo si era de Matemáticas, Química o Física, pero jamás he olvidado aquella calificación que, en cruel rojo vivo, saltaba a la vista y amenazaba con dejarme un ojo a la virulé, anticipando la recepción que tan ignominiosa calificación iba a tener en casa.

Con el correr de los años, aquel 0,5 quedó como algo folclórico y anecdótico. Divertido, incluso. La duda jocosa sobre qué demonios habría acertado para obtener aquel medio maldito punto se daba la mano con la posibilidad de haber conseguido un rotundo y genuino cero absoluto. Al final, aquel 0,5 fue sinónimo de un quiero y no puedo. Una prueba más de mi incapacidad para lograr la excelencia, aunque fuera en el desastre.

Yo creo que, desde entonces, tengo querencia por el 0. Cuando veo un huevo, pienso en él. O los roscos de Loja, versión gastronómica de un número sin valor aparente que, sin embargo, constituye uno de los grandes inventos de la humanidad.

Ahora que esperamos desesperadamente alcanzar el nivel de alerta 0 por covid que nos permitiría regresar a la normalidad absoluta en nuestra vida, o algo semejante, es momento de hacer un encendido elogio del 0, un número que ‘nació’ en la India ya avanzada nuestra era. Recordemos que los romanos utilizaban letras para representar números ‘redondos’: I, V, X, L, C, D y M, por lo que el 0 fue toda una revolución.

Filosóficamente hablando, el cero se vincula con la nada, la negación, la ausencia y el vacío. O sea que el 0 lo es todo cuando se trata de ponernos estupendos y mesarnos la barbilla mientras miramos al infinito. No por casualidad, ese gran filósofo que es Bart Simpson tiene como una de sus frases de cabecera el mítico “Multiplícate por cero”.

Un jugador legendario de la NBA, Robert Parish, lucía un descomunal 00 en su camiseta de los Boston Celtics y más recientemente, estrellas como Kevin Love y Russell Westbrook se han abonado al 0 como número fetiche.

La fila 0 en cualquier espectáculo está dedicada a la solidaridad y el número 0 de una revista es la prueba definitiva de que un proyecto se convierte en realidad. Ojalá demos las cifras para pasar a nivel pandémico de alerta 0 el próximo viernes. Aunque dé vértigo eso de los aforos completos, la verdad.

Jesús Lens

San Telmo del Carmen

La triple alianza. Me encantó el titular de portada del IDEAL de ayer. La triple alianza por Granada. Por un momento me sentí transportado a mis años de Bachillerato, a las clases de Historia de Ignacio Cabrero. Me gustó la música que emanaba de la entente Moreno Bonilla-Cuenca y, una vez leída, me gustó la letra. Letra pequeña, que no hay grandes novedades ni proyectos faraónicos, pero imprescindible.

El primer punto de acuerdo entre Junta y Ayuntamiento, no por previsible deja de tener una importancia capital: la inversión en tecnología. Esto ya se lo saben ustedes: acelerador de partículas, inteligencia artificial, matemáticas, móviles de ultimísima generación, sector biosanitario, PTS… y siempre la UGR como faro y guía.

Que otro de los acuerdos del eje Palacio de San Telmo-Plaza del Carmen versara sobre la contaminación y la calidad del aire es más sorpresivo, pero igualmente esencial. Sobre todo porque afecta a la movilidad y al transporte, tema del que ya escribí el pasado domingo, por lo que no voy a darles la turra de nuevo.

Y así llegamos a la cuestión del impulso al turismo, el más amplio, un cajón de sastre donde entran las ayudas a la hostelería granadina, especialmente perjudicada por los cierres del pasado otoño. ¿A qué espera la autoridad competente para ordenarlas y ejecutarlas? ¿A que se cumpla el primer aniversario de aquel puente del Pilar de infausto recuerdo?

Las pésimas conexiones de nuestra ciudad también entran en juego en este capítulo. Y la necesidad de potenciar la oferta turístico-cultural con grandes eventos que tengan efecto imán. Dado que la Alhambra, como al militar el valor, se le supone a Granada; es necesario trabajar en un calendario cultural potente que atraiga a la gente más allá de los puentes y fiestas de guardar.

Estos dos últimos años, pandemia incluida, han sido letales en ese sentido. Al anterior gobierno municipal no se le caía la Granada Capital Cultural 2031 de la boca, pero si comparamos el panorama actual con el que había en 2019, es para echarse a llorar.

Si hay un sector desasistido en Granada es el de la cultura. Está muy bien el proyecto de Revivir La Azucarera y ojalá salga adelante, siempre con el concurso y el apoyo de la Universidad, pero no se olviden del resto del tejido cultural granadino. Miremos a donde miremos, está asfixiado. Y en muchos casos, con escasas posibilidades de volver a respirar.

Jesús Lens

Culpa y castigo en el género negro

Estos días he estado trabajando sobre la figura del falso culpable para un libro colectivo de cine negro que publicará la editorial Dolmen, en la estela de aquel ‘Grandes temas del western’ que tan buen sabor de boca nos dejó.

Además de revisitar maravillosos clásicos de Hitchcock y Lang, dos directores que le han prestado mucha atención a la cuestión —les recomiendo encarecidamente ‘Perversidad’, una de las películas más crueles de la historia del cine— he visto una de las joyas cinematográficas de este año, ‘Pequeños detalles’, escrita y dirigida por John Lee Hancock y con un plantel de actores extraordinario: un veterano Denzel Washington casi crepuscular; el robótico e inquietante Rami Malek y el siempre perturbador y desasosegante Jared Leto.

No les cuento nada sobre el argumento, pero el tema central es la obsesión de los investigadores por capturar al malo. Por descubrirle. Y, sobre todo, por encontrar pruebas con las que condenarle. ¡Cuántas veces hemos visto o escuchado eso de la intuición o el sexto sentido en las tramas policiales! Un recurso fácil la mayor parte de las veces, un auténtico bajonazo, para hacer avanzar la historia.

La intuición o la aquilatada experiencia de un veterano sabueso pueden servir para encontrar al asesino, pero no para condenarlo. Al menos, en un sistema garantista. De ahí que los tecnicismos legales, la cadena de custodia o las pruebas arruinadas tengan tanta importancia… en la vida real.  En la ficción resultan poco atractivas para el lector/espectador. Y precisamente por eso el pasador rojo de ‘Pequeños detalles’ se ha convertido, para mí, en todo un icono.

En la cuestión del falso culpable se conjuran, además, un montón de aspectos que me resultan fascinantes, como la figura del doble, los prejuicios y la fuerza del destino. El fatum. La fatalidad. La lectura de ‘El hijo del padre’, la novela más reciente de Víctor del Árbol, publicada por Destino, nos habla precisamente de ello. Del destino inexorable que une a las familias, aunque separe a las personas. De esos lazos, asfixiantes, tan difíciles de romper.

“Secuestré a Martin Peace, lo metí en el maletero de mi coche y conduje más de mil kilómetros hasta la Casa Grande. Una vez allí lo torturé durante tres días con sus largas noches y el 11 de noviembre de 2010 lo maté disparándole dos veces en la cabeza. Después llamé a la policía y me senté a esperar”.

Diego Martín dejó escrita esa autoinculpación y Víctor del Árbol arranca con ella una novela muy dura que, a lo largo de 400 páginas nos permitirá conocer la historia de este exitoso profesor universitario al que un mal día ¿se le fue la olla?

Para conocer quién es Diego Martín y averiguar por qué hizo lo que hizo es necesario asomarnos a sus orígenes, a sus circunstancias vitales y, también,  conocer al resto de su familia, abuelos incluidos. Porque ninguna persona es una isla y somos lo que somos porque nuestros ancestros fueron lo que fueron. E hicieron lo que hicieron. De la forma que lo hicieron. Por las razones que lo hicieron.

Ahora que tanto se habla del famoso ascensor social, la historia de Diego pone en entredicho su capacidad de superar el pasado y dejarlo atrás, sepultado en el sótano del olvido.

La historia de Diego y su familia es la de España en su conjunto, con sus luces y sus sombras. Con sus conquistas y sus logros, pero también con sus cadenas y sus esclavitudes. Esa España machadiana en cuyos campos estuvo el bíblico jardín, pero por donde no deja de cruzar, errante, la sombra de Caín.

Jesús Lens

Las ayudas son Godot

Podría ser una de las palabras del año. Ayuda. Aunque mejor en plural. Ayudas. Es el mantra más repetido por los políticos, sean del signo que sean y ocupen el cargo que ocupen en cualquier administración. Ayudas. Se habla de ellas desde los ayuntamientos y diputaciones, desde las mancomunidades y pedanías, desde las autonomías y el gobierno central, desde Europa y el resto del mundo.

Las ayudas lo mismo se piden que se prometen. Las ayudas se exigen, se claman, se garantizan, se blindan y, dependiendo del colectivo al que supuestamente deberían beneficiar, hasta se critican y se ponen en cuestión.

No quiero ser prolijo, pero en lo que llevamos de año se han anunciado ayudas por Filomena y por el enjambre sísmico. Por las riadas, DANA y gotas frías. Por los incendios forestales. Por el volcán. Y por todo lo aparejado a la pandemia. Por las pérdidas económicas. Por la merma de ingresos. Por los ERTE. Por la subida de la luz. Por las tasas desmedidas. Por los impuestos cobrados por servicios no prestados. Por el ingreso mínimo vital. ¿Será por ayudas? Justas y merecidas.

La pregunta es: ¿llegan? Es una pregunta, ojo. Para la que no tengo clara la respuesta. Hablo con amigos y compañeros, autónomos y freelance zarandeados por la crisis económica resultante de la pandemia, y la mayoría me dice de no. Que nada de nada. Que ahí están, viéndolas venir. Pero que no vienen. Esperándolas. Como los personajes de Beckett. Las ayudas son el Godot 2021.

Lo decía ayer domingo Gerardo Cuerva, el presidente de los pequeños y medianos empresarios españoles, en la entrevista publicada por IDEAL. A la pregunta de si cree que hay demasiado anuncio y poca implementación responde: “Exacto. Llevamos 15 meses, 18 meses de anuncios de medidas que quedan en el cajón. Y eso a nosotros no nos vale”. Ni a nadie.

Deberíamos ser más exigentes con nuestros políticos. A cada anuncio de ayudas habría que exigirle un calendario claro de llegada, como a los aviones en los aeropuertos. Saber de dónde viene el dinero y cómo, cuándo y a quién se le va a dar. Y por qué. Después, sería igualmente imprescindible fiscalizar el estricto cumplimiento de las promesas. Más que nada para evitar que unas se solapen con las siguientes sin que sepamos si se complementan, se suman o, lo más probable, si se anulan entre sí.

Jesús Lens

Una cuestionable movilidad

Resultó muy interesante el foro de IDEAL con Marifrán Carazo, la consejera de Fomento de la Junta, que presentó propuestas necesarias… y polémicas. Empecemos por el gran titular: “El gobierno de Granada parece el catalán, que ha renunciado a una inversión de 1.600 millones”.

No sé hasta qué punto conocerá la consejera el proyecto de ampliación del aeropuerto del Prat o si habrá tenido acceso a mucha documentación técnica antes de hacer esa afirmación, pero a mí me suena a populismo puro y duro. Sobre todo porque usa esa frase tan tremendista para afear al alcalde de Granada que se niegue a estudiar el proyecto del cierre del anillo.

Carazo apela a los criterios técnicos, y no políticos, a la hora de afrontar el futuro de las infraestructuras. Y digo yo que habrá que combinar ambos, ¿no? Verbigracia, la tala de árboles sanos y robustos en una ciudad que se ahoga en contaminación, siempre amparada en el criterio de los técnicos del Ayuntamiento. ¡Ojalá se impusiera alguno político para evitarlas!

El PP andaluz recupera el proyecto del cierre del anillo justo cuando hemos sabido que la variante exterior de la autovía no ha terminado con los denostados atascos, precisamente la razón que se aduce para impulsar el cierre del anillo. (Leer AQUÍ) Nos hartamos de variantes, segunda circunvalación, Ronda Sur, Ronda Este y VAU; pero cuando nos despertamos, el atasco sigue ahí. Y la contaminación, insisto.

A la hora de hablar del transporte y la movilidad en Granada, la contaminación es un factor capital que no se puede obviar. Conviene estar atentos a lo que se apruebe en la Cumbre del Clima de Glasgow, en noviembre, antes de comprometer miles de millones de euros en más carreteras.

Carazo también anunció la ampliación del Metro. ¡Albricias! Y por el centro de la ciudad, además de los nuevos trazados por el norte y el sur del área metropolitana. Digo yo que esa noticia sepulta de una vez por todas la quimérica propuesta de Podemos para desembovedar el Darro, ¿verdad? Y se trabaja en el intercambiador de autobuses del Violón. Por ahí sí vamos bien.

Es posible que los 1.600 millones previstos para el cierre del anillo haya que dedicarlos a infraestructuras básicas para potenciar el transporte colectivo, y no amenazar con quitárselos a Granada de un plumazo, como si la cosa fuera de susto o muerte. A ver qué dicen los técnicos sobre el particular, además de los políticos.

Jesús Lens