Caballos lentos y leones muertos

Hace unos meses, dando un curso sobre narrativa de viajes, defendía a capa y espada una tesis que trato de aplicar a mis reportajes nómadas: la clave reside en el humor. Porque hoy en día, el mito del viajero que arriesga su vida y vive mil y una situaciones peligrosas y comprometidas apenas se sostiene. O le ponemos un poco de ironía y distanciamiento al tema o nos hartamos de leer adjetivos superlativos sin mayor recorrido.

No soy tan proclive al humor en el género negro, sin embargo. Una cosa son los diálogos cáusticos y las réplicas rápidas e ingeniosas y otra un humor que, por lo general, termina derivando en parodia, mejor o peor intencionada. Sin entrar en la cuestión del humor negro, tema que nos reservamos para otra ocasión.

A pesar de esas reticencias, me está encantando la serie de espías de Mick Herron, de la que Salamandra Black acaba de publicar ‘Leones muertos’, su segunda entrega, traducida al español por Enrique de Hériz. Una serie de espías muy seria y, a la vez, trufada de un humor corrosivo muy, muy británico.

Los protagonistas de esta saga son un equipo de espías llamados ‘caballos lentos’ por sus homólogos del MI5. Que trabajen en la conocida como ‘Casa de la Ciénaga’ ya hará sospechar al lector de qué tipo de espías hablamos, ¿verdad?

Más o menos voluntariosos, pero a tope de torpes, los caballos lentos son espías que la han cagado. Cagado, pero bien. Que todo el mundo puede tener un mal día, pero no dejarse olvidado en un autobús un disco duro cargado de información confidencial que, al día siguiente, abrirá todos los informativos. Espías que han sido condenados al ostracismo por sus superiores y que, si no les despiden, es por cuestión de imagen o de conveniencia. Por evitarse problemas legales, burocráticos o mediáticos. Mejor mandarles a la Casa de la Ciénaga para encomendarles tareas burocráticas y rutinarias que aburrirían a un monje trapense con voto de obediencia. Y todo ello con el propósito de que no estorben… y de que sean ellos mismos quienes, desacreditados, hundidos y desmoralizados, pidan la cuenta y se vayan con viento fresco.

Al mando del tinglado está Jackson Lamb, un sujeto directamente emparentado con el mítico Ignatius Reilly de ‘La conjura de los necios’. Es un bocas de cuidado. Lenguaraz, sucio, cáustico y con un punto repulsivo que termina haciéndolo enternecedor.

En ‘Leones muertos’, los caballos lentos se encuentran con una trama que, en principio y como ellos mismos, no debería ir a ningún sitio: el veterano Dickie Bow, un espía de la vieja escuela, de los tiempos de la Guerra Fría, aparece muerto en un autobús. Un ataque al corazón, pero ¿y si le hubiesen envenenado? De venenos, la antigua KGB sabía un rato. Y la nueva, que no hay más que ver la que tienen liada con el Novichok estos días. Lamb empieza a husmear.

En paralelo, uno de los espías de verdad, de los que trabajan en el Londres noble de los servicios secretos como Dios manda, encarga a dos de los caballos lentos una misión sencilla: acompañar a un oligarca ruso en una reunión de trabajo sobre nuevas fuentes de energía que se celebrará en una rutilante torre-rascacielos recién inaugurada en la capital británica.

400 páginas después, el lector habrá acompañado a los caballos lentos en una vertiginosa cabalgada a caballo entre la investigación clásica de espías, pasada por el túrmix de internet, el reconocimiento facial y las bases de datos y trufada de un humor irreverente y descacharrante.

Por ejemplo cuando a Ho, el genio informático de la pandilla, se la cuela una novia que se ha echado por internet y que resulta tener 54 años. Cabreado, ironiza con la provecta edad de una persona que, para conocer el siglo XX, no tiene que estudiarlo, sino limitarse a recordarlo. ¡Touché!

O cuando el propio Lamb elige sitio para un encuentro clandestino: “Era un lugar tan obvio para un espía que quisiera sentarse a pensar en asuntos de espías que nadie que tuviera un mínimo conocimiento del mundo del espionaje imaginaría que pudiera existir un espía tan estúpido como para usarlo”.

Entre los espías, ojo, también hay cuchilladas, putadillas y celos. Entre los del mismo bando, quiero decir, que hay mucho trepa por ahí suelto, como descubrirán los lectores de ‘Leones muertos’. También aprenderán que hay auditores con más poder que un ministro, capaces de poner contra las cuerdas al mismísimo 007, si se tercia. Y espías de los de antes, convencidos de que un buen archivo en papel vale su peso en oro. Sobre todo, cuando colapsen las redes. Que colapsarán.

Ganadora de varios premios, entre ellos el Gold Dagger Award de la Crime Writers Association y el premio al thriller del año concedido por The Times, ‘Leones muertos’ ya es un clásico del humor noir más deslenguado y divertido.

Jesús Lens

Lunes de recuento

Hasta hace unos meses, lo malo de los lunes era que se volvía al trabajo después del placentero fin de semana. Algo que no se podía mencionar en las redes sociales, por cierto, porque siempre salía alguien que te espetaba algo así como “no te quejes que al menos tienes un trabajo al que volver”. ¡Qué tiempos aquellos!

Ahora, los lunes comparece Fernando Simón para dar los datos acumulados de contagio de coronavirus durante el fin de semana. Reconozco que me paso la mañana inquieto, haciendo cábalas sobre las miles de nuevas personas con Covid-19. Y les confieso que me gusta escuchar a Simón poniéndole sordina a los veinte o veinticinco mil contagios de viernes, sábado y domingo. Sin embargo, no me tranquiliza, ni muchísimo menos.

Hace un par de semanas, cuando compareció Sánchez el Apolíneo, más que un análisis ponderado de la situación parecía leer su carta a los Reyes Magos. Normal. Tras la operación ‘salvar el verano’ toca la operación ‘vuelta al cole’. Que sea presencial es importante, además de por todo lo que se ha repetido hasta la saciedad estas semanas, porque hay mucha pasta en juego.

Septiembre es el auténtico comienzo de año en todo lo que lleva aparejado el marchamo 20/21, del curso escolar a las competiciones deportivas, las actividades extraescolares, las peñas, los programas culturales y educativos… Es importante transmitir una sensación, si no de seguridad, sí de una cierta tranquilidad. Y que fluya el dinero.

Contribuiría que los diferentes gobiernos, nacional y autonómicos, hubieran hecho sus deberes. Es ilustrativo que Sánchez animara a descargarse la app Radar Covid cuando llevaba semanas rulando por nuestros móviles aunque era completamente inútil al no contar con los datos de la mayoría de las comunidades autónomas.

O la falta de los ansiados rastreadores, la ausencia de controles en los aeropuertos o que, ahora, la Junta de Andalucía vaya a empezar a plantearse la posibilidad de mirar a ver si contrata más profesores para bajar la ratio de alumnos por aula. Estuvo bien aquello de salvar el verano, pero habría estado mejor que durante junio, julio y agosto, sus señorías se lo hubieran currado más y mejor.

El fin de semana parece que no ha sido demasiado malo en Andalucía, de acuerdo a las cifras oficiales, pero hay que esperar al recuento de Simón. Y a su interpretación de los números para, en cualquier caso, seguir extremando la prudencia en este complicado inicio de curso.

Jesús Lens

Un verano sin medusas

Estos días, como si de un personaje de los ‘Rotos’ de Don Winslow me tratara, he aprovechado para quedarme junto al mar cuando la mayor de la gente ha tirado pa’rriba, de vuelta a Granada. Tras unos julio y agosto extenuantes, disfruto del septiembre más sosegado de los últimos años, dado que no vamos a celebrar la sexta edición de Granada Noir a final de mes. Pero no es de esa modalidad de cultura de la cancelación pandémica de la que quiero hablarles hoy, sino de la gran ausente de nuestras costas este verano: las medusas.

Estaba jugueteando con unas olillas de levante de lo más simpáticas cuando sentí un lambreazo en el dedo de un pie. Automáticamente pensé que me había picado una, pero luego caí en la cuenta de que este año ha habido menos medusas en la Costa Tropical que famosos de la jet set en Marbella.

Ha sido un buen verano, climatológicamente hablando, que mejor no hablar de la economía. El agua ha estado —y sigue estando—a una temperatura que habría hecho las delicias de cualquier spa, apenas ha soplado el poniente helador y, sobre todo, las temidas medusas que nos amargaron la vida en veranos anteriores no se han dejado ver este 2020, como si estuvieran asustadas por el otro bicho.

Cambio climático, salinidad del agua, sobrepesca de sus depredadores naturales, disminución del plancton del que se alimentan y abundancia de aguas residuales en las orillas que lo sustituyen como nutriente… Varias eran las causas que los científicos aducían para explicar la proliferación de medusas en nuestras costas.

¿Por qué apenas ha habido medusas este verano, al margen de que acaben de pescar una monumental en La Herradura? La tentación de vincular su desaparición con el confinamiento es fuerte: al haber dejado a los mares en paz durante dos o tres meses, se habría producido un reequilibrio de las fuerzas naturales. Esta explicación, más simplista que simple, también nos permitiría fustigarnos como especie una vez más y proclamar aquello de que nos merecemos la extinción.

No van por ahí los tiros, sin embargo. A comienzos de julio, el departamento de Biología Animal de la Universidad de Málaga ya anunció que “el grado de favorabilidad macroecológica para la proliferación de medusas” no era muy alto para este verano. Y la cosa no tenía que ver con la pandemia, sino con algo mucho más sencillo: los caprichos de las corrientes del mar de Alborán.

Jesús Lens

José María, el Jesse James de las sierras andaluzas

Es una de las figuras míticas de la Andalucía del siglo XIX. El bandolero romántico que, obligado por las circunstancias a echarse a la sierra, robaba a los ricos para socorrer a los pobres. Seguimos la huella de José María, ‘El Tempranillo’, desde Jauja hasta Ronda  

Romances, coplillas y cantares de ciego glosaron la vida, obra, aventuras y milagros de aquellos bandoleros que cruzaban las campiñas y serranías de Andalucía en busca de la buena fortuna o huyendo de una justicia que ellos interpretaban como ciertamente injusta.

“Por la Sierra Morena va una partía; ar capitán le yaman Jose María. Sus compañeros Frasquito er de la Torre; Juan Cabayero. José María se llama el rey de los bandoleros; por el camino de Ronda, sus pasos vienen siguiendo. Camino de Ronda le vienen a ver las primeras luces del amanecer”. 

Sirva esta Cante de serranas para introducir al protagonista de una ruta cultural diferente y original que conducirá al viajero por algunos de los escenarios de la vida de ese José María, conocido como ‘El Tempranillo’. Y es que, de entre los muchos bandoleros que han pasado a la historia, de los Siete Niños de Écija —que ni eran siete ni eran de Écija— a Pasos Largos, el Vivillo o el Pernales; ninguno como José María para encarnar el ideal del bandido romántico y generoso que, al estilo de Robin Hood, robaba a los ricos para entregar dinero a los pobres.

“Ladrón José María, hijo de padres labriegos, que honradamente vivían. Apenas fue mozo el niño ya el mozo se distinguía, más por el que él valiera, por el valor que tenía. Taciturno, melancólico de pura raza morisca, era José enamorado, generoso… y sin codicia”. 

Son las coplillas de José de Olona, publicadas en 1861, que el viajero encontrará reproducidas sobra las paredes del Centro Temático del Bandolerismo Romántico de Jauja, uno de los enclaves esenciales de la bautizada como Ruta del Tempranillo, las tierras que dieron cobijo al célebre bandolero.

El Centro se encuentra en la localidad cordobesa de Jauja donde nació José María Expósito, a escasos metros de la iglesia donde fue bautizado. Que el viajero no espere encontrar piezas significativas en un espacio entregado a la contextualización del fenómeno del bandolerismo. A sus causas, efectos y consecuencias. A la desigualdad rampante en el campo andaluz de la época, a la sumisión, la pobreza y la violencia. Y a la resistencia contra las tropas napoléonicas, que contribuyó a acrecentar el mito romántico y racial del bandolero. Hay mucha información en forma de panel, además de grandes ilustraciones en plexiglás y reproducciones de grabados y litografías. Una producción audiovisual sin mayores pretensiones y, como pieza más destacada, un trabuco bastante majo.

La siguiente parada en la llevará al viajero hasta Alameda, ya en la provincia de Málaga. En una de las rotondas del pueblo hay una espectacular escultura de ‘El Tempranillo’ realizada por escultor linarense José Javier Ángeles, mostrándole altivo, con pañuelo en la cabeza y trabuco al hombro. Se trata es una llamativa pieza en bronce de 2,5 metros de altura. Y en la Iglesia de la Inmaculada Concepción se encuentran depositados sus restos. Recordemos que, como en el caso de Jesse James, el bandolero murió un año después de ser indultado, a manos de un antiguo compañero de correrías.

A la salida de Alameda se encuentra la Posada José María ‘El Tempranillo’, con su cerámica alusiva en la puerta. “Un viaje en el tiempo hasta la época de los bandoleros”, reza la publicidad. Antiguo cortijo del siglo XVIII, debidamente rehabilitado, este verano solo abre los fines de semana.

La siguiente parada en esta Ruta de El Tempranillo llevará al viajero a las afueras de Corcoya, en la provincia de Sevilla. Y es que en esta parte de Andalucía confluyen las tierras de Córdoba, Málaga y Sevilla, dándose la mano en un radio de muy pocos kilómetros.

Aquí se encuentra la Ermita de Nuestra Señora de la Fuensanta, a la que el bandolero le tenía mucha devoción. Y las cuevas en las que El Tempranillo y su partida se escondían cuando visitaban la Ermita bajo los auspicios del santero encargado de cuidarla, que era uno de los confidentes del bandido.

Aquí fue donde José María Expósito exigió recibir el indulto del rey Fernando VII que, cansado de no atraparle, prefirió indultarle y así evitarse la vergüenza del repetido fracaso de las fuerzas del orden encargadas de prenderle. El viajero se encontrará la ermita cerrada y en restauración. Si tiene suerte, uno de los voluntarios que allí trabajan no solo le mostrará las cuevas, sino que le permitirá acceder al camarín de la virgen y solazarse con una delicada decoración que tiene siglos de antigüedad.

La última parada de esta ruta llevará al viajero al casco histórico de Ronda y su museo dedicado al bandolerismo. Tiene más de 1.300 piezas, libros y objetos y está dividido en salas dedicadas a ‘Viajeros románticos y documentación’, ‘Vivir el bandolerismo’, ‘Bandoleros famosos’, ‘Los que siguieron el rastro -Guardia Civil’ y ‘Armas y testimonios escritos’.

Jesús Lens

Caos, destino, azar y necesidad

Hace 7.000 millones de años se produjo la fusión de dos agujeros negros que provocaron un tsunami gravitacional cuya señal, que duró una décima de segundo, fue captada el 21 de mayo de 2019.

Hace apenas cuatro días, un conductor septuagenario se metió en la A-92 en dirección contraria y provocó un accidente que le costó la vida tanto a él como a su esposa.

Nada tienen que ver ambos hechos entre sí, pero por razones distintas, no me los saco de la cabeza. Como no dejo de acordarme de ese hombre de 41 años que, un mediodía de finales de agosto, se encontraba en el parque de la Ciutadella de Barcelona cuando le cayó una palmera encima y le mató.

De todas las supuestas enseñanzas que íbamos a sacar de este 2020, la más importante ya la conocíamos de antes y tiene mucho que ver con el efecto mariposa, la teoría del caos, el azar y la necesidad: todo puede ocurrir. Por más gagdets inteligentes que llevemos pegados a nuestro cuerpo, por más apps que nos descarguemos en nuestros inteligentísimos teléfonos, por más GPS que conectemos a los mil y un satélites que pululan por ahí arriba; la vida es imprevisible y puede cambiar en un instante.

De las ondas gravitacionales me alucina todo, especialmente que produzcan ondulaciones en el espacio-tiempo. De ahí a los agujeros de gusano y a los viajes en el tiempo apenas hay un trecho. Que este tsunami gravitacional haya sido provocado por la fusión de dos agujeros negros primordiales que, además, no deberían estar ahí; hace que me explote la cabeza.

Se lo he dicho otras veces: como buen y aplicado alumno de letras puras, cada vez me interesa más la ciencia. Sigo sin entender apenas nada, pero persevero en la atenta lectura de artículos científicos. Como ustedes, imagino, que este año aciago hemos aprendido más de virus, vacunas, curvas y pandemias que en todo el Bachillerato.

Me impresionó la muerte de ese matrimonio de ancianos que, tras sortear al coronavirus, tomó mal una rotonda y se metió en la autovía por donde no era. O lo del paseante que caminaba por el parque, posiblemente con su mascarilla puesta, cuando le mató la caída de una palmera.

“Estaría de Dios”, dirán algunos con un cierto fatalismo. Y no les faltará razón. Pero recuerden que hasta el más contumaz de los creyentes en la predestinación mira el tráfico antes de cruzar la calle.

Jesús Lens