Sevilla nos hurta

Mañana es 22 de diciembre, la chavalada de San Ildefonso le pondrá su particular sonsonete al comienzo ‘oficial’ de la Navidad y esta columna se impregnará del espíritu correspondiente a estas fechas, dejando aparcadas las múltiples, sucesivas y consecutivas crisis del gobierno municipal hasta la próxima cuesta de enero.

Como transición, quería recomendarles dos de los mejores libros que he leído este año: ‘Invisibles’ y ‘Sidi’. La jueza y novelista Graziella Moreno se despachó con una intensa trama criminal dedicada a las personas que viven en la calle y padecen diferentes tipos de trastornos mentales. Arturo Pérez Reverte, por su parte, se ha marcado un western crepuscular de marca mayor con su historia sobre el Cid, mostrando cómo era, como es la vida en los territorios de frontera, tema en el que centraremos la próxima edición de Granada Noir, precisamente.

Tenía yo avanzadas mis notas literarias cuando Antonio Cambril hacía público y daba carta de naturaleza a lo que, hasta ese momento, no era más que un runrún: la Junta de Andalucía se hará cargo de las cuentas y la gestión del Parque de las Ciencias a partir del 1 de enero.

Si el bipartito que, dicen, gobierna nuestra ciudad montara un circo, sus forzudos se quedarían anoréxicos y a sus equilibristas les darían accesos de vértigo. No es normal todo lo que está pasando en esta ciudad desde el pasado mayo.

Tras años y años teniendo que aguantar la salmodia del ‘Sevilla nos roba’ por parte del PP, sobre la gestión centralizada de Cetursa y la Alhambra, una vez instalado en San Telmo, el gobierno de Juanma Moreno y Juan Marín toma una controvertida decisión que, pésimamente explicada, para variar, le da alas y munición a la oposición, que se va a hartar con este tema.

Como el ‘Sevilla nos roba’ es un mantra muy gastado, PSOE y Podemos-IU deberían innovar y, en los próximos 3 años, tirar de variaciones como ‘Sevilla nos tanga’, ‘Sevilla nos manga’ y ‘Sevilla nos mangonea’.

Menos mal que llega la Navidad. Necesitamos un respiro. Ni siquiera he esperado al pleno del Ayuntamiento para escribir estas notas: necesito empezar mi dieta detoxinformativa cuanto antes y centrarme en los décimos de la Lotería. ¡Salud y fortuna!

Jesús Lens

Denuncia a un profesor

Ayer jueves impartía mi última clase del trimestre a los alumnos de 4º de Práctica Periodística de ESCO. Les insistí en uno de mis temas favoritos: la importancia del lenguaje. El valor de las palabras. Porque ni el lenguaje ni las palabras son neutros o inocentes.

Tomemos como ejemplo una expresión como ‘pin parental’. Así a botepronto, no suena mal: dada la cantidad de amenazas que acechan a los menores en el entorno digital, que los padres tengan un control sobre lo que ven, cómo, cuándo y dónde; no parece una mala idea.

Sin embargo, cuando lo de ‘pin parental’ se aplica a los contenidos lectivos que el alumnado recibe en un aula, la cosa cambia de medio a medio. Que unos padres puedan decidir qué puede o qué no puede explicar un profesor me parece algo terrible y aterrador.

Lo de Baena, por ejemplo, con un profesor denunciado y prestando declaración en un juzgado por proyectar un vídeo sobre Ana Orantes en una actividad escolar para concienciar contra la violencia machista. A la Junta le honra su apoyo al profesor, pero no podemos olvidar que PP y Cs gobiernan en Andalucía con el apoyo de la ultraderecha que cuestiona esa modalidad de violencia contra las mujeres.

Ayer también leíamos que se ha detectado un importante incremento de la violencia machista entre menores. Según datos del Observatorio contra la Violencia de Género, se ha producido un incremento generalizado en denuncias interpuestas, medidas cautelares dictadas y condenas a maltratadores y que, en concreto, destacan las cifras relativas a menores.

Ante una información así podemos hacer dos cosas: cuestionar los datos, la metodología del informe y/o la legitimidad del referido Observatorio o preocuparnos seriamente sobre el tema y trabajar en la consecución de medidas efectivas que contribuyan a revertir la situación.

En este sentido, el trabajo en centros escolares es básico. Y resulta intolerable que, amparándose en una expresión tan aparentemente inocua como ‘pin parental’, los sectores más reaccionarios de la sociedad se sientan legitimados para cuestionar los contenidos que se enseñan en colegios e institutos. Sobre el #Spexit hablamos otro día.

Jesús Lens

Berlín era una fiesta

Cuando viajo, me gusta llevar conmigo libros cuya acción transcurre en el lugar que voy a visitar. Más allá de las guías de viajes y los temibles foros de internet, asomarme a ensayos históricos y tramas de ficción me ayuda a contextualizar lo que veo, a ubicar en el tiempo y en el espacio las calles por las que camino, las plazas que recorro, los bares y cafés en cuyas barras o terrazas me siento.

Hace un par de meses estuve en Berlín, inspirado e impulsado por una mítica serie de televisión: ‘Berlin Alexanderplatz’, adaptación de la novela escrita por Alfred Döblin en 1928. Para contextualizar el viaje, esta vez opté por un cómic monumental, una arriesgada decisión… de la que no me arrepiento en absoluto.

Los cómics no suelen ser buen compañeros de viaje. Son grandes, pesados y muy delicados. Soy de los que, antes de leer un tebeo, se lava las manos para que sus viñetas no se queden siquiera impregnadas de una descuidada mancha de grasa. Y no me pongo guantes de forense de CSI para pasar sus páginas porque no quiero parecer el monje asesino de ‘El nombre de la rosa’.

A la capital alemana, sin embargo, me llevé los tres volúmenes que componen una excepcional trilogía: ‘Berlín’, de Jason Lutes. Se trata de un monumento gráfico de 500 páginas que su autor tardó más de 20 años en completar. Publicados por la editorial Astiberri, los tres tomos de ‘Berlín’ son un abigarrado fresco dedicado a la República de Weimar, mostrando sus luces y sus sombras.

La primera parte de la trilogía, ‘Ciudad de piedras’, cuenta el casual y afortunado encuentro en un tren, protagonizado por una chica joven que llega a Berlín, huyendo del rigorismo de su Colonia natal y de una familia convencional e intransigente; con un periodista de extracción trotskista que se encuentra en plena investigación del rearme de Alemania.

Aunque Marthe y Kurt son las piezas angulares sobre las que se construye ‘Berlín’, lo mejor de la trilogía de Lutes es el protagonismo coral de varias decenas de personajes, desde los compañeros y compañeras de Marthe en la escuela de arte en la que ingresa a los músicos de jazz norteamericanos que andan de gira por el Viejo Continente.

O esa familia que, alegoría de la propia Alemania, está compuesta por una madre que se inclina hacia el comunismo y un padre cuyas veleidades ideológicas le llevan hacia el nacional-socialismo. Una fractura que sufrirán en sus carnes sus propios hijos, en una de las derivas más dramáticas de esta prodigiosa novela gráfica.

El primer tomo de ‘Berlín’ se cierra con la manifestación del 1 de mayo de 1929 en la que la policía de la República cargó contra los manifestantes, dejando a su paso un reguero de sangre y muerte. Este episodio, que también tenía enorme protagonismo en la serie ‘Babylon Berlín’, marcó un antes y un después en la trayectoria política de Alemania y Lutes le concede la importancia que se merece.

Además de los grandes momentos históricos, Lutes describe un sinfín de aspectos de la intrahistoria del Berlín de Weimar, desde los ambientes bohemios y creativos y los encuentros clandestinos en clubes de transformismo a las fiestas de la jet set, repletas de drogas y orgías sexuales. La vida de los barrios, la interacción de la comunidad, el pulso de la calle, los patios de las viviendas…

Conoceremos el despertar sexual de Marthe y sufriremos con la espiral autodestructiva en la que entra Kurt, al ver cómo sus ideales políticos se van derrumbando poco a poco. La libertad de prensa libre enfrentada al poder de la oligarquía y, siempre, la cada vez menos sutil amenaza de la extrema derecha, con las esvásticas empezando a asomar en los brazos de lo que parecen unos pobres diablos.

‘Ciudad de humo’, el segundo tomo de la trilogía, arranca de nuevo en un tren, esta vez a ritmo jazz. Mucho jazz. Pero también mucha confusión, miedo y nihilismo. Porque la amenaza de lo que está por ocurrir en Berlín cada vez resulta más palmaria. De ser una fiesta, Berlín empieza a ser una tragedia.

Diez años más tardó Lutes, completó su trilogía. En total, un proceso creativo de más de dos décadas. En 2018 aparecía ‘Ciudad de luz’. En este caso, el que viaja en tren es un tipo enclenque, de cabellos morenos y ridículo bigotito. El sol inunda Alexanderplatz, pero nada bueno se atisba en el horizonte. Comienza la persecución de los judíos, con un anticuario al que ya conocimos antes, situado en el ojo del huracán. La persecución de los comunistas, también. Y de los homosexuales. Y de los artistas.

La vida de Kurt y Marthe se verá sacudida, esta vez de forma definitiva. El alcoholismo, la desesperanza, la rendición, la humillación, el dolor… Conoceremos a gente que vive en las calles y a las pandillas de nazis que, ya sin disimulo, hostigan a todo el que es diferente. Entonces, Hindenburg encarga a Hitler la formación de gobierno y ‘Berlín’ se termina, marcando el auténtico comienzo del fin.

Jesús Lens

Bajada de sueldo

El titular supuso toda una perturbación en la Fuerza, ahora que llega el desenlace de la nueva ¿y última? Trilogía de las Galaxias: ‘El Supremo avala bajar el sueldo a los funcionarios que trabajan poco’. ¿Qué les parece? ¿Cómo les suena?

Los funcionarios conforman un cuerpo de personal laboral muy envidiado por el resto de la sociedad. Y no digamos ya por quienes carecemos de nómina. Tener un puesto de trabajo garantizado a perpetuidad es, hoy por hoy, un lujazo. Hay muchos tópicos y lugares comunes sobre los funcionarios, olvidando que, para acceder a su puesto, además de acreditar una determinada preparación, hay que pasar pruebas selectivas muy exigentes.

Que en la administración haya funcionarios nos garantiza a los ciudadanos que trabajarán de acuerdo a criterios técnicos, no estando al albur de los caprichos y las veleidades de los políticos de turno. Como reza el dicho, los Papas pasan, pero las curias permanecen. Y así debe ser.

Debo reconocer, sin embargo, que al leer lo de la bajada de sueldo de los funcionarios que trabajan poco, he pensado en los técnicos del Ayuntamiento de Granada incapaces de poner en producción los ya devueltos 9,4 millones de euros de fondos europeos para la formación de personas desempleadas.

Siento si me encuentran cansino y reiterativo con este tema, pero me parece un escándalo de tal calibre que no podemos dejarlo pasar así como así. PSOE y Podemos-IU están impulsando un pleno extraordinario para tratar la cuestión, requieren al equipo de gobierno una explicación y le exigen toda la documentación manejada al respecto.

Así debe ser. Un pleno que servirá para que el concejal Manuel Olivares demuestre el ejercicio de responsabilidad que, según él, supone la devolución de los fondos europeos. De acuerdo con sus explicaciones, cuando accedió al cargo se encontró con una situación compleja en la que ‘le dijeron’ que no se podía cumplir el programa y que la situación económica impediría que se llevara a cabo.

Una magnífica ocasión, la de ese ya ansiado pleno, para explicar a la ciudadanía, con pelos y señales, quiénes hicieron qué y, sobre todo, quiénes han hecho dejación de sus funciones y sus obligaciones, convirtiendo a Granada en el hazmerreír de Europa.

Jesús Lens

Pobreza de espíritu

Pero pobre, pobre. A Granada, me refiero. Es pobre y muy pobre. No ya pobre de pedir, sino pobre de solemnidad. Tomada la decisión final de renunciar a los 9,4 millones de euros de fondos europeos para la formación de personas desempleadas, el bipartito conformado por Ciudadanos y PP ha certificado, de forma oficial, que Granada es una pobre ciudad condenada a seguir siendo pobre por los siglos de los siglos. Y amén. (Aquí, el origen de la polémica que abrió la enésima crisis en el gobierno municipal, como contamos también aquí)

En el imaginario colectivo español ha habido dos tipos de pobres: los de pedir y los de solemnidad. Granada, con sus bajos índices económicos y sus enquistadas altísimas tasas de desempleo, era pobre de pedir. Por eso había solicitado 10 millones de euros a la UE para cursos de formación, buscando revertir la situación.

La renuncia y devolución de ese dinero reduce a Granada a la condición de pobre de solemnidad. La incapacidad manifiesta de los gestores y técnicos del Ayuntamiento para gestionar esos fondos nos saca los colores y desnuda nuestras vergüenzas. Tienen que estar flipando en Bruselas. Mientras que otras muchas ciudades y pueblos de Andalucía han canalizado las ayudas para la formación de forma sensata y coherente, aquí se renuncia a ellas.

Un marrón menos, habrán pensado en la Plaza del Carmen. Un coñazo que nos quitamos de encima. Ahora, a pensar en los mantecados, los turrones y la extra de Navidad. Y en darse una vuelta en la noria, tan bonica y tan colleja. ¿Y si nos toca la lotería? ¡Ay, como nos toque!

Del bíblico ‘Pedid y se os dará’, en Granada hemos pasado al igualmente apostólico ‘Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos’. Qué falta de espíritu, de tensión, de seso y de sentido común. Se deben haber quedado descansando en el Ayuntamiento. ¡Uf! Una losa menos a las espaldas. Tiempo de paz. Tiempo de amor. De comiloncias y de encuentros navideños.

Menos mal que ya falta poco para que la polémica de la Toma nos haga olvidar otras cuestiones de mayor enjundia. Y, a vuelta de año, a seguir gestionando la miseria.

Jesús Lens